Capítulo 4 2 (pt 1)

La nave descendió del cielo con rapidez, mientras opacaba el brillo del sol con su imponente estructura piramidal, conformada mayoritariamente con nanopartículas de grafeno resistente, que no solo ayudaban en el esteticismo de la misma, si no más bien, otorgaba a los inmortales un rendimiento mas eficaz para los viajes que estos proveían a lo largo del universo, por tal motivo, es que dichos aeroplanos solían ser tan importantes.

El aire levantó una ligera capa de polvo al oeste de las mazmorras de Edén, mientras que la ensombrecida entrada del sitio estaba atiborrada de soldados, que en cuanto observaron a Ofaniel bajar del aeromóvil, se pusieron en fila inmediatamente para rendirle el tributo merecido por su posición en las huestes del planeta. Él asintió con lentitud e ingresó al lúgubre sitio.

Las mazmorras estaban descuidadas, parecía que ningún inmortal les deba mantenimiento, a pesar de que había el presupuesto suficiente para ello. Cada paso firme que Ofaniel otorgaba, se convertía en un baile oscuro conformado meramente de polvo, y él, con cautela, mantuvo serenidad en su caminata, con el fin de no alarmar a los encarcelados.

Para sorpresa del inmortal, el camino fue más rápido que lo previsto.

Cuando Ofaniel llegó al lugar indicado, observó a dos inmortales con rostros serenos y pulcros, los cuales portaban un elegante traje oscuro, conformado por un abrigo largo, cuya tela especial los protegía de los múltiples ataques, que recibían por parte de las profusas criaturas del universo y unos pantalones negros, que les permitían moverse con facilidad a través de los polvorientos pasillos del lugar, además, con estos mismos, podían ejercer más fácilmente la fuerza que poseían en sus piernas.

Cuando los oficiales se percataron de la presencia del chico, se incorporaron con rapidez para ofrecerle respeto a su comandante. Dieron unos cuantos pasos atrás y el castaño admiró la puerta desgastada de pino, en la cual se resguardaba, con recelo, al causante de las dudas rememoradas en el palacio.

El ojiazul caminó por enfrente de ellos, se manifestó con su imperiosa presencia, en el caminar altivo de su jerarquía. Su importante cargo le daba muchas facilidades en su existencia, cosa, que a pesar de su conmoción por el ascenso al poder, le provocaba nauseas el tan siquiera recordar como es que llegó a dicha posición.

Lo acontecido en la familia Keppel, la cuna de Prince, fue un escándalo mediático en el planeta. Ese día, la chica asistió al palacio con urgencias, pues se le presentó la notificación de que Anna, su madre, sería juzgada por múltiples criminibus impuestos por el concejo.

Ofaniel parecía preocupado por la precipitada aparición de la chica. Se preguntó si algo tenía que ver la llegada de una joven inmortal, cuyos deseos de obtener la corona estaban implícitos desde que la familia Zindako, una de las más importantes en Edén, desapareció, sin dejar rastro ni sospechosos, salvo una heredera poderosa de su fortuna.

Para ese entonces, la misma Anna dictaminó, por medio del espíritu de Elohim, que Azael Glessel, fuese el emperador, hasta que los Wyndham reaparecieran. Lo que nadie sabía, es que esa conferencia, sería la última para los Keppel y el reciente emperador.

Una guerra estalló en ese instante. Ofaniel apenas coordinaba sus movimientos como reciente soldado de las fuerzas celestiales, sin embargo, no dudó el tan siquiera levantarse en armas y luchar por ERH-333-25c.

No recordaba mucho de ese día. Lo último que llegaba a su memoria, eran unos ojos escarlatas, los cuales, escudriñaban al joven con altivez. La heredera de los Zindako, soberbia, portaba una corona similar a la que los emperadores usaban, en una simple representación para mostrar a todos su reputación celestial. Aparentemente, Ofaniel salvó a la chica de un ataque, y como recompensa de aquel valiente acto, ella lo nombró como el comandante al que todos aspiraban en el planeta. Él permaneció perplejo por unos segundos, no entendió la orden de la inmortal, pues ella no tenía el derecho de tan siquiera darle un puesto que al chico no le pertenecía, y por un instante, la tildó como loca, pero todas sus dudas se resolvieron, en cuanto un grupo de seres, vestidos completamente de negro, obedecieron las ordenes de la mujer.

Esos mismos seres alejaban a Prince de su madre y la encaminaban hasta las mazmorras. No hubo juicio. Nadie se molestó en tan siquiera cuestionar en las consecuencias políticas del planeta, solo siguieron ordenes sin protestar aa régimen diferente del que estaban acostumbrados los inmortales. Todos, al día siguiente, se enteraron que Azael escapó del planeta, por lo que Michelle Zindako era la nueva emperatriz.

Ofaniel obtuvo su puesto en los ejércitos celestiales -cosa que por designio, no le pertenecía- y su prima quedó devastada por la aprensión abrupta de su madre. Cuando él intentó liberar a Anna, le sentenciaron a un terrible castigo, que casi le cuesta el cargo de comandante. Se sintió cobarde al aceptar un lugar a cambio de la libertad de su familia.

Conocía sus actos cuestionables a costa de la estabilidad de otros, así que no dijo nada. Escondió la verdad a su prima y obedeció las ordenes de Michelle.

Liberó una exhalación profunda. Sintió la mirada de los guardias y estos carraspearon.

Dio un paso más, abrió la puerta con cautela, a pesar de ser juzgado por ese simple movimiento. Ignoró a los inmortales y entró a la habitación de pequeñas dimensiones.

Pequeños rayos de luz se filtraban por las rendijas del calabozo descuidado, algunas partículas danzaban por el aire, a pesar del cansancio que se respiraba en el atardecer casi inexistente. En el centro, había una silla, y atado como animal, permaneció un apuesto joven, cuyas cejas arqueadas mostraban una mirada imponente.

Los dos arrostraban su ímpetu, confiados del denuedo particular que los caracterizaba. Intentaron contrariar a sus soberbios oponentes, no obstante, ambos carraspearon en seco. Con su intrépido y burlesco carácter, el acusado permaneció iracundo a los movimientos de Ofaniel, pese a la presión de la mirada disyuntiva del comandante.

Ofaniel juzgó la apariencia de Angel: cabello desordenado, color oscuro como la misma noche, ojos feroces con matices atigrados avellana y labios gruesos, que se tensaban por mera intuición.

El convicto mostró su procaz sonrisa al comandante.

-Finalmente puedo conocerte Ofaniel, me han hablado mucho de ti -comentó con sorna.

Ofaniel apretó sus puños con fuerza, no disfrutaba la idea de escuchar su nombre en labios burlones como los de aquel inmortal.

-Vaya, veo que no te agrada las burlas a tu presencia -continuó con molestia.

«Migister ex animo», pensó el ojiazul.

Los dones de los inmortales o munera caeili, como ellos les llamaban, podían separarse en algunas ramas especificas, de las cuales, destacaban aquellos dueños de la mente, como Angel, el ágil magister ex animo, quien, con su poder, podría amedrentar a los potenciales oponentes, con el simple hecho de leer las mentes de estos y así descubrir sus más infames debilidades.

-Te ordeno que dejes de leer mis pensamientos cada que hablo contigo -exigió con molestia.

Siempre lidió con muchos de estos magister. Eran pretenciosos, siempre se atribuían el éxito por su poder y se burlaban de los que consideraban frágiles e inservibles en el planeta.

-Es inevitable para mí -fanfarroneó-, pero si gustas, déjame libre y ya no te molesto más.

-Sabes perfectamente que eso nunca va a suceder. Individuos como tú, merecen estar bajo estas mazmorras.

-Entonces tendré que disfrutar del calabozo más lujoso. Espero que me traten mejor que a un demonio -expresó con disgusto el inmortal.

-No esperes que te traten como si fueras emperador -escupió Ofaniel.

-Al menos puedo presumir que llegué aquí para ayudar a los míos -retó Angel.

-Te sientes un héroe patriótico, ¿verdad?

Angel rodó los ojos.

-Tú, mejor que nadie, sabes que soy inocente -explicó el pelinegro.

-Eres el principal sospechoso del robo, que la misma emperatriz te culpa desde tu llegada.

-¿Al menos sabes qué carajos busca esa mujer? Porque no te veo muy convencido de conocer el objeto por el cual me inculpan injustamente -secundó Angel.

Ofaniel se sintió estúpido. Desde el primer instante en que lo mandaron interrogar al custodio, jamás se preguntó por la insistencia de la emperatriz en recuperar, a lo que ella aludió, el objeto robado. Ni siquiera sabía si era una joya o algo de sumo valor para la corona, solo conocía la identidad del único sospechoso o eso pensaba él.

-Lo sabía -comentó el reo extenuado.

-¡Deja de entrar en mi mente! -gritó Ofaniel-. Si no quieres que yo...

-Michelle busca la carta de Muzania -interrumpió con seriedad-, la misma carta que le pedí a Natalia y Cinthya que te mostraran. Pero al igual como les dije a ellas, yo no robé esa carta, alguien la dejó en mis cosas, por lo que decidí entregárselas a ellas.

Ofaniel sintió una presión fuerte en su garganta, tragó con fuerza y miró al chico.

            
            

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