Capítulo III
El despacho del CEO
El sueño se esfumó inmediatamente cuando el despertador comenzó a sonar. Me revolví entre las sábanas, sintiendo la almohada arrastrándose con el movimiento de mis pies. Abrí un ojo, aun somnolienta, preguntándome cómo demonios había terminado en una posición totalmente invertida a la que me había acostado. No le di mucha importancia, después de todo era algo común en mí, me incorporé, retirando la manta que terminó de caer al piso.
Me quedé en esa posición aun luchando con el sueño, bostecé fuerte y estiré los brazos, desperezándome antes de abandonar por completo la comodidad de mi cama.
Entré al baño y comencé con mi ritual matutino; lavé mis dientes cuidadosamente, había usado ortodoncia toda mi infancia, hasta bien entrada mi adolescencia. Procuraba cuidar de mi dentadura lo mejor posible.
Después me metí en la ducha y el agua fría golpeó mi cuerpo con crudeza. Adoro esa sensación del agua helada sobre mi piel, es como si me limpiara más profundamente, retirara todas las asperezas y suciedad que no solo habían en la superficie de mi cuerpo, sino en mi interior. Y esa mañana necesitaba ser purificada en exceso.
Anoche, apenas llegué a mi casa, le hizo los mimos correspondientes a Kirara, mi gata angora. Después me desvestí rápidamente y tomé una lata de cerveza de la nevera para serenarme un poco después del alocado día que había tenido y me dispuse a revisar mis redes sociales y a conversar con mis amigos. Cuando el cansancio se apoderó de mí, me acosté y, apenas cerré los ojos, las imágenes lujuriosas del estúpido Patrick volvieron a atacarme.
No podía conciliar el sueño porque una película porno de mis jefes se montaba en mi cabeza y en la privacidad de mi casa, estando mucho más relajada, eso me calentó. Sí, no pude evitar autosatisfacerme pensando en ese par y, ciertamente, no podía culparme. Básicamente eran las personas más hermosas que había visto en persona. Pero poco a poco, el rostro de Johana Cannel fue desapareciendo hasta ser sustituido por el mío y fue de esa manera que alcancé el orgasmo.
Me había hecho una paja fantaseando con mi jefe.
¡¿Pero que me había hecho ese tipo?!
Embadurné la esponja de baño con jabón líquido y tallé cada parte de mi cuerpo con fuerza, casi con rudeza. Me sentía cochina. Cochina y loca, porque solo una loca fantasea con su jefe que acababa de conocer. No importaba que pareciera ser psíquico, y mago... y adivino. No, eso no estaba bien.
Salí del cuarto de baño y busqué mi uniforme prolijamente planchado y colgado en el clóset. Lo tendí sobre la cama y rebusqué sobre el cajón de la ropa interior. Descarté unas cuantas mudas sin motivo aparente. Eran normales y varias las había usado ya para ir a trabajar, pero ese día quería usar algo diferente... ¿Por qué? No lo sé. Al fin escogí unas bragas tipo tanga color rosa con pequeñas florecitas de encaje, tomé el sujetador que hacía juego con ellas y me las puse. Me coloqué las pantimedias y empecé a embutirme el uniforme; la falda recta azul oscuro, la camisa blanca y pulcra, el chaleco del mismo color de la falda y me colgué el porta-carnet en el cuello. Finalicé el atuendo con unos zapatitos negros de tacón pequeño y me hice una pequeña cola de caballo alta. Mi cabello lacio y castaño oscuro apenas rozaba mis hombros, por lo que cualquier peinado que me hiciera, siempre quedaba «pequeño».
Me miré al espejo y apenas me maquillé; algo de brillo en los labios, un poquito de rubor y un delineador alrededor de los ojos. Normalmente me esmeraba mucho más en mi aspecto personal para ir a trabajar, pero por alguna razón quería lucir lo menos llamativa posible ese día... si es que eso era posible.
Vivía en un pequeño departamento cerca del terminal de San Jacinto, por lo que ir en auto a mi trabajo no me tomaba más de veinte minutos, que podrían ser menos de no ser por el maldito tráfico.
La Torre Shibari estaba en la avenida Las Delicias; sí, peculiar nombre, pero que calzaba al perfección por la cantidad de centro comerciales, tiendas de todo tipo, restaurantes y, especialmente, edificios empresariales.
Después de pasar el último semáforo, doblé hacia la derecha y el enorme logotipo de la marca apareció ante mí. Básicamente, era el nombre escrito con una soga en una letra cursiva, junto al kanji japonés «縛り». Para los que no lo sepan, Shibari significa literalmente «atadura» y es un estilo de bondage japonés. Algo sádico, si me lo preguntan, pero al ser una empresa dedicada exclusivamente a la lencería para mujeres adultas, calza a la perfección.
No nos engañemos, cada vez es más común que chicas jóvenes y ya no tan jóvenes tengan como fetiche ser atadas y, quizás, eso es lo que ha hecho que la marca se vuelva tan famosa.
Una vez entré al edificio y pasé el carnet por el lector para anunciar mi hora de llegada, siento una mirada incipiente sobre mí. Cuando volteo, me encuentro al señor Devon. Inmediatamente me hago la loca y sigo mi camino. Después de lo de anoche, lo menos que quiero es saludarlo.
Subo al ascensor con una actitud cuasi paranoica. No quiero volver a pasar otro rato encerrada en ese maldito cajón de la muerte. Cuando llego a mi piso, veo algo que me llama la atención; unos obreros están moviendo muebles de mi oficina.
Pido disculpas y entro para ver qué demonios está pasando. La mitad de los archiveros ya no están, la computadora tampoco está y dos hombretones están levantando mi escritorio. Miro hacia el despecho y veo a mi jefa hablando por teléfono a través de las paredes de cristal. Camino hacia ella y toco la puerta levemente, ella me ignora por unos cinco minutos, hasta que se digna a colgar, suspira sonoramente y se sorprende al verme.
- ¿Teresa?
- Buenos días, jefa - ni loca le digo «señora Cannel», se ofende si la llamo de esa forma. Sin embargo, decirle jefa siempre le sube el ego. - ¿Qué está pasando?
- Patrick pidió cambios, ya no soy tu jefa.
Lo primero que pienso es que Patrick Devon me corrió. Esa escenita de anoche solo era para burlarse de mí y su plan desde un principio era echarme a patadas, por eso me pidió que dejara lo que estaba haciendo.
Intento calmarme, en no pensar lo peor y vuelvo a insistir. - ¿A dónde llevan mis cosas?
La mujer me mira con una expresión que grita «¿Por qué sigues aquí?», pero no me importa. - No tengo idea. Pregúntales a los obreros - dice y vuelve su atención a la computadora.
Ruedo los ojos y salgo del despacho, siguiendo a los hombres que cargan mi escritorio. Caminamos por las escaleras hasta el piso de arriba, lo cual se me hace extraño, porque arriba solo existe un solo despacho, y es el de...
No puede ser.
Mis miedos se confirman cuando los hombres atraviesan la enorme puerta doble, adentrándose a un despacho gigantesco, sin divisiones. Los enormes ventanales al fondo otorgan una vista hermosa de la ciudad, incluyendo sus grandes obras arquitectónicas, como la Torre Sindoni. Justo delante de los grandes cristales traslúcidos hay un inmenso escritorio de color café natural, con la parte superior forrada en cuero y una silla presidencial ridículamente grande. A la izquierda hay un pequeño bar con varias botellas de licores y una pequeña nevera de oficina. A la derecha están ubicando mi escritorio, los obreros están abriendo agujeros en la moqueta para introducir los cables a la red principal.
Este es el despacho del CEO, el que ocupará Patrick Devon ¿Por qué demonios están instalando mis cosas aquí?
Uso el ascensor que está al fondo, resignada en que no trabajaré mientras terminen de instalar mis cosas y me dirijo a la cafetería. Al menos podré desayunar algo.
Después de pedir un sándwich de jamón y queso y un té frío de limón, tomo mi asiento y les escribo a mis amigos a través del grupo de WhatsApp que creamos para estar al tanto de los últimos chismes de la compañía. La primera en escribir eufórica es Felicia, quien no deja de enviar emojis con caras pícaras y fueguitos.
Felicia: «Miren a quien se levantó la Teresa»
Carlos: «¿Ahora serás secretaria del jefe mayor? ¿Qué pasó con la Reina Regente?»
Rolando: «Pues se le acabó el reinado, claro. Ahora llegó el verdadero Rey»
Felicia: «Y parece que Teresa será su nueva copera jujuju»
Teresa: «Son imbéciles todos»
Felicia: «JAJAJAJAJAJA»
No puedo evitar reírme frente a la pantalla antes de bloquearla y disponerme a comer. Pero antes de dar el primer bocado, siento de nuevo otra mirada taladrándome la nuca. Frunzo el ceño y empiezo a buscar en todas las direcciones hasta que lo encuentro, escondido detrás de un periódico, viéndome. Es Patrick una vez más.
Después de comer, decido ir hacia contabilidad para solicitar unos recibos de pago para uno de nuestros proveedores. Veo que Devon pasa a mí lado, siguiendo de largo hasta entrar en la oficina del jefe del departamento. Siento que vuelve a mirarme inquisidoramente, que me estudia y analiza y, cuando me atrevo a mirarlo de reojo ¡Ahí está! Tomo los documentos rápidamente y me marcho hasta la fotocopiadora para escanear los archivos y enviármelos a mi correo empresarial.
Esa rutina se repitió varias veces en el día; a donde iba, me lo encontraba, no importaba a donde fuera. El único lugar donde no lo vi observándome fue las veces en las que asistí al tocador. Me estaba poniendo realmente nerviosa, ¿será que no me equivoqué y realmente era un acosador? Mira que la forma como en la que apareció anoche fue espeluznante, pero que me esté vigilando todo el día superaba por mucho el nivel de perturbador.
Cuando el reloj marca las doce, estoy realmente aburrida. Me acostumbré a tener tanto trabajo que no tener casi nada que hacer durante el día me estaba matando de flojera. Lo único que hice fue deambular de aquí para allá, visitar algunos departamentos, sacar copias que necesitaba o preguntar ciertas cosas. No sabía a ciencia cierta cuales serían mis nuevas obligaciones, dudaba enormemente que Patrick sería igual de desobligado que Cannel y me haría hacer su propio trabajo. Eso me genera dos nuevos pensamientos; uno, que inconscientemente, empecé a llamarlo Patrick y no señor Devon, obedecí sin querer. Y dos, la imagen de Johana Cannel teniendo que trabajar en serio me da satisfacción.
Sonriente, voy hasta la cafetería y, por primera vez, no tengo que hacer fila para pedir mi almuerzo. La cafetería semi-vacía es algo extraño para mí. Le escribo una vez más a los chicos que ya estoy abajo y todos me avisan que ya están por bajar. Decido pedir algo ligero; pollo a la plancha y una ensalada césar.
Poco a poco la cafetería comienza a llenarse de personas y mis amigos llegan uno a uno, saludándome a la distancia y caminado directo a la fila antes de unirse a mí en la mesa.
- ¿Y cómo ha estado tu día con el nuevo Rey? - La primera en preguntar, siempre directa al grano como la chismosa que es, es Felicia. Esa morena era el demonio cuando se trataba de cotillear. Prefería caer en un agujero negro antes de caer en su lengua.
- Aun no tengo «un día» con el Rey - le digo ante la atenta mirada del trío. - De hecho, ni siquiera me he sentado en el despacho, están acondicionando mi escritorio y eso.
- ¿Y cómo es el despacho del CEO? Nunca he ido - Cuestionó Carlos. Al trabajar en la zona de seguridad, su área de trabajo está en la planta baja, por lo que nunca ha tenido la oportunidad de ir a la última planta.
- Es gigante - digo sonriente. - Tiene unos ventanales enormes con vista a la ciudad y eso me encanta. Pero tiene moqueta y eso no me gusta mucho, cuando tiene mucho polvo me da alergia.
- Quiero esa vista - se queja Felicia con un fingido drama. - Yo solo tengo vista al estacionamiento y a un par de árboles.
- Yo tengo una vista directa al... tráfico, da a la avenida así meh, da lo mismo - dice Rolando dándole un mordisco a la hamburguesa que pidió de almuerzo.
- Y hablando de reyes... - Felicia casi ronronea las palabras y voltea hacia mi espalda.
Cuando sigo la mirada me encuentro a Patrick llegando con Cannel al cafetín. Creo que es la primera vez que veo a esa mujer entrar a este lugar y noto que no soy la única, ya que varios pares de ojos la ven, extrañados. Están conversando de algo y pasan a nuestro de lado y, mientras parecen que nos ignoran, yo noto una efímera mirada que me da el jefe de reojo. O no sé si es que ya estoy paranoica. Ese hombre me pone de los nervios.
- Creo que esta vez sí le llegó el fin del reinado a Cannel en serio - dijo Rolando. Los tres lo vemos interrogante y el continúa. - Mira cómo está la empresa, no se habla de otra cosa que no sea de Patrick Devon, la mitad de las mujeres están babeando por él y las que no, no dejan de hablar de lo misterioso que es.
- Bueno... realmente tiene un aire misterioso.
- Ni que lo digas... - digo, creyendo que lo pensé. Cuando reparo en que lo dije en voz alta, noto la mirada inquisidora de mis compañeros. - Bueno... el tipo parece un mago... a ver - intento explicar, pero cuando veo la expresión aún más confundida de mis amigos, me detengo para darme a entender mejor. - Cuando me quedé atascada en el ascensor, él estaba también.
- Eso lo sabe todo el mundo, Teresa. Cannel casi le da un infarto cuando se enteró y lo gritó por todos los pasillos - dijo rolando volviendo a dar otro bocado.
- Bueno, bueno. Me estaba dando un ataque de ansiedad, odio los lugares cerrados, pero él me calmó de una forma... rara, con una moneda. Si les soy sincera, parecía que me estaba hipnotizando.
- ¿Hipnotizando?
- Sí. También, anoche me tuve que quedar hasta tarde por culpa de la Cannel y él llegó a las ocho de la noche porque quería revisar algo antes de irse o algo así. El tipo dedujo que, no solo me gusta el fútbol, sino que equipo me gusta solo por el color de mis uñas y una tonta foto.
- Espera, ¿te gusta el fútbol? - Me replica Carlos. Sé que él también es fanático, pero nunca quise decirle algo. Durante mi primer año tuvo una insistencia conmigo, quería que saliéramos aunque después lo dejó y terminamos siendo amigos. No quería darle un tema en común más para agarrarse de él.
- Sí, pero ese no es el caso ¿Cómo demonios supo eso si nadie lo sabe?
- Quizás es psíquico - comentó Felicia.
- O un psicópata que te estaba vigilando - bromeó Rolando, provocando las risas en todos.
Nos dedicamos a comer a disfrutar de nuestros almuerzos, hablando de banalidades y pasamos un buen rato. Cuando el reloj marca las una y cuarenta y cinco, mis amigos comienzan a retirarse y yo los sigo, hasta que me llega un mensaje de texto al teléfono corporativo.
«Señorita Alfonso, su nuevo puesto de trabajo está listo, preséntese después del almuerzo. Por cierto, agregue mi número, soy Patrick».