Capítulo 4 3. Mi familia

Después de recoger a mis hijos de la escuela de verano, me fui a casa. En verano no había colegio, pero hacían talleres y actividades para los niños durante la mañana y eso me venía muy bien para poder ir al trabajo sin preocuparme de buscar una niñera para los niños. Cuando llegamos a casa nos sentamos a la mesa a comer y, como siempre, mi hijo más pequeño, Óliver, de cuatro años, me lo ponía muy difícil.

- ¡No quiero comer verdura! ¡Quiero helado!- me dijo negándose a comer la comida que le había echado en el plato.

- El helado es para postre, si no te comes la comida, no hay helado...- le dije firmemente.

- Yo voy a comer helado y tú no, ja ja- se burló de su hermano mi hijo Mario, de siete años.

- ¡No te burles de tu hermano que lo enfadas todavía más!- le reñí a Mario- Venga, Óliver, come y después te daré el helado.

Mis dos hijos se terminaron la comida y después comieron helado de postre. Luego se echaron a dormir la siesta, ya que el calor que hacía los dejaba completamente agotados.

Después llegó mi marido del trabajo y me acerqué a darle un beso de bienvenida. Se sentó a comer y devoró la comida y el postre en cinco minutos ya que había llegado con mucho apetito a casa.

- ¿Qué tal te ha ido el trabajo?- le pregunté acariciándole su corto cabello negro.

- Muy bien, han venido varios clientes a mirar coches y he conseguido vender dos- me dijo satisfecho.

Roberto era vendedor de coches en un concesionario que había en un barrio cercano, a solo diez minutos en coche de nuestra casa. Trabajaba en horario partido de mañanas y tardes, así que apenas nos veíamos durante el día.

- ¿A ti qué tal te ha ido en el trabajo?- me preguntó mientras se acercaba a mí para darme un abrazo.

- Muy bien, ha sido una buena mañana. ¿Sabes quién ha vuelto después de un año de excedencia?- le pregunté esperando una respuesta que claramente no iba a recibir, ya que él no tenía ni idea- Alvarito, que además me ha dicho que se ha comprado una casa justo en la calle de aquí al lado.

- ¡Ah, Álvaro Bergara! ¡Mira qué bien, lo tendremos de vecino!- me dijo alegremente- Oye, me voy a duchar cariño, luego subo al dormitorio y dormimos la siesta...- me dijo subiendo sus cejas y con una sonrisa juguetona.

Subí al dormitorio y me tumbé en la cama. Me puse a leer un libro de un romance medieval que me estaba gustando mucho. Trataba sobre una princesa obligada a casarse con un príncipe que estaba loco y le hacía cosas horribles, pero en el fondo no era tan malo; me tenía enganchada ese libro.

Unos minutos después, entró al dormitorio Rober, mi marido. Iba completamente desnudo, con todo el banano al aire; yo ya sabía que eso significaba que quería guerra.

Me hice la desinteresada y seguí leyendo mi libro, entonces él se tumbó en la cama, justo a mi lado y comenzó a acariciarme una pierna con suavidad. Después fue subiendo su mano y la metió por dentro de mi corto camisón, hasta llegar a mi entrepierna y comenzó a acariciar mi zona íntima despacio, lo que hizo que mis braguitas se humedecieran. Después introdujo su mano dentro y comenzó a acariciar mi clítoris, arriba y abajo a un ritmo constante, pero demasiado lento para que yo no pudiera llegar a correrme; lo hacía para torturarme hasta que le prestara la atención que él exigía.

Ya no pude más, dejé mi libro en la mesita de noche y me volví hacia mi marido, quien me miraba con sus grandes ojos marrones llenos de deseo. Yo estaba muy excitada, le cogí su miembro todo erecto y comencé a acariciárselo, haciéndole excitarse cada vez más. Rober me bajó las braguitas y se colocó encima de mi, justo entre mis piernas y comenzó a darme largos y salvajes besos con lengua, mientras sentía su enorme miembro rozarse con mis partes.

- ¿Quieres que te la meta?- me preguntó con su respiración acelerada por la gran excitación.

- Ya estás tardando...- le dije con gran deseo.

Él introdujo su miembro dentro de mí y comenzó a entrar y salir cada vez más deprisa y con fuerza. Después de tanto tiempo juntos, ya me conocía bien, sabía que me gustaba el sexo salvaje, rápido y bien duro, nada de tonterías.

Me faltaba muy poco para terminar, cuando Rober me asustó mucho al comenzar a gritar de repente.

- ¿Qué ocurre?- le pregunté con preocupación.

- Me ha dado un tirón- me dijo frotándose una de sus fuertes piernas-. Lo siento cariño, pero se me ha cortado todo el rollo y estoy algo cansado. ¿Te importa que lo dejemos para otro momento?

- No pasa nada- le dije dándole un beso en los labios-. Me voy al baño a lavarme un poco...

Me fui al cuarto de baño para lavarme, ya que tenía toda mi entrepierna mojada con mis propios fluidos, resultado de la gran excitación que había sentido unos pocos segundos antes. Entré a lavarme y me lavé también las manos y la cara, después me miré al espejo y estuve observando mi rostro. Me di cuenta de que habían comenzado a marcarse algunas líneas de expresión en mi cara y vi que necesitaba darme tinte, pues ya comenzaban a asomar algunas canas en mi negra y larga melena.

"Cada día estoy más fea", me dije a mi misma. Lo único que seguía siendo bonito en mi cuerpo eran mis grandes ojos verdes, que cuando me los pintaba quedaban espectaculares.

Me había quedado con las ganas de liberar mi gran excitación, así que me senté en la taza del cuarto de baño y comencé a tocarme. Empecé a pensar en mi marido, pero mi mente me jugó una mala pasada y comencé a pensar en el príncipe de mi libro, me imaginaba siendo la princesa sometida por aquel atractivo príncipe loco. Seguí tocándome hasta que noté que iba a correrme, entonces vino la imagen de otra persona a mi mente.

Sentí un gran placer, tanto que noté mi cuerpo convulsionar con fuerza y no pude evitar arquear mi espalda contra la taza del baño. La imagen que había venido a mí mente en el último momento, no era la del príncipe loco, ni la de mi marido, sino la de mi compañero, Álvaro Bergara.

            
            

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