Comencé en una segunda feria, salí de casa a las diecisiete horas de la tarde, el autobús escolar no corría en aquella área y yo tendría que ir caminando para llegar a las dieciocho y media en la escuela, era una hora de caminata y sabía que daría tiempo de llegar y por lo menos tomar agua.
Había llovido bastante en los últimos días, el tiempo estaba cargado y con cara de pocos amigos, yo iba a volver con lluvia a casa, seguro.
Por el camino me fui recordando a mis amigos, ellos deberían haber tenido unas vacaciones maravillosas, viajes, paseos, podían salir los fines de semana, pero hasta en eso mi padre me prohibía, no era solo el trabajo abusivo, era también el aprisionamiento en casa, Él decía que la gente de la ciudad era pecadora y yo como hijo de buenas personas, no podía mezclarme con los pecadores, pues estaría sucio de la misma manera.
Es curioso que él y Juan fueran todos los viernes a la taberna del barrio a emborracharse y pagar a una prostituta que apareciera, así que ¿cuál era el pecado de la gente de la ciudad? Yo sabía, en el fondo yo sabía que él estaba siendo abusivo e hipócrita, pero era mi padre, yo no tenía fuerza para luchar contra eso.
Cuando me acerqué a lo que yo podía llamar civilización, escuché un trueno, comencé a correr, no quería mojar mis libros, por más que estuvieran dentro de la mochila, el agua entraría, en el peor de los casos me escondería en un toldo cualquiera hasta que la lluvia pasara y perdería el primer día.
Yo no tenía mucha fuerza para correr, había trabajado todo el día, mis piernas estaban doloridas y no hacía ni dos semanas de la paliza que me habían dado con cable de acero, aún tenía heridas en la espalda y piernas.
medida que corría sentía que mis muslos ardían, no podía llegar antes de la lluvia, no había manera de que realmente, dejé de correr y me apoyé en las rodillas para recuperar el aliento, era claramente un perdedor.
Comencé en aquella carrera a pensar si mi padre por ventura no tenía razón, estudiar valía la pena incluso, estaba casi viendo algunos comercios, faltaba poco para llegar y al mismo tiempo yo me sentía una basura.
Cuando me tomé un respiro e insistí en la carrera, sentí un flechazo en la espalda, algo que me hizo caer inmediatamente, en ese momento un coche se detuvo a mi lado, un gol blanco de dos puertas, miré medio avergonzado hacia un lado y vi un par de piernas bajando, Me levanté todavía sintiendo la pesca y traté de volver a caminar, ignorando el coche y su dueño por completo.
- Espera chico, ¿vas a la escuela? - Una voz un poco melodiosa y aterciopelada me cuestionó.
Vestido así, con un amochila en la espalda, ¿a dónde debería ir? ¿a una carnicería? Sostuve mi lengua, ya estaba lo suficientemente enojado de mi propia existencia, miré hacia atrás y él tenía una sonrisa nerviosa, forma de quien estaba preocupado.
- Intentando llegar antes de la lluvia, no quiero mojar los libros. - hablé lo más educado posible y me giré, cuando me giré él gritó.
- ¿Quieres que te lleve? - Miré un poco desconfiado, en aquella ciudad nadie ayudaba o llevaba a quien venía del lugar, el pueblo era bien selectivo.
Miré mi ropa, una camiseta de la escuela vieja y amarillenta, unos jeans que parecía que acababa de volver de la guerra y mi zapato que se abriera un poco más empezaría a hablar, nunca sentí tanta vergüenza en la vida.
- Yo... creo que mejor me voy... - Intenté ser fuerte y reprimir el deseo de aceptar.
Dio unos pasos hacia mí y estiró la mano.
- Dame por lo menos tu beca, no vas a llegar antes de la lluvia, solo dame tu número de matrícula y lo dejo con el director, soy el nuevo profesor de literatura, mucho gusto me llamo André Luiz. - Le estreché la mano y no tenía ni un callo que no fuera el mío, seguro que se imaginó tocando una lija.
- Bueno... si es un profesor entonces acepto... - Mi cara parecía que iba a arder de tanta vergüenza.
- Vamos, entra, yo no quiero mojarme también. - Soltó risueño.
Él parecía ser uno de aquellos profesores legales que venían a dar clase una vez y al año siguiente partían, fue así con la profesora Lilian, ella me dio clase de historia en octavo grado, pero al final del año advirtió que se iría, yo no podía juzgar a la profesora, La ciudad era demasiado pequeña, no tenía mucho que hacer.
Me subí al coche, avergonzado y sabiendo que debía estar rojo como un tomate, él no hizo preguntas, solo encendió el sonido del coche, le gustaba el rock, el CD, era de la banda Metálica, yo no podía escuchar música en casa, mi padre decía que era pecado.
Seguí disfrutando del sonido, él comenzó a tararear y me concentré en el sonido que él reproducía, me sentí un poco tonto, pensé que si tenía la oportunidad de estudiar, podría ser profesor y ayudar a más alumnos como yo en el mundo, pero la realidad dura parecía abofetearme.
- ¿Cómo te llamas, muchacho? - Me sacaste del sueño con tu pregunta abrupta y me miraste de canto.
- Felipe, estoy en primer año... - Miré afuera de la ventana y faltando una cuadra para llegar a la escuela el agua cayó y cayó con fuerza. - Maldición, volver a casa con lluvia no va a ser nada bueno, espero que pase hasta las veintitrés... Dejé morir mi línea, ya estaba hablando de más, al menos en mi opinión.
- ¿Vives en la granja de naranjos? - Preguntaste ya estacionando el coche cerca de la escuela.
- Sí... - Respondí sin querer.
- Ibas a quedarte en la escuela sin comer hasta que acabaran las clases y después te ibas caminando a casa, no tienes miedo de caer en el medio del camino ¿no?
- Que eso profesor, si yo cayera y fuera atropellado mis padres soltarían fuegos para celebrar, yo agradezco el paseo, si hubiera llovido me acordaré de buscarte en la salida, gracias. - Abrí la puerta del coche y salí corriendo del estacionamiento, fui directo al patio de la escuela.
Las mismas caras, ningún cambio, todos conocidos, algunos amigos, otros solo colegas, pero era bueno estar allí, era bueno estar rodeado de personas conocidas, yo nunca tenía libertad para nada, pero estar en la escuela me hacía sentir libre.
- ¿Aeee... Felipe!? - ¿Eduardo gritó viniendo hacia mí. - ¿Conseguiste el permiso de libertad por otro año?
- Después de una paliza con cable de acero el maldito me dejó frecuentar más esos años en la escuela... - le levanté la camisa a mi mejor amigo, él era uno de los pocos que yo confiaba. - No muestro las plumas para que no sea raro.
- Caray, ya te dije, puedes ir a vivir a casa, mi tía dijo que cuando haga dieciocho ella te da refugio, mira esas marcas... - Comentó indignado. - Sabes que eso es un crimen.
- Es mi padre, no puedo hacer nada. - Bajé mi camiseta al hablar, sentí un envoltorio extraño en el estómago, pero no le presté mucha atención. - Fue criado así, es parte de lo que es, no hay manera de decirle que está mal, que los tiempos han cambiado.
- Sabes que no tienes que quedarte ahí cuando el año acabe, sabes que tienes donde ir, de hecho... - Dejó de hablar y sacó de su mochila una bolsa con dos camisetas nuevas y un pantalón. - Mañana traigo los zapatos, no cabría en la mochila y mi tía me dijo que podías avergonzarte.
- Que eso, vergüenza nada, estoy muy feliz, José ya me dio el material del año pasado que él no usó. - Le di una palmada en el hombro a Eduardo y sonreí agradecido.
Llevé las cosas a mi armario junto con los libros y sólo iba a usar aquellas ropas en la escuela, tomé una camiseta y el pantalón y fui a cambiarme en el baño de la escuela, si mi padre me viera todo limpio así, él tiraría tierra roja en las camisetas, Lo sabía por el hecho de que ya lo había hecho una vez, me las arreglé para quitar las manchas, pero fue casi dos días de trabajo duro con lejía y jabón de manteca.
Me sentí bien con la ropa nueva y limpia, mi madre nunca lavó mis uniformes, así como tampoco se molestó en mandar a su hijo todo sucio a la escuela, en segundo grado yo tenía que ir andando hasta la escuela solo por la carretera.