«Será cabrón..., y seguro que aparecerá dando tumbos de esquina a esquina por toda la calle». Pensaba Quino arrinconado en el soportal de los bajos de la galería comercial de la calle Laraña, junto a la sucursal de la caja San Fernando, sentado en uno de los poyetes intentando que el frío calador de huesos que esta noche arreciaba, ¿que en Sevilla no hace frío?, quién dice eso..., no le calara hasta los tuétanos y, para conseguirlo, se afanaba en abrigarse con una mantita fina como papel Smoking que le facilitaran en comisaría. Cuando Quino llegó, el Viejo, uno más de los sin techo que al igual que el Capi prefería de la libertad que le otorgaba pasar la noche en «su casa» y no en el albergue municipal, apurada la noche tocando su viola antes de que pasara la primera ronda nocturna de la policía local. Salían de su instrumento notas de algunos movimientos de Gloria, de Vivaldi, que acariciaban los rincones de la galería de melodías sacras. Seguir sacando de su instrumento música era su gran éxito. Para el Viejo no hubo derrota en su vida, pues a pesar de todo, lo que más amaba seguía formando parte de su existencia; su sonrisa interna la conservaba intacta. Claro que recuerda sus momentos de esplendor... Sus giras con la Real Orquesta sinfónica de Sevilla. Pero tras su declive, la esencia misma de su pasión le hizo levantarse y agarrarse fuerte a ella: «Sigo acariciando tus melódicas cuerdas, mi Viola bonita. Además, sé que le has cogido afición a poder llegar ahora a gentes más diversas, a nuestro vecino el taxista, al que espera en la acera, al que pasa con prisa y sin ella, al tendero y al verdulero, al del puesto de la esquina... ¡La vida es música y nosotros seguimos en Ella!».
Además a Quino, le proporcionaron un abrigo batín de quinta mano, que aunque siendo de dos tallas más de las que gastaba, hacía que le llegara hasta casi las rodillas y lo agradecía; un pantalón de pana, este sì que le abrigaba menos mal, con dos remiendos, uno en la zona de la rodilla izquierda y el otro en la del glúteo derecho; una gorra con visera del Sevilla FC, que ya se la podían haber conseguido del Real Betis balompié porque el Capi era del Betis y no veas las de rencillas futbolísticas que tenía que soportar sobre todo cuando el Sevilla ganaba y el Betis perdía; y unos zapatos tipo botines, estos sí, a estrenar, «que por ahí sí que no pasaba, que tenía los pies muy delicados y que no se ponía un calzado usado». Ahora bien, tuvo que someterlos de manera intencionada a malos usos antes de calzarlos de manera que, el paso del tiempo, fuera visible en ellos.
«Porque no podemos jugárnosla, Quino, en cualquier detalle poco conseguido se nos va toda la operación a tomar por culo». Le decía el inspector jefe con el ceño a medio fruncir, a mitad de camino entre receloso y cauto, tras recibir el agente Quino las instrucciones pertinentes antes de hacerse cargo de sus funciones en la Operación Colada.
«Porque yo confío en ti, Quino. Has demostrado con creces tu valía y profesionalidad y sé que no me vas a defraudar...».
La jefatura superior de policía de Sevilla, después de recibir las pertinentes órdenes del ministerio correspondiente, elaboró un plan de actuación para llevar a cabo una limpieza de las calles más céntricas de la ciudad de aquellos sujetos que, por su historial de antecedentes policiales, pudieran ser precursores de actos delictivos durante la celebración de la Exposición Universal del 92 dañando la imagen de la ciudad en su próxima y futura proyección internacional. Bautizada como «Operación Colada», su principal y fundamental objetivo para alcanzar el grado de satisfacción perseguido era detener infraganti a los sospechosos para que su posible entrada en prisión tuviese un grado de porcentaje lo más elevado posible.
Los delitos de narcotráfico eran prioritarios en su seguimiento, así como los derivados de estupefacientes: menudeo y consumo en vías públicas. Destacaban también por su importancia aquellos otros delitos que, siendo menores, no por ello les restaban gravedad a la hora de adecentar la imagen de una ciudad; los carteristas, tironeros y perpetradores de robos con intimidación en vías públicas tenían tanta o más relevancia. Por último, y una vez que todo lo anterior se hubiese satisfecho -más que nada porque se iban a valer de ellos para llegar a los otros- quedaba barrer y baldear las calles: desterrar a los sin techo de la ciudad hacia los albergues sociales. Sobre todo en horas nocturnas, impidiendo así que durmieran en las vías públicas.
No hace falta decir que la «Operación Colada» se desarrollaría con el más puro hermetismo y confidencialidad de cara a la opinión pública, no ya y exclusivamente para favorecer las maniobras policiales, que también, sino por ser, en su esencia, una medida adoptada algo más que discutible. A la sazón, algunas voces de responsables de rangos intermedios y algo más altos, mostraron su desacuerdo, incluso su indignación, otros. Pero como en todo, «donde hay capitán (precedería a esta palabra el adjetivo Gran si no me diera la risa) no manda marinero».
Como responsable de la operación la jefatura de policía optó por asignar al inspector jefe Serrano por su amplio historial lleno de eficiencias, pero sobre todo por ser un jefe motivador y paciente con sus agentes y oficiales en la consecución de los objetivos, alcanzándolos en la mayoría de las ocasiones por su perseverancia y buen temple a la hora de ejecutar las acciones necesarias; no se podían permitir un fracaso ni siquiera parcial en la Operación Colada, estaba en juego el prestigio de una gran ciudad que, si bien ya lo tenía, la organización de una exposición universal en pleno siglo XX era una oportunidad excepcional para multiplicarlo en aras a la construcción de una metrópolis más cosmopolita y vanguardista. Podrían haber optado, entre otros inspectores. Que sí, que iban a tiro hecho, contundentes y sin muchos miramientos, sin liturgias..., con buenos resultados en la mayoría de las ocasiones, pero que, a diferencia del inspector Serrano, les sucedían tras sus actuaciones algún que otro damnificado, inmueble deteriorado y en más de las veces perjuicios más o menos sustanciales para la jefatura.
No, no querían eso. Querían acciones limpias y silenciosas: Querían al inspector jefe Serrano.