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La mujer de cabellos rubios caminaba con súbita desesperación por los grandes pasillos del palacio imperial de Edén, mismo sitio, considerado para los humanos como un jardín perdido, para los inmortales era el planeta regente del cosmos entero, aquel que gobernaba por encima de todos en el universo y el cual, se convirtió en la cuna de los dioses imperiales, gobernantes de la materia existente.
Desde siempre, a la chica, el palacio le pareció de lo más ostentoso y bello, ni las maravillas más destacables del espacio se comparaban con la grandeza de este.
Era de dimensiones superiores, como se podría esperar del recinto que albergaba a los emperadores de todo, cuyos matices blancos reflejaban la pureza estética del mismo, la cual, se destacaba en todo como símbolo de la magnanimidad celestial que la familia imperial poseía. Siempre, el oro brillaba todas las mañanas como un segundo astro, producto del reflejo que la estrella madre, similar al sol, otorgaba en su luminiscencia a la corteza del planeta; los pasillos del lugar se veían envueltos en una delicada fulgencia estelar de minerales preciosos. Cualquiera, podría encontrar en el palacio la belleza del cosmos, simplemente se convertía en un espectáculo de lujo.
El simple hecho de estar en la misma cuna de oro de los dioses, se podría considerar como un milagro, aunque la rubia mujer no lo veía de esa manera.
Aquel fuerte repiqueteo de las suelas gruesas, colocadas delicadamente en los finos zapatos que portaba, golpeaba en sonoras ondas su cabeza ya agobiada. Los pensamientos inflexibles agredían su mente frágil; ni siquiera sus tímpanos, los cuales escuchaban el nítido vapuleo del calzado, lograban una emergente distracción para aquella preocupación que acongojaba su alma ataviada.
Todo el juego perverso, que un ser ignominioso provocó, estaba presente en el planeta y ella lo permitió. Olvidó la delgada línea que separaba lo correcto con lo incorrecto, únicamente actuaba por instinto, cosa de la que renegaba incisamente en maldiciones prolíficas de mera irritación, sin embargo, era demasiado tarde para retroceder.
Sacudió su cabeza, no se permitió el tan siquiera arrepentirse de sus actos. Calmó sus nervios y con sus enormes ojos esmeraldas, divisó la gran puerta azabache de marcos dorados, que conjugaban sus tintes negros con los límpidos colores de la pared blanca, los cuales, rodeaban en sintonía con el imponente umbral que separaba a la mujer con la habitación misteriosa.
Ingresó al cuarto con cautela. Un grupo de cuatro jóvenes la recibió sin reproche. Suspiró en cuanto vio como estos liberaban sus rostros de las túnicas negras que soterraban sus cuerpos. Aquel modo era el único en el que se podrían reunir, sin levantar sospechas y con la preocupación del futuro que se les avecinaba si es que los encontraban en aquellas condiciones clandestinas.
-Tardaste demasiado Ashlin, juré que no vendrías -alegó una mujer de cabellos cobrizos. Sus ojos denotaban un ligero disgusto por la recién aparición de su compañera.
Ashlin Starlight Seraphim miró la habitación con intriga. Se sintió pequeña, presintió que los vigilaban en todo momento, y sin libertad de protestar, mordió su lengua con calma.
El cuarto donde ellos estaban, era de proporciones colosales, poseía tintes sumamente claros y un piso reluciente de mármol, el cual, reflejaba las fulgurantes luces del atardecer. Las grandes columnas de piedras caliza, que sostenían con fuerza el pesado techo del mismo material, opacaban con sus ostentosos minerales hermosos, los destellos emitidos por las ventanas de vaporosas telas perladas.
-Cinthya, no puedo caminar con tanta rapidez sin levantar presunciones. Sabes perfectamente que esta simple reunión pone en riesgo nuestras existencias -dijo y señaló a su alrededor.
Cinthya Kinitel Virtiue, la muchacha de bucles cobrizos en su cabello sedoso y ojos grandes color chocolate, coronados por aquellas cejas filosas que enmarcaban un arco perfecto, negó con su cabeza ante la afirmación de su compañera, mas no alegó, con tal de calmar su ostensible ansiedad.
-No es necesario llegar a una pelea, ya estamos todos presentes, podemos continuar -interpeló un joven, el cual, admiró con desaprobación la actitud de ambas féminas-. Tengo trabajo, necesito interrogar a un posible sospechoso. -Los ojos azules del joven examinaron a las dos, hasta que escuchó una voz delicada y su mirada terminó puesta en la dueña de aquella voz.
-Lo que te diremos es más importante, tus subordinados pueden mantener entretenido al sujeto unos minutos más -informó una chica de piel morena.
Ofaniel Echterberg Cherub, el chico de ojos azules como los zafiros y cabello rizado marrón, acentuó su autoridad. Admiró a Natalia Schwarz Seraphim, la morena radiante, cuyos cabellos desordenados acentuaban su rostro carente de imperfecciones, del cual, destacaban aquellos ojos ojos avellana retadores y vehementes.
Él manejó una compostura relajada ante la morena, a pesar del puesto que joven inmortal ostentaba, pues como supremo comandante de las fuerzas celestiales, siempre aseguraba su rango con el carácter regio que necesitaba para ejercer el tan importante cargo de encomendar a los ejércitos de Elohim en el planeta natal de estas entidades, ERH-333-25c.
-¿Pueden apresurarse? Tengo algunas cosas pendientes -expresó al fondo una inmortal, la cual, calmó su inquietud, en cuanto Ofaniel la miró con cariño.
Prince Keppel Archangel, la inmortal ansiosa, enmarcó una leve sonrisa en su rostro aniñado. Sus orbes avellanas liberaron un destello dubitativo, que su primo, Ofaniel, lo recibió como una alerta de un posible cambio emocional que la chica experimentaba desde el día que su familia fue destruida. Solo el comandante era su única compañía, el cual, era considerado como su hermano, y no por el parecido físico de ambos, si no, por la estrecha relación que mantenían.
-De acuerdo -comentó la de cabellos cobrizos-. Natalia y yo tenemos una gran noticia para ustedes -entonó orgullosa Cinthya, mientras evocaba con su llamado las miradas de los presentes en la reunión-: vamos a derrocar al actual imperio de nuestro planeta.
Todos permanecieron pasmados ante la afirmación de la chica. Estaban conscientes de la imposible tarea que implicaba el trabajar en un sistema, donde muchos perderían algo más que sus vidas, con tal de derrocar el actual gobierno del planeta.
-¿Te has vuelto loca? Lo que pretendes es una misión suicida -alegó Ashlin con el ceño fruncido-, yo no pienso participar en esto.
-Yo tampoco -secundó Ofaniel, quien cruzó sus brazos meditabundo.
Cinthya mordió su labio inferior. Instantes después, rascó el esmalte límpido de su uña con sus dientes, como acto impulsivo de su potencial ansiedad con el tropiezo inminente de sus planes fallidos en un par de palabras.
-Sé que suena como algo descabellado, incluso cuando lo pensé, creí que estaba loca. -Dejó de lado su uña lacerada y continuó con su discurso-. Pero desde que Michelle usurpó el trono, nuestro planeta ha decaído en una miseria total, que, para cualquier inmortal, podría ser un pecado.
Todos compartieron miradas confundidos.
Los inmortales desaparecían de poco en poco, aquella raza providencial estaba sometida a un régimen totalitario y extremista, el cual, acababa con la calma de esas entidades celestiales, que según los escritos bíblicos, tenían el nombre de ángeles.
Desde siempre, la mente humana imaginó a un ángel como un ente hermoso con alas emplumadas y cara de niño, mas no comprendieron, que su concepto era erróneo.
La verdad, escondida para los inmundos humanos -como los inmortales decían, despectivamente, a la raza distinta a ellos-, se implementó desde la concepción del universo, sobretodo, cuando las estrellas más sublimes tomaron la forma de entes elevados, pero que por errores de lenguaje, en diversos escritos serían considerados como los siervos del todopoderoso y no como la raza alienígena poderosa que eran.
Por su parte, Edén siempre fue un excelso imperio, que destacaba, entre todos los planetas del cosmos, por el sacro gobierno de los emperadores supremos, que en sí mismos, ya eran descendientes directos del dios proclamado como salvador del universo. Elohim, quien consolidó su potestad en el planeta con sus descendientes, se encargó de transformar la materia, el espacio y el tiempo al universo. Y una clara muestra de su inmenso poder, fue su más perfecta creación: los inmortales.
Eran una raza inteligente, poderosa y dueña de una esencia divina que ningún humano podría procesar, por el simple hecho de ser inferior a dichas criaturas encomendadas por Elohim. Alejados de la vía láctea, sobretodo, muy lejos de todos aquellos que no eran dignos de tan siquiera saber de los inmortales, cimentaron la civilización prodigiosa en el planeta esmeralda, mientras disfrutaban de la plenitud que su gobierno empíreo les otorgaba, hasta que llegó aquel maldito día...
Todo era calma, cuando una zafia inmortal azotó, con su cruel reinado, a Edén, para de esta forma proclamar una corona que no le pertenecía. Aprovechó la ausencia de la monarquía celestial y destruyó a todos aquellos que no estaban de acuerdo con el gobierno ignominioso que ella delegaba. La Paz que se respiraba en el planeta se transformó en aflicción. Nadie estaba a salvo, ni siquiera aquel pequeño grupo de inmortales, ansiosos de justicia.
-¿Qué tienes en mente? -interrogó Prince, quien liberó el silencio del aula.
-Restablecer el imperio de los Wyndham -contestó Cinthya.
Prince abrió sus ojos como platos y por la impresión, retrocedió unos cuantos pasos.
-No existe ningún sobreviviente, los acontecimientos de la gran guerra acabaron con la dinastía de los Wyndham -departió el castaño, con el ceño fruncido.
-Sé de una leyenda, la cual menciona, que los nietos de Elohim sobrevivieron, pero están esparcidos en el cosmos -alegó rápidamente Natalia.
-Las leyendas no existen, es claro el hecho que nadie sobrevivió esa noche -espetó Ashlin.
Cinthya suspiró, miró a todos cansada y arremetió contra sus compañeros.
-Sé la historia de la gran guerra, pero tal vez fuimos engañados -dijo y miró a la morena-. Natalia, ¿tienes la carta?