Capítulo V
Cena conmigo
Los días habían transcurrido sin mucha novedad aparente, más allá de que tenía que acostumbrarme a esta nueva rutina de estar en el mismo lugar con un hombre que me ponía sumamente nerviosa. O al menos las pocas horas que pasaba en su despacho.
Patrick había pasado más tiempo fuera de la Torre Shibari, que en ella. Aun así, se las arreglaba para que el trabajo no se le acumulara. Tampoco me dejaba trabajo extra a mí, como lo hacía mi antigua jefa y eso me parecía sorprendente, ¿cómo lo hacía? No tenía ni la más remota idea, pero parecía un robot.
Aun así, aprendí muchas cosas de él; es un tipo que no tiene ningún tipo de filtro para decir las cosas; lo que cree, lo dirá sin contemplaciones ni empatía. No le importa si te molesta o no... y lo peor, es que lo dice de una manera tan... cínica, tan neutral, que parece que no lo hiciera para ofender o algo por el estilo. Lo dice porque es cierto y punto.
Otra cosa que descubrí es que el tipo realmente tiene poderes sobrenaturales. Era ridícula la capacidad que tenía para leer al resto y como solía usar eso a su favor, usando juegos mentales y confundiendo a las personas. Es como si realmente fuera capaz de leer la mente de los demás, o al menos así lo intuía. Por suerte, había obtenido una víctima favorita para eso, Johana Cannel; consiguió sacarle tanta información confidencial en tan poco tiempo, que descubrió cosas que nadie más sabía. Por ejemplo, que la totalidad de las modelos actuales que tenía la empresa, provenían de una supuesta «agencia» que nadie reconocía.
Tampoco era la persona más profesional del mundo... de hecho, era muy poco profesional. Rápidamente me di cuenta que es alguien que odia los protocolos y no solo eso, sino que goza saltándose las reglas, cosa que en ocasiones es hasta divertido de ver, especialmente cuando se tenía que reunir con el resto de los directivos.
Si había una cosa en la que resaltaba Patrick, era en su inteligencia; asistí a un par de reuniones en donde lo ayudé a presentar un par de proyectos que armó en apenas un par de semanas como CEO de la empresa. El primero se enfocó en la visión del marketing de Shibari Lengerie, especialmente en la reestructuración de todo el paquete promocional que teníamos. Al ser una empresa que se debía, en gran medida, a la publicidad, era idóneo que esta pudiera estar y encontrarse en cualquier lugar. Su objetivo principal era golpear de lleno en internet, comenzar a usar con más contundencia las redes sociales y empezar a disminuir la cantidad de propagandas que pagábamos en la televisión.
Según sus propias palabras, «parecíamos de la época de lCretáceo, metiendo tanta plata en un medio obsoleto».
El segundo proyecto estaba dedicado al tema de las modelos y a resolver el problema económico que teníamos en esa área. Sorprendió a todos al proponer que dejáramos de contratar modelos y nos enfocáramos a trabajar con mujeres «reales», que se adecuaran a los cánones de belleza de todas. Aplaudió la iniciativa de su padre en dedicarse a emplear modelos nóveles, pero debido a los problemas que estaba provocando, era una forma de solucionarlo. Especialmente cuando en este país, podías encontrar mujeres bellas hasta debajo de las piedras.
Fue divertido ver los directivos lidiar con la personalidad de Patrick. Incluso podría asegurar que más de uno tuvo que buscar ayuda psicológica después de esta primera trabajando con él. Era un show verlo aplicar sus trucos mentales... o lo que sea, en esos ancianos que, según ellos, sabían más que todo el mundo sobre cómo manejar la empresa.
El que más se opuso a las propuestas de Devon fue el Director de Marketing, el señor Óliver Gonzáles. Era un hombre de unos cincuenta y tantos años, con una panza incipiente y un rostro congestionado oculto detrás de una espesa barba moteada de blanco y negro. Siempre pensé que Gonzáles era lo más parecido a un ogro que alguien podría ver en la vida real, alto y robusto, con una expresión perturbadora siempre.
Él era el encargado principal de todo lo relacionado, valga la redundancia, con la publicidad de la empresa y, nadie podía negarlo, tenía una excelente visión para ello, aunque no lo pareciera. Había conseguido hacerse con vallas publicitarias importantes de todo el país, quitándole lugar a marcas reconocidas de otros productos, como de cerveza, a su vez había logrado recabar una buena cantidad de publicidad en la televisión.
Gonzáles también era quien se encargaba de contratar a las modelos. La entrevista corría por su cuenta y era sumamente exigente con ello, los estándares que tenía para admitir a una, eran elevadísimos, a pesar de que todos sabíamos que eran principiantes. El principal requisito es que tenía que ser una representación en la Tierra de la misma Afrodita, con un cuerpo espectacular y un rostro digno a una muñeca. Incluso, algunas chicas tuvieron que asistir a varias sesiones de prueba en el estudio encargado para ello para poder conseguir el contrato.
Aun así, agradecía todos los días no tener que trabajar en su misma área, porque habían muchos rumores de pasillo que sugerían que era un «mano suelta», un acosador que siempre decía piropos asquerosos a las trabajadoras. No me constaba, estaba claro, pero prefería mantenerme lejos de él.
La única persona que se mostró dócil y a favor de cualquier cosa que decía Patrick dentro de las reuniones, era Cannel, quien ya se veía completamente perdida bajo los encantos masculinos que destilaba cuando era un sinvergüenza egocéntrico.
Tampoco podía culparla por ello, con cada día que pasaba, el maldito se veía mucho más atractivo, especialmente cuando se hacía el payaso y contaba algún chiste o anécdota estúpida en el despacho que hacía que mis días fuesen más llevaderos.
Cuando estaba, claro está.
Me encontraba sola en el despacho, revisando las facturas del próximo mes para indicarle el aumento que tendría la compra de material. Los proveedores habían avisado dos meses antes que sus costos aumentarían, pero la ex Reina Regente no había hecho nada al respecto. Ahora, teníamos el presupuesto armado, pero ese diferencial descuadraría toda la ecuación.
En mis oídos sonaba la voz de Ariana Grande, Jessie J y Nicki Minaj cantando Bang-Bang. No era mi estilo de música favorito, pero esa canción tenía un nosequé que me encantaba.
Movía la cabeza al ritmo de la música, tarareaba y cantaba la canción mientras movía las caderas al compás de la pegajosa melodía. Me levanté un par de veces para buscar las facturas del mes anterior para anexarle un comparativo a Patrick en la carpeta, justo en el momento que comenzó a sonar el coro. Instintivamente empecé a bailar como si estuviera comiéndome la pista, moviendo el trasero y cantando a todo pulmón:
- Bang bang into the room, eh eh, Bang bang all over you, eh eh, Just wait a minute, let me take you there, ah, And wait a minute 'til you, hey!
Cuando me giré con un exagerado giro de caderas, la imagen de Patrick apoyado en el umbral de la puerta que daba a la escalera de emergencia, observándome y sonriendo, me sorprendió.
Casi me da un ataque de cardíaco, las hojas se escaparon de mis manos y los auriculares salieron volando por culpa del respingo.
Esta era otra cosa que odiaba de él; parecía un maldito gato ninja de lo sigiloso que era. No era la primera vez que me sorprendía de esa manera y, estaba segura, no sería la última.
- ¿Por qué te detienes? - Preguntó entre risas, caminando por fin hasta la oficina.
- Lo siento - mascullé, arrodillándome para recoger los documentos de la moqueta.
- Si lo dices porque cantas fatal, acepto tus disculpas - se burló. Rodé los ojos y me incorporé. - ¿Resolviste lo de las facturas?
- Sí, estaba buscando la del mes anterior para que veas la comparativa - dije, metiendo la última hoja dentro de la carpeta antes de entregársela.
- Perfecto - dice, apoyándose sobre mi escritorio. Yo me quedé ahí parada, sin saber muy bien que decir. - ¿Qué cantabas?
Esa pregunta me toma por sorpresa, de hecho, estuve a punto de soltarle un «no es tu problema» sin darme cuenta. Me controlo, a mí y a mi impulso de idiotez.
- Una canción - respondo escuetamente.
Sonríe y siento que cada vez me gusta más esa curvatura socarrona. - Lo sé, Alfonso... pero cuál.
- Bang-Bang de Jessie J, Ariana Grande y Nicki Minaj, señor.
- Pensé que te gustaba otro tipo de música - dice, dejando los papeles en el escritorio.
Introdujo las manos en los bolsillos de su blazer y me miró directamente. «Y lo hace», le respondo en mi cabeza, pero ni loca se lo hago saber, así que preferí encogerme de hombros.
Se levanta al fin de mi escritorio y se dirige al suyo. Yo aprovecho y me siento, ordenando un poco los papeles sueltos y las anotaciones que dejé por ahí y por allá. También me ocupo de guardar los auriculares en su pequeño estuche y de quitar el reproductor de música de mi celular. Cuando veo la hora, noto que son pasadas las cuatro de la tarde, por lo que queda relativamente para mi hora de salida.
Suspiro de satisfacción, me acostumbré demasiado rápido a salir en un horario de oficina normal. Con ese último envión de ánimos, abro el correo electrónico y estoy a punto de escribirle a contabilidad para indicarle las diferencias en los costos, cuando Patrick vuelve a hablarme.
- ¿Tienes planes hoy? - Parpadeo un par de veces, incrédula de lo que acabo de oír. Por un momento me vuelvo muda y las palabras no salen de mi boca. - ¿Te comió la lengua el gato?
- No, señor - digo como una autómata, regañándome mentalmente por ser tan lela.
- ¿Volvimos al señor? - Pregunta. Estoy a punto de responderle, pero me interrumpe. - ¿No a la cena o no te ha comido la lengua tú mascota?
- No me ha comido... - un momento, ¿cómo sabe que tengo un gato de mascota? - ¿Cómo supo que tengo un gato?
- Digamos que los pelos son parte de tu outfit - dice mirando fijamente el monitor y después a mí. Miro mi uniforme y, es cierto, los pelos de gato son difíciles de eliminar, especialmente cuando tienes una angora consentida que se pasea y hecha en cualquier lugar de la casa. Lo observo fijamente y me pregunto si está tirando una puya para indicarme que sea más cuidadosa con mi atuendo, pero... - No me molesta - él se adelanta y me responde.
- No me ha comido nadie la lengua... - digo, rodando los ojos, cada vez más acostumbrada a sus arrebatos de adivino. - Y creo que es la forma más correcta de dirigirme a usted, señor.
- Te dije que era Patrick, Alfonso. Y no voy a tolerar que me sigas diciendo señor, apenas tengo treinta años - dice, ahora mirándome por fin, regalándome otra sonrisa de comercial. - ¿Y entonces?
- ¿Entonces qué?
- Te gusta jugar conmigo, ¿verdad?
Ahora soy yo la que sonríe sin poder evitarlo. Este tira y afloja se ha vuelto parte de mi rutina cuando él está en la oficina y me encanta. Es con la única persona de la compañía con la que le he visto ese nivel de confianza... ah, y con la tal Courtney, claro está.
- No, se...
- Patrick.
- Paaaatrick - digo con un fingido tono cansado, arrastrando la «a» con flojera, lo que le causa gracia.
- Es viernes, cena conmigo hoy.
¿Qué?
¡¿QUÉ?!
La petición me golpea como un balón de fútbol en toda la nariz, de sorpresa. Muevo la cabeza de un lado a otro enérgicamente. No pienso cenar con él ni porque me pague, es mi jefe, ¿se imaginan la que se armaría si se enteran que salí a cenar con mi jefe? Si hay algo que me gusta de mi personalidad es que paso desapercibida para la mayoría de las personas y me gusta que sea así. No quiero verme envuelta en ningún chisme de pasillo.
- No - digo brevemente, pero sin mucha convicción.
- Sí, cena conmigo.
- Uhm, uhm.
- También te gusta llevarme la contraria.
- No, señ...
- Patrick, Alfonso, grábatelo. No me gusta que me digas señor.
Se acercó otra vez, eliminando por completo la distancia entre nosotros. Su proximidad me perturba tanto como se me hace irresistible, al punto que presiento que me va a besar... o soy yo la que está a punto de hacerlo. Me recompongo como puedo y carraspeo fuertemente.
- No ceno con jefes.
- Conmigo sí - insiste una vez más, ¿por qué lo hace?, ¿por qué quiere salir conmigo? Veo un atisbo de sonrisa y noto como un pequeño hoyuelo se forma en la comisura de los labios. - Tranquila, Alfonso, no te voy a besar... aún.
Esa última palabra, ese «aún» hace que me tiemblen las piernas. Sé que está jugando con mi mente, es uno de sus estúpidos juegos, pero no puedo evitar sentirme deseada y eso provoca cosas en mí. Trago grueso y noto como el calor se apodera de mi cuerpo. Estoy sonrojada, lo sé porque percibo el calor en mis orejas, cuando eso pasa, es porque la sangre se acumuló en ellas, pintando mi rostro de un rosa intenso.
Ahora, si sonríe, victorioso y satisfecho. Se aleja de mí caminando un par de paso hacia atrás antes de girarse completamente. Primero va hacia su escritorio y toma su celular y después se dirige al ascensor.
- Paso por ti a las siete y media, ¿te parece bien? - Pregunta y yo asiento como uno de esos muñequitos cabezones que suele haber en los camiones. - Perfecto, me recomendaron un buen restaurant y quiero conocerlo. Ponte guapa, es un sitio elegante, supuestamente. Quiero presumir.
Las puertas dobles del ascensor se cierran ante mis ojos, quitando de mi visión a ese hombre que me está enloqueciendo.
Y yo me quedo ahí, mirando las puertas metálicas como una imbécil.
Tengo tantas ganas de golpearlo, como de golpearme a mí misma. Deseo gritarle, pero ya no tendría caso, debe estar llegando a la planta baja.
Gruño con toda la frustración sobre mis hombros y me dispongo a recoger mis cosas para marcharme, cuando escucho que me llega un mensaje a mi teléfono personal:
«Soy Patrick, este es mi número, agéndalo. Sé dónde vives, si no estás lista a las siete y media, entraré y te obligaré a vestirte yo mismo».