- Llegaste temprano, Daniel. -expresó con una sonrisa mi jefe al verme.
- Como siempre, ya sabemos y conocemos tu puntualidad. -escuché desde el pasillo a Sally, mi compañera de trabajo.
- Gracias, ya me conocen bien; siempre procuro llegar a tiempo. -dije y me puse mi sombrero característico de la empresa.
- Menos charla, más trabajo chico. -acarició mi hombro Valein.
Me limité a asentir y comenzar con la jornada que, por supuesto; iba a ser larga, pero en "La Grenade" me sentía en mi elemento. Este trabajo me relajaba, gustaba mucho el simple hecho de atender a los clientes, interactuar un poco, conocer sus gustos y descubrirlos a profundidad conociendo sus paladares gracias a los platillos que siempre anotaba para que los cocineros y cocineras hicieran su parte.
Toda esa mezcla de olores y sabores hacían que mi mente se relajara por varias horas. Era un escape del mundo exterior, más allá de las mesas en manteladas y el cuchicheo de la cubertería y vajilla fina. Por algo, al quedar en este empleo me propuse la meta de trabajar arduamente todas las noches y conseguir una merecida propina que, desde luego, era excelente.
Me apresuraba y llevaba los platos que los clientes solicitaban y éstos estaban encantados conmigo, para variar, era como si yo fuera el mago que daba y brindaba los mejores trucos para su público. Era genial, me sentía como un tonto porque no podía hacer magia pero si lograba saciar esos apetitos con traerles los platos que ellos pedían. Y lo bueno, es que la jornada ya estaba empezando bien, al menos; hasta que ya estaban por ser las nueve de la noche.
Noté por el rabillo del ojo, gracias al reloj gigante que el restaurante tenía como uno de los principales objetos de decoración y efectivamente decían las nueve de la noche. ¿Debía preocuparme? Tal vez.
Tal vez debía irme a casa ahora mismo.
Y llamar a ese número que cada vez, me dejaba intrigado y con la curiosidad a tope. Sacudí mi cabeza y llevé los siguientes platos a los clientes para quitarme ese extraño y morboso pensamiento de la mente por un momento.
Antes de continuar con las entregas en las otras mesas, Sally me detuvo con la mirada. Algo raro estaba pasando con ella, no suele estarse comportando como siempre. Por lo general ella mantenía una mirada fija e intensa dándole una apariencia inquisitiva y misteriosa en conjunto a al místico color azul que pigmentaba su iris. Ahora su mirada se notaba esquiva, incapaz de quedarse fija en un solo lugar.
Luce como si estuviese nerviosa, como si estuviera ocultando algo y estuviese mirando a su alrededor para verificar que nadie la estuviese observando.
- Valein dice que nos retiraremos a más tardar a eso de las diez. -aclaró, ni siquiera me miró. - Por favor, Dani, te pido que seas amable conmigo esta noche. -dijo éstas últimas palabras en un susurro que, claramente, yo únicamente podía oír.
- Entendido. -dije sin más y continué con las entregas hasta que, después de terminar, regresé para hablar con ella. - ¿Estás bien? Actúas un poco raro. -le dije un poco preocupado mientras caminaba hasta el fregadero e iba a lavar los platos. - Eso no es propio de ti.
- ¿Y desde cuándo te preocupas por mí? -se cruzó de brazos y fijó su mirada en mí. - Solo me das a entender algo, eso es todo.
- Espera. -cerré el grifo del lavamanos. - ¿Por qué primero me estás diciendo eso de que "sea amable" -hice comillas con mis dedos. - ¿estás pidiéndome una cita? -rasqué mi nuca un poco nervioso.
- Ah~ -se llevó sus manos a las caderas. - Bueno, realmente... -me miró y noté rápidamente como se empezaba a ruborizar. - Si me gustaría, pero... -se dió la vuelta. - No creo que te guste salir conmigo. -se fue dejándome solo en el pasillo.
Tragué saliva después de haber oído aquello, ¡¿una cita con... Sally?! ¡Maldita sea! ¡Eso no puede ser! ¡No puedo salir con ella! ¿Ella aún no sabe que soy gay? ¿No se ha dado cuenta o hará falta que se lo diga? ¡¿Cómo debería de decírselo?! ¡Ay, Dios mío!
Respiré hondo y disimulando lo que ocurría, seguí lavando los platos y algunos cubiertos que estaban al lado de éstos. No entendía a que se debía tal urgencia en Sally por querer salir conmigo, ¿me consideró atractivo? Porque de ser así, creo que hizo mal en decirme que fuera "amable con ella", eso solo se lo dices a tu novio cuando está a punto de marcarte como ganado. Si eso es lo que espera de mí, pues se va a llevar una gran decepción, aunque creo que eso no sería una novedad conmigo.
Pensé por unos momentos si estaba soñando.
Claramente no, estaba despierto.
Soñar despierto, no creo que sea posible.
Al terminar de lavar los platos, pensaba por un momento el porqué de tal pregunta. Pero, si Sally deseaba o quería con todo su corazón salir conmigo, ¿por qué dije antes que estaba mal? Tal vez por el simple hecho de que soy un hombre con una orientación sexual con la cual yo únicamente me siento única y exclusivamente atraído hacia los de mi mismo sexo.
Otros hombres básicamente.
Cuando miré el reloj de nuevo, después de realizar la última entrega que una clienta solicitó, ya era mi hora de irme. Yo era parte de un turno, y como ya había terminado, los otros ya estarían por llegar. Por lo que, me retiré deseándoles las buenas noches a mi jefe y secretaria.
Ambos se despidieron de mí con un abrazo, el cariño que me tenían era grande, y de eso; honestamente, nadie podría decir que no.
Me retiré, y Sally ahí estaba, esperándome.
Tosí un poco para llamar su atención y conseguí hacer que se diera la vuelta, de forma un poco forzada; ella se vio obligada a sonreírme.
- ¿Qué pasa? -se recostó de la pared. - No creo que sea la primera vez que tú llegas a verme haciendo este tipo de poses. -su tono sonó un poco seductor, o al menos así creí haberlo escuchado.
- ¿A dónde vamos ahora, Sally? -me quedé esperando su respuesta.
-Te quería invitar a ir a mi casa, ¿vamos ya o...? -le interrumpí.
-Me encantaría, pero, tengo que llegar a mi casa para estudiar un examen de idiomas. -mentí. - ¿Podría ser en otra ocasión, Sally? -le pregunté con un pequeño puchero.
-De acuerdo, de acuerdo. -suspiró y me dio un apretón de manos muy cordial. - Entonces... ten buenas noches y esfuérzate, chico estudioso. -se despidió de mí yéndose del lugar donde nos encontrábamos.
Al despedirnos y tomar cada quien un rumbo diferente, abandoné también el lugar y me dirigí hacia una nueva dirección. Quería tratar de hacerme el chico explorador, el que no conocía el terreno y quería tantear el terreno en el que me estaba metiendo.
Y básicamente, así es como me sentía.
Entré a un callejón y había unas luces rojas, era una interesante manera de llamar la atención del público. Considerando que el rojo es uno de los colores que más emplean o se usan en tiendas de... si no estoy mal al pensar esto, índole sexual. Básicamente era como estar caminando en la dirección de un hotel para adultos.
Podía distinguir que las luces rojas se mezclaban con tonos violetas. Éstas luces se apagaron apenas dí el primer paso para ver la puerta. Tenía letras grandes, y el título de éstas decía: «La Hiedra»
Un título muy original, para un hotel muy particular. El solo escucharlo provocaba que sintiera comezón en mis manos y un cosquilleo en mi estómago.
«La Hiedra» era uno de esos pocos hoteles famosos en la ciudad londinense que aparentaba esto. O por lo menos era lo que tenía entendido acerca del lugar con solo ver una puerta que me indicaba en donde se ubicaba.
Aun así, tenía muchas ganas de entrar.
Pero solo me quedé mirando la puerta, apoyé mi mano sobre la cerradura. Miraba los diseños de la puerta, eran llamativos, me estaba empezando a gustar tanto. Y en mi interior sentía algo que me decía: "Vamos, entra ya Daniel. ¡Aprovecha y vive el momento!"
-Buenas noches. -escuché repentinamente una voz femenina hizo de golpe mirara para otro lado.
-Ah~ ¡Santo Dios! -me di la vuelta y la salud.
- ¿Vienes por una reservación, guapo? -ella se acercó a mí quedando a unos pocos metros de distancia. - Lamento haberte asustado, cariño. -se disculpó haciendo una pequeña reverencia.
-No, no, está bien. -levanté las manos haciendo un gesto forzado. - Solo vine a ver la... -ella sonrió, haciéndome sentir un poco incómodo. - Olvídalo. -reí sintiéndome muy nervioso y bajé las manos.
Caminé apresurando el paso despidiéndome con una sutil rapidez. Aparentemente era una situación muy extraña para mí. Pero escuché la voz de la chica llamarme, era como si me estuviera atrayendo a las puertas de aquel sitio. Como el ominoso canto de una sirena encantando a una flota de marineros incautos atrayéndolos a su muerte. Una hipnosis, eso es lo que empecé a sentir cuando su voz me atrajo nuevamente a la recepción del local.
- ¿Por qué huyes? -ella me tomó de la mano.
-Ammm... ¿por qué debería huir? -me quedé mirándola confundido.
-No diré más sobre eso, pequeño. -pone una mano sobre mi hombro. - Acompáñame. -lo apretó suavemente.
Al principio, no sabía qué hacer. Pero mirarla por mucho tiempo, no ayudaría para nada a mis crecientes nervios que comenzaron a hacerme sudar, y mi frente lo estaba haciendo notar. Ella me guio sin decir una palabra, directo hacia la puerta, y las puertas se abrieron lentamente.
No entendía nada aún, me sentía muy confundido.
Ella me tomó del brazo y me llevó hasta la recepcionista. O, más bien, secretaria. Y, ¡Dios mío! Me sentía como una oveja yendo directo a un matadero. Mi cuerpo estaba comenzando a temblar, mis manos empezaban a sudar.
La mujer que estaba ahí sentada con la mirada puesta sobre la pantalla de su computadora, pasó de ver ésta, a verme a mí y aclaró su garganta de forma elegante. Se acomodó en la silla y tecleó algo mientras me miraba con una leve sonrisa con esos majestuosos ojos azules. Tenía un bonito color de cabello, brillante color rubio con notas rosáceas, tenía un bonito cuerpo y, cuando apenas habló, me impresionó tanto esa peculiar manera suya de hablar.
-Buenas noches, caballero. -dijo con total cordialidad. - Bienvenido a La Hiedra, el único sitio de nuestra ciudad donde te podemos atender y consentir de muchas formas diferentes. Tanto que de seguro querrás volver por más-expresó.
-Buenas noches. -me quedé callado por unos segundos después de haberla oído hablar.
- ¿Vienes a solicitar los servicios de ella? -señaló con sus ojos a la chica que estaba ahora al lado mío.
-No. -respondí directamente.
- ¿Has venido a hacer una reservación? -preguntó con una sonrisa mientras apoyaba su mentón sobre la palma de su mano.
-Eso creo. -me metí con suavidad las manos sobre los bolsillos. - No quería entrar aquí, pero, ella me terminó convenciendo. -aclaré y la mujer rubia me miró con una sonrisa un poco más abierta que antes.
-Espléndido. -y se puso otra vez a teclear, esta vez teniendo ambas manos ocupadas. - ¿Me puedes decir tu nombre y apellido, edad, orientación? -tecleó una vez más.
-Está bien. -me quedé esperando a que dejara de teclear, y abrí la boca de nuevo para hablar. - Daniel Lemphton, veinticuatro años, gay. -bajé la mirada.
-Excelente, ya he registrado sus datos de forma exitosa, señor Lemphton. -dijo la mujer. - ¿Va a querer dormir solo por esta noche o necesita de un acompañante nocturno? -preguntó una vez más.
-Quisiera dormir solo, por favor, y solo por esta noche. -respondí con la mirada agachada.
-Entendido. -terminó de teclear y escuché su impresora sonar de repente. - Por favor, firme aquí. -me entregó un bolígrafo y el recibo.
-Está bien. -levanté la mirada y tomé el bolígrafo para firmar sobre el papel. - Listo.
-Son cincuenta libras esterlinas. -escuché detenidamente el precio provenir de su boca y escuché como me entregaba unas llaves. - El número de tu habitación será la 001. -dijo con una sonrisa todavía puesta sobre su hermoso rostro.
Al terminar de haber firmado el papel, tomé las llaves que me había entregado y de haberme sentido como un completo inútil por ese momento, saqué de mi bolsillo la billetera y afortunadamente, o eso creía yo; tenía un billete de cincuenta y se lo di. Ella agradeció esto de forma amable y me pidió que disfrutara del servicio. Ahí, yo le agradecí del mismo modo y ella me señaló por dónde tenía que ir.
La chica que antes estaba conmigo, se había ido.
No la he vuelto a ver más.
Al menos, no por esta noche.
Me dirigí hacia uno de los ascensores y, al parecer, se veía muy lindo el sitio. Sobretodo el interior de éste, entré y me topé con una gran sorpresa. Había dos hombres tomados de la mano que ya se estaban yendo, y se me quedaron viendo por unos segundos.
Dijeron al mismo tiempo un cordial «Buenas noches», y salieron del ascensor.
A lo que yo respondí de forma cordial también y entré, quedándome solo en el interior de éste.
(...)
- Ah. -abrí la puerta de la habitación. - Se ve muy genial. -confesé en un susurro mientras entraba y cerraba la puerta detrás de mí.
Apenas me acerqué a la cama, dejé caer todo mi cuerpo sobre ésta y me puse cómodo hasta que me quedé profundamente dormido. La suave cama de este hotel tan encantador e hipnotizante fue lo que más me gustó, ni siquiera me quité los zapatos, estaba muy cómodo y me quedé en esa posición, boca abajo.
No me moví mucho en toda la noche.
Estaba tan cansado, pero también, me sentía tan cómodo en aquella cama.
(...)
Me desperté de forma abrupta, levantando mi cabeza y mirando en el reloj que estaba colgado sobre la pared y decían las 7:48 de la mañana. ¿Tan cómodo estaba en esta cama que me olvidé por completo de despertar? Vaya, hasta yo estaba impresionado. Apoyé mis manos a ambos lados de la cama y me levanté, bostezando. Me dirigí hacia la ventana y moví las cortinas para ver fuera, todo se veía tranquilo. El ruido de la ciudad, habían personas hablando y murmurando, autos rodando por las calles haciendo sonar sus bocinas y alarmas, perros callejeros ladrando por quien sabe qué... Me alejé de la ventana y fui hasta donde estaba ubicada una pequeña mesita de noche y había unos botones muy llamativos, además de un teléfono. Toqué el botón que era de color negro y éste reaccionó y escuché una voz femenina preguntar de forma elegante y cortés lo qué quería o lo que necesitaba.
- ¿Necesita algo, señor Lemphton? - escuché su voz, se oía muy bonita.
-Quería saber si podían traerme algún bocadillo o algo así. -dije con un poco de nerviosismo.
-Oh, lo sentimos mucho. Pero como usted solo pidió estar una noche, los bocadillos no están permitidos para cualquiera. Espero y entienda.
-Ah. -tragué saliva. - Está bien, no hay problema. -colgué antes de que ella pudiera continuar hablando.
Me fui al baño y éste también me dejó completamente pasmado, sobre todo por el color y su estilo. Me incliné sobre el lavamanos y me lavé la cara.
Tomé las llaves que dejé sobre la mesita y me fui de la habitación. Dirigiéndome por el mismo pasillo por el que había estado antes, llegué hasta los elevadores y presioné el botón del medio y cuando éste llegó, me subí y presioné el botón de planta baja. Y así estuve pensando hasta llegar al antes mencionado, dejé las llaves que la secretaria me dio sobre un puesto que decía junto con eslogan: «¡Gracias por visitarnos!» «Esperamos volver a verte pronto para consentirte.»
Me reí por esto y me fui por dónde había entrado anoche gracias a la chica que estaba conmigo en aquel peculiar y curioso momento. Apresuré un poco el paso hasta llegar a mi departamento y tratar de comer algo que llenara mi estómago.
Cuando por fin llegué, me dispuse a prepararme el desayuno. Estaba hambriento, y me sentía un poco curioso con respecto a ese hotel.
Me dispuse a comer después de haber finalizado con la preparación de mi desayuno y mi teléfono repentinamente sonó. Causándome un pequeño escalofrío, ya que nadie; excepto Sunomiya, me llaman en la mañana en algunas ocasiones, y una que otras veces. Pero al sacar mi teléfono del bolsillo, era otra vez un número desconocido.
Eso hizo que me sintiera inseguro, y también temeroso.
- ¿Si? -respondí.
- ¿Quién eres? - la voz era masculina y grave, de algún lado parecía conocerla pero no tenía idea de dónde o cómo, y de forma extraña susurró de nuevo aquellas dos palabras y procedió a colgar la llamada rápidamente.
"¿Quién eres?" Fue la pregunta que él me había hecho.
Ahí entendí todo. Lo comprendo todo.
Estaba empezando a creer que tenía a un acosador a causa de esto, y cuando ya estaba por ignorar lo sucedido; volvió a llamar. Haciéndome varias veces la misma pregunta.
- ¿Quién eres?
- ¿Quién eres?
- ¿Quién eres?
- ¿Quién eres?
- ¿Quién eres?
- ¿Quién eres?
- ¿Quién eres?
En esas ocasiones quería responderle, pero mi voz estaba paralizada, me sentía muy atemorizado.
Ni sabía si responderle con mi nombre real o... fingir y hacerme pasar por otra persona, lo único que si tenía claro y entendido; era que a partir de esos días estaría completamente asustado sin saber quién era la persona que misteriosa tras el teléfono.
Me llamaba cada mañana y cada noche, haciéndome la misma pregunta... una y otra vez.
No era la primera vez que me sentía amenazado o señalado por alguien, las personas como yo acarreamos una numerosa cantidad de experiencias desagradables, y no solo hablo por el hecho de ser gay. Mi delgada y larguirucha, así como mi particular gusto en medios de entretenimiento fueron razones suficientes para que mis vecinos y compañeros de clases me volvieran un paria de los estratos sociales. Siempre señalado, menosprecia o ignorado; solía verme a mí mismo como una sombra, un fantasma que rondaba los concurridos pasillos de la escuela, atiborrados de miradas expectantes de quinceañeros, como si fueran chacales esperando a que una pequeña cría de antílope se tropezara para saltar sobre ella y descuartizarla hasta no dejar nada de más que despojos de lo que una vez fue. Un cascaron vacío que solía ser un joven con esperanzas, alguien que simplemente deseaba ser aceptado, que deseaba o poco de comprensión, que deseaba poder ir hasta su casillero sin que le dieran zancadillas, sin que tiraran sus libros, sin que robaran su mochila para que luego encontrara colgada en la copa de un árbol, sin que le dieran palizas en el baño hasta que rompiera a llorar y suplicara por piedad. Solo quería vivir sin tener miedo, ni siquiera quería que me aceptaran, solo me conformaba con que no me hicieran daño, siempre espere que de entre toda esa turba enardecida ansiosa por atarme y quemarme a mitad de la plaza del pueblo, de entre todas ellas alguna mágicamente demostrara un poco de lastima o compasión hacia mí. Pero nunca pasó...
Siempre tuve que en algún momento levantarme, recoger mis cosas, lavar mi cara y seguir con mi vida aparentando como si nada hubiese pasado. Como si simplemente me levantara después de caerme de la bicicleta. Y después, volver nuevamente al mismo sitio, ver nuevamente a mis agresores y esperar que otro pobre antílope fuera el que tuviera mala suerte ese día y se convirtiera en la nueva víctima. Y cada vez que volvía de esos días, lleno de moretones, ojos morados y nariz sangrante, teniendo que pedirle dinero a mi madre para reponer mis cosas dañadas. Mi padre siempre me hacia las mismas malditas preguntas: "Por qué no te defendiste" o "por qué no devolviste los golpes" y yo le decía "Por qué tenía miedo papá" tenía miedo de que siguieran golpeándome o que me golpearan mucho más fuerte o que no se conformaran con golpearme, que decidieran prenderme fuego o aplastar mi cabeza con una roca. Simplemente tenía miedo.
Suena tan fácil decirlo: "defiéndete" pero a la hora de la verdad tu mente es incapaz de reaccionar, sientes como si cada uno de tus músculos se paralizara, te empiezan a temblar las manos, sientes un escalofrío que te atraviesa la espalda como si fuera una flecha apuntando a tu corazón. Simplemente no puedes reaccionar, los ves a ellos y sientes como si un enorme autobús estuviera a punto de pasarte por encima, y tú solo sientes que lo único que puedes hacer es quedarte y observar, impotente, esperando tú final y esperar que dios se apiade de tu alma.
¿Qué puedes hacer ante un autobús? ¿O ante un grupo de chicos de secundaria? ¿O ante una jauría de perros salvajes? ¿O ante un acosador? ¿Qué puedes hacer cuando te paraliza el miedo?
Mamá... siempre me decía que cuando tuviera miedo le rezara a dios y este al ver el buen niño que era utilizaría su sagrado poder para darme la fuerza que necesitaba para afrontar mis temores...
Nunca lo sentí... cada vez que otro niño me golpeaba en la escuela y volvía a casa, le rezaba a dios para que me hiciera alguien valiente y con fortaleza. Cada vez que fallaba en la escuela y mi papá me esperaba con su correa de cuero en la mano listo para darme una buena tunda, al terminar de llorar con mis muslos ardiendo al rojo vivo, le rezaba a dios para que me hiciera más inteligente para dejar de reprobar mis exámenes o por lo menos más fuerte para que las golpizas de mi padre no fueran tan dolorosas y ninguna de las dos sucedía. Seguía sin poder entender bien mis exámenes y cada azote del cinturón de mi padre dolía tanto como el primero.
Al final... nunca sentía que dios hubiese hecho algo conmigo después de rezarle, no importaba cuantas veces lo hacía antes de acostarme o después de despertar, no importa cuántas veces leía la biblia una y otra vez o las veces que asistía a la misa de los domingos sin falta. Al final... nada cambiaba, todo seguía igual... seguía siendo el mismo niñito cobarde y solitario de siempre...
(...)
Asistí a mis clases regulares después del incidente de las llamadas, pese haber dormido también en el hotel ese trago amargo fue lo suficientemente fuerte como para arrebatarme unos cuantos años de vida. Y no era para menos. La mortificante idea de pensar en mi acosador asolaba mi mente como lo haría la ominosa figura del minotauro rondando el laberinto. Solo que la solución a este predicamento no se limitaría a traer conmigo un trozo de cordel atado a la cintura.
Entre a la clase de la señorita Martina, y me desplome en mi asiento como un costal de huesos, frotaba mis ojos con vigor en un afán de tratar de aliviar la migraña que sentía en aquel momento. Mi desdeñosa apariencia, naturalmente, atrajo la atención de mi querida amiga Emmelyn quien nada más el verme abrió tanto los ojos que casi me hacía recordar la cara de una pequeña rana arborícola, sin mencionar su expresión que denotaba una mescla de sentimientos entre la preocupación y un tremendo susto.
- Wow cerebrito, realmente te fundiste el cerebro estudiando para el examen, te ves como Frankenstein pero justo antes de que lo armaran. -expresó con su sentido del humor tan característico.
- El monstruo no se llamaba Frankenstein, ese era el nombre del doctor que le creo...- corregí casi de forma compulsiva al escuchar la inexactitud de las afirmaciones de mi compañera. - Y... ¿a qué te refieres con examen?
- ¡Al examen que vamos a tener justo ahora, genio! -devolvió con asertividad. - ¿No se debe a eso el que ahora luzcas como si un perro te hubiese regurgitado? Sally me dijo que te veías muy preocupado por llegar a casa para estudiar- agrego.
- Oh claro, es cierto, lo había olvidado por completo... maldita sea. -dije para luego azotar mi frente contra la dura fas de mi pupitre. - Eh... por cierto, Sally, ¿ella está bien? -dije intentando enfocar mi mente en otro tema ajeno al examen o a mi acosador.
- Sip, claro, ¿por qué no lo estaría? -devolvió expectante.
- Bueno, ayer la vi un poco alterada en el trabajo y se me hizo extraño...- no sé si deba mencionar el hecho de que ella me invito en una cita.
- Ahhh, ya veo... debe ser por su tratamiento de pastillas, hace poco se le acabaron y ayer no tuvo tiempo de reponerlas, creo que lo está pasando un poco regular-.
- ¿Pastillas? No sabía que seguía un tratamiento... -una incógnita menos con el tema de Sally pero al responder una pregunta muchas otras salen a la luz.
- Sí, si no recuerdo mal es un tratamiento para el tema del estrés, el que sea muy lista no le resta complejidad a cumplir con los deberes de la universidad supongo- reflexiono por un momento.
- Ya veo... -contesté zanjando ahí la conversación, no veía apropiado el seguir inmiscuyéndome en la vida personal de Sally, aun el que padezca de un trastorno de la ansiedad no explica el hecho de repentinamente invitarme a su casa sin ninguna razón aparente. Aunque quizás lo mejor sería dejar de pensar en ello por ahora, después de todo ahora tengo algunos asuntos que atender, y no estoy refiriéndome solo al examen del cual olvide estudiar solo por querer irme a un hotel a pasar el rato.
(...)
Son las 9:30 de la mañana y acabo de salir de terminar el examen, al final no fue tan malo como pensé, aunque el hecho de tener que lidiar con un posible acosador hace poner todo en perspectiva a decir verdad. Subestime el poder mi memoria y al final termino por sorprenderme, logre fluir bastante bien con las preguntas del examen, las palabras que una vez se me dificultaban entender y pronunciar, repentinamente resonaban en mi mente como si mis pensamientos se traducían instantáneamente a un idioma diferente, como cuando le cambias el idioma a la película de Netflix que estás viendo en el momento.
Al parecer era cierto lo que me decía Suno en su momento, solo necesitaba relajarme por un rato, dejar descansar a mi cerebro y poner la mente en blanco por un momento. El terminar tan exitosamente aquel examen que tanto me preocupaba lleno mi cerebro de tantas endorfinas que casi por un momento hizo que olvidar el tema del acosador. Y ahora que lo pienso ya más fríamente, ¿realmente es tan malo dicha situación en cuestión?, ¿realmente era una situación tan mala como para vivir aterrorizado el resto de mi vida rogando que un psicótico nunca llegue a encontrarme a mí o a mis seres queridos?
Realmente no podía descartar el hecho de que el tipo que me hablaba al otro lado teléfono fuera un simple idiota demasiado aburrido que encontró mi número en una guía telefónica y haya decidido divertirse a costa mía...
No podía conformarlo en ese momento... sentía tanto alivio que empezaba a ver todo a mi alrededor de un agradable color rosa... no podía confirmar nada y decidía ser optimista solo para alejar mi mente del terror paralizante al cual tanto temía...
El terror que solo estaba a punto de comenzar.