Terror: Brujos en Chiloé
img img Terror: Brujos en Chiloé img Capítulo 5 3
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Capítulo 5 3

Sus ojos estaban cubiertos por su sombrero, pero casi pude ver un brillo irónico.

―¿Qué tengo que hacer ahora? ―interrogué, sabía que esto no terminaría así.

―Seguir sobreviviendo.

―No seré capaz ―confesé en un hilo de voz, no podía ser tan fácil.

―¿Tan poca fe te tienes?

Me encogí de hombros. No quería volver a vivir otra noche como las anteriores. Además, si era sincera, no me gustaba estar sola. Mucho menos en un bosque embrujado.

―Lo sé, pero si quieres el poderío, debes ser capaz de enfrentarte a tus peores enemigos.

―¿Enemigos?

―Tienes muchos, demasiados tal vez, por lo menos el doble de quienes te precedieron.

―No sabía que era tan odiada.

―No hablo de enemigos personales. Hablo de tus propios demonios, tus miedos.

Tragué saliva. De esos sí tenía muchos. Por eso anhelaba el poder y la vida eterna, creía que así podría sobreponerme a ellos.

―El sistema es al revés. Te enfrentas a ellos y te haces poderosa.

―¿A todos? ―pregunté temerosa.

―Solo uno será la excepción.

―¿Cuál?

―La muerte. A esa no deberás enfrentarte, aunque te aseguro, Chilpilla, que en más de una ocasión la desearás. Y si llegas a obtenerla, no te gustará.

―No creo que eso sea posible ―repliqué temblando de frío.

―Créeme que así será. ¿Te he mentido?

Alcé mi mentón en un acto desafiante. Quería decirle que sí, que me había dejado sola en ese lugar en las noches más terroríficas que había vivido en toda mi vida.

―No te mentí, te dije lo que iba a suceder.

¿¡Por qué tenía que leer mi mente?!

―Porque tengo ese don y lo uso, si no te gusta, es tu problema, no mío.

Los temblores en mi cuerpo no me dejaban tranquila. Necesitaba un té, un brasero y una manta. No tenía ninguna de las tres cosas.

―Está amaneciendo y hoy habrá lluvia ―me dijo pasando un dedo por mi frente y mejilla rotas―. Será mejor que busques un buen refugio.

―Eso intenté anoche ―reproché.

―Es parte de tu iniciación y de nuestro trato. Eres fuerte, Chilpilla, más de lo que crees y si vas a ser una de las mías, debes demostrarlo.

―Tengo hambre.

―Eso me lo dijiste anoche.

―Quiero ir al pueblo.

―No.

―Por favor, quiero ir por comida.

―No ―respondió con más firmeza.

―¿Qué voy a comer? Me voy a morir de hambre ―reclamé.

―No puedes morir.

―Pero no puedo estar hambrienta ―protesté.

―Lo estás, muchacha, si encuentras algo de comer, es todo tuyo, pero si no, yo no puedo hacer nada.

―Eres un dios, ¡debes poder hacer algo!

―Ya suficiente ayuda te he dado. Demasiada.

―No me has ayudado en nada.

―¿Segura? ―interrogó, se levantó el sombrero y clavó su mirada en la mía.

Tal como antes, el dolor de su mirada no se hizo esperar, pero en aquella ocasión, al estar adolorida, cansada y hambrienta, el dolor fue mayor. De todas maneras, no pude apartar mi mirada. Y me lo hizo ver...

Estuvo ahí cuando su brujo pretendía asesinarme luego de matar a mi madre. Hizo pasar la primera noche más rápido de lo normal. Y la segunda noche estuvo cerca todo el tiempo, apartó los animales salvajes que querían atacarme y enviaba mensajes alentadores por medio del chilhued.

―No sentí esos mensajes.

―Sí lo hiciste. Lo que pasa es que no lo captaste con tu mente consciente.

―Estoy cansada.

―Duerme, esta noche será más dura. Y yo no podré protegerte.

―¿Qué quieres decir?

―Duerme.

―No. ¡Responde! ―grité, pero antes de poder arrepentirme, él tenía sus manos alrededor de mi cuello.

―Nadie me grita, muchacha insolente, tendrás que aprender a ser más educada y obediente.

―Lo... lo... siento... ―balbuceé.

Me miró con rostro severo y me enseñó sus ojos. Un dolor lacerante se clavó en mis sienes. Di un grito que desgarró mi garganta. Se enojó por ello.

―Yo no soy un amigo, mucho menos tu igual. De ahora en adelante me respetarás.

―Es... está... bien. ―La voz apenas salió de mí.

Me soltó de golpe y caí al suelo de rodillas.

―Lo siento ―atiné a decir.

―Acepto tus disculpas. Espero que no vuelva a suceder.

No contesté, estaba ocupada en sobar mi cuello que dolía. Parecía quemar.

―Detrás de ese traiguén, hay una cueva. Tiene doble entrada. Triple en realidad, si cuentas la cascada. La cascada, una maleza y otra puerta. Ahí podrás refugiarte durante el día. De noche, si no sales, te sacaré yo mismo y no te gustará.

―Está... bien...

―¿Alguna pregunta?

Negué con la cabeza sin alzar mi cara.

―Buenos días. Felices sueños.

La forma en que lo dijo me sonó a amenaza.

Me quedé un buen rato así, aunque el frío ya comenzaba a hacer estragos de nuevo, sobre todo al estar inmóvil allí y recordar lo sucedido.

Entré a la cueva. Era un lugar oscuro, aunque no tan frío como el bosque. No tenía luz, no veía nada. Y eso no me gustaba. La oscuridad era uno de mis demonios, pero estaba tan cansada que me dormí justo en el centro de mi nuevo hogar.

En cuanto me dormí, las pesadillas comenzaron a aparecer, pesadillas de todo tipo. Animales que me atacaban. Asesinos que me perseguían. Pájaros que rondaban mi cabeza. La muerte. Fantasmas. Brujos en mi contra. Mi madre muerta. Pesadillas y más pesadillas. Una tras otra, sin darme reposo. Quería despertar, no volver a soñar, pero no fui capaz de dormir. Aunque sabía que no eran más que sueños, no podía despertar ni aminorar el miedo que me producían las imágenes de sangre, persecuciones, angustia, llanto... Emociones negativas de todo tipo me invadían. Y no era capaz de despertar. Movía mi cabeza de un lugar a otro intentando salir de ese estado. Y nada. No hacía nada más que golpearme, una y otra vez, la cabeza contra las piedras de la cueva con mis convulsiones.

Cuando por fin abrí los ojos, la cueva había desaparecido. Estaba al aire libre. Y creí que seguía durmiendo.

―Te dije que si no salías, yo mismo te sacaría.

Esa voz. Su voz. No quería abrir los ojos. Debía seguir enojado conmigo por lo de la mañana y seguro me quería hacer pagar.

―Ni lo uno ni lo otro. Son las doce de la noche, creo que ya has dormido lo suficiente. Y no estoy haciéndote pagar nada, es parte de nuestro trato.

―No he dormido nada ―gemí.

―No has descansado nada, que no es lo mismo. Has dormido todo el día ―aclaró mientras me tomaba del brazo para levantarme.

―Por favor, la cabeza me estallará en cualquier momento.

―Sánate.

―¿Qué?

¿Acaso jugaba conmigo?

―No suelo jugar. Tú eres poderosa, tus palabras son creativas. O destructivas, depende del ojo con que lo mires.

―¿Puedo curarme a mí misma?

―Deberías.

―Quiero estar sana, sin hambre y sin frío ―musité.

―Con esa fuerza, dudo que tu cuerpo te hará caso.

―Ya no puedo.

―Podrás.

―No, no puedo más ―dije al caer al suelo con violencia. No me importó que me dolieran las rodillas, ni los tobillos, ni las muñecas al intentar no golpearme la cara contra el suelo.

―Levántate ―ordenó con voz firme.

―De verdad, ya no puedo más.

―Levántate ―repitió con más seriedad.

―Por favor...

―¿Quieres una muestra de lo que te sucederá si te rindes ahora?

No, no quería nada. Solo quería que me dejara en paz un momento para reponer fuerzas. Mi estómago crujía de hambre. Mis sienes estaban a punto de estallar. La sequedad raspaba mi garganta. Mi pecho dolía con cada respiración. Mis extremidades estaban entumecidas. No era capaz de continuar en ese momento.

El hombre se agachó delante de mí y me miró sin enseñarme sus ojos.

―Levántate, Chilpilla. Ahora.

Alcé mi rostro hacia él y lo miré con lágrimas en los ojos, suplicante.

―No puedo ―aseguré―, ya no quiero más esto.

―¿Te rindes así de fácil?

―Tengo hambre, tengo sed, frío, me duele el cuerpo, todo el cuerpo. No puedo seguir.

―Morirás aquí, entonces. ―Se levantó molesto.

―No puedo morir... ―renegué de eso en ese momento.

―Es cierto, en ese caso, eternizarás aquí, agonizaras adolorida, hambrienta y sedienta. ―Se levantó―. Tú decides.

―¿Qué otra cosa puedo hacer?

―Cambiar a esta Chilpilla débil y frágil, por una fuerte y poderosa.

―Con hambre es bien difícil ser poderosa ―refuté.

―Podrías hacer algo al respecto en vez de quejarte todo el tiempo.

―¡No sé qué hacer! ―grité, pero enseguida me retracté―. Lo siento, no sé lo que debiera hacer, ¿puedes enseñarme?

El hombre sonrió mostrando sus hermosos y perfectos dientes al tiempo que se agachaba de nuevo frente a mí.

―Claro que sí, pequeña, puedo ayudarte. Y lo haré.

―Gracias.

―No agradezcas todavía, que cada favor, me lo cobro con creces.

―Si puedes ayudarme, haré lo que sea.

―Cuidado con tus palabras. "Lo que sea" es una expresión muy amplia.

Lo miré, quería, necesitaba, su mirada, aunque doliera, quería saber si todo estaría bien. Mi angustia era superior a todo lo demás que sentía en ese momento.

Él se quitó el sombrero, abandonando la sonrisa. Pude verlo en todo su esplendor. Era un ser hermoso, más hermoso que cualquier cosa que haya visto en el mundo.

―Tú me ves así, no ves mi verdadero rostro.

―¿Por qué no me lo muestras?

―Porque tú ves lo que quieres ver.

―No entiendo.

―Tú crees que yo soy bueno, que yo soy un ángel caído. No crees que soy el mismísimo Diablo y satanás, o si lo crees, piensas que no soy tan malo como lo cuentan.

―Si fueras así de malo, yo estaría muerta, todo el tiempo he sido insolente, maleducada... odiosa.

―No ha sido tan así. ―Sonrió con una bella sonrisa, sin burla.

―Tengo miedo, mucho miedo ―confesé sin temor a él.

―Lo sé, pero es parte del proceso. Debes ser fuerte, después podrás enfrentarte a lo que sea y a quien sea sin dificultad, si te dejo así, cualquier cosa te desanimará y no serás nunca quien anhelas ser.

Mi cuerpo temblaba sin control, de frío, de miedo, de expectación, de furia. Quería gritar y golpear todo sin importarme nada. Sin embargo, no era capaz ni siquiera de levantarme. Apenas sí sostenía mi cabeza.

―¿Qué debo hacer?

―Solo te daré una ayuda más, de aquí en adelante, te las tendrás que arreglar tú misma.

―Como digas.

Se levantó y con él, me puso en pie. Quedamos muy cerca el uno del otro. Pasó su mano por mi rostro y me volvió a besar como el primer día. Me regaló parte de su energía, de su ser. Todo el dolor desapareció, como si nunca hubiese estado allí.

―¿Sabes por qué los ángeles renegaron del cielo y bajaron a la tierra?

No contesté, no fui capaz.

―Por ustedes, las mujeres han sido una gran debilidad.

Volvió a besarme. Y mi mente se abrió a todas las posibilidades. A todo lo que era capaz de hacer, a todo mi poder. Ya nada podía detenerme.

―Adiós, Chilpilla, nos vemos en diez días. Ya no volveré por aquí hasta entonces.

Desapareció justo después de besarme una vez más, aunque ese último beso, fue un beso "normal", un beso romántico. No un beso brujo.

De ahí en adelante, cada día y noche, me hice más fuerte, más valiente y pude enfrentarme a todo lo que se me presentó: animales asesinos, pájaros brujos, fantasmas, miedos y temores. Comí de todo lo que a uno se le pudiera ocurrir: lagartijas, sapos, pájaros no brujos, por supuesto, incluso arañas. Debía sobrevivir y haría lo que fuera.

El día trece, cuando la luna brillaba en todo su esplendor, apareció como antes, apoyado en un árbol, con su aire distraído de siempre y su rostro semicubierto... y la misma sonrisa burlona.

            
            

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