Capítulo II
Un apellido curioso
Mi padre una vez me dijo que la forma de aprender el trabajo que siempre deseamos, es pasar cada maldita hora de tu vida viendo a alguien hacerlo.
«Para poder llegar al puesto más alto, tienes que empezar por el más bajo –me aconsejaba–. Conviértete en una persona indispensable dentro de la compañía, esa con la que el dueño no pueda vivir. Sé su mano derecha, aprende como se mueve ese mundo y conseguirás más temprano que tarde, ascender a la cima».
Y básicamente, así lo he hecho, soy irremplazable y sin duda alguna, soy la mano derecha de mi jefa. El problema es cuando tu jefa es una grandísima hija de puta que decidió dejarte todo su trabajo de mañana, para que lo hicieras en la tarde, porque necesita tiempo libre para cenar con el nuevo CEO de la empresa.
Esta mano derecha sin duda alguna quiere enterrarse en forma de puño en su hermoso rostro operado.
Johana podría ser una hermosa mujer, una milf en toda regla, si así lo prefieren, pero por dentro era la persona más horrenda que podía existir sobre la faz de la Tierra, con la empatía de una piedra y el egoísmo brotándole por los poros.
Me dejé caer sobre la silla, sintiendo todo mi cuerpo entumecido y la espalda adolorida. En este momento siento que envejecí treinta años de golpe y cuando salga a la calle veré autos volando y robots.
Llevo mi mano a la nuca y siento los músculos tan tensos por el estrés que me cuesta algo de trabajo moverlos sin sentir un tirón. Si tan solo hubiera una forma de desestresarme... y automáticamente, llegan a mi mente los recuerdos del ascensor.
¿Cómo lo hizo?
Estaba a nada de sufrir un ataque de pánico y solo con su voz, sus ojos y una maldita moneda, me calmó en cuestión de segundos. Pero no fue solo eso, por momentos sentí que ese hombre era capaz de ver a través de mí, de leer mi mente, respondiendo cosas que yo no había dicho en ningún momento. Fue extraño, interesante, pero extraño.
Ahora me arrepiento de haber actuado como una idiota.
Siento el calor subir por mi rostro cuando recuerdo que se trataba del mismísimo Patrick Devon, el jefazo, el jefe de mi jefa, el jefe de todo ser que labure en esta empresa. Mi suerte no podía ser peor, ¿no podía haber hecho el ridículo frente a otra persona? Lo más probable es que mañana tuviera los papeles de mi retiro en el escritorio cuando llegara, ningún jefe con sentido común tendría a una empleada tan patosa como yo.
A menos que Johana de buenas referencias de mí...
¡Ja! Una carcajada histérica sale descontrolada que, estoy segura, retumbó en todo el piso. Si alguien más se encontrara aquí, seguro pensarían que me volví loca.
Johana Cannel en este momento debe estar echándole más leña al fuego; si por un milagro del señor, el jefazo comentó lo sucedido, esa mujer terminó de poner los clavos en mi ataúd. Con tal, un esclavo podría conseguirlo en cualquier otro lugar.
Mi relación mi padre no fue la mejor, pero siempre tuve en mente los consejos que me daban, desgraciadamente, en esta ocasión se había equivocado; no importó cuanto aprendí del negocio, con una jefa como Cannel, siempre sería la subordinada que pende de un hilo en todo momento.
Observo una vez más la hora en mi reloj de pulsera y son las ocho y doce minutos. Veo la cantidad de trabajo ridículo que he hecho y, aunque me falta relativamente poco por terminar, una rabia iracunda comienza crecer como un monstruo dentro de mí. No era justo; mientras yo estoy aquí, quemándome el cerebro haciendo su trabajo, esa mujer seguramente estaba en una habitación de hotel cinco estrellas chupándosela a Devon, o cabalgándolo. Estoy seguro que ese par, tan perfectos como son, también deben coger riquísimo y se lo están pasando bomba...
Y sin darme cuenta, mi mente comienza a divagar. No sé si fue por el cansancio o porque mi cuerpo estaba buscando una forma de quitarme el estrés, por lo que mi mente comenzó a mandarme señales subliminales, pero en mi cabeza comenzaron a llegar imágenes de Johana y Patrick teniendo sexo, intenso y apasionado.
Mi cabeza había convertido el cielo raso de la oficina en una pantalla de cine, donde los protagonistas eran ellos dos fundiéndose en movimientos pélvicos sugerentes y eróticos. Imágenes de Patrick proporcionándole un intenso placer que desfiguraba el rostro de mi jefa en una expresión de éxtasis desmedido. Recreé toda la anatomía del hombre; delgado, con una definición media, con un trasero pequeño, pero duro como el diamante y con una erección deliciosamente firme que no dejaba de taladrar en el interior de mi jefa.
Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que instintivamente abrí las piernas y mi desobediente mano estuvo a punto de alcanzar mi zona más íntima, de no ser que tropecé con la pata del escritorio y la vibración provocó que pequeña montaña de papeles se cayeran y regaran por el piso.
Me incorporé de un brinco, con el rostro ruborizado furiosamente y con las orejas calientes, sintiéndome más estúpida aun. Vi el reguero en el suelo y rezongué al cielo por mi mala racha. Con un gruñido moví la silla lo suficiente para que me diera espacio para poder arrodillarme y recoger los documentos. Eran varios, así que me tomaría un par de minutos... o eso creía. Cuando me faltaba solo un par de hojas, veo una sombra alargada y siniestra por la lámpara del pasillo entrando desde la puerta de mi oficina. Me asusté.
Era lo único que me faltaba, que un psicópata se hubiese saltado la seguridad y haya ido a asesinar a la única persona que aun yacía dentro del edificio.
Intenté incorporarme, pero mi cabeza se estrelló contra la parte baja del escritorio, haciéndome soltar todos los documentos que había recogido. Escuché una leve risilla burlesca proveniente del dueño de aquella estúpida sombra e inmediatamente deduje que, si se trataba de un asesino serial que iba a matarme, al menos no le permitiría burlarse de mi desgracia. Volteé y ahí estaba él, Patrick Devon, recostado en el umbral de la puerta, con una mano dentro del bolsillo de su chaqueta y mirándome con una sonrisa socarrona.
Inmediatamente caí en cuenta que estaba de rodillas, en el piso, con el culo en pompa en su dirección. Perfecto.
Gateé fuera del escritorio lo más rápido que pude y me incorporé de inmediato, planchando la falda recta y estirando como pude el chaleco del uniforme.
- ¿Todo bien? - Pregunta mientras entra en la oficina y se agacha para recoger, de nuevo, los papeles.
- Lo siento - balbuceo lo mejor que puedo y me agacho de inmediato para ayudarlo.
Él, después de tener un manojo de papeles sueltos en la mano y una carpeta, comienza a ojearlas, primero por encima, pero al instante frunce el ceño y empieza a leerlos detenidamente. Primero uno, después otro. Me mira a mí y luego las hojas, sonríe sarcástico y termina el trabajo. Ambos nos levantamos con un montón de papeles en las manos y lo acomodamos como podemos sobre el ya desordenado escritorio.
- ¿Esto no es trabajo de tu jefa? - Pregunta divertido, pero acuso un leve reproche en su voz.
- Ehm... - no sé muy bien que responder. Si le digo la verdad, regañará a Johana y ella me tirará la bronca del siglo y no quiero tener de enemiga a la Reina Regente ni por asomo.
- Reformulo - me interrumpe y yo aprovecho para callarme. - ¿Sabes exactamente para qué son todos estos documentos?, ¿los leíste, analizaste y firmaste a consecuencia?
- Sí, señor - respondo como autómata.
- ¿Cuánto tiempo llevas haciendo este trabajo? No tu trabajo de secretaria... sino esto, firmando documentos importantes de la empresa y... - echa un vistazo al monitor de mi computadora, donde tengo un archivo de Word abierto con la redacción de un contrato para una nueva fábrica de seda -, redactando contratos.
- Nueve meses, señor.
- ¿Cuánto tiempo tienes trabajando con nosotros?
- Este sería mi segundo año.
- Entiendo.
Bajé el rostro, avergonzada. Por alguna razón no era capaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo, tampoco sabía que decir en ese preciso instante. Anteriormente pude hablarle con naturalidad porque pensaba que era un desconocido... aunque, técnicamente, lo era en ese momento. Pero ahora que sé que es mi jefe máximo, me siento un poco intimidada. Tampoco es que tenga otra cosa que decir, solo estoy respondiendo a sus preguntas.
Un silencio que me parece excesivamente incómodo nos invade por un momento y yo solo estoy deseando que se marche para poder terminar mi trabajo y largarme. Sin embargo, el parece no estar por la labor.
- El Arsenal parece que por fin tendrá buen año.
Ese comentario tan random me descoloca. Alzo la vista y parpadeo un par de veces en su dirección, mientras asimilo lo que dice. En un instante de lucidez, las palabras caen en su lugar, entiendo por fin lo que ha dicho y frunzo el ceño; soy hincha del Arsenal Football Club inglés desde siempre, mi padre inculcó ese amor y a pesar de que nunca los he visto jugar en vivo, a diferencia de mi padre, siento que el amor que le tengo a ese equipo es igual o mayor a cualquier londinense. El problema es que nadie en la oficina sabe que me gusta ese equipo...
¡Ni siquiera saben que me gusta el fútbol!
¿Cómo es posible que un señoro el cual me conoce desde hace unas horas, pueda saber que soy fanática del Arsenal?
- ¿Cómo... cómo supo que le voy al Arsenal?
Se encoge de hombros antes de responder. - Uñas rojas, el pequeño cañón en el dedo meñique y - señala el fondo de pantalla de mi teléfono celular en el escritorio que por algún motivo, está encendido; es una fotografía donde estoy con mi mejor amiga y uso una camisa del equipo -, no he conocido a una mujer que use una camisa de un equipo de fútbol porque es bonita.
¿Qué carajos?
Lo de la camisa puedo entenderlo, está a la vista y el Arsenal es un equipo famoso, pero las uñas, ¿cómo supo que las pinté por ello?
- ¿Le gusta el fútbol?
- Para nada - responde risueño y yo solo me confundo más. - Pero conozco al equipo.
Esas palabras me provocan curiosidad y rápidamente caigo en cuenta de su curioso acento. - ¿Es inglés?
- Australiano, pero viví un tiempo en Londres.
Ahora todo tiene sentido. Asiento como una bobalicona, sintiendo que cada vez me cae mejor. Lo veo peinar sus rizos cabellos hacia atrás y presto atención a ese sutil movimiento que lo hace ver muy atractivo. Las imágenes de mi loca fantasía vuelven a mi cabeza y niego rápidamente, intentando disiparlas.
- Lo siento... debo terminar esto.
- No.
- ¿No?
- No - repite risueño, retirando los papeles de mis manos con un sutil movimiento y dejándolo sobre la mesa. - Déjalos, es tarde, los harás mañana.
- Pero la señora Cannel...
- Ya me encargo yo de eso. Después de todo, vine para realizar el trabajo que estás haciendo ¿Qué jefe sería si no conozco ni a nuestros distribuidores?
- ¿Seguro, señor? - Vuelvo a preguntar, nerviosa y a la vez aliviada.
- Dime Patrick, por favor.
- No.
- ¿No?
No puedo evitar soltar una carcajada en mi cabeza, aunque no la exteriorizo. Me resultó sumamente gracioso haber sido yo la que lo dejó sin habla esta vez.
- Es mi jefe, no sería correcto.
- Bueno, tú jefe te está ordenando que me llames Patrick, no «señor» - dice tajante y me remuevo incómoda. Tengo por norma general no relacionarme con mis superiores y tener que tutearlo, rompe con eso. - Por cierto, tenemos todo el día encontrándonos en situaciones extrañas y no me has dicho tu nombre.
- Ahm... - balbuceo estúpidamente. Carraspeo para aclararme la garganta y respondo: - Teresa, Teresa Alfonso, se... Patrick.
- Alfonso, ¿eh?
- ¿Usted si me llamará por el apellido?
- Bueno... Teresa es nombre de señora mayor y no pega con tus... ¿veintidós, veintitrés años? - Dice y no puedo evitar ruborizarme ¿Cómo que de señora mayor? - Y Alfonso es un apellido curioso... es primera vez que lo escucho.
- ¿Primera vez?
- Sí, solo lo he escuchado como un nombre... de hombre.