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Capítulo 3.
Rodé Enramadas abajo montada sobre mi patineta. El suelo adoquinado hacia castañear mis dientes con cada surco en el camino que pasaba. La pendiente me impulsaba a toda velocidad, llevándome cada vez más cerca de mi destino. Aun así, iba con tres horas de retraso. Mis dedos ardieron, las ganas de encender los micro-propulsores discretamente añadidos en la patineta era una picazón que simplemente necesitaba rascar.
Apreté los puños y me resistí. De todas formas, ya iba tarde y excepto por sumar una multa a mis ya exangües fondos, en realidad no sacaría nada del esfuerzo, así que quince minutos más no cambiarían nada.
Cogí impulso y aceleré a la antigua, dándole fuerte al pie contra la calle, por suerte para mí, "para abajo todos los santos ayudan..."
La luz amarilla de las farolas se mezclaba con la alógena de las tiendas y negocios aun abiertos, iluminando la bochornosa noche santiaguera. Personas iban y venían desde distintos lugares y hacia distintas partes, Enramadas era como siempre un nexo entre varios destinos y éramos una variopinta mezcla de nuestros distintos antecesores culturales.
Maniobrando entre estos, esquivé como mejor pude a las masas. Tuve varios momentos de "Ups... Perdón y Permiso..." Muchos más en lo que me gritaron... "Perdón no quita dolor, zoqueta..." La versión estilizada y editada por supuesto.
Sin embargo, y pese a las tribulaciones en mi camino no cesé en mi empeño. Era una mujer con una misión. Mi billetera dependía demasiado de ello para dejarlo de lado sin más.
Por fin alcancé la esquina de la tienda de perfumes el Primor –y sus precios sí que eran un Primor, tanto que padecía de dentera con tan solo recordarlos- y maniobré alrededor, subiendo la pequeña cuesta hasta llegar al Parque Céspedes.
Solo porque estaba más cerca de mi destino no era razón para detenerme, más bien todo lo contrario y pese al cansancio chupándome los huesos me las arreglé para exprimirle una última gota de energía a mi cuerpo.
A toda patilla crucé la calle de la Catedral y por poquito no me convierto en pintura en el chasis de una camioneta. Mi corazón pateó cuando derrapé sobre la acera, casi estrellándome contra la puerta de cristal de la tienda en la esquina.
El cristal tembló, mi billetera también tembló, poniéndose gris nada más que de imaginar el multon que le caería encima en caso de colisión.
-Sal del medio, blanca que no pagas chapas. - el chofer me gritó, dándole al claxon como si no tuviera un mañana. Me volví en su dirección, detectando cierto tono racista en su voz y por inercia le saqué un dedo, era el dedo medio no faltaba más.
El momento pasó tan rápido como llegó, respiré hondo y poniendo mi temperamento bajo control, pisé uno de los extremos de la patineta. Esta se inclinó y la recogí por el extremo contrario que tan caballerosamente se puso a mi alcance, eché a andar en dirección a las escaleras frente al cine Rialto.
Subí los escalones de dos en dos y para cuando llegué a la cima estaba tan cansada que incluso la idea de tirarme un rato en el suelo me pareció apetecible. Por suerte la razón se impuso y rápidamente dejé atrás mi locura transitoria. "Fiuuu, eso estuvo cerca. Demasiado cerca..."
Miré alrededor y fijándome que nadie me notara activé un Escudo a mi alrededor, entonces troté hasta la puerta en una de las torres de la Catedral. Esta era la que subía hasta el mirador.
Toqueteé un par de teclas en mi pulsera derecha, accionando el mecanismo que me proveería de mi llave universal. El guante negro de mi armadura ligera cubrió mi mano derecha y desde la punta de mi dedo índice y pulgar un par de ganzúas holográficas se desplegaron.
Las observé felizmente porque con esto ya no tenía que envidiar los juguetes de Stark . Por supuesto convenientemente dejé de lado el hecho de que Tony simplemente volaría hasta el techo. Miré mi propia armadura retráctil y solté un suspiro de 'algún día.'
Deslicé las ganzúas en el cerrojo cerrado de la puerta y hábilmente las manipulé en la combinación apropiada. He estado haciendo esto por tanto tiempo que mis dedos simplemente conocen el mecanismo tan bien como las palmas de mis propias manos.
La puerta se abrió un milímetro.
Miré alrededor con muchísimas ganas de silbar una estúpida e inocente canción de 'aquí no ha pasado nada'... o simplemente imitar a la viejecita de Hotel Transilvania al decir 'yo no fui' y me seguir con mi vida diaria.
Me di una bofetada mental, aquí voy y como cada vez que estaba hecha polvo, empezaba a pensar sandeces. Me colé en el interior poco iluminado, alzando la mirada me enfrenté a mi peor pesadilla.
Escaleras.
Suspiré, luego me di un 'par de palmaditas mentales de ánimos que tú puedes' y troté escalera arriba, tomándola de dos en dos. Perdí la cuenta después del décimo escalón, con la cantidad de veces que subo la cuesta ya debería de sabérmela de memoria.
Demoré el mismo tiempo en subir que en llegar. Con la lengua afuera, y el corazón en la boca vi por fin el final del camino, en un sentido bastante literal.
Apoyando las manos sobre mis rodillas jadeé por aire, el cual nunca sabía más delicioso que en ocasiones como estas. Limpiando el sudor de mi frente me enderecé y enfrentando valientemente mi destino salí al techo de tejas rojizas.
Kagea se volvió a mirarme con una expresión plana en su rostro de piel marmórea. Su cabello gris soplaba hebras sueltas dentro de sus ojos igual de grises. Mientras caminaba con cuidado sobre las tejas rojas me pregunté si no le molestaban.
-Tres horas tarde. - Su voz era plana mientras miraba la hora en la pantalla holográfica de su comunicador –una pieza de tecnología en forma de pulsera- mire este con envidia porque el chisme era demasiado caro para permitírmelo y demasiado raro para usarlo de este lado. - Eso sería un quince por ciento menos de tu paga habitual.
Hice una mueca porque incluso con mis limitadas capacidades matemáticas sabía que esos eran un montón de créditos.
Byron me iba a gritar otra vez.
Miré al cielo, pidiendo paciencia. No tengo ganas de que me griten, una vez más.
-Bien... bien. - Suspiré, sacando una bolsa de mi mochila y con cuidado de no resbalar en el tejado –porque convertirme en pegatina de Elena no es algo que quiera probar- me acerqué hasta ella y le tendí la bolsa. -Aquí está el desayuno... Bon apettit.
Ella me miró fríamente.
¿Por qué de todas las gárgolas de la ciudad tuve que venir a trabajar para la más quisquillosa, perfeccionista y fanática del tiempo? Me hubiera ido mejor con alguna de las muchas gárgolas que hacían del cementerio Santa Ifigenia, su hogar, por dios.
-Lánzala.
-No se diga más. - E instantáneamente obedecí.
Kagea cerró sus grandes y emplumadas alas con un chasquido metálico y con insultante facilidad atrapó la bolsa. El contenido tintineó estrepitosamente en su interior.
Parándome en un lugar relativamente seguro de la cornisa estudié las alas de la gárgola. Al igual que un pájaro del Estínfalo estas eran de metal, cada plumón compuesto por finos filamentos de cobre mortales para la piel.
Mantuve mis manos donde la gárgola las pudiera ver.
Por alguna razón, Kagea envolvía su verdadera apariencia tras capas y capas de un Glamour que era tan pesado como una camisa de fuerzas. Por suerte o desgracia para mi e incluso con el uso de mis lentes especializadas no existía Glamour que mis ojos no pudiesen descifrar. Por esta razón sabía que a pesar de las apariencias la gárgola era una 'ella' en vez de un 'él.'
La observé abrir el cordón de la bolsa y sacar un reluciente cuarzo amarillo. Ella se detuvo a olisquearlo, poco después le pasó la lengua. Deduje que el cuarzo pasó la primera ronda de inspección porque más tarde le dio un sustancial mordisco.
Escuchando el sonido del cristal al crujir y ser triturado me estremecí. Que mierda, incluso mi estómago se estremeció de dolor. La pulverización mineral se detuvo medio minuto más tarde, la gárgola me regalo una mirada inescrutable.
-Nada mal, mucho mejor que las últimas que me trajiste. - Frunció el ceño con curiosidad. - ¿De dónde las sacaste esta vez?
Me encogí de hombros. -De un puesto para venta de artículos de santería en Sueño , ¿de dónde más si no?
-Ya. -ella engulló un nuevo cuarzo. -Al menos esta vez son de verdad y no falsos.
-Ya me disculpé por eso. - y me descontaste también... pero como era un simple trabajo de mensajería que hacía diariamente y cien créditos que fácilmente caían en mi bolsillo no termine el resto de la frase.
Kagea se encogió de hombros luego comenzó a comer su desayuno.
No podía irme, menos aún desde esa vez en que los cuarzos resultaron ser falsos y las rocas tan apetitosas como mierda fosilizada, según sus palabras no las mías. Desde entonces tenía que quedarme hasta el final.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí? - pregunté para matar el tiempo.
No esperaba una respuesta, pero...
-Desde 1922... creo.
Milagrosamente la obtuve. Lo que me llevó a sacar una rápida cuenta mental, incluso con mis pobres dotes matemáticas no fue difícil de conseguir.
Me reí, porque... -Ño , bien podrías ser mi bisabuela.
No importa si somos humanas o habitantes, una mujer nunca se tomará a bien bromas que involucren su edad. La gárgola agitó un ala y varias plumas volaron en mi dirección.
-Joder. -rápidamente esquivé las plumas de cobre apuntando a mi cabeza y casi caigo al vacío.
Ráfagas de aire acariciaron mi piel y mandaron a volar mi cabello fuera del apretado moño que normalmente utilizaba.
Literalmente vi mi vida pasar ante mis ojos, mientras admiraba al distante suelo y a las personas del tamaño de hormigas bajo mí. Tal vista me motivó a recuperar rápidamente el equilibrio. Apretando los ojos y con el corazón en la boca me pegué contra la pared de la torre.
-Matar a un Iluminatis es un delito por el que te deportan de Hominus, ¿sabes eso verdad? - No abrí los ojos.
-Confío en tus habilidades. - y con tales palabras ella desestimó con simpleza mis temores. -Sin embargo, Elena, deberías hacer algo con tu lengua o acabaras como el pescado, que muere por la boca.
Hump. Más fácil decirlo que hacerlo.
Con resignación volví a abrir los ojos y supe que estaba en problemas cuando una energía misteriosa comenzó a condensarse alrededor de la gárgola.
-Mierda. - Maldiciéndome, cerré mi ojo derecho y comencé a buscar en uno de mis bolcillos hasta dar con un parche para ojos. Debido a ciertas circunstancias siempre tenía mis bolcillos bien abastecidos con un abundante surtido de vendas y parches para estos. Lo deslicé sobre este, cubriéndolo y respiré aliviada al comprobar que Kagea volvía a ser Kagea una vez más.
-¿Qué le pasó a tu lente? - Esta vez una roca volcánica crujió entre sus dientes de metal.
No me preocupe por su pregunta, porque para todos los hechos y efectos padecía de una 'enfermedad' que me hacía hipersensibles a los fotones lumínicos. Ya quisiera, que fuera tan simple como esto.
Parpadeé, volviendo a mis sentidos y le di una mirada de refilón al borde de la cornisa.
-Practicando paracaidismo, creo. ¿Estás complacida con la entrega? Si lo estás págame para que pueda largarme de una vez.
El metal resonó y me encogí... Yo y mi maldita bocota, ¿cuándo voy a aprender?
Sin embargo, Kagea debía de estar de un humor particularmente satisfecho porque por una vez no intentó corregir mis modales. La gárgola abrió su comunicador y jugueteó con él por unos segundos.
-Ya está hecho. -dijo, un segundo más tarde abrió sus alas, despidiéndome eficazmente en el acto y voló hasta el pretil desde el que había reinado por cerca de cien años, coronando la cima de la Catedral santiaguera.
Poco después mi teléfono vibró sutilmente, y luego de pescarlo de uno de mis bolcillos leí rápidamente el mensaje entrante, era una notificación de transferencia de la Sucursal Santiago del Banco Americano Iluminatis.
Sonriendo, me despedí de la gárgola -que a pese de tener un corazón de piedra era mejor que muchos otros que conozco- y bajé de buen humor las rechinantes escaleras de madera.
Con mi ojo derecho parcheado, regresé a casa un poco después de las once, donde luego de una cena tardía, un buen baño –Acueducto se había dignado a poner el agua- y caí en picado entre mis sabanas.
Aleluya.