Savannah
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Capítulo 2 Savannah 2

Nos sacaron de la casa tras despedirnos prácticamente nada de mamá.

Sus lágrimas y sollozos eran el lado opuesto al pasible aspecto de Sabrinna y mi resignación.

Nos habían obligado a llevar vestidos largos y burkas. Algo que sabían que odiabamos y que durante mucho tiempo habíamos conseguido suprimir su uso, al menos en casa.

Yo tenía en aquel entonces diecinueve años y simplemente un nivel de enseñanza medio, pues así como a mi hermana, mi padre nos había obligado a ser más doctoras en las ciencias hogareñas que profesionales de cualquier campo. Su férrea conducta árabe nos llevó a permanecer en casa, formándonos para ser buenas esposas un día. Solo que ese día, había llegado demasiado rápido y demasiado cruel.

Sin más equipaje que mis miedos y mi dignidad, me subí al avión que nos llevaría a Dubái, dónde el jeque nos esperaba para casarnos con sus hijos.

No había hablado con mi hermana del tema, pero ella parecía tan displicente, como yo reticente a la hora de aceptar cualquier cosa impuesta por nuestro cruel padre.

Y en ese caso... hermano.

Pero al final, ambas sabíamos que teníamos que obedecer, sobre todo cuando nuestra madre quedaba desprotegida y sola.

Ya no estaría yo para librarla del yugo abusivo de mi padre y no confiaba en que mi hermano se sumara a la crueldad en su contra, pero a pesar de todo, ella nunca había querido salir huyendo de allí. Ese era un secreto que aún me guardaba.

Mi plan era obedecer en un principio y rezar porque cuando el jeque me casara con su hijo, este no denunciara mi falta de pureza antes de darme el chance de salir corriendo de allí.

Lo único favorable que encontraba a mi favor era que mi hermana estaría bajo el mismo sol que yo, y eso, compartiendo palacio y miserias, era la garantía de que mi escapada sería con ella.

Para dar una mala impresión y tratar de hacer notar desde el primer segundo, que no era la típica mujer sumisa y no estaba para nada de acuerdo con nuestro destino, me había puesto un vestido rojo vino, ceñido a mi cintura y con un escote en uve increíble que mostraba la mitad de mis pechos hinchados y la costura rozaba la esquina de mis pezones... Justo el atuendo perfecto para dar una buena impresión a mi futuro dueño.

Pero por el momento todo mi atrevimiento iba escondido detrás del vuelo caído de mi burka sobre mis pechos.

Incluso tenía el cabello tan largo como lasio, y lo había dejado resbalar por lo espalda para que todos pudieran verlo y terminar de rematar mi irreverencia.

El viaje en avión y luego en coche hasta el oasis del jeque fue en escandaloso silencio. Unas míseras palabras crucé con mi hermano y nunca solté la mano de Sabrinna.

En medio de la travesía unos coches aparecieron de entre el desierto y viéndolos saltar y levantar polvo rojo por todo el lugar, supe que aquello no sería bueno.

En menos tiempo del que conté, mi hermano y el chófer intercambiaron armamento y se detuvieron a tratar de reducir a los enemigos.

Pero en medio de aquel tiroteo y caos momentáneo, Sabrinna me tomó de la mano y me sacó de mis pensamientos, aquellos a los que me había mudado cuando el chófer había avisado a Onir para que estuviera listo para proteger, " a las mujeres del jeque Amir"...

¡Amir... Amir.... Amir!

El nombre del hombre que no podía olvidar, del hombre que me había hecho suya con tanta pasión, del hombre que en una sola noche de mi vida, marcó todos los siguientes soles de la misma, dejando su semilla y hoy su hijo dentro de mí, me martilló la mente, solo de pensar en la enorme casualidad y en lo mucho que lo necesitaba a él, para salvar a nuestro hijo.

Tenía seis semanas de embarazo y ahora me estaban llevando a casarme con otro, cuyo padre se llamaba igual que el padre de mi hijo, que crecía a salvo en mi interior.

Finalmente y luchando lo que podía por mi vida, la de mi hermana y mi hijo, me bajé del coche y lancé el maldito burka al aire, saliendo al trote con mi Sabrinna de la mano.

No pudimos avanzar mucho, puesto que a ella se le cayó un zapato y como si fuera una Cenicienta en medio del desierto, regresó a por el, cayendo en la fantasía realizada de tener al príncipe para recogerlo.

Mientras ella se paralizaba agachada en el suelo, intentando comunicarme que nos habían capturado sin apenas haber escapado, yo me quedaba de piedra mirando al hombre cuyo hijo llevaba dentro.

Amir estaba allí. Mirándome con esos ojos verdes, esa barba negra sombreada de algunas canas y con los puños apretados, mostrando en toda su altura la furia que sentía de verme, imaginaba que con los pechos expuestos pues él y los doce hombres más o menos que hacían una línea detrás suyo, no pudieron hacer otra cosa que mirar mi escote descarado.

- ¡Esta será la mía papá!...

Y aquellas palabras me hicieron darme cuenta, de que las coincidencias no existen y eso a lo que llamamos coincidir, responde mejor al nombre de destino.

Un destino caprichoso y cruel, que me estaba obligando a casarme con el hijo del hombre que tanto había desado; porque si aquel árabe que reclamaba a mi hermana era su hijo, no me cabía la menor duda de que su otro hijo sería mi futuro marido y hermano, como él allí presente, del hijo que llevaba en mi vientre.

Ahora mi único amor, el padre de mi primer hijo, sería mi suegro.

- Bienvenida Savannah - se acercó a mí, con sus manos detrás de su espalda y su mirada perdida en mis pechos llenos a causa de la presencia de su propio hijo dentro de mí - es un verdadero placer tenerte.

Sus palabras con doble sentido me erizaron la piel y tuve que luchar para no cerrar los ojos.

Su mirada caminó un poco más por mi cuerpo y comenzó a girar a mi alrededor, obligandome a soltar la mano de mi hermana para darle paso a mi costado y sintiendo como su aliento soplaba mi pelo en mi espalda.

Sin quitar las manos de detrás de su cintura. Perdida en el elegante turbante negro que cubría su pelo y le hacía resaltar los verdes ojos, le escuché decir en tono hosco y alto... Una orden.

- ¡Llévensela!...

Mi sobresalto al ver a aquellos hombres acercarse a mí tan rápidamente, solo de él ordenarlo, le hicieron levantar una mano y todos como en una coreografía bien ensayada, se detuvieron.

El sonido de las armas de aquellos hombres combinaba terroríficamente con los disparos detrás de nosotros y aún así, el miedo lo tenía más bien por el porvenir que por aquel siniestro presente.

- Serás castigada por exponer lo que es mío - habló en mi oído y sentí mis pezones erizarse bajo su ronca voz - llevo seis semanas pensando en tí, y no me gusta que nadie disfrute de lo que me pertenece.

Sus palabras me confundían pero su tono era perfectamente reconocido por mi molesto cuerpo que parecía estar lidiando con un incendio interno allí mismo.

Sabía que si me tocaba podría gemir en una sola ocasión. Lo deseaba incluso cuando estaba siendo despiadado.

- Tu hijo será mi esposo y no podrás tomarme nunca más - me aventuré a decir en un susurro inaudible.

Una carcajada dura me sonó fuerte en el oído y se dió la vuelta para estar al frente mío.

- Las mujeres de mis hijos son mis mujeres también - se acercó manteniendo su postura de manos en la espalda y susurró en mi oído - y tú ya lo has sido y lo seguirás siendo.

Y en aquella, que sería mi única oportunidad, pronuncié las palabras que me llevaron a una brutal respuesta que me lanzó, hacia el inicio de una guerra, dónde temer, amar y luchar, sería mi principal objetivo.

- ¿Que hubiera pasado si aquella nochee hubieras dejado encinta? - él sabía tanto como yo, que no había usado protección y me había hecho suya todo el tiempo que duró la fiesta.

Y bajo el sol del desierto, con el corazón esperanzado por una respuesta piadosa que me ayudara a canalizar mis esperanzas, él me mostró el primer impacto del dolor que se escondía bajo las llaves de aquel palacio árido de sentimientos.

- Te abro la garganta aquí mismo y los mato a los dos - una lágrima bajó por mi mejilla y otra encabezó la marcha de las siguientes y supe allí, que mi bebé no estaba a salvo ni de su propio padre.

            
            

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