Capítulo 3 Mansión Constan

Escuché la alarma de mi despertador, pero no recordaba para que tenía que levantarme. Lo busqué a ciegas para luego apagarlo.

Pesadamente abrí los ojos y me quedé mirando el techo intentando recordar el motivo para haber puesto la alarma para tan temprano, de sopetón recordé que era mi primer día en la Mansión Constan.

Me levanté rápidamente, me hice el desayuno y me vestí con unos vaqueros y una blusa negra.

Decidí tomar el autobús, aunque mi madre me había insistido para que tomara un taxi, pero era demasiado dinero y en nuestra situación no podía darme ese lujo.

Mientras viajaba rumbo a la mansión vi muchas personas vagabundas que se levantaban muy temprano para buscar sobras de comida, eso partía mi corazón, porque entre esas personas no solo se encontraban borrachos, sino que también habían ancianos, niños y familias enteras. Era muy doloroso ver como algunos tenía mucho que desechar y otros nada que comer.

Llegué a la mansión y fui recibida por un guardia que no era Jack.

-Buenos días -saludó el guardia-, usted debe ser la señorita Deborah.

-Así es.

-Mucho gusto, soy Carlos, trabajo con Jack -se presentó, extendiéndome su mano.

-El gusto es mío -respondí estrechándosela.

Carlos era más joven que el señor Jack, y a diferencia de este era muy alto y flacucho.

-Madame Müller debe estar esperándola en la puerta de servicio -informó abriendo la reja.

-Entonces lo mejor será que entre -respondí con una sonrisa.

Llegué a la misma puerta del día anterior y allí me estaba esperando el ama de llaves que al verme me saludó:

-Bienvenida señorita Beltrán, llega usted temprano.

Odiaba que me llamaran por mi apellido y más si delante de este venía la palabra «señorita».

-Por favor llámeme Deborah, no me gusta tanta formalidad -respondí deseando que hiciera caso a mi petición.

-Está bien, Deborah -respondió Madame Müller-. Ahora entremos para que pueda cambiarse -agregó y se adentró en la casa.

Me llevó hasta una habitación pequeña y confortable, en la cual había una cama desnuda, una mesa de noche y un armario.

-En este cuarto puede cambiarse para trabajar, si quiere puede dejar alguna ropa por si ocurriera algún imprevisto y deba quedarse -explicó y yo volví a escanear cada rincón de la habitación.

-El uniforme se encuentra dentro del armario y supongo que no tendrá problemas para llegar al recibidor -agregó y sin esperar una respuesta de mi parte se fue.

¿Qué si recordaba cómo llegar al recibidor? Ni siquiera sabía donde estaba.

Entré en el cuarto y cerré con seguro. Me puse el uniforme y agradecí que no fuera escandaloso como había visto en otros lugares, que parecía que iban a un baile, más que a trabajar.

Después de vestirme salí en busca del recibidor, caminé por varios corredores, llegué a pasar por el comedor y creí que había encontrado la dirección, pero lamentablemente llegué a un corredor sin salida y supe que me había perdido.

-Dios, ahora dnde me metí -dije mirando a mí alrededor, todos los corredores en mi mente eran iguales, era difícil saber donde me encontraba.

-¿Estás perdida? -preguntó una voz detrás de mí asustándome.

Al girarme me encontré con Lord Miguel Cayet, Duque de Constan. Él era un hombre de un metro setenta, algo gordito, con el cabello castaño oscuro y ojos marrones.

-Excelencia -dije haciendo una reverencia-, yo soy nueva aquí, me dirigía al recibidor, pero me perdí -agregué con miedo a ser despedida. A mí me daba igual, pero a mi madre le daría un ataque del disgusto.

-No te preocupes -respondió dándome una palmada en el hombro. Ese hombre parecía cálido, me recordaba mucho a mi padre.

-¿Usted me podría indicar el camino? -dije con intenciones de salir corriendo de ahí, si Madame Müller me atrapaba hablando con Lord Constan como si fuera de mi estatus social me mataría.

-Y dejar que se pierda otra vez, claro que no, yo la acompañaré -respondió con firmeza.

No podía permitir eso de ningún modo, sería expulsada al instante.

-No, no es necesario, si me indica bien la dirección yo estoy segura de que encontraré el recibidor -respondí en un intento por convencerlo de que yo podía sola, aunque fuera una mentira.

-Esa respuesta no me convence para nada -respondió y me tuve que dar por vencida, resistirme no serviría de nada.

-Está bien, milord -respondí.

El duque me acompañó hasta el recibidor donde todos me esperaban.

Cuando Madame Müller nos vio su mirada era de sorpresa, casi parecía que le iba a dar un infarto, pero pasado el asombro me miró con furia, estaba segura que su mayor deseo en ese momento era asesinarme.

-Excelencia -dijo Madame Müller haciendo una reverencia sin dejar de mirarme de reojo, todos los demás también lo hicieron al mismo tiempo como si lo hubieran ensayado.

-Encontré a la nueva empleada extraviada cerca de mi despacho y me ofrecí a traerla hasta aquí -explicó el duque y todos parecían curiosos de saber como la empleada nueva había terminado con el duque, de seguro esta situación nunca se había dado.

-Cuanto siento las molestias que ella le ocasionó, excelencia -se disculpó Madame Müller.

-Siento mucho los problemas que le ocasioné -dije haciendo una reverencia y después me giré hacia Madame Müller avergonzada por lo que había sucedido, y más en mi primer día de trabajo-. Lamento haber llegado tarde.

-No debes disculparte, era lógico que te perderías siendo nueva -dijo el duque quitándole importancia, se veía que era una persona amable.

-No se preocupe por nada, excelencia -respondió Madame Müller-, yo me encargaré de ella.

-Muy bien, entonces nos vemos en el desayuno, Madame Müller -dijo el duque y se retiró de la estancia subiendo las escaleras a toda prisa.

Cuando Lord Constan desapareció, Madame Müller dijo muy seria:

-Tuviste suerte de que no fuera la duquesa, créeme, no te gustaría que eso pasará, porque si eso sucediera, ya estarías en la calle sin que yo pudiera hacer algo, ¿entiendes? -Estaba segura de que si esa hubiese sido la situación, Madame Müller no lo hubiera pensado dos veces antes de echarme a la calle, pues desde que había leído mi carta de recomendación me había estado vigilando con lupa.

-Sí, señora -respondí bajando la cabeza, sabía que la culpa recaería sobre mí por ser la nueva, pero mi deseo era decirle al ama de llaves que ella era la verdadera culpable por haberme dejado sola sin conocer bien la casa.

-Bien, ahora que todo está aclarado, te presentaré a tus compañeros -respondió girándose hacia el personal, el cual estaba constituido por unas veinte personas-. Señores, ella es la señorita Deborah Beltrán, y como todos deben saber a partir de hoy estará trabajando con ustedes por un tiempo.

-Es un placer conocerlos a todos, espero que nos llevemos bien -dije sonriendo sin detener mi mirada en algún rostro, simplemente observé la pared que se encontraba en el fondo.

Nos acercamos al personal y Madame Müller los fue presentando uno por uno y cuales eran sus labores, era increíble que hubiera un número de personas que hiciera una sola tarea en el día, por ejemplo había un grupo que se dedicaba solamente al mantenimiento de la piscina y los jardines, era algo que me sorprendía, ya que normalmente se contrataba una persona para hacer varias labores.

Mis, ahora, compañeros me saludaban a mi paso, algunos con una sincera sonrisa, otros con una sonrisa hipócrita y algunos no disimulaban su desagrado por mi llegada, como era el caso de una tal Ana que me miraba con algo de molestia y ni siquiera intentó disimularla.

-Ella es la doncella de la condesa, su nombre es... -dijo Madame Müller y al ver de quien se trataba quise morir.

-¿Janet? -pregunté perpleja por tenerla frente a mí.

Ella había sido mi peor pesadilla desde siempre y fue la primera que me llamó Cenicienta. Ahora que me había propuesto ignorarla, resultaba que trabajaba en la misma casa que yo y para colmo era la doncella de la condesa, no sé porqué, pero esas dos juntas iban a ser de mi trabajo un infierno.

-¿Cómo estás, Deborah? -preguntó Janet con una sonrisa falsa que reflejaba malicia a la vez.

-¿Ustedes se conocen? -preguntó Madame Müller confundida.

-Así es -respondimos Janet y yo al mismo tiempo.

-Que bueno, Deborah, así tendrá un apoyo en su nuevo trabajo -respondió la señora Müller y quise matarla en ese mismo instante, ¿no se daba cuenta que las miradas entre Janet y yo no eran precisamente de alegría?-. Bueno, ahora que terminamos las presentaciones es hora de trabajar.

Todos nos dispersamos y nos dirigimos a nuestro trabajo. Yo me fui con mis compañeras de trabajo que eran Sofía, Esther y Judith.

Las dos primeras eran de mediana edad y Judith debía tener algunos años más que yo. Ninguna de ellas me dirigió la palabra en todo el trayecto hasta la cocina, en donde la señora Sofía comenzó a repartir tareas.

-Judith empieza a picar los panes, Esther prepara los jugos para los señores, y tú, chica nueva, ponte a pochar los huevos -al oír el apelativo con el que me había llamado, me giré con toda la intención de responder.

-Mi nombre es Deborah, señora -no me gustaba que me llamara de esa forma como si solo fuera un objeto.

-Soy mala para los nombres, así que hasta que pueda aprenderlo bien seguiré llamándote así -respondió haciendo caso omiso a mi corrección-, ahora no pierdas el tiempo y ponte a trabajar -agregó haciéndome enfurecer, pero no quise decir nada o seguro que sería culpada.

Furiosa puse los huevos a pochar como indicaba en la pantalla de la cocina, en ese momento se acercó Judith a tostar los panes que anteriormente había cortado.

-Oye, ¿eres amiga de Janet? -preguntó por lo bajo para que nadie escuchara nuestra conversación.

-Claro que...

-Lady Bellamar va a desayunar con todos en la mesa -anunció Janet entrando en la cocina como si fuera la persona más importante del lugar, ese comportamiento no me extrañaba para nada ya que ella siempre se había creído el centro del mundo, aunque en realidad no era más que una niña muy consentida-. Escuchaste bien, Cenicienta.

Al oír eso sentí ganas de gritar, pero no le daría el gusto ni a ella, ni a nadie más, de verme en ese estado, así que respiré hondo y me giré hacia mi enemiga que como siempre me miraba con sus ojos claros llenos de malicia y superioridad, esto me dio más coraje para responderle.

-Si te refieres a mí, ya te dije que no soy Cenicienta, pero como nunca me haces caso simplemente te diré que, aunque seas una doncella eres tan Cenicienta como yo y te agradecería que fingieras que no nos conocemos -esa respuesta pareció sorprender a las presentes, puesto que todas miraban la escena asombradas, pero a mí poco me importaba lo que ellas pensaran.

-El favor no te lo hago a ti, sino a mí, pues no me gusta mezclarme con personas como tú -respondió Janet. Su mirada ahora reflejaba enojo, aunque lo supo disimular, al parecer ella tampoco se había esperado mi respuesta.

-Lo mismo digo y ahora seamos profesionales, si ya dijiste todo lo que tenías que decir puedes retirarte para que podamos terminar de trabajar - respondí, estaba cansada de quedarme callada, ya no más Cenicienta, no me guardaría mis pensamientos, a partir de hoy jamás dejaría de decir lo que pensaba.

Janet se fue sin decir una sola palabra, fingiendo que no había escuchado nada, pero en realidad se fue porque no podía decir nada o quedaría mal.

-Wow, Deborah, pusiste a Janet en su lugar y eso nunca nadie lo había hecho -dijo Judith cuando Janet había desaparecido-, pero sabes que ahora seguro irá a contárselo a su querida condesa.

-Que se lo diga a quien ella quiera, ya estoy cansada de bajar la cabeza ante ellos -respondí; ya no me interesaba si me despedían o no, esa bruja y su escoba no me iban a hacer menos.

-Lo que hiciste estuvo muy bien, muchacha -intervino la señora Sofía-. Esa rubia oxigenada se merecía un: «No eres la reina de esta casa», pero ahora vuelvan a trabajar después seguiremos hablando de esto.

Terminamos de hacer los numerosos platillos, aunque no podía entender que estas personas tuvieran tanta comida y otros no tuvieran ni un pedazo de pan, así de injusta era la vida, mientras unos desperdician otros necesitan.

Llamamos a los camareros entre los que estaba un tal Rodrigo al que había catalogado como el mujeriego, y me guiño un ojo, pero no respondí a este, ya que no estaba dispuesta a nada con él y se lo dejé claro desde el principio no fuera a ser que se llenara la cabeza con cosas que no eran.

Cuando todos los camareros se llevaron los platos la señora Sofía anunció que podíamos tomar un pequeño descanso, pero la señora Esther se quedó por si acaso alguien quería alguna merienda. La señora Sofía, Judith y yo nos sentamos en una mesa que había fuera de la cocina, era un lugar agradable lleno de plantas alrededor y un ambiente tan natural que me hacía querer quedarme allí para siempre.

-Muchacha debo admitir que al principio cuando supe que conocías a esa víbora de Janet pensé que serías igualita a ella, pero te juzgue mal y por eso te pido disculpas -admitió la señora Sofía avergonzada.

-No tiene porqué disculparse, estoy segura de que la mayoría pensó los mismo que usted -respondí dirigiéndome a ella.

Sabía como era la bruja de Janet y de seguro había hecho más de un enemigo en esa casa.

-Deborah, discúlpame si soy algo metiche, pero ¿por qué Janet te dijo Cenicienta? -preguntó Judith y ambas me miraron con curiosidad.

-Es una larga historia -suspiré recordando por un momento mi pasado y todo lo que había sufrido-, pero prefiero contarla en otro momento - respondí. A pesar de que parecían amistosa, no quería contarle mi vida a dos extrañas, me hacía sentir vulnerable.

-Pero... -Judith quiso protestar, no obstante prefirió callarse por una mirada de la señora Sofía, que al parecer entendió la situación.

Luego del almuerzo Madame Müller me indicó que necesitaban ayuda en la lavandería donde tenían demasiado trabajo, porque hoy era el día en el que lavaban la mayor parte de las cosas.

Después de terminar allí no tuve un minuto para respirar, porque enseguida tuve que volver a la cocina para hacer la cena.

Al llegar a esta me encontré a una chica apoyada en la isla central, estaba de espalda, así que no sabía de quién se trataba.

Lentamente me acerqué a ella, y cuando estuve lo suficientemente cerca pregunté:

-Disculpe, ¿qué hace aquí?

La mujer se sobresaltó por mi presencia, se separó de su apoyo y se dio la vuelta, en ese momento me di cuenta que esa mujer era Lady Antonia Cayet, Marquesa de Cumberland.

A menudo veía sus fotos en las revistas de moda que me mostraba Paty. Siempre me había parecido hermosa a la par de engreída. Era una chica de pelo castaño, ojos marrones, labios carnosos y cuerpo de supermodelo. También sabía que fue Miss Veldania cuando solo tenía 18 años, que era patrocinadora de actos caritativos y otras cosas que mi amiga me había contado en estos últimos años, ya que Lady Cumberland, la famosa modelo se había convertido en su ídolo.

-¿Tú trabajas aquí? -preguntó ella acercándose a mí con curiosidad.

-Sí, hoy empecé a trabajar como ayudante de cocina, Lady Cumberland-respondí haciendo una pequeña reverencia.

-No me llames Lady Cumberland, dime solo Antonia -respondió sorprendiéndome, ella, una súper modelo y famosa abogada diciéndole a una sirvienta que la llamara por su nombre, eso era algo raro.

-No podría Lady Cumberland -respondí bajando la cabeza, no era posible que accediera a su petición, si alguien descubría que llamaba a la patrona por su nombre sería expulsada de mi trabajo.

-Antonia -la llamó una voz detrás de mí y al girarme pude comprobar que era la señora Esther que junto a la señora Sofía entraban en la cocina.

-Esther, dile a tu testaruda ayudante que mi nombre es Antonia y no Lady Cumberland -ordenó a modo de queja.

-Deborah, en la cocina puedes llamar a la marquesa por su nombre de pila - aclaró la señora Esther.

-Pero... -quise protestar, sin embargo al ver las miradas de las tres mujeres, decidí callarme.

-Así que tú nombre es Deborah, mucho gusto -dijo Antonia sin hacer caso a mis protestas.

-El gusto es mío, Lady Cumberland -cuando dije eso me di cuenta de mi error y agregué-, disculpa, Antonia.

-Muy bien, lo has comprendido - respondió satisfecha por mi respuesta.

-Discúlpenme por llegar tarde -dijo Judith interrumpiendo la conversación.

Se veía algo agitada y con los pelos desordenados, parecía que los pájaros habían hecho un nido en su cabeza.

-¿Niña, pero que te ha pasado? -preguntó la señora Sofía.

Mientras yo intentaba contener la risa por la apariencia de Judith, pero al final salió una carcajada y no fui la única, Antonia también soltó una, incluso más sonora que la mía.

-¿De qué se ríen ustedes dos? -preguntó Judith alarmada por nuestras miradas.

-Judith, ¿dónde estabas para tener ese aspecto? -preguntó Antonia aún sin poder contener la risa.

-¿Por qué preguntas eso? -preguntó Judith cada vez más confundida y enojada.

-¿Niña, pero tú te miraste en un espejo? -preguntó la señora Sofía.

-Sí, me he mirado en un espejo -contestó Judith confirmando lo que sospechaba, ella no había pasado ni por asomo por delante de uno.

-Entonces te gustan los peinados parecidos a un nido de pájaros -dijo la señora Sofía, y yo que había parado de reír comencé a carcajearme de nuevo.

-¡¿Cómo dice?! -exclamó Judith abriendo tanto los ojos que casi parecía que podían salirse en cualquier momento de su rostro.

-Creí que te habías mirado en un espejo -respondió Antonia sarcásticamente, creo que me gustaba mucho su humor.

-Muchacha ve a arreglarte ese pelo y después puedes volver ya que no quiero ver ni un pelo en la comida - ordenó la señora Sofía-. Antonia retírate por favor que tenemos que preparar la cena.

-Muy bien, me retiro, mi general - respondió Antonia haciéndome sonreír.

Judith y Antonia se retiraron de la cocina y la señora Sofía, Esther y yo comenzamos a hacer la cena.

Luego de unos minutos apareció Judith, sin embargo esta vez tenía el pelo recogido en una perfecta cebolla y no se le veía ni un pelo fuera de lugar.

La señora Sofía al verla no perdió tiempo y le indicó una tarea, luego de eso los únicos ruidos que se sentía en la cocina eran los cuchillos cortando, las ollas de presión y el agua salir del grifo, ah, y por supuesto, la voz de la señora Sofía mientras daba órdenes.

Al terminar la cena Madame Müller me indicó que el auto que me llevaría a casa estaba esperando por mí, así que sin tiempo que perder recogí mis cosas y me despedí de mis compañeras.

Salí por la puerta trasera hasta el garaje, donde un auto sencillo y poco lujoso me esperaba junto con otras trabajadoras de la casa.

Por el camino me di cuenta que el día había sido agotador, y que este solo sería el inicio, sería duro estar en esa casa con esa víbora llamada Janet, pero con el favor de Dios lo superaría, como ya había superado tantas cosas.

            
            

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