Capítulo 2 Un día normal de trabajo

24 horas antes...

Llegué diez minutos antes de las seis. Contrario a las expectativas las cosas no siempre ocurrían a la hora de las brujas y como bien sabía por experiencia los Habitantes de los otros Reflejos de la Tierra nunca eran tan considerados. Que va, lo mismo aparecían buscando pleitos a las doce de la noche que de la tarde o a cualquier otra hora que se les viniese en ganas.

Tomé asiento al borde de la fuente en el parque Abel Santamaría. Salpicaduras de agua cayeron sobre mi espalda, refrescando el sudor en mis hombros. Pesé a usar una camiseta de algodón verde oliva, lo cierto era que estaba empapada en sudor. El calor sofocante de una tarde de verano en Cuba, y para colmos, en Santiago de Cuba no podía ser, ni debía ser subestimado. El clima en esta remota región oriental de Cuba tenía cuatro estaciones reconocidas.

Menos calor, calor, más calor e infierno.

Ahora, como no, estábamos en infierno y más ahora que...

Alcé la vista y no vislumbré el claro y brillante azul que caracterizaba los hermosos cielos despejados de una isla caribeña. Nop, lo que vi fue el gris plomizo que todo buen santiaguero a aprendido a respetar.

Genial, otra nube del Sahara.

El infierno debería ser más fresco en comparación.

Limpié el sudor de mi frente con una maldición entre dientes, preguntándome por qué demonios me gustaba torturarme a mí misma cuando bien podía estar del otro lado del Pliegue y en el Enclave Iluminatis, donde gracias a la tecnología y a la ciencia Arcana, el clima y las temperaturas eran mucho más benignas en comparación. Entonces recordé que para ser una Iluminatis, era más bien considerada una persona non grata entre los míos y se me quitaron las ganas del tiro.

Saqué la botella de ron Santiago de mi bolsa y la dejé a mi lado. Un escalofrío subió y bajó por mi columna vertebral y pese al sofocante calor los pelos se me pusieron de punta.

Hice una pausa, fingiendo leer con atención la etiqueta en la botella, y con suavidad la volví a colocar donde estaba.

-No es que me vaya mejor de este lado, claro está-. Continúe como si nada hubiese pasado, sintiéndome tentada a beber de la botella, pero como en poco tendría compañía me dejé de beberías y saqué las dos copitas de cristal que había traído conmigo- Pero al menos aquí solo me ven como una lacra social.

Hice una pausa reflexiva.

-Hmp. Y probablemente una gusana también-. Lo que encontraba hilarante, teniendo en cuenta que no estaba sujeta a ninguna de las políticas, amores u odios que atan a mis primos, los Mundanos. Humanos que a diferencia de mí y los míos, abandonaron y olvidaron los conocimientos y caminos del Inter-reflejo, así como a sus Habitantes.

Los Habitantes, al igual que los humanos de Hominus –nombre del Reflejo ocupado por nosotros, Iluminatis y Mundanos- podían ser buenos o malos o una mezcla de ambos.

Abrí la botella y vertí dos dedos en cada copa. Alcé la mía y bebí, el ron quemó mi lengua y garganta en su camino a mi estómago, donde se asentó al igual que un puñetazo. Respiré hondo entre dientes y parpadeé, las esquinas de mis ojos llenas de lágrimas.

-Joder-. Maldije, pero aun así me serví otra copa y esperé.

Mis ojos siguieron a los niños salpicándose dentro de la fuente. Niños de todas las tonalidades de piel. Blancos, negros, y hasta un que otro chinito había en la mezcolanza.

Mientras esperaba en el relativo silencio de la tarde, deslice los dedos sobre mi brazal izquierdo –tenía dos, y ambos eran piezas sofisticados de alta tecnología con diversas funciones- y entre un código en este. Conmigo como centro y a una distancia de doce metros de radio, las diez esferas que previamente me tome la molestia de colocar se activaron, volviendo a la vida con un zumbido.

Al instante un Escudo se activó cubriendo el área, con este activado los mundanos no solo ignorarían el área, sino que también la evitarían inconscientemente, tampoco encontrarían nada fuera de lugar. Con ojos tranquilos observe la ligera perturbación en el aire e igual que una pantalla de aire caliente el Escudo se afianzo con fuerza cubriendo el área.

Los niños retozando en la fuente se quedaron rígidos durante un instante, pero con excepción de uno de ellos muy pronto retomaron su juego como si nada hubiese pasado. Este hizo una pausa, luego se enfrentó a mi mirada durante un latido de corazón. Desvié los ojos rompiendo la repentina conexión y le sentí alejarse de sus amigos.

El niño se sentó a mi lado, ladeé el rostro y lo estudié, mirando más allá del Glamour apretadamente envuelto a su alrededor.

Piel negra como la noche más profunda, grandes ojos rojos y su pelo... su pelo era largo hasta la cintura y peinado en cuidadosas trenzas apretadas, había bejucos y ramitas trenzados en estas, confiriéndole un aspecto salvaje. El niño aparentaba tener unos ocho o nueve años, pero yo lo sabía mejor que otros. Su poder era un sabor picante en mi lengua y contra mi piel. Él era antiguo, probablemente de los tiempos de mi tátara tatarabuelo español.

-Viniste a por mí, ¿verdad?

Había algunas veces en mi profesión, cuando ciertas dosis de diplomacias eran imprescindibles. Me gusta creer que no era como otros mercenarios, tontos como burros y tercos como una mula. Era de la opinión en que había ocasiones en que las palabras funcionaban mejor que los puños.

¿Cómo era ese refrán? Ah, si... "Se atrapan más moscas con miel que con hiel... ¿O eran abejas?"

-Bebamos primero. -Invité-. No hay razón para desperdiciar un buen trago.

El negrito me miró, sus ojos rojos estudiándome como había hecho yo al principio y asintió. Le alcancé la otra copa y se la llené hasta el borde.

-Tu apariencia-. Hizo una pausa, la copa a centímetros de sus labios-. No pareces de por aquí.

-Mi abuela era irlandesa-. Me encogí de hombros, más que acostumbrada a que la gente se fijase en mi cabello rojo natural, mis ojos azules como el hielo y a mi pálida y pecosa piel de pelirroja.

El negrito arqueó una ceja oscura, pero no dijo más, en vez de eso se bebió de un tragó la copa de ron. No hizo ni una mueca y lo respeté por eso.

-Tienes razón. Esta bueno-. Incliné mi copa en su dirección y luego la bajé de un trago.

Bebimos en silencio durante unos segundos. Con el sonido de los niños jugando, el de los mundanos charlando al caminar, el claxon y los pitidos del transporte público como música de fondo. No me molesto, eran los sonidos típicos de mi ciudad. Me gustaban y les daba la bienvenida.

-Has leído las leyendas, ¿no? -dijo, abriendo la boca después de un tiempo.

Asentí y comencé a relatar.

-El güije era un negrito que lo mismo tenía pelo que era calvo, a veces tenía cola, o no la tenía, y con los ojos color de azufre, o de sangre o de fuego. Era ladrón de monedas y de ropa, y de comidas y de toda clase de objetos, pero lo que más le gustaba robar era a los niños. Los robaba para enseñarlos a ser güijes. Los hacía pasar por muchas pruebas y los transformaba en güijitos.

Me detuve y lo miré expectante. Sus ojos brillaron, el rojo pronunciándose.

-Ah, esa es una de ellas, pero hay muchas, muchas más. Los güijes somos muchos y tan variados como otras razas de Habitantes.

Di un leve encogimiento de hombros y bebí otro trago.

-Esa es la que importa ahora mismo-. Hice una mueca-. Devuélvelos y el Tribunal está dispuesto a dejarte ir con una advertencia esta vez.

-No los devolveré, ellos son míos-. El güije ladrón de niños me enseñó los dientes, en una mueca feroz y agresiva.

Y los niños jugando en la fuente se volvieron en nuestra dirección. Sus rostros transformándose en máscaras demoníacas. Uñas reformándose en garras apuntaron en mi dirección, esperando. Sus cuerpos tensos llenos de energía y expectación. Agresividad pulsando por sus venas.

Bebí el último trago en mi copa.

-Demasiado para la diplomacia. - murmuré.

Reboté fuera del camino, cuando el güije y su casi güijera –los niños aun podían ser recuperados- saltaron en mi dirección.

Cuando caí a pocos metros de ellos, una armadura de combate ligera abrazaba todo mi cuerpo, sus placas holográficas de color negro con líneas cían se aferraban a mi como si de una segunda piel se tratara. Saqué mis blasters de sus fundas en la armadura al mismo. Por suerte, había sido lo suficientemente astuta para activar con anterioridad el Escudo, lo último que necesitaba era que algún pobre mundano quedara en medio de la refriega.

Con esto hecho, comencé a disparar.

Los cañones oscuros de ambos blasters se calentaron y escupieron una ráfaga de energía pura y concentrada. Al instante los cuasi-güijes comenzaron a caer uno tras otros como moscas.

El güije hizo una pausa, deteniendo sus pasos acechantes.

-Pensé que los querías salvar.

-No los he liquidado, tan solo están aturdidos.

Ambos miramos en esa dirección y comprobamos como sus pequeños pechos subían y bajaban suavemente. Podía sentir como los efectos del poder del güije lentamente remitían de uno tras otro y si yo pude sentirlo, seguro como la mierda que él también podía.

Me enseñó los dientes, ahora colmillos. Las trenzas en su cabello se revolvieron como pequeñas serpientes venenosas.

-Estoy un poco confundida-. Comenté mientras cambiaba las celdas de poder de ambos blasters y movía el dial de 'aturdir' a 'matar.' Él tuvo su oportunidad y la rechazó, lo que suceda de ahora en adelante nada tiene que ver conmigo. - ¿Eres un Güije o una Gorgona?

Disparé y él lo esquivó magníficamente. Un agujero apareció donde segundos antes estaba el güije, arrancándome una mueca.

¡Mi madre, que problema! Pensé apretando los labios.

Ahí va mi comisión por cero destrozos a la propiedad pública. El Tribunal, siempre consciente del ajustado capital del país solía emitir una orden de ceros daños y una comisión del veinte por ciento a quien la siguiese.

Y yo acabo de perderla, pero...

¿A quién quería engañar? Eran más las veces que la pierdo de las que las ganaba e incluso si era un pequeño agujero, con mi historial delictivo sería considerado como una ofensa más.

"Maldición."

El güije siseó igual que una serpiente.

-Cállate quieres, ¿o es que ni siquiera tengo derecho a quejarme con calma?

Abrió la boca y soltó un chillido estridente y bastante perturbador, de esos que te hacen doler los oídos y perder el paso.

-Joder, hijo de tu puta madre-. Cubriendo mis oídos lastimados, caí sobre mis rodillas y aflojé el agarre sobre mis blasters.

Sentí –porque en esos momentos no podían oír, incluso si mi vida dependiera de ello- su risa, mucho antes de que me alcanzara. Parpadeé como ternero atolondrado luego de darse un porrazo en la cabeza, en su dirección. El güije alzó sus garras, su intención bastante clara.

"Ah, no. No lo harás."

Mi cuerpo reaccionó por puro instinto y formación. Me tiré de espaldas sobre el suelo, estilo Matrix. "Vaya, que Neo habría estado orgulloso de mí" y disparé incluso antes tocar el pavimento. El güije me dio una mirada incrédula justo antes de caer como un plomo, aplastándome con su peso. Un agujero humeaba entre sus ojos.

Respiré hondo antes de sacármelo de encima. Limpié el líquido viscoso de mis oídos, los cuales efectivamente habían reventado. Confundida, observé durante todo un minuto el atardecer santiaguero. El sol comenzaba a declinar, las sombras lentamente arrastrándose por los rincones del parque. Tomé asiento y luego de accionar un botón de mi pulsera, la armadura ligera se replegó devuelta a su estado inactivo.

Mi cabeza giró mareada cuando intente pararme. Con las manos apoyadas en mis rodillas decidí que lo próximo en comprar sería un casco. Con aislante sonoro incluido.

Como pude, saqué una píldora sanadora de mi pulsera y me la tragué. Entonces con andares de borracha, me acerqué a la base de la fuente otra vez. Los ojos de Abel Santamaría, a quien el parque le debía su nombre, seguían mirándome con atención.

-No te preocupes, viejo. He terminado de destrozar todo por hoy. - Me comprometí con seriedad, pero su mirada no cambio. Impertérrita e inmutable y para nada convencida.

Era un mal día cuando comenzaba a hablar con una estatua que no era una gárgola.

Sacudí la cabeza, cada vez más clara y seguí avanzando.

A medidas que me acercaba, el aire se cargaba con más y más estática. Los pelos de mi cuerpo saltaron firmes y maldije como toda una guaricandilla de barrio marginal cuando alcancé a ver la razón tras mi nuevo regimiento militar de güijes.

Saqué mi celular –gracias a la píldora mis oídos volvían a funcionar- de un compartimiento de mis pantalones. Milagrosamente, sobrevivió al altercado. No siempre lo hacían.

-Hola-. Una voz contestó a mi saludo y yo seguí presentándome-. Tenemos una situación aquí.

Escuché atentamente sus educadas y corteses palabras.

-Si bueno, sé que ustedes no tratan con el gremio de Mercenarios-. Pedí en silencio paciencia. Malditos burócratas-. Pero quería reportar que hay un portal ilegal en la base de la fuente del parque Abel Santamaría.

Silencio, tal y como esperaba, porque los portales son un asunto serio. Nadie quería a un mundano cruzando accidentalmente a otro de los Reflejos de la Tierra.

-Bien, esperaré-. Colgué el teléfono y luego comencé a procesar la escena.

Borrar toda la evidencia era imprescindible. Razón por la que eliminé la memoria de esos días de las mentes de los niños. Por el güije, ni me preocupé, uno tan viejo como ese, era obvio que se volvería polvo luego de su muerte.

-Tan conveniente como un vampiro-. Suspiré, mirando el montón de cenizas donde antes yacía el güije y las recogí en un frasco.

Una vez terminado todo me senté otra vez en el mismo lugar, cansada hasta los huesos y me dispuse a terminar de bajar la botella de ron que aún me quedaba.

Nada como un día normal de trabajo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022