Capítulo 9 UN VÍNCULO INEXORABLE

CINCO MESES DESPUÉS

Con cada día que pasaba, las tareas más sencillas se volvían imposibles; incluso caminar le era realmente difícil. El tiempo había pasado lento, sus planes no habían cambiado; aun quería vengarse, el escape estaba trazado; comería la planta que Andrómeda ocultaba detrás de su cama, esa que no había dado buenos resultados antes, si sobrevivía, todos la creerían muerta y la arrojarían al mar, ahí esperaría al "Karina" (un barco pirata que Andrómeda le aseguró que estaría cerca de la isla) todo seguía pasando en su mente una y otra vez, solo había un problema; ya no arriesgaba solo su propia vida, sino también la vida que maduraba dentro de su vientre.

―No lo haré ―le susurró a Andrómeda mientras caminaban por el patio, tenía la vista fija en el horizonte, el mar estaba agitado y el viento le revolvía el cabello y le helaba la cara ―no puedo arriesgarlo ―Andrómeda guardó silencio unos segundos y dejo salir un suspiro

―¿ves algún niño aquí? ―le preguntó. Violeta dejó de ver el mar y miró a su alrededor, las demás prisioneras caminaban en todas direcciones o simplemente estaban de pie, vistiendo sus vestidos blancos amarillentos, algunas iban solas, otras formaban grandes grupos, no había ningún niño ¿cómo iba a haber un niño? Se preguntó y entendió lo que Andrómeda trataba de decir.

―Tal vez ninguna ha llegado aquí embarazada ―argumentó antes de que Andrómeda insinuase lo que pretendía insinuar

―¿crees que los guardias no se follan a las prisioneras? ―Violeta arrugó el ceño en cuanto escuchó aquello, aún era un poco inocente.

―Está bien, ya dilo ¿qué hacen con los bebés? ¿qué le harán a mi bebé?

―No lo sé ―respondió Andrómeda cruzándose de brazos ―lo único que sé es que sus madres ni siquiera llegan a verlos, se dice que en cuanto lloran, el maestre Néros se los lleva envueltos.

―¿Y cómo sobreviven sin el pecho de la madre? ―el corazón de Violeta había empezado a quebrarse de a poco; una fisura con cada palabra que Andrómeda decía

―Exacto ―dijo Andrómeda y la miró directo a los ojos, tenía una mirada intensa, tan aterradora como el primer día. Violeta no pudo contener el llanto, sostuvo su vientre abultado como si trataran de arrancárselo.

―No dejaré que eso le ocurra a mi bebé ―aseveró secándose las lágrimas con una mano sin dejar de sostener su barriga con la otra. La trompeta sonó y el corazón roto de Violeta dio un salto de susto ―lo haremos hoy ―dijo y Andrómeda asintió una sola vez con la cabeza, Violeta pudo ver una tenue sonrisa de triunfo asomarse en sus delgados labios, ambas emprendieron el camino de vuelta a su celda.

―Solo la mitad ―dijo Andrómeda partiendo la hoja en medio, Violeta miró la pequeña lámina verde ―trágala sin masticar ―le dijo extendiéndole la mitad de la hoja ―luego tomas toda el agua que has almacenado en tu cubo ―Violeta cogió la hoja y asintió, la puso en su boca y Andrómeda hizo lo mismo, estaban de pie cerca de la puerta, cada una con un cubo lleno de agua a sus pies. Violeta tragó el trozo de la hoja, este le causó cosquillas en la garganta, tosió un poco para calmar la sensación y se agachó para coger el cubo de agua, no pudo hacerlo. Andrómeda la ayudó.

Cada una fue a su cama, se suponía que al día siguiente a esa hora las arrojarían al mar, sintió aguijonazos en la parte baja del estómago, al principio pensó que eran los nervios, pero unas horas después, los aguijonazos se habían hecho más intensos, desaparecían y volvían cada cierto tiempo hasta que se hicieron insoportables.

―¡Andrómeda! ―gritó ―no me siento bien ―la voz le salió inteligible entre gemidos de dolor ―¡Andrómeda! ¡ayúdame! ―gritó, pero Andrómeda no contestaba, no podía estar segura de si era el efecto de la planta o si se había quedado dormida ―¡Ayuda! ―gritó, e hizo un gran esfuerzo para sentarse en el borde de la cama ―¡guardia! ¡ayuda! ―se puso de pie y sintió que un líquido tibio y espeso salía de su vagina.

―¿Qué quieres? ―gritó el guardia desde afuera

―Mi bebé ―gritó Violeta, no sabía como era alumbrar, pero algo (el instintito, quizás) le decía que aquello que lo que le estaba pasando era su bebé tratando de salir ―mi bebé va a nacer

Dos guardias entraron y la ayudaron a llegar hasta el estudio del maestre Néros, ahí, la subieron a una de las mesas de madera, era igual de dura que su cama.

En el estudio solo quedaron Violeta, el maestre y dos mujeres que vestían de blanco, pero lucían impolutas, no eran prisioneras. Todos fueron muy amables durante el trabajo de parto, pero Violeta no dejaba de ver en su mete la imagen del maestre Néros alejándose con su bebé envuelto en brazos.

Un dolor punzante le atravesó la parte baja de la espalda y explotó en su vientre y en su vagina, sintió como se expandían sus huesos.

―No grites ―le susurró una voz suave y aguda mientras alguien le cogía la mano ―respira o tu bebé no podrá salir ―Violeta ni siquiera había notado que estaba gritando; lo había empezado a hacer de forma inconsciente, el dolor le nublaba los pensamientos.

―Ahí viene ―anunció el maestre ―puja con todas tus fuerzas, ya tengo su cabeza ―Violeta hizo tal como le dijo el maestre. Unos segundos después, escuchó el sonido más hermoso que jamás había escuchado, un llanto fuerte; era su bebé, jamás había creído en la conexión de una madre con su hijo, siempre le habían parecido exageraciones; una forma de idealizar la maternidad y de hacer que toda mujer deseara tener hijos, Violeta nunca había deseado ser madre; antes de Noah, siempre pensó en salir de Mérinton y explorar el mundo, un hijo no estaba incluido en esos planes. Pero acababa de dar a luz a un ser al que ni siquiera conocía y que y al cual ya amaba con locura desmedida.

Levantó el cuello para no perder de vista a su pequeño retoño, las mujeres de blanco se lo pasaron de una a otra, lo limpiaron y lo envolvieron en telas, una de ellas se lo entregó al maestre y Violeta supo que el momento había llegado. El maestre lo cogió y caminó hacia la puerta

―¿A dónde lo llevan? ―preguntó Violeta levantándose ―dejen a mi bebé ―no supo cómo, ´pero logró alcanzar al maestre antes de que abriera la puerta. Estaba desnuda, le dolía el cuerpo, pero nada importaba, las dos mujeres la detuvieron cogiéndola una por cada brazo, ella intentó desesperadamente de soltarse, pero no pudo.

La puerta se abrió y ante ella apareció una mujer; vestía muy elegante, las telas de su vestido eran costosas, era evidente hasta para quien no supiera de telas, llevaba el cabello recogido en un moño alto y un tocado negro con flores de tela que le ensombrecía el rostro y no permitía que Violeta pudiera detallar sus facciones, solo alcanzó a notar que su piel era pálida y sus ojos grises.

―Dejen que la madre lo alimente ―dijo tajante y el maestre se dio media vuelta y le entregó el bebé a Violeta sin chistar ―este es especial ―agregó la mujer y se marchó.

                         

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