Violeta podía sentir como se le salía un poco del alma con cada exhalación. Estaba segura de que aquellos, eran sus últimos minutos de vida. Ya no escuchó más los aterradores gritos de su padre, estos se fueron apagando como si se ahogaran en las llamas. Permaneció tendida boca arriba sobre el piso sucio del granero escuchando los crujidos de las vigas de madera del techo, que cedían ante el fuego. Todo empezó a desmoronarse encima de ella, pero ya no importaba; cerró los ojos y no luchó más, solo se dejó ir.
UNOS DÍAS DESPUÉS
―¡Despierta! ―Una voz tosca le habló y sintió el aliento fétido de aquella desconocida abofetear su cara ―¡Vamos niña! ―gritó la mujer ― no tengo tiempo para esto ―agregó con autentico desespero.
Justo cuando Violeta estaba por abrir los ojos, sintió una ráfaga de agua fría en la cara. El cubo de metal cayó al suelo causando un tropel.
Violeta se sentó de golpe y solo alcanzó a ver una mancha frente a ella, entornó la mirada hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz y pudo enforcar bien la imagen como con el lente de un catalejo
El rostro de aquella mujer le hacía justicia a su voz; era de terror. Las arrugas surcaban su piel en todas direcciones, su nariz era prominente y sus labios muy delgados. La ausencia de cejas sobre sus ojos negros no le ayudaban en absoluto. Se quedó embobada un buen rato viéndola y la mujer permaneció callada como si esperara alguna reacción de parte de Violeta.
―¿Dónde... ―esa palabra salió de sus labios como un silbido, se aclaró la garganta ― ¿dónde estoy? ―replanteó la pregunta.
La mujer, que estaba sentada a su lado, se levantó del suelo como impulsada por un resorte.
―En el castillo de Merinton ―le respondió fingiendo una voz chillona mientras levantaba ambas manos abiertas a la altura de sus hombros. Dio un par de volteretas con la gracia de un simio ―¡Te casarás con el príncipe! ―agregó con tono de celebración.
Violeta miró a su alrededor, aquel lugar estaba lejos de ser un castillo y aquella mujer que vestía harapos, no parecía una cortesana del rey. La desbordante risa interrumpió su análisis de la situación y le confirmó lo que ya imaginaba: la espantosa mujer se estaba burlando de ella.
―¿Dónde estoy? ―Violeta repitió la pregunta con firmeza y la mujer la miró con la frente arrugada. Dejó salir un suspiro.
―¿Acaso no has estado despierta en tu juicio? ―le reprochó con seriedad ― ¿no has escuchado la sentencia?
―¿De qué habla? ―Violeta no recordaba un juicio o una sentencia
―Del juicio en el que te condenaron, niña. ¡No te hagas la tonta! ―la mujer cogió un par de canastas llenas de telas rojas y las puso al lado de Violeta ― todas aquí fuimos condenadas en un juicio ―agregó sacando una tira de tela ―ahora ponte a trabajar, tenemos que bordar cien de estas cosas antes del anochecer.
Las palabras de la mujer hicieron que a Violeta se le encogiera el estómago. Una sensación de vacío se apoderó de ella.
Miró a su alrededor, no tardó más que unos segundos en recorrer con la vista el pequeño cuarto. Las paredes eran de ladrillos rojos y estaban en gran parte cubiertas de moho, el piso era de tierra. Las pequeñas ventanas por las que entraban los rayos del sol, estaban muy arriba como para asomarse en ellas y estaban resguardadas con barrotes enormes. La única salida estaba sellada por una gran puerta de madera con una pequeña abertura en el medio.
Trató de recordar cómo había terminado ahí y cuando las imágenes de lo que había vivido se empezaron a proyectar en su mente, quiso levantarse, pero no pudo hacerlo, sintió un dolor punzante en el pecho. Sentía su piel tirante y al tocarse, el ardor fue insoportable.
Violeta se levantó el vestido, que era idéntico al de su compañera de celda. Estaba vendada. Las tiras de tela blanca la envolvían desde la altura de las axilas hasta el ombligo. Su respiración empezó a agitarse, y tuvo la sensación de que una hoguera se encendía dentro de ella mientras recordaba. El viejo establo se había incendiado y ella había quedado atrapada adentro. Noah no había llegado a su cita, en vez de eso, Debani, Daren y Eiden la emboscaron. Y luego todo se salió de control.
Se quitó el vestido y empezó a desatar las vendas con desespero ante la mirada atónita de la extraña a su lado. Las quemaduras debajo de las vendas dolían, pero los recuerdos dolían aún más.
Bajó la cabeza hasta clavar la barbilla en su pecho, lo que vio era repugnante. En medio de sus dos senos se extendía una gran escara que llegaba hasta la mitad de su cintura, lucía blanquecina con los bordes de un rojo intenso. Daba la impresión de que le habían arrancado parte de la piel. Supuraba un líquido baboso y amarillento. La imagen le produjo arcadas. Hizo acopio de valor, se levantó a pesar del dolor en todo su cuerpo.
―Mi padre ¿dónde está mi padre? ―las lágrimas, que habían estado pugnando por salir de sus ojos, se precipitaron como si el mar se desbordara desde dentro de ella. Empezó a gimotear, sentía que iba a ahogarse en su propio llanto. Hundió la cara en las palmas de las manos.
―¡Lo sé! ¡lo sé! ―la mujer se acercó a Violeta ―se que es terrible este lugar ― la voz de aquella mujer, de pronto era diferente; suave, maternal, tanto que Violeta se sintió segura. La mujer acarició el cabello azabache de Violeta y aquel contacto la hizo gimotear aun más―llora niña, llora todo lo que puedas ―dijo la mujer ― déjalo salir, purga toda la pena que hay en ti. Es difícil ―susurró con la voz quebrada ―sé bien que es difícil, pero te acostumbrarás con el tiempo.