Capítulo 5 Una pandilla feliz y loca.

Capítulo 5.

Cuando no quieras responder una pregunta, tan solo evádela con otra. No existe mejor escapatoria para este tipo de situaciones que esta. Alcé la mirada y observé con semblante contemplativo el cielo nocturno. La luna y las estrellas parpadearon en mi dirección y sin girar hacia el lugar de donde sabía, provenía la voz, fingí sorpresa mientras exclamaba.

-¿No es demasiado tarde para que personas de la tercera edad estén despiertas, Lukas? - ahora sí que me giré y arqueando las cejas de la manera más irritante posible encaré a mi eterno calvario y fastidioso vecino de al lado. Una exageración, puesto que solo habían pasado cinco meses desde su mudanza.

Delgado, pero con la cantidad de músculos exacta, se sostenía con arrogancia sobre su metro noventa de altura. Una desgastada camiseta gris de mangas largas se tensaba sobre sus anchos hombros, mientras un par de pantalones largos se sostenían de sus estrechas caderas. Su cuerpo era como el de un galgo, de músculos delgados pero poderosos. Su corto y alborotado cabello rubio blanquecino contrastaba contra su piel dorada y enmarcaban un rostro de rasgos cincelados. Mentón terco, una mandíbula dura y una nariz patricia. Sin embargo, la guinda del pastel eran sus ojos, brillantes y translúcidos de un azul imposible de concebir y que siempre me hacía dudar de su humanidad.

Miré eso ojos y fue como flotar en la libertad de los cielos despejados.

Ese era mi estimado y muy desconfiado –porque sospechaba de mi más que otros mundanos- nuevo vecino de al lado, Lukas Cruz.

Él al igual que yo, resaltaba como pulgar adolorido en medio de tanto cubano y razas mezcladas. ¿Será por eso que no puedo pasar de este idiota al que claramente le desagrado?

Una verdad que no tenía que ser adivina para conocer. El ceño ligeramente fruncido y el brillo de irritación, llenando sus ojos normalmente fríos eran más que suficiente afirmación. Si fuera una persona más susceptible me sentiría herida, pero como no era el caso me reí de su malhumor.

-¿Acaso te parezco un abuelo, Elena? - Su voz era como estar parada en medio de la noche en el ártico y sin ningún tipo de protección.

No, me pareces un hombre en sus treinta, con un aspecto delicioso y un cuerpo por el cual cualquier mujer en su sano juicio mataría por escalar. Pero el infierno primero se congelaría y en Cuba nevaría antes de que le dijera algo como esto. La honestidad estaba sobrevalorada. Por esta razón me encogí de hombros con despreocupación. Mi aspecto era el de a quien le importaba un comino todo.

Él se apoyó contra la baranda que daba a mi portal. Su casa al igual que la mía, era una de esas viejas señoras de una época pasada que pese al tiempo no habían perdido todo su esplendor. Eran vestigio de cuando existían verdaderas obras arquitectónicas y no simples cajitas de zapatos como ahora.

Una cerca de alambre delimitaba su jardín del mío, mientras un espacio de más o menos dos metros de distancia separaba su casa de la mía. Una de las razones por la que vivía en Vista Alegre –antiguo barrio de ricos en Santiago- era esta, no tenía que tener a mis vecinos pegados a mis narices. Al menos no demasiado.

Los ojos de Lukas eran fríos, una mortal inteligencia se reflejaba en las profundidades de sus normalmente sin expresión orbes azules. Era cuando su expresión se tornaba de esta manera que podía vislumbrar los vestigios del exmilitar en él.

-¿Quién era ese?

Sonreí socarrona y beligerante. Obviamente no le daría una respuesta fácil. Ese tipo de actuación precipitada no tenía ni pizca de diversión y pinchar su temperamento era un pasatiempo que no podía ni quería pasar por alto. Así de jodona soy.

Me crucé de brazos mientras apoyaba casi todo mi peso en mi pie sano. Mi pie lesionado dolía, así que... ¿por qué estoy aquí cuando bien podría ir y tomar algo para sanarlo? La respuesta, porque era divertido.

-Mi nuevo proxeneta, ¿quién sino? ¿Quieres que te de su número? - le di una mirada ligeramente burlona, ligeramente coqueta, mirándolo de arriba a abajo.

A diferencia de cualquier persona con dos dedos de frente, Lukas vestía una camiseta fina de mangas largas y un par pantalones chándal para dormir. Me daba calor con tan solo mirarlo y no porque estuviese agradable a la vista.

-Luces como si lo necesitaras. -Apunte muy agradablemente.

Él me dio una mirada de muerte, mi sonrisa creció. 'Uy, qué miedo.'

-Deja de joder, Elena. Te preguntaré de nuevo, ¿quién era ese?

Ante su tono inconscientemente militar sentí la tentación de pararme en firme, saludar y gritar... 'Sí señor, a sus órdenes señor.'

Pero como mi sentido del humor no sería apreciado ni por Lukas ni por mi pie, me contuve y en su lugar le dije.

-¿Quieres saber? ¿Dime cuánto quieres saber? ¿Tan interesado estas en mi vida amorosa? - sonreí para irritarlo.

Tal y como esperaba, fastidio e irritación llenaron de centellas sus ojos azules, iluminándolos de dentro hacia fuera mientras capturaban la luz de la luna. Ser capaz de llenar sus ojos de emoción real, provocaba como siempre un inigualable sentimiento de triunfo en mi corazón.

-No me interesa. - Me frunció el ceño. -Solo no perturbes la tranquilidad del barrio.

Dicho esto, se alejó cojeando en dirección a su propia entrada. La cojera, era la secuela del accidente que le había costado su grado dentro de las tropas especiales del país, y puesto un freno a su meteórica carrera en ascenso como militar.

Le vi alejarse. Debería imitarlo, entrar, atender mi pie y reconciliar el sueño. El descanso era un bien importante para un mercenario que dependía de su resistencia física, habilidades marciales y fuerza. Sin embargo, una duda persistente cosquilleaba en un segundo plano de mi mente.

-¿Por qué saliste?

Mi instinto me decía que no era coincidencia. Escuchar a mi instinto era lo que me había mantenido viva durante veinticinco años. Las pocas veces que no lo hice, me curaron de ese mal en particular y desde entonces, cuando ellos gritan, yo prestaba la debida atención.

Lukas se detuvo en el umbral de su casa, giró sobre sus pies descalzos y me encaró. Pareció meditar durante unos minutos, luego respondió.

-Escuché sonidos de forcejeo y salí a investigar.

¿Quién eres, Superman? Me mordí la lengua, ¿qué demonios pasa con los oídos de esta persona? En ese momento entendí que debía cablear la casa con un sistema anti-espías. Byron deliraría cuando liberara parte del capital para ello.

-¿Y qué encontraste?

Me dio otra de esas miradas indescifrable.

-Solo a una idiota jugando con más de los que puede manejar.

¿Perdón? Apreté los dientes mientras enarcaba una ceja arrogante. "Un día, llegaría el día en que esta idiota te enseñaría una pequeña lección." Me prometí en silencio.

La mirada de Lukas se trasladó a mi pie lesionado.

-Dile a tu primo que le ponga un vendaje a tu pie. - Y por primo se refería a Byron, obviamente. Para el resto del barrio y encantadores vecinos, vivo con mi primo –un informático loco-, su mujer –jardinera- y nuestro gato. -Deberías tener cuidado con quien metes en tu cama, Elena.

Ni bien las últimas palabras salieron de su boca, él se volvió y se alejó. La puerta de Lukas se cerró tan suavemente como caminaba su dueño. Con la mandíbula ligeramente desencajada contemplé la puerta cerrada durante unos pocos segundos.

Eché una mirada al cielo. Sin nubarrones, ni rayos, tampoco había granizo o nieve cayendo desde arriba. Sacudí la cabeza, era un día raro cuando el hombre que más recelaba sobre mi afiliación política me aconsejaba sobre mi vida amorosa.

Un minuto entero transcurrió y cuando por fin me aseguré que no había un Armagedón en camino me giré e imité sus acciones.

La puerta se cerró con un clic a mis espaldas y cojeando me deslicé hasta el cuarto de baño, lugar donde procedí a saquear las existencias de píldoras para el dolor y beber un tónico sanador de bajo nivel.

El tónico más la venda regeneradora que posteriormente envolví alrededor de mi púrpura pie, serían más que suficientes para este. Para mañana estaría completamente recuperada y lista para cazar.

No había manera en el infierno en que desperdiciara una píldora de sanación de alto nivel. No, cuando una sola de estas pequeñas bastardas costaba más que una libra de carne roja en el mercado negro, no digamos el frasco entero.

Iba a retirarme a mi cuarto cuando me hice consciente de la desagradable sensación pegajosa en mi piel, le di una mirada anhelante a la ducha. ¿Habría? ¿Debería de hacerme ilusiones?

Eché marcha atrás y a modo de pruebas abrí tentativamente el grifo. La ducha se sacudió y resopló, pareciendo un buen presagio. Sin embargo y luego de un débil chorrito de agua se quedó tan quieta como un muerto.

Maldije como toda una guaricandilla, porque si no había agua de la calle, eso solo significaba una cosa. Mi mirada reposó sobre el cubo y el jarrito dentro de la ducha. Estos se burlaron de mi sin piedad.

-Otra vez, ¿por qué insisto en vivir como una Mundana? - dejé escapar un suspiro, pero como a mi pie no le apetecía en nada acarrear agua desde los tanques, me decanté por un saludable baño de gatos. En palabras de buen cubano, esponja húmeda y 'desmaya esa talla.'

Más fresca que antes cojeé de regreso a mi cuarto y me tiré sobre mi cama, dejándome solo la camiseta y la ropa interior. Indicador de cuan desesperanzadora era mi situación porque dormir casi desnuda en una región famosa por su actividad sísmica no era recomendado ni saludable. A menos, claro, que no te importara alegrarles la vista a los vecinos.

Imaginé la expresión amarga y escandalizada de Lukas y mi humor se aligeró sustancialmente.

Sintiendo que me olvidaba de algo sumamente importante caí nuevamente entre los dulces brazos de Morfeo y no vine a despertar hasta un par de horas después.

Momento en que incluso dentro de un sueño confuso lleno de gárgolas y un mundo envuelto en oscuridad, comprendí que por alguna razón era cada vez más difícil respirar. Un peso considerable se asestaba sobre mi espalda, presionando mi cuerpo contra el colchón mientras otro apretaba mi cara contra la almohada.

Forcejé, tratando de liberarme, pero no pude mover a la persona tratando de asfixiarme hasta la inconsciencia. Mis pulmones quemaron en busca de aire. Las pocas neuronas con algo de actividad sináptica en mi cerebro comenzaron a desfallecer. Una oscuridad familiar empezó a mordisquear los bordes de mi consciencia. Mi corazón pateó con miedo y golpeé el colchón con una mano. Era el movimiento típico de los luchadores contra el tatami cuando decidían que era un buen momento para tirar la toalla.

Conseguí ladear la cabeza y aspiré una titubeante bocanada de aire.

-¡Me muero, Brown! -me quejé a uno de los pocos seres que podrían acercarse a mi sin hacer saltar mis alarmas.

-Hierba mala nunca muere. -fue la ronroneante respuesta que me llegó a través de mis oídos un poco atolondrados.

Y una mierda. Me sacudí, tratando de tumbar a la criatura sobre mí.

El peso sosteniendo mi cabeza contra la almohada desapareció luego de unos minutos de forcejeo. No así el de mi espalda, pero al menos ya podía dejar de comer tela y conseguir ese anhelado y vital aliento.

Respiré hondo y tosí varias veces, pero eso no me disuadió de seguir aspirando bocanada tras bocanada de aire.

¿Quién diría que el aire podría saber tan dulce?

Mirando por encima de mi hombro, vislumbré al gran gato barcino sobre mí, este reposaba cual rey sobre mi espalda. Su cuerpo era robusto y de pelaje gris atigrado semi largo de rayas negras. Una cola esponjosa y larga e igual de impresionante que el resto de su dueño, golpeaba con parsimonia calculada mi trasero.

Lo estaba haciendo apropósito.

Enfrenté su mirada de ojos esmeraldas y el gato destelló los dientes en mi dirección. Tragué saliva y por una vez me pregunté por qué no podía tener compañeros de piso más convencionales.

-¿Qué hice ahora?

"Y bájate, por favor." Me quejé en mi fuero interno, pero solo ahí. Sin embargo, hice una mueca, porque tener siete kilogramos de Brownie en forma de gato sobre la espalda no era broma.

Según las leyendas, el Brownie era un tipo de espíritu doméstico con la forma de hombrecillos color marrón, estos ayudaban con los quehaceres del hogar a cambio de un tributo de pan con miel y leche.

Brown, por otra parte, detestaba ser colocado dentro del mismo saco que otros, también aborrecía seguir cualquiera de esos absurdos estereotipos. Y como bien solía decir, él tomaba la forma que le diese su realísima gana.

-Reflexiona por tu cuenta. Yo no pienso gastar saliva con una persona necia e irresponsable como tú. -estrechó los ojos, luego pude sentir la sensación aguda de sus garras escarbando mi piel.

Auch.

-Está bien, está bien. Ya entendí. -me rendí, no podía recordar que había hecho esta vez para desatar su ira, pese a esto trabajaría para camelarme el favor del habitante.

Brown -en realidad ni siquiera era su nombre, sino el apodo que le puse cuando era una niña- me enterró las garras una última vez para remarcar y dejar en claro su punto, luego descendió hasta el suelo de un salto.

Me incorporaba sobre la cama cuando el sonido ronroneante que era su voz volvió a alcanzarme.

-El desayuno está casi listo y hay una notificación del Gremio esperando por ti en tu web.

Parpadeé y le miré irse.

¿Una notificación? Eso solo podría significar 'eso,' ¿verdad? Me quejé mientras rodaba de extremo a extremo sobre la cama. No me apetecía para nada hacerle una visita al Enclave y con solo pensarlo sentía mis dientes chirriar. Por norma general Byron se encargaba de todo cuanto significase acudir al Enclave, no obstante, esta vez no tenía escapatoria.

Tenía que ir yo. En persona. Carne y huesos. Qué desgracia, joder.

Respirando hondo dejé de remolonear entre las sábanas y poniéndome un par de pantalones cortos avancé hasta la cocina-comedor. Lugar donde encontré a mi alegre pandilla alrededor de una mesa de madera que al igual que todo en mi casa era una antigüedad de otras eras.

-¿Qué te parece Alfheim ? - la cabeza oscura de Byron y la cabeza verde pálida de Nina se juntaban cerca una de la otra con el tipo de intimidad que solo una pareja compenetrada podía tener mientras parecían atender algo en la pantalla de mi portátil.

Rechiné los dientes, porque el ambiente entre ambos era tan empalagoso que hacía mis dientes chirriar, y me acerqué. Entonces escuché de lo que estaban hablando.

Nina tan solo asintió y sonrió, en su estado más parlanchín. Distraída y con una dulce expresión distante ella era el reflejo del árbol con el cual estaba conectada. Un ramalazo de confortable serenidad.

-Sus bosques son bastante similares a los de Tír na nÓg . Solo tendríamos que trasladar tu árbol con mucho cuidado para no dañar sus raíces y todo estaría bien. -Me coloqué a sus espaldas mientras Byron proseguía con su explicación como un vendedor consumado.

Eché un vistazo a las imágenes llenando la pantalla de mi ordenador personal. En apariencia este lucia igual que una laptop cualquiera, siempre y cuando ignoraras las series de pantallas holográficas proyectados desde esta. Varias tomas de un paisaje lleno de altos pinos y robles encandilaron mi visión con promesas de desenfreno y días de libertad.

Nina levantó la mirada, sus ojos ambarinos se aferraron a los míos llenos de inocencia. Piel roja y tersa se tensó cuando sus labios rosados se curvaron en lo que califiqué como su sonrisa de "Buenos días, Elena."

-Buenos días a ti, Nina. -Miré a al sátiro usando pantalones cortos rojos y un gran pulóver gris con el logo de Star War cubriendo el frente de este.

Un par de lente de montura de pasta negra resbalaban desde sus orejas puntiagudas, dándole un aspecto intelectual al par de ojos avellana mirando al mundo tras el cristal. Como siempre los pantalones solo le cubrían desde mediados de muslos, facilitando la vista del lugar desde donde sus piernas dejaban de ser humanas para convertirse en peludas patas de cabra. El par de cuernos negros de tamaño pequeño asomando desde la línea de su grueso cabello castaño completaban el conjunto. -¿Planeando vacaciones?

Tanto mis ojos como nariz se vieron compelidas hacia la tasa humeante de café cerca del sátiro. Me estiré para proceder a robarla sin dilación y me llevé la tasa a los labios.

-¿Hey? No robes, sírvete el tuyo. -Byron se quejó en voz alta mientras le daba el primer sorbo al café estafado.

Hmm. Tiene el punto exacto de chícharo . Suspiré de placer, dando gracias al universo por no ser alérgica al chícharo. Byron resopló de malhumor, le ignoré. No faltaba más. El sátiro se dio la vuelta mientras refunfuñaba en voz baja y sus dedos comenzaron a apuñalar las teclas de mi teclado a velocidades luz como siempre.

-Estamos planeando la mudanza. -Me dijo poco después.

Me congelé y solo la sensación de quemazón en la lengua me trajo de vuelta.

-¿Se van? -el pensamiento me hizo sentir sola por alguna desconocida razón.

Byron volvió a resoplar.

-Es un proyecto a largo plazo. -Hizo una pausa, luego continuó apuñalando con ímpetu a mi pobre teclado. - Estamos cuadrando el próximo lugar donde viviremos luego de que los mundanos idiotas de Hominus se carguen de una vez a su reflejo.

Tomé un trago, saboreando el amargo a la vez que dulce sabor del café. En realidad, tenía razón. Pensé en las guerras, la contaminación ambiental, la erosión de los suelos, el descongelamiento de los polos e hice una mueca, porque era una lista larga. Al paso que iban, no era descabellado concluir que Hominus tenía los siglos contados.

-Por suerte para todos, Hominus es solo un Reflejo más. ¿Imaginan que fuese la Tierra Original?

Destrucción masiva. Nada quedaría, porque un espejo no emitía reflejo alguno sin algo que reflejar. Suspiré y me di una sacudida mental.

-Tengo que revisar el correo del Gremio.

Nina se paró y se abrazó a mi costado. El aroma a flores y árboles llenó mi nariz. Byron se chupó los labios.

-Ya lo hice. -Quise poner los ojos en blancos, ¿era que no había nada privado en esta casa? -Era una notificación de reunión.

Le vi dar un vistazo al reloj de cucú en la pared. Sus cejas subieron de manera exagerada y en seguida me traspasó con una mirada de ojos risueños. La piel de mi nuca se erizó, porque esa mirada siempre significaba problemas para mí.

-Deberías apurarte. -canturreó. -Porque la reunión es dentro de quince minutos.

El mundo se detuvo durante un segundo, estirándose igual que una banda elástica. Casi pude contar los latidos de mi corazón y seguir el deslizamiento de esa gota de transpiración bajándome por la espalda. El segundo terminó y con un chasquido seco regresó a toda velocidad a su ritmo habitual.

-Perdón, Nina. -me desembaracé de la hamadriade, dejándola sobre el regazo de su marido e inmediatamente derrapé a toda velocidad fuera de la cocina, patinando mi camino hasta el baño en el pasillo.

Me di la ducha –había agua otra vez, aleluya- más corta del milenio y tres minutos después, frotaba con desesperación una mullida toalla de felpa contra mi cuerpo mientras cepillaba mis dientes al mismo tiempo.

Cuando terminé, partí como una exhalación del baño. En mi camino recogí la ropa que la noche anterior había dejado colgada luego de regresar a casa. Al trabajar como mercenaria, tengo licencia y credenciales suficientes como para saltarme todo el burocratismo de mierda que implicaba viajar de un reflejo al otro y operar en cualquier lugar de las Tierras donde me lleven mis misiones.

Aunque por lo general los Habitantes tienen el buen gusto de mantener mis manos llenas y ocupadas, solo en muy contadas ocasiones necesito viajar a otro Reflejo.

Le di una profunda respiración a la ropa. No estaba limpia, pero estaba agradecida de que fuera lo potencialmente pasable.

Comencé a vestirme. Pantalones de mezclilla elasticidad, preparada para soportar una que otra carga de blasters, una camiseta sin mangas y un par de botas de combate con puntas y talones de metal para completar el conjunto, sin mencionar menudencias como ropa interior, claro.

Ocho minutos después me paré ante mi espejo de cuerpo completo, en la puerta del armario de madera caoba antiguo, otra herencia familiar. Di un rápido repaso a la mujer reflejada en la superficie reflectante. Una vez satisfecha deslicé mi gorra azul marino preferida sobre mi cabellera roja.

Ah y por si se lo preguntan, si era mi color de cabello natural; este, al igual que mis ojos azul hielo, piel pálida y un poco pecosa fueron un regalo de mi bisabuela irlandesa que por alguna razón terminó enamorándose y casándose con un muy cascarrabias gallego español.

Asentí a la mujer en el espejo.

Deslicé un par de dagas en mis botas, no iba a trabajar, solo asistir a una reunión así que consideré excesivo cargar tanto con mis blasters como con mi muy modificada escopeta recortada.

Pese a las dagas me sentía desnuda. Mis dedos convulsionaron cerca de mis muslos buscando por una funda que no estaba ahí. Ignoré el sentimiento y me moví a través de la casa.

La casa era otra de mis reliquias familiares, aunque un poco más moderna que las anteriores. Mi familia solía mudarse constantemente hasta que unos setenta u ochenta años atrás, por entonces década del cuarenta y período del machadato en Cuba, mi abuela conoció el estilo neocolonial californiano, una hermosa dama con vestigios e influencias norteamericanas e hispánicas y que aun así se las arreglaba para ser del todo cubana, con sus tejados inclinados de tejas de barro criolla, paredes ataludadas de madera, arcos sugerentes en galerías porticadas y el delicado trabajo de herrería del enrejado de hierro.

Por supuesto que todo el asunto concluyó con ella haciendo campaña por su adquisición. Mi abuelo eternamente enamorado de su esposa, acabó como siempre accediendo y así los Castillos terminaron instalándose luego de una vida de peregrinación por toda Cuba y algunas otras partes del mundo, en Santiago de Cuba y más específicamente en Vista Alegre, un barrio de ricos por aquel entonces.

El olor del desayuno caliente me golpeó al pasar cerca de la cocina. Mi estómago rugió protestando, cuando simplemente seguí de largo. Suspiré, al menos había conseguido un sorbito de ese café.

Sin este poco en mi sistema no sería más inteligente que un zombie.

Abría la puerta de la casa cuando escuché un silbido tras de mí y por simple costumbre modifiqué mi trayectoria a la vez que me inclinaba ligeramente a mi derecha y me volvía sutilmente. Capté por el rabillo del ojo, la bolsa de papel volando en mi dirección igual que un proyectil. Con un rápido movimiento tranqué el proyectil. Papel crujió en mis manos y el olor de la comida recién hecha llegó a mi nariz, mi boca se deshizo en agua.

Ñam-Ñam-Ñam. Aparentemente, mi estómago no se verá en la necesidad de devorar a mi espinazo.

-No te confundas y vayas a creer que estas perdonada. Aún tengo pensado pelar la piel de tu espalda con mis garras.

Miré al gato Brownie con complejos de tsundere e hice una mueca. Más me valía pensar rápidamente en una solución, o en serio el duende se haría un bonito par de botas con mi piel.

La imagen del gato con botas llenó mi cabeza y mordí mis labios. Reírme en ese momento sería malo para mi salud física, así que le di un cauteloso asentimiento y corrí lejos de su alcance.

La solución a mis problemas era una sola y siempre funcionaba. ¿Lo malo? Que me dejaría con una mano adelante y la otra atrás y a mi billetera con más telarañas que a una casa abandonada.

                         

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