- ¡Cálmense, muchachos! – les reprendió Brett - ¡No olviden sus etiquetas y saluden a la nueva reina como dignos príncipes!
De inmediato, los dos príncipes revoltosos se fijaron en Panambi y, enseguida, inclinaron sus cabezas ante ella a modo de saludo, diciendo:
- Bienvenida, su alteza. Esperamos que se sienta a gusto en nuestro hogar.
- El placer es mío, majestades – dijo Panambi, respondiendo el saludo del mismo modo – espero que nos llevemos muy bien y acepten mi propuesta de matrimonio.
Eber, olvidando por un instante su etiqueta, comentó:
- Es muy guapa. ¡Qué suerte tenemos, hermanos!
Uziel hizo una mueca extraña y también comentó:
- ¿No es un poco mayor para mí? No creo que quiera casarse con un adolescente como yo.
- Y no te casarás, hermanito – intervino Rhiaim, apoyando una mano sobre su hombro – aunque estás en la edad legal de casarte según las leyes de este país, todavía eres muy inmaduro y prepotente. ¡No sabes respetar a tus mayores y siempre te metes en problemas!
Uziel infló las mejillas de la indignación, ya que su hermano mayor siempre tendía a regañarlo en público. No importara lo que hiciera, siempre desaprobaba sus acciones y, si se atrevía a cuestionar algo, lo castigaba por ser un maleducado.
La reina Panambi, quien se mantuvo al margen, contempló a los príncipes por un rato. Ya en el palacio percibió cómo eran Brett y Zlatan y, en el ducado del príncipe Rhiaim, pudo intuir cómo eran los demás. Aunque eran hermanos y se llevaban relativamente bien, todos tenían personalidades muy diferentes. Pero eran esas diferencias lo que los hacían ser un buen equipo y los llevaban a superar cualquier obstáculo. Pero por más que fueran los príncipes del Este, y por más que unían fuerzas con la duquesa Dulce para evitar el secuestro de los niños que surgieron en esos últimos meses en sus territorios, las desapariciones iban en aumento y los bandidos se las ingeniaban cada vez más para sortear los ejércitos privados de cada duque con facilidad.
- Majestad, seguro se sentirá intranquilo por mi inesperada propuesta – dijo Panambi a Rhiaim – pero debo decirle que hablé con su esposa, y ella está dispuesta a proteger a tus hermanitos desde la Capital.
- Lo sé – dijo Rhiaim, mientras miraba a Yehohanan con una media sonrisa – ella cuenta con un grupo de espías muy eficientes que harán un gran trabajo. Aún así, lo que me inquieta es saber cómo tratarás a mis hermanitos. No me gustaría que los mantuvieras recluidos en el palacio, lejos de sus amigos.
- Bueno, usted sabrá que un esposo de la reina es una extensión de ésta – dijo Panambi – y todo enemigo de la reina buscará destruirla usando a sus familiares, así es que la reclusión parcial no se podrá evitar.
El duque hizo una extraña mueca con su rostro, ya que no le gustaba esa situación. Sin embargo, tampoco podía juzgarla sin antes saber cómo seria en verdad. Quizás habría reclusión, pero podría permitir la visita de familiares y amigos que sirvieran como conexión con el mundo exterior.
Y mientras pensaba, Brett dio un paso al frente y dijo:
- Necesito hablar con mi hermano mayor un rato, a solas. Es... importante.
Todos lo miraron, haciendo que el joven príncipe se pusiese nervioso. La reina Panambi sonrió y dijo:
- Sí, puedes hablar con él. Mientras, yo hablaré con el resto de tus hermanos y futuros esposos.
- ¡Esto si me agrada! – dijo Eber, con una amplia sonrisa - ¡Usaré mi natural encanto y carisma para seducirla! Pero descuida, Brett, estaré dispuesto a compartirla contigo siempre que no la monopolices como el esposo principal, ja ja ja.
- Ya basta, Eber – dijo Brett, frunciendo el ceño – no es cu... cualquier chica, es una re... reina. Com... compórtate, por fa... favor.
Brett y Rhiaim se dirigieron a la oficina de éste, mientras que el resto del grupo fueron a la sala de visitas del castillo. Ambos hermanos se sentaron sobre las sillas de madera y se colocaron frente a frente, para conversar.
Brett respiró hondo un par de veces, aclaró la garganta y habló de forma fluida:
- Hablé con la reina sobre el caso de la desaparición de niños. Ella nos cederá parte de su ejército para reforzar la vigilancia.
- Me parece bien – dijo Rhiaim – cuidar del hogar de su esposo le convendrá para mostrar una buena imagen a nuestra madre.
- ¿Ella no se pronunció al respecto? ¿Verdad?
- Aún no. Pero seguro ya se habrá enterado. Nuestra madre cuenta con sus propias fuentes para enterarse de todo lo concerniente a nosotros. ¡Nunca se le escapa nada!
Brett hizo una mueca de desagrado. Por mucho tiempo, intentó huir de su destino y borrar toda conexión con su tiránica madre. Pero aunque ella nunca le habló directamente, sabía que sus ojos estaban puestos en él desde que la Corte de hacia diez años atrás lo quiso forzar a casarse con la ex reina Aurora, en contra de su voluntad.
Todavía recordaba cuando fue exhibido en la Corte del reino del Sur, tal cual si fuese un objeto. Él solo tenía catorce años y era la primera vez que participaba en una reunión de esas. Entre las palabras que podía recordar eran las siguientes: "trofeo", "esposo perfecto", "dócil", "manipulable". Y cuando creía que no tendría escapatoria, una indignada Aurora se colocó delante de él y, mirando a los nobles con rabia en los ojo, exclamó:
- ¡El príncipe Brett no es ningún trofeo! ¡Lo que veo aquí es un pobre muchacho que necesita ayuda! ¡No me casaré con él porque no es el hombre que amo, así como tampoco lo forzaré a casarse conmigo porque sé que él no me desea!
Si bien Aurora lo rechazó, terminaron siendo muy buenos amigos. Ella lo apoyó con un buen instructor para que pudiese mejorar sus problemas de dicción, mientras que él la protegió a ella y a su novio desde las sombras, en agradecimiento por haberlo tratado como un ser humano y respetado su decisión de vivir en paz en el reino.
Lamentablemente, la reina Jucanda se enteró de eso. Pero en lugar de decepcionarse por el rechazo de la reina, le elogio por dejar una primera buena impresión a la Corte del reino del Sur, accediendo también a incrementarle sus ingresos de príncipe e incentivándolo a cautivar a la siguiente monarca que surgiría en diez años por la voluntad del pueblo.
- La reina Panambi parece buena – dijo Brett – emana un aura diferente a nuestra madre... o las demás reinas. Por eso, hermano, quería decirte que, esta vez, si estaré bien. Ya no soy el chico tímido de antes.
- Lo sé – dijo Rhiaim – pero sabes que siempre puedes contar conmigo y los demás hermanos mayores, que nos apoyan desde la distancia. Recuerda nuestra promesa, Brett. Somos hermanos y debemos estar juntos siempre, pase lo que pase.
- En ese caso, confía en que cuidaré bien de los pequeños. La reina Panambi quiere firmar un contrato matrimonial de diez años, pero he planeado que dure menos tiempo y, así, volvamos a ser libres. Como siempre.
- ¿Y cuál es tu plan, Brett?
- Llegar hasta el líder de este grupo criminal que secuestra a los niños en menos de un año – respondió Brett, con un extraño brillo en los ojos – como esposos de una reina, tendremos acceso a sitios exclusivos que nos ayudará a resolver más rápido el caso. Le hice prometer a la reina que, si lo resolvemos en poco tiempo, accederemos al contrato de diez años. Pero si pasa ese periodo, romperemos el compromiso. Una reina no solo debe cuidar de su familia, sino también de su gente. Y se lo recordaré a lo largo de nuestro matrimonio.
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La boda se realizó en el palacio real, donde los príncipes lucieron sus túnicas de gala. En el reino del Este, la vestimenta típica de los nobles y miembros de la realeza eran túnicas de colores y estampados variados mientras que, en el reino del Sur, era común los tocados de plumas y conjuntos de camisas y vestidos bordados a mano.
Es así como la reina Panambi se lució con una vaporosa vincha de plumas blancas, vestido sin mangas color blanco con flecos en la falda y el rostro maquillado con motivos de líneas turquesa en las mejillas.
El príncipe Brett se vistió con una túnica color negro con detalles dorados en las mangas y los cabellos sueltos, pero bien peinados hacia atrás para que se le viera mejor el rostro.
El príncipe Eber llevó una túnica blanca con estampados dorados, los cabellos rojizos recogidos en una coleta y una capa violeta que colgaba de sus hombros.
El príncipe Zlatan llevaba una túnica azul sin detalles, mientras que el príncipe Uziel se vistió de rojo y tenía sus rubios cabellos sueltos y despeinados, como si lo hubiese hecho a propósito con motivo de rebeldía.
Tanto los invitados como la prensa no evitaron dar sus comentarios al respecto sobre el aspecto de los príncipes y lo mucho que crecieron en esos diez años. Por su parte, la condesa Yehohanan soltó un par de lágrimas al ver a sus muchachos casándose. Rhiaim también lucía emocionado, pero intentaba contenerse para mantener la etiqueta.
La reina y los príncipes se acercaron a una tarima, donde les esperaba el juez para oficializar la unión civil. El mismo contemplo a Brett y Panambi, quienes estaban lado a lado ya que serían los que se unirían en matrimonio de forma oficial. El juez aclaró la garganta y dijo:
- Estamos aquí para celebrar este matrimonio entre la reina Panambi de la Nación del Sur y el príncipe Brett del reino del Este. Y en base a un código antiguo legal y fidedigno, autorizo la unión de la reina Panambi de forma extraoficial con los príncipes Eber, Zlatan y Uziel quienes, hasta la fecha, han sido patrimonio de la condesa Yehohanan y el príncipe Rhiaim. Si los cuidadores de los príncipes no ponen ninguna objeción, les pido que firmen este documento.
El juez extendió el acta matrimonial donde firmaron Panambi y Brett. Luego, la pareja dio el paso a los demás hermanos para que firmaran también. Primero fue Eber, luego Zlatan y, por último, Uziel.
Una vez hecho esto, el juez decretó:
- Los declaro esposa y esposos.
En el palacio se organizo una fiesta sencilla, donde todos pudieron bailar y relajarse. Brett notó que Zlatan, como siempre, esquivó el baile y se escabulló en algún lugar. La duquesa Dulce, quien decidió asistir a la ceremonia, estiraba la cabeza hacia la multitud como si lo buscara. A lo lejos también se encontró con caras conocidas, todas sonriéndole y deseándole suerte en su boda.
- Esposa, iré a buscar a mi hermano Zlatan – le dijo Brett a Panambi, por lo bajo.
- Está bien – dijo Panambi – hay soldados en los alrededores que los protegerán, así es que puedes estar tranquilo.
Una vez que se alejó del bullicio, Brett soltó una pequeña risa de burla. Y es que sabía que mucha gente, incluyendo los residentes del palacio, les guardaban rencor a él y a sus hermanos por sus oscuros orígenes. Y entre ellos se encontraban los soldados de la reina ya que, en su mayoría, venían de familias afectadas por las reinas de los reinos vecinos y no veían la hora de humillar a los príncipes para cobrar su venganza contra, al menos, una de las monarcas extranjeras.
Llegó hasta al patio y se apoyó sobre un árbol de naranjo. Apenas palpó el tronco con su mano para tomar un descanso, vio a un soldado acercándose a él de forma amenazante.
- ¿Es usted uno de los esposos de la reina? – le preguntó el soldado – si es así, le advierto que acaba de cometer un grave delito: tocó una de las plantas del jardín. Ni aunque te hayas casado con la reina te salvarás del castigo.
De inmediato, Zlatan hizo acto de presencia. Se colocó delante del soldado y Brett y, mostrándole al soldado una nota, le dijo:
- La reina deja en claro que si cometemos algún delito dentro y fuera del palacio, será ella quien nos castigue personalmente. Ni usted ni nadie tiene derecho a levantar la mano contra nosotros, si no quiere atenerse a las consecuencias.
EL soldado miró asombrado a Zlatan. Pero, luego, comenzó a reír y exclamó:
- Si fueran los otros quienes estuviesen aquí, lo pensaría dos veces. Pero, a ver, me toca lidiar con un tartamudo raquítico y un cuatro ojos que nunca portó una espada. ¡No son rivales para mi!
Esta vez, fue Brett quien se interpuso entre Zlatan y el soldado y dijo:
- E.. esto se considerará agresión por de... defensa personal.
El soldado volvió a reírse. Y es que Brett, debido a sus problemas de dicción y apariencia enfermiza, siempre fue considerado el hermano más débil. Pero, en realidad, estaba lejos de serlo. Y cuando el soldado levantó su puño para golpearlo directo en la cara, Brett levantó su pierna y le propinó una fuerte patada en la quijada, que lo hizo estirarse hacia atrás. Luego, giró y remató pateándolo al costado y, así, dejando a su contrincante fuera de combate.
Apenas terminó, vieron que se acercaron Eber, Uziel y Panambi para saber lo que estaba sucediendo.
- Es ahora que analizaremos la reacción de nuestra esposa, Zlatan – le susurró Brett a su hermano, al oído – presta atención y guárdalo en tu memoria.
- Está bien, hermano. Déjamelo todo a mi.
Y, juntos, se acercaron a explicarles lo sucedido.