―Reúnelos a todos ―ordenó al niño con cariño―, cualquier brujo que quiera unirse a mí, será bienvenido, siempre y cuando cumpla con un solo requisito, un juramento de lealtad y silencio. Nadie debe saber que existe esta cueva. Nadie más en esta isla debe saber lo que haré.
―Sí, mi señora ―contestó con respeto el jovencito.
―Y Mateo, no me falléis.
El niño la miró fijo un momento.
―No, mi señora, jamás le fallaré.
Diciendo aquello, echó a correr montaña abajo a buscar a los brujos del lugar. Su señora era lo más importante para él y no iba a fracasar en su encomienda.
Chilpilla miró el libro. Era de cuero café, con hojas amarillas, la mujer recorrió con sus dedos una de sus páginas. Lo que había allí era un gran secreto todavía para ella. Pero ya sabría su significado.
Salió de la cueva y se paró fuera de ella. La miró. El lugar era uno de los más recónditos de la isla, si es que no la más escondida; detrás de un traiguén , oculta por la maleza y perdida entre los cerros, no era un lugar de fácil acceso. Esa fue la cueva donde ella nació como bruja. Donde el mismo Diablo la hizo su discípula y le enseñó todo lo que ella sabía.
Recordó aquellos momentos como si hubiesen ocurrido recién. Y habían pasado ya más de cien años.
Hija de madre nativa y padre español, nació siendo la hija de la empleada. Ella, una mujer a la que no le gustaban las órdenes de nadie, no se dejó jamás doblegar, por ninguna persona. Su padre la amaba, de eso no había duda, siempre decía que ella era especial, distinta a sus otros hijos, aunque nunca le explicó por qué, tampoco la trató igual que a sus hermanos, ella gozaba de privilegios que los demás no tenían. Pero todo eso ya no importó cuando su padre murió.
Al llegar a la adolescencia su rebeldía se acrecentó. Y con ella una nueva oportunidad. Un día de agosto de 1675, al adentrarse en los bosques, se encontró con quien dijo ser el mismísimo demonio, el que le ofreció un favor a cambio de sus servicios. Chilpilla, con toda su juventud a cuestas y su inexperiencia, aceptó sin dudar el trato, a cambio de convertirse en la bruja inmortal más poderosa.
Aquella noche desapareció de su casa. Su familia nunca más supo de ella y, por más que su tío paterno gastó fortunas en buscarla, o al menos encontrar su cuerpo, jamás dieron con la niña.
El ritual para convertirse en bruja no era nada fácil. Pero ella haría lo que fuera para conseguir el poder y la vida eterna.
―¿Estás preparada para cualquier cosa? ―le preguntó el demonio una vez más.
―Sí ―afirmó con decisión.
―Sabes que en el transcurso de esto puedes morir.
―Sí.
―¿Estás segura de querer hacerlo?
―Sí.
―¿Entiendes que para ser una de mis hechiceras y lograr la inmortalidad tus sentimientos deben morir o, al menos, esconderse muy en el fondo de tu alma, alma que me pertenecerá por los siglos de los siglos?
―Lo entiendo.
En realidad, hasta ese momento, Chilpilla no entendía a cabalidad todo lo que implicaría convertirse en la bruja más poderosa de la zona; de todas formas, continuó. Ella no echaba pie atrás ante nada y no empezaría en ese momento.
―Verás morir a tu madre.
Chilpilla tomó aire y elevó el mentón.
―De todos modos morirá.
El demonio sonrió con satisfacción. Esa mujer, con su enorme energía tomada de los dos lados del mundo, era perfecta para controlar la isla entera y subyugarla para él.
―Entonces, vamos.
El Diablo se convirtió en un hombre casi repugnante y acercó su cara a la de ella. La joven no se movió de su lugar ni apartó la vista.
―Muchas han huido horrorizadas.
―No yo.
―O eres muy valiente. O muy tonta.
―Tonta no soy ni lo he sido jamás.
El hombre caminó alrededor de ella escaneándola de pies a cabeza en todo su contorno. Cuando volvió al frente de ella, era otro. Un joven apuesto y atrayente. Aunque, dicho sea de paso y con sinceridad, el anterior hombre, a pesar de su fealdad, también tenía un imán que atraía.
―Vamos, Chilpilla, que alguien debe morir, no hagamos esperar a la muerte que ya está a las puertas, esperando para ganar un alma.
―¿Dónde irá ella?
―¿Te importa?
―No, la verdad no, es solo que me interesa saber a dónde van todas las almas que han muerto, eso sí me da curiosidad.
―El infierno y el cielo no existen, si es que eso te preocupa, existe un lugar, sí, un lugar de tormento, hasta que todo queda saldado en la tierra y luego se van...
―¿A dónde? ―preguntó interesada.
―A donde tú nunca llegarás.
La tomó del brazo sin delicadeza y emprendió el vuelo hacia el lugar de residencia de los Bahamonde, el padre de la mujer. Ella se intentaba afirmar de él, pero no era capaz.
―No temas, no te dejaré caer.
―Me duele.
―Y esto es solo el principio ―se burló él.
Ella se quedó quieta. Él con un rápido movimiento la apegó a su pecho y Chilpilla se abrazó a su cuello.
―Vamos a ver qué tan dispuesta estás a servirme como lo deseo.
―Estoy dispuesta.
―¿A cualquier cosa?
―A cualquier cosa ―confirmó―. Por la vida eterna y el poder.
―Eres ambiciosa.
―Sí, ¿algún problema con eso?
―También insolente.
―No le he faltado el respeto.
―Me gustas. Serás una gran machi kalku .
―Eso espero.
―Con mi ayuda, claro que sí. Todo el mundo se doblegará a tus pies.
―Eso lo espero más ―respondió sonriendo.
Bajaron a las afueras del campo de los Bahamonde justo al momento en que la madre de Chilpilla salía con unas ropas para llevarlas al río.
―¿Preparada?
―Claro que sí.
Aunque Chilpilla tenía un nudo en la garganta, no le importaba, su madre nunca la quiso, para ella solo era una guacha más del patrón y odiaba que su padre tuviera preferencia por ella.
Un resbalón en la tierra húmeda hizo caer a la mujer que bajaba la quebrada. Cayó al fondo del precipicio, a un lado del estero del bajo. Aún respiraba cuando se acercaron el demonio y Chilpilla.
―No ha muerto ―comentó la joven.
―No. Ahora es tu trabajo.
―¿Qué quiere decir?
―Tienes que terminar de rematarla.
―¿Yo?
―¿No que estabas dispuesta a todo?
―Sí. No es ese mi problema. No sé cómo hacerlo. ―Al decir esto, se giró para mirar a su acompañante a la cara. Craso error, pudo ver en sus ojos las intenciones que tenía.
―No importa. ―Le dedicó una sonrisa deslumbrante y maquiavélica a la vez.
De algún lugar que Chilpilla no alcanzó a captar, salió un enorme palo que le entregó a la joven.
―Un solo golpe basta.
―No soy asesina.
―Entonces no sirves y la muerte de tu madre será en vano.
El hombre, sin insistir, se dio la media vuelta y desapareció de la vista de Chilpilla.
―¡Lo haré! Está bien, lo haré.
No hubo respuesta. Nada. La muchacha no sabía qué hacer. Miró el palo que tenía en las manos y, conteniendo la respiración, dio un certero golpe a su progenitora.
―Bene factum, inquit puellam ―escuchó la voz del hombre a sus espaldas.
La joven giró y lo miró confundida.
―Bien hecho, jovencita ―aclaró con solemnidad.
―¿Ahora sí estoy preparada?
―No te importó asesinar a tu misma madre, supongo que sí estás lista para ser hija de...
―Detén esto. ―Otro hombre, de rostro amable y ojos penetrantes se acercó a la pareja.
―¿Qué haces aquí?
―Vengo a ver lo que tú estás haciendo... Y diciendo.
―No he hecho más de lo que tú me has pedido, amo.
―¿Seguro? ―preguntó el hombre sin posar en ninguno su mirada.
―Así es, señor.
Chilpilla se descolocó, no sabía que el Diablo debía dar explicaciones de sus actos a alguien más.
―Porque él no es Satanás. Yo soy el mismísimo Diablo y envíe a buscarte. No a asesinar. ―El hombre la miró con ojos de fuego que sintió traspasar todo su ser con dolor.
Chilpilla se quedó de piedra. No sabía qué replicar. No era su culpa y lo sabía. Fue engañada.
―Sí, lo fuiste ―contestó el recién llegado a sus pensamientos―, pero te costó nada hacerlo.
Chilpilla no dijo nada e intentó no pensar.
―Necesito gente a mi favor, necesito brujos y hechiceros poderosos para que me sirvan ―expresó con firmeza―, pero no necesito sicarios, que para eso, bastante bien lo hace mi rival. ―Sonrió como si lo último hubiese sido un gran chiste―. Lo que necesito es gente valiente que no tema enfrentarse a sus contrincantes, que no tema luchar por lo que cree y que sea capaz de hacer lo que hay que hacer con decisión.
―¿A cambio de qué?
―¿Qué te prometió mi enviado? ―inquirió Chilpilla.
―La vida eterna y el poder.
El líder se echó a reír con burla.
―Pides bastante, muchacha.
―Si no se puede... ―Ella se encogió de hombros e hizo amago de retirarse.
―Claro que puedo darte eso y más. Pero tú debes saber lo que te espera y lo que debes estar dispuesta a hacer. Y por qué te daría a ti, lo que no le doy a otros. ¿Estás dispuesta a hacer todo con tal de obtener aquello que anhelas? ¿Aunque sea mucho peor?
―Acabo de matar a mi madre, ¿qué puede ser peor?
―Saber que la mataste por el motivo equivocado.
Chilpilla, que iba comprendiendo cómo funcionaba aquello, ladeo la cara e intentó no parecer sorprendida.
―¿Y por qué debía matarla?
―Porque ella estaba en oposición a mí. Fue muy religiosa.
―Pero era mala. La iglesia poco y nada le servía. Además, vivía con las machis de aquí, ayudando a la gente, a los enfermos y todas esas cosas. Era machi de cuna antigua.
―Lo sé, pero ella estaba en mi contra, fue una gran hechicera y se volvió mi enemiga. Y debes estar dispuesta a luchar contra quien sea que se oponga a mí y mis leales amigos, entre los que te puedes contar.
Chilpilla le regala una exquisita sonrisa.
―¿Qué tengo que hacer?
―Es simple ―le dijo al tiempo que la tomó del codo y caminó con ella bosque adentro―, lo primero que haré será prepararte. Debes dejar de sentir miedo, dolor y amor. Y para ello, te voy a adiestrar, te vas a enfrentar a los más terribles sucesos que puedas imaginar; si eres capaz de sobrepasarlos y superarlos, entonces, estarás lista para ser mi bruja. ¿Dispuesta?
―¿Voy a obtener lo que quiero?
―Nadie más que yo, en persona, podrá destruirte ―aseguró con voz firme.
―¿Y el poder?
―Eso dependerá de ti.
Se giró y la miró directo a los ojos, volviendo a traspasarla con su mirada, provocando dolor en todas sus terminaciones nerviosas. Él sonrió, lo sabía, pero ella se mantuvo quieta, sin una sola mueca. Le ganaría a ese dolor y, cuando lo hiciera, sería más fuerte.
―Tienes razón.
El hombre siguió caminando sin soltar a la futura hechicera. Podía leer su mente tan claramente que a ratos no sabía si había contestado a sus palabras o a su mente.
Llegaron a lo profundo del bosque, internados lejos de todo.
―Está anocheciendo ―comentó la muchacha.
―Perfecto ―respondió él.
El otro hombre, el primero que habló a Chilpilla, los seguía muy de cerca.
―¿Qué tengo que hacer? ―interrogó ella curiosa.
―Pasarás esta noche y las siguientes trece noches aquí. Enfrentarás tus peores miedos; tus peores pesadillas se harán realidad. La siguiente luna llena vendré a por ti y, si estás más fuerte, te llevaré conmigo a terminar tu entrenamiento. De otro modo, si no has sido capaz de sobrepasar esto...
―¿Qué me pasará? ―preguntó atemorizada.
―Serás mi presa de por vida, jamás morirás, te lo prometí, y tu castigo será eterno.
Chilpilla tomó aire y accedió a realizar los rituales y las cosas que él ordenara.
―Te daré un poco de mi fuerza, tu juventud puede jugar en contra, y no quiero perder a alguien con sangre tan valiosa como tú.
Antes de que la mujer pudiera notarlo, el hombre se acercó a ella y la besó, pero no fue un beso normal de amor, fue como si hubiese arrojado, dentro de su boca, un humo negro y espeso. Así lo imaginó. Así lo sintió. Lo miró conmocionada.
―Agradece este gesto mío, de otro modo, no serás capaz.
En el aire se desapareció tras una niebla oscura que luego de esfumarse, dejó no solo vacío, sino en completo silencio, todo el lugar.
―Chilpilla... ¡Te estoy hablando! ―exclamó Isolina para sacarla de sus pensamientos.
―¿Qué pasa, Isolina? ―respondió la bruja, molesta por tener que salir de sus recuerdos.
La noche estaba cayendo y los recuerdos cada vez se agolpaban con más fuerzas.
―¿Qué te pasa? Te estaba preguntando qué es lo que pretendes trayendo a los brujos a este lugar. Siempre ha sido solo tuyo, amiga, y ahora lo compartirás con los demás.
―Esto estaba previsto, se vienen cosas, Isolina, hechos nada agradables.
―¿Qué cosas, Chilpilla?
―Cosas... Cosas que nadie espera. Y los brujos deberemos estar más unidos que nunca. De otro modo, todos pereceremos. Y ahora déjame. Necesito pensar.
Chilpilla caminó unos pasos y se sentó bajo la luz de la luna a seguir recordando...