Capítulo IV
Modelos y machorras
Tomé el ascensor y tuve que rectificar el piso al quería ir. La costumbre de presionar siempre el botón número nueve me había jugado una mala pasada, ahora tenía que ir al número diez.
Me tomó básicamente los mismos minutos alcanzar la cima de la Torre Shibari, la diferencia fue cuando las puertas se abrieron y el inmenso color caoba y madera clásico de las paredes y los muebles, muy diferente al beige soso del despacho de Cannel, me recibieron.
Cuando me adentré al lugar, observé que Patrick ya estaba sentado en su escritorio. Estaba totalmente clara que no era un hombre súper alto, apenas y debía rozar el metro ochenta, si es que lo alcanzaba, pero delante de ese mueble ridículamente grande, sentado en una silla inmensamente alta y con los colosales ventanales y una hermosa vista del paisaje urbano detrás de él, se veía diminuto. Sonreí ante esa sensación, imaginar a ese hombre tan altivo reducido a un pequeñín me causó mucha gracia.
- Buenos días - saludé con cortesía, pero él no dignó ni a mirarme.
Fruncí el entrecejo ante el mutismo de mi jefe y caminé con paso decidido hasta mi escritorio. Me sorprendí al ver que la silla era nueva, de color café claro que combinaba a la perfección con el lugar. La anterior no estaba mal, pero las horas continúas que pasaba sentada en ella había provocado que algunas piezas fallaran y se reclinara más de un lado que de otro. También me causó asombro que, ahora, todos los documentos estaban perfectamente ordenados en un archivador nuevo, colocado cuidadosamente a un extremo del escritorio. Los más grandes estaban empotrados en la pared a mi espalda, todos ordenados por orden alfabético.
Esto distaba muchísimo de mi desorden habitual y, realmente, era un poco reconfortante.
Me senté en la silla y acaricié la madera de mi mesa. Era la misma, pero dentro de esa enorme estancia se veía tan pequeña... inmediatamente un deje de nostalgia me invadió; no volvería a tener mis charlas alocadas con Marta, con la que me alegraba los días que mi jefa procuraba amargar. Tampoco podría chatear con mis amigos a escondidas, ¿trabajando en el mismo despacho del jefe máximo? Nunca, sería un suicidio laboral. Aunque... si me va a prestar la atención que me está prestando ahora –es decir, ninguna–, podría pararme sobre el escritorio y ponerme a bailar la macarena y ni siquiera eso notaría.
Comencé a rebuscar entre el pequeño archivador los gráficos que había estado revisando el día anterior. En esos números se encontraban las estimaciones de ganancias a nivel publicitario, un apartado que, curiosamente, nos estaba dando problemas durante el último año. El señor Logan se había dedicado a invertir buenas cantidades de dinero en el apartado publicitario, especialmente en el tema de las modelos. La contratación de bellas damas que exhibiera nuestros mejores productos era uno de los fuertes de la empresa, pero últimamente estaba generando muchos problemas, ya que las chicas renunciaban constantemente, algo que nunca había pasado en años anteriores. Le pregunté muchas veces a Rolando si sabía algo, después de todo, al trabajar en relaciones públicas, tenía mucho más contacto con ellas que yo, pero él tampoco sabía nada.
Nuestras modelos eran las mejores pagadas del país, incluso más que las que trabajaban en la televisión, lo cual ya era decir mucho. No tenía sentido que chamas en sus veinte y tantos años, algunas aun cursando sus carreras universitarias, rechazaran salarios que oscilaban entre los tres mil dólares a los cincuenta mil dólares por evento, más dos mil dólares por contratos exclusivos.
Algo estaba pasando, era claro, pero yo estaba demasiado alejada del núcleo de la empresa como para saber algo.
O bueno, lo estaba...
Prácticamente removí todo el archivero y no encontré la maldita carpeta. Me estaba desesperando, sacando hoja tras hoja, creando de nuevo el desorden común de mis mesas, cuando el jefe, al fin, se dignó a hablarme.
- ¿Buscas esto?
Alzó la mano y en ella pude ver la bendita carpeta. Otra vez, me pregunté algunas cosas, algunas obvias, como el por qué la tenía él y eso tenía una fácil respuesta; era el nuevo CEO, tenía que saber de las cosas que pasaban en su compañía si quería hacer un buen trabajo.
Pero la más importante de todas era cómo coño supo que estaba buscando esa carpeta en específico. Ya no era la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que ese sujeto leía mis pensamientos y, la verdad, eso me estaba crispando los nervios.
- Ehm... sí, de hecho - dije sin mucho convencimiento.
- ¿Puedes acercarte un momento? - Pidió, levantándose de su asiento y acomodándose al filo del escritorio.
Me levanté sin mucha convicción, pero disimulé todo lo que pude. Los tacones de mis zapatos resonaban en el ridículo silencioso ambiente. Me situé a su lado, a una distancia prudente, pero me hizo una seña con el dedo para que me acercara más. Cuando estuvimos a la par y sin dejar de mirar los documentos, empezó a señalar los gráficos.
Miré lo que me pidió y pude ver claramente como el gráfico caía estrepitosamente en el último mes, lo cual era algo lógico. Los contratos con las modelos es lo que más lleva dinero; contratar profesionales tiene demasiadas desventajas; en primer lugar, algunas tenían el ego demasiado elevado y querían cobrar sueldos ridículos, incluso para nuestros estándares. También tenían otras exigencias demasiado extravagantes durante los eventos, como agua proveniente del Salto Ángel embotellada por manos de vírgenes vietnamitas... o algo por el estilo.
Por eso se había decidido que la mejor opción era contratar novatas, talentos emergentes a las cuales le pagábamos más que cualquier otra agencia de modelaje trucha del país, invirtiendo en una buena preparación con las excelentes profesoras. Claro, eso no descartaba totalmente el complejo de divas de algunas, pero disminuían mucho ese tipo de actitud.
El problema radicaba que, con la cantidad estúpida de renuncias que estábamos teniendo, el pago por formación se había disparado por las nubes y poco a poco, se estaba convirtiendo en un problema.
- Lo sé... - dije nerviosa.
- ¿Johana nunca tomó cartas en el asunto?
- Pues... - dudé antes de hablar, ¿era una chismosa? Para nada, pero no había forma humanamente posible de salvar a Cannel de este embrollo. Esa mujer solo venía a la empresa a que la admiraran. - Hasta donde tengo entendido, no pudo hacer nada al respecto,...
- Patrick, Alfonso. Soy Patrick - al fin me miró y me sonrió egocéntrico, intuyendo una vez más lo que iba a decir.
- Ok - repliqué, ya obstinada. Era la gota que derramó el vaso; una cosa era... leer mis pensamientos, pero ¿Saber también lo que voy a decir? Eso era el colmo. - ¿Cómo lo hace?
- ¿Cómo hago qué cosa? - Preguntó con cinismo. Él sabía lo que estaba preguntando y ahora se hacía el sueco. Pues no.
Moví mis manos en todas direcciones, siendo incapaz de transmitir todo lo que quería decir. Me limité en extender las manos, como si estuviera mostrando algo: - ¡Eso!
- ¿Qué es «eso»?
- ¡Eso! - Repetí como imbécil. - Cómo hace para saber lo que pienso, lo que voy a decir... da miedo, ¿sabe?
- Oh... - se incorporó y dejó los papeles sobre la mesa. Dio un paso hacia delante y me encaró, desapareciendo la distancia entre nosotros casi en su totalidad. Los ojos verdes se anclaron con los míos y sentí que era capaz de leerme como si fuese un libro abierto. Que su mirada podía llegarme hasta el alma y tocarla y moldearla a placer. Tragué grueso, sintiendo la dura madera del escritorio chocando contra mi culo, impidiéndome retroceder. - Soy psíquico.
Abrí los ojos de par en par, confundida ¿Psíquico?, ¿era una especie de súper héroe o algo por el estilo? Mi sentido común me gritaba a todo gañote eso era imposible, pero las acciones de estos días me indicaban que, con este hombre, cualquier cosa era posible.
Mi rostro debía estar mostrando toda mi confusión, porque pude ver como el suyo se transformaba en una mueca de burla y derivó en una risa socarrona.
- ¿Qué?
- Tenías que ver tú cara - se burló señalándome, descolocándome por completo. - No soy un psíquico, Alfonso, los psíquicos no existen.
- ¿Entonces como hace? - Me sentí ridícula y el rubor en mis mejillas me delataban. Él se encogió de hombros.
- Solo presto atención. Las personas dicen muchas cosas de sí sin saberlo.
- ¿Ah, sí? - Ironicé, incrédula. Eso no tenía mucho sentido para mí. - A ver, ¿qué es lo que yo digo?
Si había algo por lo que me caracterizaba, era mantener mi vida privada y personal justamente así, privada. No me gustaba ventilar nada, no porque me avergonzara ni mucho menos, tengo como mantra nunca olvidarme de dónde vengo, ni cuáles fueron mis orígenes, por más tormentosa que haya sido mi infancia. Sin embargo, es exactamente por eso mismo que prefiero obviar esa parte de mi pasado con el resto de las personas y dedicárselo solo a los pocos amigos cercanos.
Así, estaba completamente segura que Patrick no podría saber nada de mí, no me que conoce de nada, solo de hace un par de días. Era imposible. Lo miré, por primera vez, con expresión altiva.
Pero tenía que acostumbrarme a que con este hombre, nada saldría como yo quería.
- A ver... - me miró fijamente, de arriba abajo, como si me estuviera analizando. Después me miró directamente a los ojos. - Eres la menor de tres... no, cuatro hermanos. Varones. Como ya dije, te gusta el fútbol porque tu padre era fanático y fue él quien te inculcó ese amor por el Arsenal... - comenzó a decir como si recitara una lista anotada en un papel. - El torpe feminismo que transmites lo aprendiste tarde... quizás en la universidad, eso quiere decir que no tuviste una figura femenina en la infancia, por lo que es probable que tu madre se haya ido de casa cuando eras muy chica... o que muriera. Si ese es el caso, lo siento mucho.
»De cualquier forma, el punto es que viviste rodeada de hombres, incluso tus amigos eran hombres por ese fanatismo tuyo por el fútbol. Tú escaso orden, pero eficiencia a la hora de encontrar las cosas dentro de tú desorden me indican que estudiaste administración de empresas... ¿Sigo?
Estoy desorientada, siento que el mundo se ha paralizado y entró en una clase de bucle temporal donde todo pasa más lento... o soy yo la que hizo cortocircuito y no consigo ni mover un músculo. Percibía que mi cerebro se había frito por la sobrecarga de calor que comenzaba a quemarme la piel y como mis entrañas se licuaban. El corazón martilleaba contra mi pecho y mi cabeza me gritaba: «¡Huye, huye, corre de ahí!», pero yo sencillamente no podía. No sabía si era por la curiosidad, por la impresión o porque me había vuelto loca.
Mi cabeza aún seguía cavilando si Patrick en verdad era una especie de X-Man o un acosador, cuando una voz aguda y estridente resonó en el despacho.
Una rubia altísima entró con la energía de un vendaval y corrió hasta colgarse del cuello de mi jefe sin siquiera saludar... o mirarme. La mujer era más alta que él, de cabello cenizo y un ondulado largo, hasta la mitad de la espalda. Usaba un vestido azul celeste muy ceñido y corto que resaltaba un voluptuoso trasero que me dio una envidia malsana de inmediato. Las piernas kilométricas estaban desnudas y perfectamente estilizadas por unas sandalias de tacón de aguja que parecían unos zancos, lo que aumentaba su altura fácilmente unos quince centímetros más.
- Courtney... me estás ahorcando, ya - como pudo, Patrick se deshizo del abrazo y yo sentí un fresquito inmediato.
Cuando la mujer se alejó, pude ver unos firmes senos apenas asomando sobre el escote discreto del vestido y un montón de pequeñitas pecas esparcidas sobre los hombros, parte de las mejillas y sobre el puente de una nariz pequeñita y respingona. Unos enormes ojos color miel admiraron con embelesamiento a Patrick un par de segundos más y, por algún motivo, me sentí incómoda.
¿Sería su novia? No lo sabía, pero en ese instante, mientras las manos masculinas luchaban con los brazos femeninos, noté que en el dedo anular de él había una delgada argolla color dorado envolviéndolo. Era un anillo, un anillo de compromiso.
Me removí incómoda, balanceando mi peso de una pierna a otra y acomodé mis anteojos. En comparación a esa mujer, yo parecía un adolescente y todo lo que había dicho Patrick tomó tanto sentido que dolió; «la poca feminidad que tenía».
Era verdad, aunque en la universidad aprendí a vestirme y a actuar más como una chica común, siempre fue una machorra, marimacha o como quieran llamarle. Nunca fui de usar vestidos o faldas, de hecho, los usaba para el trabajo porque el uniforme así lo exigía. Tampoco aprendí a caminar decentemente sobre tacones. Si usaba unos como los que cargaba esa mujer, me habría partido un tobillo fácilmente. Incluso mi andar, cuando me relajo y no tengo que aparentar frente a los demás, es desgarbado, con un contoneo de hombros típico de los hombres. Y eso había provocado muchas bromas a lo largo de mi vida, tontas, sí, pero cada una de esas estúpidas palabra o de ese bobo chiste fue haciendo mella en mí. No me deprimí, tampoco llegué a ese extremo, pero la inseguridad era algo común en mi personalidad.
- Patrick! I haven't seen you in so long, I thought you'd never call me back - dijo la mujer en un perfecto inglés... pero con un acento algo extraño. Muy similar al de mi jefe. Inmediatamente supuse que, al igual que él, era australiana. - So now you're the big boss, huh?
- Courtney, no estamos solos - Patrick se apiadó de mí, que ya no sabía cómo escabullirme de ese lugar como el gusano que me sentía.
- Oh... sorry, sorry - Me miró y por primera vez se percató de mi presencia. Se giró y me extendió la mano. Le devolví el gesto, dubitativa. - Soy Courtney Devi, mucho gusto.
- Teresa, Teresa Alfonso.
- Alfonso - Patrick me llamó y volteé a verlo cabizbaja. La mujer no dejaba de irradiar energía y felicidad como si se tratase de un Sol. - Ella será la nueva cara de Shibari Lengerie, necesito que por favor le redactes un contrato y lo lleves a recursos humanos - ordenó calmadamente, metiendo la mano en el bolsillo de su corto blazer. - Diles que es una contratación exclusiva mía y que necesitamos que entre inmediatamente en nuestra nómina de empeladas en el área de modelaje.
- Sí, señor... - volví al «señor» una vez más con toda la intención del mundo, me di media vuelta y dejé al par. No le di tiempo a que me corrigiera, pero podía sentir sus magnéticos ojos sobrenaturales apuñalándome la nuca.
- Will you take me to dinner? I want to try Venezuelan cuisine.
- En español, Court, no estás en Australia.