―¿Acaso no te han enseñado a tocar la puerta? ―preguntó Violeta poniendo sus puños cerrados uno a cada lado de su cintura.
―Eh...disculpa, pero... esto no es una puerta― dijo Eiden señalando el portón del establo ―no sabía que había un protocolo de modales para entrar a un establo ―agregó con tono burlón y Violeta frunció el ceño, miró al joven ricachón de los pies a la cabeza y se acercó a él.
―De hecho, sí, lo hay. Hay uuun... ¿cómo dijiste?
―Protocolo ―dijo él ―una norma, etiqueta para...
―Sí, sí. Sé lo que es un protocolo―Violeta interrumpió la explicación que Eiden trataba de darle, rodó las pupilas hacia arriba. Le irritaba la actitud de superioridad de ese chico, se creía un héroe por evitar que Mopa le hiciera daño a las tontas damiselas en apuros y estaba ahí, dándose ínfulas de saber más cosas que ella. Observándolo con atención, notó el parecido con la presumida rizada, el mismo cabello, el mismo par de ojos grises, frios como hielo. Cogió un balde de agua sucia que estaba cerca y habló con mucha seriedad―la norma dice que para entrar a un establo tu ropa tiene que estar sucia ―Eiden la miró interrogativo ― Violeta sonrió como si pudiera ver el futuro y arrojó el agua hacia Eiden.
Los ojos grises del muchacho se volvieron dos llamas incandescentes, sus cejas pobladas estaban fruncidas, sus puños se cerraron, parecía un toro a punto de embestir. Incluso daba la impresión de que emanaba vapor de sus fosas nasales.
―¡Eiden! ―Noah interrumpió ―¡aquí estabas! ¡te hemos estado buscando! ¡El viejo ha aceptado! ―Eiden no reaccionaba, miraba a Violeta y Violeta miraba a Noah como si mirara a un ángel acabado de bajar del cielo ―Espera afuera, Noah. Tengo cosas que arreglar con esta campesina tonta ―dijo Eiden con una voz que hizo que Violeta se estremeciera.
―De hecho, yo ya me iba ―dijo Violeta y caminó hacia la salida, pero Eiden la cogió del brazo con fuerza ―¿crees que esto se quedará así? ―Le susurró al oído.
―¿¡EEIDEN!? ―Noah gritó ― ¡BASTA!
―Te dije que tengo asuntos que arreglar con la señorita ―apretó más fuerte el brazo de Violeta, ella gimoteó y Noah se acercó a ellos de inmediato.
― ¡Suéltala ahora! ―la voz le salió grave, casi como un gruñido. Eiden le obedeció y fue como si hubiese salido de un trance. Solo se dio media vuelta y se marchó.
―¿Estás bien? ―preguntó Noah, Violeta se sobaba la parte del brazo que Eiden le había apretado los ojos transmitían compasión ―déjame ver tu brazo ―dijo acercándose a ella. Violeta, sintió su cuerpo arder, como si tuviese fiebre, ya no era solo.su corazon lo que palpitaba, sino todo su cuerpo. Cuando Noah la tocó se le rizaron todos los bellos del cuerpo. Se apartó de Noah como si el chico estuviese infectado de una enfermedad contagiosa. Salió del granero y corrió hacia la cabaña. Preparó la cena.
―He vendido la granja ―Anunció el padre de Violeta mientras ella ponía frente a él un plato lleno de un intento de estofado, él arrugó el rostro al verlo ―huele bien ―dijo fingiendo una sonrisa.
―¿Por qué? ―no entendía como se había atrevido a vender sin consultarle. No preguntó a quién, era obvio a quién le había vendido la granja, por eso estaban aquellos extraños ahí, eso era lo que querían ―¿cómo? ¿cómo has podido? ―Violeta trataba de alzar la voz y le salía quebrada ―¿cómo has podido vender lo único que nos queda de mamá? ―contuvo las lágrimas, su padre solo bajó la cabeza y se quedó mirando fijo el plato de estofado. Ella se fue a su alcoba y lloró hasta que no le quedaron lágrimas.
Durante lo que quedaba de semana, se dedicaron a vender todos los animales, excepto los caballos y a limpiar el establo y la cabaña, también prepararon sus cosas, atravesarían el mar de Vórtice en un barco, uno de eso grandes que llegaban todas las mañanas al puerto de Merinton, se irían hasta Brenof y ahí comenzarían de nuevo y dejarían atrás los recuerdos de una vida sencilla pero feliz.
Lejos de lo que Violeta había imaginado, sus últimos días en los campos de Merinton no fueron dolorosos. Resultaron ser todo lo contrario, aquellos días fueron un sueño. Un hermoso sueño, tan fascinante y maravilloso como efímero. Un sueño que comenzó con una inesperada visita.
La noche antes de aquella visita, Violeta no pudo conciliar el sueño, se sentía agitada, eocionada, como si esperase que algo increíble aconteciera de un momento a otro, en la maña, mientras limpiaba el porche de la cabaña, vio un auto detenerse en la entrada. Su padre regaba las flores que Violeta habíoa plantado, había estado intentando revivirlas sin éxito.
―¿qué hace él aquí? ―preguntó Violeta cuando vio quien bajaba del auto
―Ha llegado un columbograma* ―respondió él ―hace poco más de media hora, no he tenido tiempo de avisarte; el muchacho Thorsen quiere quedarse para darle instrucciones a los constructores. Levantarán una casa de campo aquí para él ―Noah se les acercaba despacio mirando a su alrededor como si fuese la primera vez que veía el paisaje, aquello no era algo extraño; los campos de Merinton eran tan hermosos que incluso los lugareños, no dejaban de admirarlos nunca.
―Jum...¿una casa de campo? No sobreviviria un dia en el campo―refunfuñó Violeta. La sangre le hirvió al imaginar a Noah mandando a derrubar la cabaña donde ella y su madre habían sido felices ¿lo habían sido? No podía recordarlo, no siquiera era capaz de recordar el rostro de su madre y dejar atrás lo único que la conectaba a ella le aterrada, le aterrada demasiado.
―Las casa de capo de los ricos tienen todo lo que tendría una casa en la ciudad, no necesita "sobrevivir" Violeta ―le explicó su padre ―Ahora ve y limpia tu cuarto ―le ordenó con premura ― ahí dormirá el muchacho ―en cuanto su padre terminó de hablar, Violeta corrió a la cabaña, como si su vida dependiera de ello.
En vez de barrer el piso, sacudir el polvo y cambiar las sábanas, lo primero que hizo fue coger un baúl por el asa y arrastrarlo hacia una esquina, lo cubrió con una manta y amontonó mucha ropa encima. Revisó debajo de la cama, sacó de ahí una lámpara de aceite y un pequeño libro rojo con inscripciones doradas, puso la lámpara en la mesilla al lado de la cama y se metió el libro debajo del vestido, en la pretina que ajustaba su cintura. Se enfundó en un saco de su padre que solía usar cuando tenía mucho frio y salió apresurada.
En el pequeño comedor, se encontró a Noah y a su padre. Charlaban entretenidos; algo de sabuesos y de cacería.
―buenas tardes. Con permiso tengo que...―Violeta hizo una reverencia. Su padre la miró con ojos entrecerrados, seguro estaba preguntándose quien era esa niña educada y dónde estaba su verdadera hija ―tengo que.... ―no había pensado en una excusa para salir de ahí ―tengo queee....
―Que hacer la cena ―dijo su padre ―Violeta es una excelente cocinera ―agregó y ella captó el sarcasmo enseguida.
―Tengo que ir por leña―dijo casi gritando y salió apurada. No notó que Noah fue tras ella, tampoco notó que le pequeño libro rojo había caído al suelo.