Carlos me seducía tan fácilmente, que era una locura pensar salir de esa casa sin haberlo devorado antes. Obviamente no podía ser yo quién diera el primer paso. Él debía encontrar la manera de activar mi lado salvaje, desatar esa fiera sedienta de sexo que habita en mí. De otra manera jamás llegaremos a nada. Había pasado una hora de charla, risas, y miradas insinuantes. No obstante, Carlos no se atrevía siquiera a besarme repentinamente. Estaba convertida en un camión de pólvora, que únicamente necesitaba la más mínima chispa para estallar de forma épica, y derretirme por completo sobre su cuerpo.
Llegué a la conclusión de que Carlos estaba tan nervioso como yo. Seguramente él no deseaba arriesgarse por miedo a ser rechazado. Es obvio deducir eso gracias al hecho de no proceder a pesar de tener todo el camino preparado. Aún seguía seducida por el lindo detalle de la cafetería, lo atento que se había mostrado en este poco tiempo que llevábamos saliendo. Realmente deseaba ser suya, sentía esa ganas de dar el siguiente paso. Sin importar todas las advertencias, el anhelo era insoportable. Todo eso me llevo a ser yo misma quién ideara un ingenioso plan para acercarme hasta Carlos. Hacerle saber que yo lo deseaba tanto como él obviamente me deseaba a mí. Demostrarle que estaba bien, que había logrado conquistar mi corazón, y por ende se merecía mi paraíso. Pero para ejecutar mi plan infalible, debía actuar rápidamente.
El chocolate estaba listo desde hace algún rato, y servido en una blanca taza de cerámica sobre un pequeño plato fabricado con el mismo material. Debido al tiempo que llevó en la cocina, su temperatura había disminuido. Esto me daba la oportunidad perfecta para emprender un intento sutil que me diera la excusa perfecta para tocar su cuerpo disimuladamente. Caminé hacia él llevando esas tazas con chocolate en una charola que sostenía en mis manos. Carlos hablaba de cosas relacionadas con su automóvil, a las cuales siendo completamente sincera, no presté ningún tipo de atención. Yo solo me concentraba en tener la puntería requerida para dar justo en el blanco. Sólo tenía una chance, así que todo debía ser perfecto. Necesitaba concentración, y sangre fría. Con un ligero vuelco en la charola derramé un poco de chocolate en su camisa haciendo que saltara rápidamente del mueble dónde yacía sentado. Era hora de dar comienzo a mi gran actuación.
- ¡Dios mío, Carlos! - coloqué la charola sobre la pequeña mesa que adornaba la sala para llevarme las manos sobre mis mejillas en señal de estar muy apenada por mi torpeza - qué torpe soy, ¡lo siento mucho!
- No, no te preocupes. Este tipo de cosas pasan todo el tiempo - Carlos seguía mostrándose como todo un caballero a pesar de que acababa de arruinar su camisa, supongo que eso hizo que me fijara mucho más en él - creo que ya era hora de que me callara.
- Estoy muy apenada contigo, Carlos. Por favor, deja que te limpie un poco - Fuí rápidamente hasta la cocina por un pañuelo para limpiar un poco el desastre que había causado, regresé casi que corriendo para tomar su camisa y comenzar a quitar el exceso de chocolate mientras le decía - soy una tonta, debes estar pensando que no sirvo para nada.
- Puedes estar totalmente tranquila, yo jamás tendría algún pensamiento negativo en tu contra - exclamó Carlos tomando suavemente mi mentón haciendo que mirara sus ojos fijamente, logrando hacer estremecer cada centímetro de mi ser. La piel que cubre mi cuerpo, se erizó en su totalidad en un estallido de emociones mágicas que recorrieron mi ser en cuestión de un segundo.
- Espero no haber quemado ninguna parte de tu cuerpo - levanté su camisa, e hice que el pañuelo de cocina en mi mano comenzara a recorrer todo su pecho bajando lentamente hasta su abdomen - aunque eso explicaría este calor tan terrible que estoy empezando a sentir, me tienes... Sofocada, Carlos.
- Solamente conozco una forma de quitar ese tipo de calor, y esas... Ganas - susurró Carlos finalmente entendiendo el mensaje claro de mis insinuaciones - creo que nos ha llegado la hora de amar.
- Lo mismo estaba pensando - exclamé entre murmullos, y un suspiro casi convertido en gemido mientras veía con emoción como sus labios se acercaban a mí, sus brazos me envolvieron rápidamente como serpiente arrastrando mi cuerpo hasta apoyarme contra el suyo con mucha fuerza, su lengua se desplaza como pez dentro del océano en mi boca.
Fue un día mágico que se extendió hasta la noche. Ambos entregamos lo mejor que teníamos en nuestro interior, amándonos como si no hubiera un mañana, nuestro sudor fue el rocío que humedeció el césped de las sábanas bajo nosotros. Nunca pensé que mis labios podían llegar a doler tanto luego de una sesión intensa de besos llenos de lujuria. Las prendas de ropa dibujaban el sendero que recorrimos hasta llegar a mi cama. Todo salió de manera perfecta aquella vez, los cuerpos conectaron. El inicio siempre es lo más bonito de una relación.
- En eso tienes toda la razón del mundo mundial - exclamó Rose repentinamente con mucho énfasis interrumpiendo el relato de Beatriz, y haciendo que se reventara esa pequeña burbuja imaginaria dónde todas las chicas se hallaban visualizando aquella historia que ella contaba - todo es hermoso al principio, todo es color de rosas, nada te molesta... Incluso llegas a creer que nunca te va a doler.
- Oye, sería genial que tú también nos cuentes tú historia. Se nota por tu tono de voz, que es un cuento muy intenso e interesante - propuso Pamela con entusiasmo.
- No, no quiero aburrirlos con mis cosas - respondió Rose reclinando su cuerpo hacia atrás con una sonrisa que expresaba lo apenada que estaba.
- Por favor, Rose. Todos aquí queremos escucharla - dijo Beatriz insistiendo en la idea de Pamela.
- Bueno.. Ya que no me dejarán en paz hasta que lo haga, entonces lo haré - aceptó Rose preparándose - les contaré mi historia, un relato lleno de injusticias, y mucho drama.
Lo difícil de las historias de desamor, es que todas comienzan de una manera muy bonita. En mi caso obviamente no hay excepciones. Siempre fuí muy popular en la secundaria. Ya saben, la típica chica con muchas amigas, pretendientes, y una larga lista de detractores que deseaban verme fracasar. Lo normal en la vida de cualquier adolecente. En esa época nunca me preocupé por nada realmente. Nunca tuve responsabilidades importantes. Mi mayor preocupación era no reprobar ninguna materia que pudiera hacerme repetir el año escolar. Una vida sin dolores de cabeza, sin trasnochos, sin dificultades. En pocas palabras era totalmente feliz. El gran problema es que nunca lo supe hasta que fue demasiado tarde.
Cómo ya les dije, tenía amigas por montones. Chicas con las mismas metas, sueños e ilusiones que yo. Sin embargo por alguna extraña razón nunca me sentí completamente cómoda pasando mi tiempo libre con ellas. Sucedía ese extraño fenómeno cuando una mujer se siente mejor con amistades masculinas. Y entre todos los posibles amigos que pude tener, siempre hubo uno que era, digamos... "Especial". Encontró la manera de ganarse mi confianza, y por ende mi amistad de una forma tan rápida que casi ni me percaté. Su nombre era Eduardo. Un muchacho escuálido, poco atractivo, ojos saltones, cabello corto de color negro, y una personalidad que al principio me resultó bastante aceptable. Comenzamos a pasar mucho tiempo juntos. Tareas en su casa o la mia luego de la escuela, exposiciones en pareja, e incluso a compartir el almuerzo llegamos en muchas oportunidades. Él encontró también la manera de agradarle mucho a mi madre. Era sorprendente la confianza que ambos se tomaron en un lapso bastante corto de tiempo. Al sorprendente punto de llamarla mamá, y pedir su bendición cada vez que iba a mi casa. Una relación bastante bonita a decir verdad.
Siempre tuve amores como cualquier chica de mi edad. En todos mis noviazgos buscaba ser la pareja del chico más guapo, el más popular, el más codiciado. Todo con tal de ser la envidia de todas las demás niñas en la institución, incluso aunque el chico no fuera para nada de mis tipos de gustos. Ser el centro de atención era suficiente aliciente para seguir adelante. Ustedes me entienden, todas pasamos por esa etapa cuando fuimos adolecentes. Ser novios solamente para guardar apariencias, posiblemente era mi talento más grande. Fijarme únicamente en el físico, popularidad, y demanda que pudiera tener dicho chico me salía de forma natural. Les confieso que hubieron muchos de esos muchachos que ni siquiera llegué a besar. Así de superficiales eran mis relaciones sentimentales en aquel entonces.
Así pasó el tiempo transcurriendo de manera normal. Eduardo se había transformado en un gran amigo para mí. Era mi pañuelo de lágrimas de amores perdidos. Cualquier pena que me hiciera llorar, él siempre fue el primero en saberlas, en escucharme, en entender mi versión de la historia. Nadie me conocía tan bien como ese huesudo chico de sonrisa pronunciada, y baja estatura. No resulta extraño pensar que comenzara a ser mi compañero de fiestas. En todas las reuniones familiares, gozaba de gran aceptación por parte de mi mamá, hermanos, y demás. Nunca tuve una mínima queja de él cuando fue ese amigo tan especial. Siempre se comportó a la altura de cualquier situación. Faltarme el respeto resultaba ser algo impensable, inaudito, que juró nunca hacer. Qué diferente se ven las personas cuando dejas de mirarlas con cariño. Entre días y días que pasaban cayendo las hojas del calendario como descienden las verdes hojas de los árboles en pleno otoño. Finalmente llegamos hasta el cumpleaños de mi hermana mayor. Una fecha muy especial para mí, no solo por significar un año más de vida para un ser querido. Sino debido a las grandes celebraciones que solían ofrecen en este tipo de ocasiones. Fiestas hasta amanecer, bebidas, mucho baile y diversión. Cómo ya era muy común, Eduardo nos acompañaba esa noche siendo un amigo más que daba buena vibra al bullicio en el que siempre terminábamos.
Esa noche me puse mi mejor atuendo, preparé mi cabello, y me dije a mí misma que no permitiría que nada arruinara esa velada que se supone, debía ser perfecta. La celebración comenzó un poco floja. Los invitados habían tardado mucho en llegar, la música sonaba fuertemente sin nadie que bailara en el salón, la bebida y comida continuaban intactas luego de haber pasado más de una hora iniciada. No puedo negar que noté rápidamente el extraño comportamiento de Eduardo. No era el mismo desde que llegó, su actitud era distinta. Él que siempre fue tan alegre y extrovertido, ahora solo podía verlo callado y distante. Parado en un rincón del salón mientras las luces de la bola disco en el centro de la pista lo iluminaban esporádicamente de forma reiterada.
- Te vas a quedar dormido allí parado - dije bromeando mientras me acercaba a él hablando un poco fuerte para poder ser oída - ¿Se puede saber a qué se debe esa cara larga?
- No te preocupes por mí, solo debes pensar en disfrutar esta noche tan especial para tí, y tu hermana - expresó de manera fría e indiferente dejándome completamente extrañada, él jamás me había tratado de esa forma ante ninguna situación - creo que no debí venir esta noche, debo irme.
- No entiendo nada de lo que pasa, Eduardo - respondí muy extrañada mirando como se marchaba sin dar una mínima explicación.
Pude simplemente dejar que se fuera. A fin de cuentas solo era mi amigo, y yo me prometí a mí misma que nada ni nadie podía amargarme esa noche, pero la curiosidad era tremenda. Quería saber el porqué de esa extraña actitud que Eduardo había tomado en mi contra. Así que decidí seguirlo hasta la salida para enfrentarlo.
- ¡Eduardo! - grité haciendo que se detuviera instantáneamente - ¿te podrías comportar por un minuto, y decirme que diablos te pasa?
- ¿En serio quieres saber que me pasa? - regreso hasta mí con un expresión muy extraña en su rostro, era como una mezcla de rabia y decepción - pasa que me dí cuenta que jamás te fijarás en mí sin importar lo que yo haga.
- No termino de entenderte, Eduardo - dije sin terminar de comprender nada de lo que pasaba - ¿A qué te refieres?
- ¡Te amo Rose! - declaró repentinamente haciendo que quedará atónita y boquiabierta. Aquello era el boom del siglo para mí.