Confío en Serrano. Pero confiar no significa más que eso, poner en manos de una persona lo que uno cree que podrá cumplir, pero en el propósito de cumplir entran en juego cosas que se pueden escapar a la propia voluntad de aquel.
Debería haberme dicho que haría todo lo que estuviese en sus manos. Ahora seguro que estaríamos los dos con los pies más enraizados en la tierra.
Lo percibo con un nerviosismo encubierto por su habitual templanza, pero que conociéndolo, a mí no me pasa inadvertido. ¿A qué viene si no coger un lápiz entre sus dedos y hacerlo girar sobre sí mismo todo el tiempo, o rascarse la nariz cuando nadie lo mira y si ocurre, con un gesto mal disimulado, cambiar de dirección con respecto de las miradas como si estuviera robándose a si mismo un repugnante moco?
Y qué me dices de lo de tomar café a todas horas cuando que yo sepa, y aseguro que lo sé, no entraba en su gaznate estimulante alguno más que infusiones de guita con etiqueta.
Se rumorea en la comisaría que el delegado de gobierno, que estuvo reunido con Serrano junto con la cúpula de interior hace unos días, que ante las peticiones de la jefatura relacionadas con la Operación Colada no estuvo este muy receptivo y que le puso trabas. Y no me extraña. No sé. Pero este servicio está consiguiendo que rebroten en mí dudas que dormitan por la conciencia y que se me habían presentado en más de una ocasión desde que soy policía. ¿Habrá algo de cierto en que no conviene del todo acabar con el tráfico de drogas? ¿Será que el hecho de que en las ciudades siga habiendo indigentes tenga que ver con que si no los hubiera no habría necesidad de caridad y una de las razones de más peso y que sustenta a la religión desaparecería? No sé.
Me temo que la palabra suya dada no le está siendo fácil poder cumplirla y le está causando desasosiego. Es un buen hombre. No sé.