Sunomiya había hablado conmigo la noche de ayer, diciéndome con mucha insistencia que quería visitarme. Últimamente no he tenido tiempo para decirle que se quede a dormir en mi departamento. Por lo que, decidí aceptar su propuesta.
Para nada decente, claro está.
Me había quedado dormido sobre el sofá después de haberme desvelado anoche con Tadashi hablando sobre mi trabajo como camarero. Me sentía un poco mejor considerando que, por mi orientación sexual; nadie fuera capaz de juzgarme. Al menos, mis compañeros de trabajo eran más amigables que mis vecinos.
Uno de ellos, me había visitado cuando recién me mudé a Londres para tratar de adaptarme al estilo de vida. Ya que, normalmente al vivir en un ambiente algo rural, no tenía acceso a casi nada, excepto a la tecnología y los estudios.
Mis padres no aprobaban de la buena manera lo que yo deseaba estudiar, y también mis estilos de trabajo. Al parecer, ellos querían que yo fuera como mi primo; él estudió contaduría, se especializó y esforzó demasiado hasta que consiguió graduarse exitosamente de su carrera universitaria. Y ahí, mi padre aprovechó eso como la perfecta excusa para que yo fuera igual que él.
Y si, efectivamente ya saben cuál fue mi respuesta después de haber tenido una larga e incómoda discusión con las dos personas que cumplían su rol como madre y padre.
(...)
Era común y por supuesto, también típico; que Suno llegara a mi departamento, muy temprano. Yo le abrí la puerta con un semblante serio. No estaba enojado o algo por el estilo, pero si quería andar en la onda de que estaba concentrado.
Y efectivamente lo conseguí.
Mi amigo me miraba con una sonrisa que automáticamente se convirtió en una carcajada y yo al dejarlo pasar y cerrar la puerta, él corrió hacia mí y me acorraló contra la pared, abrazándome enseguida.
-Extrañaba abrazarte. -dijo poniendo su boca cerca de mi oído.
-Sí, sí, sí, pero ya quítate... -le quité sus brazos con cuidado de mi espalda.
-Ay, ay... -se queja un poco. - ¿Por qué nunca te dejas abrazar? -me preguntó mientras tiraba su mochila al suelo.
-Porque eres demasiado empalagoso en ciertos aspectos. -dije un poco incómodo. - Lo de la cafetería fue una excepción.
-Ah, por Dios... por un abrazo no te vas a morir. -me miró con los brazos cruzados. - Ven, abrázame... -sonrió.
- ¡No! -le saqué la lengua como una señal de provocación y me fui a mi habitación para ir preparando lo que iba a estudiar.
Apenas me dirigí a mi habitación, Suno me siguió y se sentó en mi cama, cruzando las piernas. Se empezó a reír porque sabía que mi actitud de chico inmaduro le molestaba o a veces hasta llegaba a hacerlo reír.
Me miró sin bajar la mirada, notando como sacaba mis materiales y apuntes para ponerme a estudiar. Estaba poniéndome serio ante esta situación que, también, era seria.
Una vez que ya por fin estaba listo para estudiar para el examen que, gracias a Tadashi; casi olvidaba por completo. Me reí y él me miró extrañado, como si no entendiera lo que estaba pasando.
- ¿Me podrías contar ese chiste que está en tu cabeza a ver si yo también me puedo reír? -me preguntó con una sonrisa, y sarcasmo que; de lejos se le notaba.
- ¿Qué chiste, Sunomiya? -me volví a reír.
-Que idiota estás, espero que no sea porque te topaste con un payaso. -se levantó de mi cama y salió de mi habitación.
- ¿Payaso? -me quedé pensativo por unos segundos. - Eso sí fue raro. -no le di más vueltas al asunto y salí de la habitación también y fui al sofá para comenzar a estudiar.
Luego de haber tenido una conversación algo entretenida, me senté sobre el sofá y fui a dejar los libros enfrente de la mesa y Suno se sentó a mi lado. Me sentí un poco nervioso ya que él, al ser un poco más bajo que yo, lograba hacer que mis manos temblaran y evitaran tener que ponerse en un lugar incómodo y menos recomendable.
Pero mi amigo, solo sonreía, me acarició la pierna de manera inesperada y me dijo con un susurro que todo iba a estar bien, o eso, pensaba yo porque no podía evitar sentir esa extraña sensación en el pecho. Como si yo realmente deseara gritar pero no podía, algo me lo impedía.
Y por si fuera poco, Tadashi comenzó de forma importunar a acariciar mi cabello. Yo que soy un poco quisquilloso con esto, me quede tranquilo por unos minutos. Dejándole acariciar cada parte de mi cabello, me empecé a relajar pero a la vez se me dificultaba concentrarme en las palabras que debía de memorizarme en el examen.
Me sacudí un poco y Suno se alejó, pensando que había hecho algo mal.
- ¿Qué ocurre? -se acercó a mí y me continuó acariciando el cabello.
-Deja... -moví de forma rústica mi cabeza.
-Pero si solo estoy acariciando tu cabeza. -dijo con un poco de incomodidad.
-No me dejas concentrarme. -me quejé. - ¿No ves que necesito estudiar para el examen de italiano? -suspiré un poco incómodo.
-Sí, sí, lo veo. -se levantó del sofá. - Pero tampoco es para que me trates de esa forma. -sus gestos eran algo exagerados.
-Como tú digas. -lo ignoré y agarré el libro de italiano. - Tengo que estudiar, deja de distraerme por favor, ¿puedes? -dije con una leve sonrisa.
-Si claro, lo que tú digas... -dijo y se fue a la cocina a prepararse algo de comer.
Me levanté del sofá y miré fiel compañero comiendo un trozo de un pan que se sirvió (debemos tener una charla sobre limites, no me molesta que coma, pero me gustaría ser avisado cuando desbalijan mi despensa). Cruzó su mirada con la mía y yo, en lugar de hablar, decidí acercarme para hablarle con mis gestos. A lo que, Suno al ser muy inteligente, me guiñó el ojo.
He entendido perfectamente lo que trató de decir y me acerqué a él para darle un abrazo. Y si, quería disculparme por tener una actitud tan terrible.
Sonreí y él después de que comió, puso su mentón sobre mi pecho y el abrazo fue más cómodo. Nos separamos a los pocos minutos y le pedí que se fuera, pero era porque de verdad necesitaba estudiar. Y también porque mi examen iba a resultar muy difícil y necesitaba concentrarme.
-Los nervios nunca te ayudan, Dani. -Empezó a masajear súbitamente mis sienes.
-Necesito concentrarme. -esquivé su mirada. - No es el momento para que intentes inducirme una aneurisma-le quité las manos de mi cabeza.
-Oh, está bien. -se alejó de mí. - Buena suerte en el examen, llámame por si necesitas algo. -recogió su mochila y se fue.
Aquella manifestación, más la sensación que mi corazón comenzaba a sentir no era para nada normal. O quizás sí lo era en cierta parte. No estaba seguro, no estaba completamente seguro de mí mismo por haber sentido tal cosa.
Tadashi se había ido de mi apartamento en aquel momento donde precisamente necesitaba concentrarme para estudiar, ya que, olvidé decirlo pero; soy estudiante de Idiomas, y estaba aprendiendo el idioma que al parecer yo, considerándome el único británico del país; me encantaba aprenderlo.
Podía tomarme el día entero aprendiendo el idioma sin sentirme incómodo pronunciando las palabras que más me dificultaban. Y sí, Tadashi me estaba distrayendo con las típicas y tonterías que suele hacer para animarme. Lo cual pese a ser divertido en ocasiones en este momento, solo me distraía más. Para mí buena suerte, por fin me encontraba solo en mi apartamento, estudiaba y leía todo lo que había anotado en mi cuaderno, y en mis libros de diversos idiomas.
En la sección de italiano, había algunas palabras que me costaban pronunciar, y si; a veces me costaba entenderlas. Me esforcé lo más que pude en entenderlas y conseguí exitosamente aprenderlas y pronunciarlas.
Todo se resuelve con un traductor y escuchando la pronunciación de éste.
Me levanté del sofá después de haber estado alrededor de tres horas estudiando y me acerqué al refrigerador.
Abrí la puerta de éste y parecía ser que lo único que podía calmar el apetito que estaba comenzando a emanar de mi estómago, o sea, los sonidos; quiero decir: eran unos emparedados de pan con mermelada.
El pan con mermelada, según Tadashi, era un pan dulce que se podía comer en las meriendas. Única y exclusivamente en las meriendas.
Yo no obedecía esto, ni siquiera lo intentaba.
Ni por un minuto de mi vida, lo hacía.
Me preparé tres panes, saqué del refrigerador la mermelada y abrí el envase. Su olor inundó mis cosas nasales y sentía mucha satisfacción, ya que la mermelada era de mi sabor favorito; el cual es el de fresa. Sonreí y guardé todo en sus respectivos lugares. Procedí a llevarme el plato donde serví mis emparedados y mi teléfono repentinamente comenzó a sonar.
¿Ahora quién se podría dar tal lujo de llamarme a horas donde yo me encuentro muy ocupado? Agarré mi teléfono y en la pantalla donde salía la llamada, era un número desconocido. Por alguna razón no sabía si contestar, pero lo hice.
Esta vez me atreví y lo hice.
- ¿Hola? -contesté.
- Buenas tardes, ¿es usted Dani Lemphton? -la voz me sonaba familiar. - Le llamaba con la intención de invitarle a una cita, ¿desea aceptar o declinar? -su voz por alguna razón me estaba atrapando.
- No gracias. -la tentación parecía ser cautivadora y todo eso me ganaba pero preferí declinar.
- Entendido, lamento molestarlo señor Lemphton, tenga una bonita tarde. -colgó inmediatamente.
Aquello hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas de rabia. La voz misteriosa era lo que ahora en mi mente, podía llegar a sentir como los nervios de mi cerebro enviaban señales eléctricas. Y eso, comenzó a dolerme de forma sutil.
Era como un golpe frío directo a mi rostro.
Intente pensarlo mejor, porque hasta mi corazón latía muy rápido, como si hubiera corrido tantos kilómetros y éste estaba a nada de salirse de mi pecho. Respiré hondo y acerqué mi mano para agarrar el primer emparedado y me lo llevé a la boca para comerlo.
Mi respiración se tranquilizó apenas sentí la mermelada y el pan, tocando mis labios y lengua. Por fin me sentía tranquilo. Pero en mi cabeza surgió otra pregunta: ¿por qué estaba tan alterado?
Ahora sentía otro cosquilleo, otro golpe frío.
Tomé aire mientras terminaba de procesar lo que ocurrió y sonreí. Era una tontería lo que estaba pensando, ¿por qué sentía ganas de saber quién me llamó? Tomé otro emparedado y comencé a comerlo. Con mi mano que estaba libre, sostuve mi teléfono y ahí lo noté; era un número que ni siquiera conocía.
Pero éste tenía una diferencia de los que ya conocían, y era que pertenecía a una empresa.
Quería volver a llamar, pero mis nervios iban en mi contra y sentía el miedo apoderarse de mis manos, las cuales temblaron un poco. Me levanté del sofá, agarré el plato y fui a lavarlo en el fregadero mientras que mis pensamientos iban y venían. Estaba como deseando no haber recibido esa llamada que tanto me generaba un poco de inquietud.
Me quedé pensando entonces y allí lo entendí todo. Pero a la vez me generó miedo porque no sabía si llamar otra vez, sería ser un idiota de derecha a izquierda. O sino, un incompetente que solo busca sexo de forma rápida. Respiré hondo de nuevo y regresé para sentarme en el sofá y seguir estudiando. No podía seguir perdiendo más tiempo.
Pero la curiosidad seguía matándome.
Era como una aguja que se clavaba en mi piel y me penetraba hasta el fondo, como si me estuviera extrayendo la sangre y de a poco me dejara sin ella.
Volteé la mirada y me di cuenta por el color del cielo que ya estaba oscureciendo, miré los libros y mis cuadernos que estaban sobre la mesa y me sentí tranquilo, porque estudié más que suficiente para mi examen, lo cual hacia que me sintiera feliz, y por ello sonreí. Al menos, estaba seguro de que dormiría tranquilo porque me preparé y estudié lo suficiente.
Por lo que, decidí quedarme sentado en el sofá hasta que, me comenzó a dar sueño. Por lo que no tuve de otra más que dormir sobre el sofá.
Estaba muy cómodo, no podía desaprovechar la oportunidad otra vez.
(...)
Me desperté alrededor de la medianoche, mi teléfono sonó de nuevo y era un mensaje de
Tadashi. Me reí porque como no le había respondido, él me envió otros diez mensajes hasta que se rindió, dándose cuenta de que, por obvias razones estaba dormido en ese momento. Me levanté del sofá y me estiré, me coloqué los zapatos y fui a agarrar las llaves para salir por un momento a tomar un poco de aire fresco.
Al salir, bajé las escaleras rápidamente hasta llegar al parque que estaba a unos metros de mi apartamento. Caminé hasta allí y observé que habían algunas personas que estaban caminando también. Nada que no fuera algo preocupante o incómodo de ver. Tomé mi teléfono que estaba en mi bolsillo y miré la hora, y si, eran exactamente las doce de la noche.
Me gustaba salir a estas horas a veces para disfrutar del aire fresco que se respiraba, aunque era una temporada de verano. Hacía a veces un poco de frío por las noches, me senté en una de las bancas a contemplar de los objetos metálicos con los cuales los niños de estos lugares se divertían y jugaban. No dejaba de ver todo a mi alrededor, estaba disfrutando del aire fresco y de la tranquilidad.
Lo único que oía eran las voces de las personas y de los automóviles, pero no era un ruido molesto sino uno común. Y sin yo percatarme de nada, porque soy muy distraído, un hombre se sentó a mi lado de forma silenciosa.
- Buenas noches. -expresó con una gran cordialidad.
- Buenas noches. -repetí sin mirarlo.
Cruzamos miradas y estaba casi nada de pegar un enorme pero potente grito. Y es que, efectivamente; era el mismo hombre con el que me había topado en la cafetería. Solo que él se le notaba serio, mirando en la dirección contraria, como si no estuviera yo ahí tampoco.
Me levanté de la banca y me quedé por unos segundos parado esperando a que me viera y, sin poder creerlo; lo conseguí.
Conseguí que su mirada se posicionara con la mía.
Al menos, podía distinguirlo bien antes de que se vaya para siempre.
- ¿Sucede algo? -hizo un gesto con su mano haciéndome regresar a la realidad.
- Ah... -me empecé a ruborizar. - No no, lo siento. -suspiré. - Es que... usted me recuerda a alguien. -confesé bajando la mirada un poco avergonzado.
- ¿Yo? -se señaló a sí mismo. - No es por nada pero, dudo de que sepas quién soy o algo así, amigo. -una sonrisa se marcó en su hermoso y perfecto rostro.
- Lo sé, es una locura, pero en serio digo que me hiciste recordar a alguien. -dije aún con la mirada baja.
- Descuida, amigo mío. -se levanta y palpa suavemente su mano en mi hombro. - Seguro tuviste un deja-vú conmigo. -con su otra mano me levanta la mirada y sonríe. - Y no dejaré de estar ahí si en algún momento llegas a pedirme que aparezca. -dijo éstas últimas palabras en un susurro que solo yo podía oír.
- Si... claro. -respondí tratando de evitar tartamudear.
Aquel hombre cuando se puso de pie, me di cuenta de que era más alto que yo; lo que significaba que a pesar de mi estatura, yo era quién se sentía pequeño, un poco intimidado incluso de esa sutil forma. Me alejé inconscientemente de él y esto al parecer le causó un poco de gracia. A lo que yo, sinceramente no entendía por qué. Solo retrocedía lo más que podía para no sentirme incómodo enfrente de él, pero de forma torpe y sin poder distinguir ni ver lo que estaba detrás de mí alrededor, terminé tropezando con algo y resbalé.
Cayendo de trasero en el césped. De forma muy vergonzosa.
Creo que demasiado vergonzosa.
Pero aquel hombre en lugar de reírse de mí, me extendió su mano con una leve sonrisa y me ayudó a levantarme.
Yo agradecí con una sonrisa y me despedí de él, sin decir alguna que otra palabra. De verdad consideraba que hablar demás ya era de por sí, un poco incómodo para él o para mí.
Pero antes de que pudiera irme, él me tocó el hombro y sacó del bolsillo de su abrigo una tarjeta. Yo confundido, la tomé después de que él me la extendiera. Él soltó un suspiro seguido de una leve carcajada y antes de dar la vuelta para irse. Me dijo lo siguiente.
- Si necesitas ayuda con tus estudios, puedes llamarme. -me guiña el ojo y se retira lentamente.
Yo guardé la tarjeta con un poco de duda. Ya que no sabía si se trataba de una broma de mal gusto o si de verdad me estaba dando lo que yo creía que era.
Suspiré aliviado ya que, al menos no empezaría a buscarlo de forma desesperada o algo por el estilo. De todos modos, ¿quién iba a llamarlo al día siguiente para pedirle ayuda en casos de que fuera una completa emergencia?
Así es, probablemente iba a ser yo.
Pero acepté de forma tranquila el hecho de, si me tocaba pedir ayuda; él podría ser el candidato ideal para ayudarme con las clases de francés, español o incluso de otros idiomas.
Me retiré entonces para irme a mi departamento de nuevo, ya que necesitaba conciliar el sueño, y prepararme mentalmente para el examen de italiano. Mi mente estaba preparada, pero mi cuerpo lo estaba aceptando un poco. Mi corazón al menos latía con una frecuencia normal, significando entonces que estaba bien.
Al menos estaba tranquilo, y mi pulso también.
Todo de mi cuerpo funcionaba bien, no me había vuelto loco por fortuna. Me dirigí a mi habitación, a mi cama precisamente y me acosté boca bajo. Estaba tan cansado que mi mente solo me daba vueltas.
Buscando quizás las respuestas a las preguntas que nuevamente comenzaron a chocar directo a mí.
¿Por qué aquel hombre de apariencia conocida que me encontré por mera casualidad en la cafetería me dio su tarjeta? ¿Él era profesor en alguna universidad? ¿Era un prostituto que ofrecía sus servicios?
Golpeé mi cabeza con la suave almohada y solté un suspiro largo; tomé las sábanas y me abrigué con ellas. No quería pensar más. Solo necesitaba dormir.
Al menos, funcionó lo de no pensar en aquel misterioso hombre que me había encontrado en el parque... hasta el día siguiente.
(...)
Al entrar al salón, había llegado casi unos minutos tarde a la clase debido a que, había olvidado llevarme mi desayuno consigo; por lo que tenía que apurarme. Conseguí llegar a mi casa y luego regresar a la universidad, y si, apenas entré al aula podía notar como los compañeros de clases estaban distraídos conversando de temas al azar, y yo, al ser el único no conversador solo oía el alboroto.
Aunque para mi buena suerte, traje conmigo mis audífonos. Por lo que no tendría necesidad de escuchar sus conversaciones. Saqué rápidamente mis audífonos y mi libro para leer un rato antes de que la profesora de italiano llegara y nos dijera que nuestro examen estaba por iniciar. Estaba tan concentrado en la música y en lo que estaba leyendo que, una de mis compañeras y gran amiga; se me acercó y me dio un susto tremendo, ya que no la había oído llegar.
- Hey, cerebrito. -dijo ella como siempre de energética.
- Buenos días, Emm. -sonreí quitándome los audífonos para saludarla con un abrazo. - ¿Por qué siempre me llamas así? -me separé de ella después de haberla abrazado.
- Porque... tienes lentes. -se ríe. - Y también porque eres el más inteligente de todos aquí en el salón. -se cruzó de brazos mirándome con una sonrisa.
- Emmelyn... -negué con la cabeza varias veces riendo. - También usas lentes.
- Sí, pero sabes que es porque soy ciega. -comenzó a reírse de nuevo. - No es mi culpa que siempre los lleve conmigo.
- Bueno, al menos tenemos eso en común. -le dije mientras continuaba leyendo el libro. - Por cierto, ¿sabes qué día es hoy? -le pregunté sin quitar la mirada del libro.
- Si mal no recuerdo, -se quedó pensativa por unos segundos. - hoy nos toca realizar el examen de italiano, ¿no es así? -me tocó el hombro.
- Ah. -levanté la mirada para observarla rápidamente. - Así es. -sonreí asintiendo con la cabeza. - Pero parece que nadie ha estudiado. -desvíe la mirada por un momento.
- Bueno, todos son unos ineptos. -se sienta al lado mío. - Pero tú y yo, si que estamos preparados. -expresó quitándose su mochila y dejándola en el piso.
- Tienes razón. -centré mi mirada en el libro otra vez y continué por dónde iba.
Mientras ella también se ponía a estudiar, yo continuaba con la lectura. Las palabras que me tocaba repasar eran las más difíciles. Y eso que ya estaba mentalizado para memorizarlas. Pero obviamente las olvidé y para matar el poco tiempo que me quedaba, aproveché de repasarlas y esta vez; me aseguré de poder grabarlas en mi cabeza.
De forma exitosa logré memorizarlas todas las palabras difíciles de pronunciar. Y Emmelyn aprovechó de ayudarme y decirme que le ayudara, a lo que yo accedí de forma alegre, ya que me encantaba ayudarla.
La profesora llegó y enseguida guardamos los libros, ya estábamos mentalizados y preparados para comenzar el examen.
Y si tengo que admitir algo, pues diré que nuestra profesora de italiano era muy fuerte en cuanto a carácter. Es algo que no podría negar, ya que Suno era idéntico a ella. El examen comenzó, mis compañeros armaron sus clásicos berrinches y bufaron hasta cansarse. No tuvieron de otra que aceptar que el examen iba en serio.
Todos se callaron y ella procedió a comenzar con el examen para después, si llegábamos a terminar antes o luego de la duración del examen. Saldríamos y tendríamos el día libre. Me sentía muy bien con esta respuesta por parte de la profesora.
(...)
- ¿Crees que te fue bien en el examen? -mi amiga me tocó el hombro.
- Siempre me ha ido bien en un examen, y si es de italiano... -sonreí mirándola. - Me iría todavía mejor. -lo decía con un claro alardeo.
- Tú siempre has sido el mejor en las clases de Italiano de la profesora Martiña. -sonríe y saca de su casillero sus cuadernos. - Está noche hay que celebrar porque lo hemos hecho bien. -guardó sus cuadernos en su mochila.
- ¿Te refieres a que quieres que asista a tu casa solo para celebrar? -me crucé de brazos.
- Así es. -asintió. - ¿No te gustaría? -mostró una sonrisa victoriosa.
- Me gustaría Emm, pero hoy no creo poder. -dije un poco apenado. - Hoy tengo que terminar mi turno hasta la medianoche en el restaurante donde trabajo. -le acaricié suavemente su cabeza.
- Bueno, no te preocupes. -ella me abraza. - Esfuérzate. -se separa de mí para despedirse e irse.
Después de haber hablado con ella y rechazado su invitación, suspiré y me fui directamente por los pasillos de la universidad para salir. Planeaba llegar temprano a mi casa para después de que se hicieran las siete u ocho de la noche, ir al restaurante donde trabajaba. Siempre acostumbraba llegar temprano ante este tipo de situaciones, y como mi reputación era intachable, era preferible que llegara antes de que empezaran a formarse las filas para que los clientes comenzaran a entrar.
Al llegar al departamento, solté un suspiro de alivio porque revisé la hora que estaba marcada en mi teléfono y había llegado justo a tiempo.
Lo único que esperaba, era que no tuviera problemas con mi jefe por lo de llegar a una hora más temprano de lo antes acontecido. Con él yo me gané la fama de "el chico tempranero", porque por obvias razones siempre llegaba justo a tiempo al restaurante y antes de que me tocara empezar a repartir los primeros platos de comida.
La mayoría de los clientes suelen ser los más glotones si estamos hablando de uno de los restaurantes más populares de toda la ciudad londinense.
Dejé mi mochila encima del sofá, y me recosté sobre éste para tratar al menos de descansar mi cabeza sobre el espaldar y saqué de nuevo mi teléfono. Allí recordé lo que había pasado anoche, con aquel extraño del parque. Me dio su tarjeta por alguna razón, y la razón era más que clara. Me levanté rápidamente para buscarla y noté una particularidad, el color de la tarjeta más el nombre de él tenían algo que llamaba la atención. Al darle la vuelta, salían símbolos sexuales.
Símbolos que entendía que uno pertenecía al sexo masculino junto con el femenino. ¿Sería posible que esto me lo diera con la alternativa de tener sexo o algo más que eso? ¿Me estaba viendo la cara de tonto aquel hombre? ¿¡En qué demonios estaba pensando él al darme esto!? Me quedé por unos segundos procesando lo que estaba pasando. Pensé en llamar de nuevo, y probé la idea con cambiar mi voz, pero estaba tan nervioso que... decidí que, era mejor hacerlo después de que regresara del trabajo.