Capítulo 6 5. Mi realidad

Recuerdo que me desperté sobresaltada por los gritos de Rober. Me sentía aturdida sin saber dónde estaba con un fuerte dolor de cabeza. Cuando por fin pude situarme y reconocer donde me encontraba, me di cuenta de que estaba en el porche de mi casa. Me había quedado dormida en la hamaca de la entrada y, justo al lado, había un gran charco de vómito, posiblemente mío, resultado del gran desfase de aquella noche.

-¿Cómo se te ocurre llegar en estas condiciones?- me gritó mi marido enfadado- ¡Eres una irresponsable!

-¡No grites, que me duele la cabeza!

-¿Qué te duele la cabeza? ¡Debería de coger una cacerola y aporrearla con todas mis fuerzas en tu oído, o mejor, darte con ella bien fuerte para que te duela de verdad!- me seguía gritando haciendo gestos exagerados para dar a notar su gran enfado. Parecía mi padre o mejor dicho, mi abuela, que mi padre es mucho más enrollado que este fastidioso carcamal de marido que tengo.

Me levanté como pude de la hamaca y mi marido me acompañó hasta el cuarto de baño, obligándome a darme una ducha de agua bien fría para despejarme un poco. Recuerdo lo helada que me sabía el agua, fue una sensación horrible. Rober me miraba y se reía de mí; me dejó bien claro que se divertía demasiado con mi sufrimiento. Menos mal que después de ducharme me acompañó hasta el dormitorio y me ayudó a meterme en la cama. También se quedó toda la mañana con los niños y parte de la tarde hasta que pude levantarme en condiciones, digamos "decentes".

Cuando me levanté después de dormir la mona era ya por la tarde. Tenía una resaca terrible y pensaba que mi cabeza iba a estallar.

-¡Por fin te levantas bella durmiente!- me dijo mi marido burlándose- ¿Te duele la cabeza?- me preguntó y yo asentí, entonces él se rió todavía más- No se te puede dejar salir de casa...

-Tampoco bebí tanto, es solo que no tengo costumbre de beber por eso me sentó así de mal...- me excusé.

-Te conozco bien y estoy seguro de que te beberías anoche hasta el agua de los floreros...

-¡Que no bebí tanto! Si saliera más a menudo no me pasaría esto, pero como no salgo nunca...- dije indignada.

-Lo que tú digas, cariño. Me voy a ir a tomar algo con mis colegas un rato. Esta noche nos vemos- me dijo dándome un beso en la cabeza y después se fue.

"Será imbécil", me dije, sacándole el dedo, mientras mi marido salía por la puerta.

El resto de la tarde me quedé jugando con mis niños en casa. A mí hijo Óliver le gustaba jugar con una cocinita que le regalamos para su cuarto cumpleaños, decía que iba a ser chef cuando fuera mayor, así que al menos pude estar sentada mientras él cocinaba platos imaginarios para mí. Mi hijo Mario estuvo entretenido jugando con la consola; normalmente no me gusta que juegue con la consola durante muchas horas, pero ese día hice una excepción.

No dejaba de pensar en lo ocurrido la noche anterior. Venían a mí mente imágenes de los mejores momentos en aquel bar. Recordé cuando Álvaro se hizo pasar por mi marido para espantar a aquel tío baboso, en ese momento, Álvaro me pareció tan varonil, tan sensual, me sentí incluso algo excitada. También recordaba sus abrazos y sus caricias, tan solo el recuerdo de sus manos tocándome hacia que el vello de toda mi piel se erizara.

En lo que más pensaba era en aquel "intento de beso", no estaba segura de si en verdad era su intención o si a lo mejor el alcohol me había jugado una mala pasada y todo había sido obra de mi imaginación. Comencé a pensar en lo que habría ocurrido si nos hubiéramos besado. Me imaginaba con él en el cuarto de baño de aquel bar, besándonos con pasión excitados por el riesgo a ser descubiertos por alguien de los allí presentes. También imaginé lo que habría ocurrido si al salir del baño nos hubiéramos dado cuenta de que nos habíamos quedado encerrados en el bar, los dos solos sin nadie más. La gran cantidad de actos lujuriosos que pasaron por mi mente aquella tarde eran incontables, dignos de una película pornográfica, en la que Álvaro y yo éramos los únicos protagonistas.

Aquella noche me acosté pronto, estaba demasiado resacosa y cansada. Mi marido se metió en la cama más tarde y yo me hice la dormida por si acaso tenía ganas de que mantuviéramos relaciones sexuales, cosa que no me apetecía hacer, al menos no con él.

El domingo pasó muy despacio, ya que estaba ansiosa de que llegara el lunes para volver a ver a Álvaro. Por un lado, estaba nerviosa porque no sabía cómo actuar con él, tampoco sabía si él también habría pensado en mí, aunque esperaba que sí. Por otro lado, tenía miedo de que nuestra buena relación se hubiera ido al garete por lo ocurrido aquella mágica noche.

Aquel lunes por la mañana me levanté más pronto que nunca para arreglarme un poco y verme bien para Álvaro. Me ricé el pelo con el rizador, me rocié entera con mi perfume favorito y me puse bastante maquillaje, ya que me había levantado con bastante tiempo pude arreglarme en condiciones.

Después de dejar a mis hijos en la escuela de verano me fui hacia el trabajo, deseosa de llegar a la par que nerviosa porque sabía que por fin iba a volver a ver a Álvaro, había esperado con ansias todo el fin de semana para volver a verlo y por fin había llegado ese momento.

            
            

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