Capítulo 4 Un romance de verano

Una ráfaga de aire frio la envolvió en cuanto cruzó el dintel de la puerta, el clima en Merinton era cálido en la ciudad, o al menos, eso debían los libros de geografía que Violeta habia leido, pero en los campos, las noches solían ser frías, incluso durante la primavera, Violeta no necesitaba leerlo en un libro para saber eso, sus manos se helaron al instante. La hierva verde debajo de sus zapatos crujía con cada uno de sus pasos. El sol ya se estaba ocultando y el cielo parecía un lecho desordenado con sábanas naranjas, celestes y rosadas revueltas y entrelazadas.

Cuando se hubo alejado unos cuantos metros de la cabaña, empezó a palparse la cintura, al principio con una mano, luego, al notar que el libro no estaba se metió ambas manos debajo de la gruesa tela gris del vestido.

―No, no, no, no ―repitió en susurros, miró al suelo mientras se daba media vuelta. Se encontró con un par de relucientes botas de charol y piel, subió la mirada despacio, recorriendo la silueta de Noah. Los pantalones beich cuyos ruedos estaban metidos dentro de la caña de los botines, le ajustaban las pantorrillas y los muslos lo suficiente para dejar ver que el.chico se ejercitaba. Llevaba una camisa encima un cárdigan color vino con diseño de rombos doradas, no iba vestido para el campo, si se hubiese tratado de cualquier otro chico rico, Violeta no hubiese dudado en hacer un comentario mordaz acerca de su atuendo, pero algo en Noah le impedía hacer gala de sus habilidades para el sarcasmo y las mofas, cuando estaba delante de él, solo pensaba en una cosa: agradarle.

―¿Se te ha perdido algo? ―preguntó Noah. Tenía los brazos juntos en la espalda

―¡NO!―dijo Violeta tajante ―lo siento - recapacito de inmediato y corrigir-No, señor -Noah sonrió

―No tienes por qué llamarme así―replicó él ―solo dime Noah, es extraño que una chica de mi edad me llame señor ―Violeta sintio sus mejillas arder, era la costumbre que una campesina pobre como ella se dirigiera a los de clase alta con reapeto llamándolos señor onseñora, pensó que Noah no aparentaba quince años, era alto y fornido, los chicos de su edad eran todos unos enclenques sin gracia.

―Son las costumbres ―insistió Violeta.

―No soy muy amigo de las costumbres, Violeta ―escuchar su nombre en la voz de Noah le producía una sensación única; cómo si se elevase al cielo de un tirón, como si fuese disparada desde una catapulta directo hacia las nubes ―según las costumbres... ―agregó e hizo una pausa mostrándole la mano en la que llevaba el libro rojo que Violeta había perdido ―las campesinas no leen ―agregó con un tono serio. Un calor recorrió el pecho de Violeta y le explotó en la garganta, tragó saliva como si tragara clavos. Noah dio unos pasos hacia ella ―y según las costumbres ―dijo mientras seguía acercándose ―yo no bedería.. ―dijo esas tres palabras con un tono de misterio, como si fuese dueño de un secreto desconocido para Violeta. Cuando notó que el rostro de él estaba demasiado cerca de el de ella, sintió su sangre vascular a toda marcha, su venas se contraían y se dilataban, podía sentirlas como latidos en las sienes, en la garganta, en el pecho, podía respirar el aliento de Noah, olía a almendras y a vino, cuando sus labios estaban a punto de colisionar con los suyos, él desvió la trayectoria de estos acercándolos al oído de Violeta ― según las costumbres, no debería sentir-me atraido por ti -él cogió la mano de Violeta y a ella se le aflojaron las piernas. Él puso el libro en la mano de Violeta ―Eres aún más interesante de lo que creí ―le dijo mirándola directo a los ojos.

Violeta cogió el libro y salió corriendo hacia el bosque, no podía estar cerca de Noah, si pasaba un segundo más cerca de él, se le abalanzaría encima y devoraría sus labios como un lobo a su presa. No podía creer los pensamientos que le llegaban a la mente. Estaba asustada, emocionada, lo que acababa de pasar era una locura. Noah Thorsen le había insinuado que se sentía atraido por ella, no, no, no lo había insinuado, lo había afirmado descaradamente. Mientras recogía pequeñas ramas secas del piso, no hacía más que preguntarse si de verdad él había dicho aquellas palabras, tal vez lo había imaginado. Quizás lo había soñado, que Noah Thorsen sintiera algo por ella, solo podía ser un sueño.

Al volver a la cabaña, caminó hasta la cocina con la mirada clavada en el piso. Su padre no estaba, Noah tampoco.

Encendió el fuego dentro del horno de adobe y metió la leña, en pocos minutos toda la casa se hubo calentado y ella se recogió el pelo en un moño redondo en la coronilla, algunos mechones ondulados caían a los lados de su rostro, los acomodó detrás de las orejas y puso manos a la obra.

Después de tener listo el estofado (era lo único que sabía cocinar) lo sirvió en pocillos de losa y los puso sobre la mesa redonda de madera, entonces notó que la casa había permanecido demasiado tiempo en silencio.

―¿Papá? ― acercó el oído de la puerta de la habitación de su padre, no recibió respuesta. Caminó por el corredor hasta la puerta de la habitación ―¿Noah? ―lo llamó con voz tímida, él respondió de inmediato.

―Un segundo ―respondió él de inmediato y abrió la puerta. Violeta clavó la mirada en el piso en cuanto vio a Noah; él se había quitado el cárdigan y la camisa, solo llevaba puestos los pantalones que le cubrían hasta la parte baja del abdomen, su pélvisestaba torneada formando una "v" que parecía indicar el caminó hacia... negó con la cabeza para sacudir esos pensamiento

―Estoy... ―levantó la mirada, lo vio a los ojos ―estoy buscando a mi padre ¿sabes a dónde a ido? ―Noah empezó a hablar, explicándole a Violeta a donde había ido su padre, ella solo escuchó las tres primeras palabras; sus pupilas danzaron inquietas sobre el pecho torneado de Noah, y sus brazos robustos. De pronto, el aire se volvió espeso; difícil de respirar. Cuando notó que había estado viéndolo durante demasiado tiempo, Violeta desvió la mirada hacia un rincón de la habitación, se despabiló de pronto al ver su baúl abierto. Dejó salir un suspiro de frustración, entró a la velocidad de un rayo.

―¡Oye! ―exclamó Noah y fue tras ella ―¿qué ocurre? ―preguntó. Violeta se arrodilló frente al baúl, su contenido estaba todo revuelto como sus sentimientos en ese momento―¡oye! ¿estás bien? ―preguntó Noah arrodillándose a su lado.

―¿Qué has visto? ―preguntó ella ―en el baúl ¿has leído las cartas? ―preguntó ella y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos ―¿¡leíste las cartas!? ¿¡has leído las cartas?! ―parecía psicótica, desquiciada, los mocos le chorreaban desde la nariz hacia la barbilla y no le importaba en absoluto que Noah la viera así, lo único que le preocupaba en ese momento era el secreto contenido en esas cartas, era algo que nadie podía saber.

―No, no he leído nada ―respondió él ―solo esto ―cogió uno del montón de libros, uno de pasta verde sin letras ni títulos, ella sintió que el alma le volvía al cuerpo, cogió un fajo de sobres que estaban sujetos con una tira de tela. Cerró el baúl se puso de pie y lo llevó a rastras de vuelta hacia la esquina en la que lo había ocultado antes. Noah solo la observaba confundido.

―Por favor, no vuelvas a abrir el baúl ―le ordenó y ella misma se sorprendió por el tono imperativo de su voz ―puedes quedártelo ―agregó con más suavidad señalando el libro verde que Noah aun sostenía. Él miró el libro en su mano y asintió con la cabeza, ella dio unos pasos hacia la puerta.

―¡Oye! ―Noah la detuvo cogiéndole la mano y una corriente eléctrica entró por la punta de sus dedos y la recorrió completa en un segundo, estallando como un volcán en erupción en su entrepierna. Los vellos se le erizaron, se volvió hacia Noah y sin aviso previo, él la besó.

Violeta no sabía qué hacer, solo movió sus labios de forma instintiva, era su primer beso, era un beso salado por sus lágrimas y por supuesto...sus mocos, aquello no le pareció asqueroso, solo la excitó aun más, aquel beso sabía al agua del mar. Amaba el mar, y el primer beso que recibía de un hombre, tenía sabor a mar.

El beso dejó de ser tierno, romántico e inocente y se convirtió en un baile entre dos lenguas que se masajeaban tempestuosas una contra otra, mordiscos suaves, caricias. Las cartas que Violeta sujetaba y que protegía con tanto celo, cayeron de su mano y se desparramaron todas en el suelo.

Noah empezó a quitarle el vestido, desde los hombros, lentamente hacia abajo, Violeta deseaba que se lo arrancara de una sola vez. El admiró sus pechos desnudos como si fuera la primera vez que viera un par de tetas o como si aquellas fuesen las mejores del mundo.

Llegaron hasta la cama flotando como inflado de helio. Ella se recostó y abrió las piernas esperando impaciente tenerlo encima, él se bajó él pantalón apenas lo suficiente para sacar su miembro

―¿Estás segura? ―ella asintió con la cabeza, él empujó su pelvis contra la de ella, suave, despacio, la miró a los ojos mientras la hacía mujer.

            
            

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