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Cuando Alex y Vincent se conocieron apenas podían recordar ser lo suficiente grandes para ver un perrito saltarle encima y no llorar, eran dos niños bonitos e inocentes sin maldad suficiente para corromperlos, incluso podría decirse que ninguna.
Alex era el risueño, bonito y amante de los animales, pequeño, gordito y adorable, Vincent era el que imponía de ambos, alto, delgado y con mirada felina, aunque para Alex parecía una pequeña visita adorable, Vincent protegía a Alex, pues para él, todos sin excepción y exclusión óptima de su persona, querían hacerle daño, y Al, era demasiado bonito y suyo para dejar que eso pasara, lo que a todos simplemente le causaba gracia, ver como el menor sólo refunfuñaba y quería golpear a cuanto ser se le acercara a Alex, niña o niño, no importaba, Alex es mío, era todo lo que decía, y Alex cree que él puede que se lo haya creído con el paso del tiempo, porque para alguien tan social como era el rubio, llegó un momento en que como si el pelinegro fuera su dueño y señor, Alex necesitaba que aprobara todo a su alrededor.
Alex había escuchado atentamente al doctor antes de echarse a llorar, calmarse y volver a llorar, oh por dios si sólo sus padres se enteran, Alex iba tener un jodido montón de problemas, el rubio no pudo evitar estremecerse cuando la idea cruzó su mente, porque su madre era una mujer paciente, y bondadosa que cuando se enojaba entra en animal mood y eso no era divertido en lo absoluto, y fue cuando él vino a su cabeza, Vincent, entonces comenzó la verdadera histeria, porque el pelinegro estaría muy, muy cabreado y asustado cuando se enterara, y ni qué decir de Elliott, el pobre chico sufría de ansiedad y otras cosas, Alex no quería ser la causa de un posible colapso, ni de que fuera internado por sus problemas gastrointestinales causados por el estrés, entonces Alex volvió a llorar.