Capítulo 7 Dolor

Se sostiene de las paredes tratando de no caer, mientras intenta avanzar, pero a cada paso que da el dolor es más y más intenso. Casi no siente sus piernas y necesita urgentemente llegar a la cama.

No para de sollozar bajito y cuando por fin llega a la puerta de su habitación toma el picaporte y la abre metiéndose lo más rápido que su cuerpo le permite.

Tras dar unos pasos vuelve a caer al suelo y suelta un grito de dolor, se muerde el labio hasta hacerlo sangrar, y luego de suspirar un poco vuelve a intentar levantarse, esta vez se sostiene de la cama y logra caer sobre esta.

- ahg...- se lamenta tocándose el estómago. Nunca había sentido un dolor tan fuerte, su cuerpo está destruído, se siente sucio, usado, como un juguete roto.

Solloza por lo que parecen horas, a pesar de que está agotado no puede dormir, el dolor y el miedo no se lo permiten.

Se siente tan destrozado que solo quiere dejar de existir.

Pero entonces, en un intento de escapar de esa oscuridad, se mete en su cabeza buscando un recuerdo bonito para no pensar, para salirse de la realidad.

Lo primero que se le viene a la cabeza es la imagen de una mujer de cabellos castaños como los suyos, delgada, con una hermosa y dulce sonrisa.

Su mamá.

No tiene muchos recuerdos de ella, por alguna razón su mente ha bloqueado la mayoría de los momentos en los que estuvo a su lado y eso lo hace sentir enojado, lo hace odiarse a si mismo, a su estúpido cerebro por ser tan mediocre.

¿Por qué tuviste que olvidarla?

Se preguntaba muchas veces a sí mismo.

¿Por qué tenía que olvidarse de lo único bueno que había tenido en su vida?

Los recuerdos sobre ella eran vagos y poco claros.

Recordaba su rostro, recordaba su hermosa sonrisa, recordaba algunos de sus abrazos. Recordaba incluso un momento preciso, uno en el que ella le hablaba sobre estrellas. Había estrellas en el techo de algún lugar del cual no se acordaba, y ella se las señalaba mientras le hablas de ellas, pero no podía recordar que era lo que decía, lo había olvidado.

Quería con todas sus fuerzas mantener esos pocos recuerdos, quería meterlos en una cajita de cristal y protegerlos como si fueran su mayor tesoro. Pero no podía hacer eso y sentía que cuánto más pasaba el tiempo, los recuerdos iban desapareciendo, en algún momento no quedaría nada.

Se acurrucó más sobre si mismo, tratando de obtener un poco de calor, pero el frío de la soledad lo golpeaba sin piedad, haciéndolo sentir miserable.

Pero entonces otro recuerdo llegó a su mente.

Uno que lo hizo sorprenderse a sí mismo pues era nuevo.

El de esos ojos verdes. No podía dejar de pensar en ellos y en ese momento por alguna razón... Se sintió como un consuelo. La manera en que lo miró, diferente a como lo hacía el resto. No había asco, no había desprecio en su mirada.

Por supuesto, no sabe lo que hago.

Pero por más que no lo supiera, tampoco había parecido importarle su apariencia. A cualquier otra persona le habría dado vergüenza entrar en un lugar público con alguien como el. Pero ese chico... No solo lo había llevado, le había dado de comer, le había hecho preguntas y no se había desesperado cuando tardó en responderlas.

Se dió lástima a si mismo al darse cuenta de que era la primera persona que lo había tratado así de bien en toda su vida.

Era una tontería, solo lo había alimentado porque lo había visto más flaco que un alambre pero... También lo había salvado de aquellos tipos que querían golpearlo. Lo había ayudado a escapar y se había preocupado por llevarlo a casa.

Cerró los ojos, tratando de quedarse con la imagen en su cabeza. Supo que si lo de guardar los recuerdos fuera posible ese sería uno de los que metería en la cajita.

Y así se mantuvo el resto de la noche, dormitaba de a ratos y se despertaba con las fuertes punzadas que sentía en su estómago. Cuando el dolor era muy fuerte movía sus piernas con desesperación y las golpeaba contra la cama frustrado.

En un momento la puerta de la habitación se abrió. Pudo escuchar el sonido pero estaba dado vuelta, mirando hacia la pared. Esperó en silencio, deseando que la persona que acababa de entrar fuera Dominic y no Patrik.

Fueron unos cuantos segundos en los que la otra persona cerró la puerta y comenzó a hacer algo, que Aaron supuso que era quitarse la ropa. Pronto la cama se hundió a su lado. Esperó quietito hasta que sintió el cuerpo contrario pegarse al suyo y una mano en su hombro, dejando una suave caricia.

No lo dudó.

Se dió la vuelta rápidamente y hundió el rostro en el pecho de Dominic que no dudó en abrazarlo con fuerza y rodearlo con las piernas para hacerlo sentir más protegidos. Aaron no tardó en volver a romperse en sollozos.

Dom lo dejó llorar, siguió acariciándolo con cariño, le movió el pelo hacia atrás mientras siseaba tratando de tranquilizarlo pues su respiración era muy agitada.

No hizo falta preguntar que era lo que había pasado pues lo sabía. Tantos años viviendo juntos habían hecho que conocieran al otro más que a si mismos. Eran como hermanos, sabían que le pasaba al otro aún sin necesitar palabras.

Una de las manos del pelinegro fue hasta las caderas del chico y le dió unos suaves masajes buscando aliviarlo aunque sea un poco del dolor que sabía que estaba sintiendo.

Se quedaron así por un rato más, consolandose el uno al otro, para ellos era la única manera que tenían de sobrellevar su dolor.

***

Justo como Patrik había dicho, tuvo que atender clientes al otro día.

Aaron observa desde la cama como el hombre mayor se pone el traje que anteriormente había dejado tirado en el suelo.

Está demasiado cansado como para moverse, demasiado adolorido como para protestar y ya ni siquiera puede llorar.

Solo espera, mientras observa a su cliente irse. Ha perdido la cuenta de cuántos lleva, podrían ser unos ocho o nueve, no lo sabe, pero su cuerpo no da para más.

Puede sentir los fluidos debajo suyo, en las sábanas. El semen entreverado con la sangre y quien sabe que más. Muchos simplemente se corren con el condón puesto, pero otros salen para quitárselo y correrse sobre su cuerpo. Eso le daba aún más asco.

Patrik le tenía terminantemente prohibido dejar que alguien que no fuera el lo follara sin condón y peor aún que se le corriera dentro.

Aveces era difícil convencer a los clientes de que debían usar protección, algunos incluso se enojaban y lo golpeaban por querer poner las reglas cuando no era más que un prostituto por el que estaban pagando. Pero eso era algo que Aaron no dejaba de pedir, si no era con condón no se dejaría follar.

Claro que no siempre salía bien lo de resistirse. Algunos se cansaban y terminaban por ponerse el condón con tal de que se dejara follar, pero otros... Lo sujetaban a la fuerza y lo hacían igualmente.

Hasta ahora había tenido suerte, Patrik era muy riguroso con el tema de las enfermedades. Todos sus prostitutos tenían un medico privado que los vigilaba y les hacía pruebas constantemente. Un hombre alto y de cabello pelirrojo. No era tan desagradable, nunca lo trataba mal, solo era... Indiferente pues ya estaba acostumbrado a todo ese tipo de cosas, llevaba trabajando para ese tipo de gentes desde hace mucho tiempo. Era parte de esa mafia, solo que su función era un poco contraria a todo lo que hacían los demás.

Aaron sintió el sonido de la puerta y supo que alguien había entrado. Giró levemente la cabeza para observar a la persona y se sorprendió al ver que no era un cliente.

Era Patrik.

Su parte más ingenua creyó que todo había terminado, que ya había cumplido con su trabajo y que lo dejaría salir a la calle a buscar a sus propios clientes como lo hacía normalmente.

Se quedó inmovil mientras lo veía acercarse. Bajó un poco la mirada al notar que traía algo en sus manos.

Un vaso.

No se atreve a mover ni un músculo, espera ansioso mientras lo ve llegar alado de la cama. Deja el vaso sobre la mesa de noche y se acerca a el. Parece a punto de subirse a la cama pero se detiene al mirar las sábanas con una mueca de asco. Las retira bruscamente, moviendo un poco su cuerpo en el proceso para sacarlas de abajo suyo. Luego se pone una almohada en el respaldo para quedar sentado a su lado.

Aaron no le quita el ojo de encima.

Entonces el mayor estira las manos hacia el y lo toma de la espalda y la cintura para levantarlo, lo acerca hacia el y lo deja un poco más levantado. Lleva una mano para quitarle el cabello del rostro con delicadeza.

El menor cierra los ojos asustado ante el tacto pero este no parece tener intenciones de hacerle daño.

Luego lo ve tomar el vaso que antes había dejado sobre la mesa y lo acerca a sus labios. Sin pensarlo Aaron comienza a beber el agua que se le ofrece. Es un alivio para su garganta seca y lastimada.

Luego de unos tragos Patrik vuelve a dejar el vaso sobre la mesa y se gira nuevamente hacia el chico.

Lo acurruca más contra su cuerpo observando su cara, comienza a pasar los dedos por los golpes en su rostro. Odia verlo así de golpeado, aunque el mismo es quien los hace.

- este es tu castigo.- le dice tras unos minutos.- es el castigo que te ganas por la desobediencia. Y aún no ha terminado.- puede notar en la expresión del chico que esperaba que todo se hubiera acabado, ve esos hermosos ojos llenarse de lágrimas pero no le da la oportunidad a decir nada.- si te comportarses nada de esto estaría pasando, si hubieras hecho lo que te digo, si fueras más obediente estarías ahora en la calle que tanto te gusta, consiguiendo tus propios clientes. Pero no. Decidiste ser un desobediente y estas son las consecuencias.

Aaron no quería hacerlo, pero necesitaba sentirse protegido de alguna manera así que escondió la cara llorosa en el hombro del mayor.

- p-perdón...- se disculpó entre sollozos desesperados.

Patrik suspiró y le regaló unas suaves caricias en las mejillas.

- ¿Te crees que me gusta hacer esto?- preguntó molesto.- claro que no, odio hacerlo Aaron. Sabes que eres mi favorito de todos, pero si tengo que hacerlo para que sepas comportarte lo haré.- suspiró un poco.- en unos minutos llega tu próximo cliente así que no te duermas.- anunció mientras se levantaba. Fue hacia la puerta pero se detuvo antes de salir. - ah, y esta noche irás al club, allí terminarás de pagar lo que me debes y luego podrás volver a la calle.

El club.

Si había algo que odiaba más que estar encerrado en el apartamento era ir al club, dónde tenía que dar ridículos espectáculos para hombres - en su mayoría viejos asquerosos - que luego pagarían para acostarse con el.

Suspiró tratando de tomar fuerzas de alguna parte para seguir resistiendo.

            
            

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