Capítulo 4 04: ꧁ Derek Leonardo ꧂

"Entonces, ¿me estás diciendo que hoy te lanzaste como todo un héroe a salvar a la princesa?", bromea Ryan, sonriendo de lado mientras se deja caer en la silla frente a mi escritorio sin pedir permiso, como siempre.

"No sé siquiera por qué te hablé sobre eso", murmuro entre dientes, tratando de mantener la compostura. Miro hacia los papeles en mi escritorio, fingiendo interés. "Es más, recuérdame por qué lo hice."

Ryan pone una mano sobre el pecho y finge un gesto dramático, con su típico tono burlón.

"Porque, mi estimado Leo, somos best friends forever and ever. Y si no fuera yo, ¿a quién más le hablarías de tu apasionante y misteriosa vida? A nadie. Lo sabes, lo sé, todo el mundo lo sabe."

Cierro los ojos un segundo, exhalando. "Eres insoportable."

"Lo sé, y lo hago a la perfección", dice, encogiéndose de hombros y con esa sonrisa despreocupada que siempre lleva. Luego se inclina hacia adelante. "Pero venga, dime más. ¿Cómo fue eso de salvar a la princesa? ¿Te lanzaste al estilo caballero con armadura o más bien un rollo casual, como siempre?"

No puedo evitarlo, un esbozo de sonrisa cruza mi rostro. Ryan siempre sabe cómo desarmarme, incluso cuando solo quiero que se calle.

"No es como lo pintas", digo con un tono seco, moviendo los papeles sobre mi escritorio para evitar su mirada.

"¡Oh, claro! Porque Derek Miller nunca haría algo impulsivo. No, no, siempre tan calculado, frío, distante...", Ryan apoya los pies sobre mi escritorio, ignorando mi expresión de desaprobación. "Pero venga, cuéntame. ¿Qué pasó de verdad? Seguro fue más emocionante de lo que quieres admitir."

Lo fulmino con la mirada, aunque sé que no servirá de nada. Ryan siempre logra sacar lo que quiere.

"Fue una situación complicada, nada más". Me detengo, como si elegir las palabras correctas pudiera alejar las suyas.

""Complicada", dice el abogado. ¡Qué formal te pones!", se burla, lanzando una carcajada ligera. "Sabes, si no supiera que eres tú, pensaría que me estás ocultando algo... tal vez una historia de amor prohibido", se inclina hacia adelante, con una ceja levantada y su sonrisa burlona.

"Nada de eso, Ryan", respondo en un suspiro, frotando mis sienes.

Él sigue insistente.

"Ajá, claro. Solo asegúrate de no empezar a hacerte el héroe todos los días, ¿vale? Porque si esto se convierte en hábito, me temo que tendré que llamarte. "Sir Derek."

Mi paciencia llega al límite.

"¿Podemos hablar de algo que no sea mi vida por un segundo?", le lanzo, y finalmente me reclino en mi silla, cruzando los brazos.

"Claro, claro. Cambiemos de tema", Ryan finge seriedad, pero aún puedo ver el brillo en sus ojos. "Aunque... si alguna vez necesitas un escudero, ya sabes dónde encontrarme", me guiño un ojo y, sin más, se levanta de su silla, dándome una palmadita en el hombro antes de salir de mi oficina.

Lo observo irse, sacudiendo la cabeza. Ryan siempre ha sido así: relajado, despreocupado, el completo opuesto de mí. Sin embargo, por alguna razón, sus bromas constantes siempre logran hacerme sentir un poco más... humano.

⋅───⊱𓇬⊰───⋅

"Abogado Miller, ¿tiene un momento?", pregunta Clarissa, abriendo la puerta de mi oficina sin siquiera tocar.

Levanto la vista de los documentos y apenas puedo ocultar mi incomodidad.

"Sí, adelante", digo, con un tono neutro. La observo mientras entra, cerrando la puerta tras de sí y, para mi sorpresa, poniendo el seguro. Levanto una ceja, tratando de mantener la calma. "¿Qué hace, señorita Rodríguez?"

Clarissa se acerca con una sonrisa seductora, claramente disfrutando de la situación. Me resulta evidente lo que está buscando, pero ese es precisamente el problema.

No aquí, no ahora.

"Vine a verte, Derek", su tono es casi un susurro mientras se acerca, ignorando por completo el hecho de que estamos en nuestro lugar de trabajo. "Necesitaba un momento a solas contigo. Sabes que no me gusta esperar."

Me enderezo en mi silla, luchando por mantener la compostura mientras el malestar crece dentro de mí. Este tipo de comportamiento, especialmente en la oficina, me irrita más de lo que podría admitir. He intentado hablar con ella sobre esto, pero parece no importarle.

"Clarissa, estoy trabajando", mi tono es firme, pero ella apenas parece escucharlo. En cambio, se acerca aún más, ignorando por completo el entorno en el que estamos.

"Trabajo, trabajo, trabajo...", responde con un suspiro, apoyando las manos en mi escritorio. "Siempre lo mismo. ¿Cuándo vas a dejar de poner tu trabajo por delante de todo lo demás? Estoy aquí ahora, Derek."

Me inclino hacia atrás, cruzando los brazos en un intento por mantener la distancia.

"Te he dicho muchas veces que no mezclemos lo personal con lo laboral, Clarissa. Este no es el momento ni el lugar para esto."

Ella sonríe, una sonrisa que he aprendido a reconocer como la que usa cuando va a ignorar cualquier cosa que diga.

"Vamos, Derek. Nadie va a enterarse. Solo un momento...", da la vuelta al escritorio, sus pasos son lentos, pero seguros.

Me tenso, controlando mi frustración. Este tipo de situaciones, donde Clarissa parece ignorar mis límites y deseos, es lo que está desgastando nuestra relación. A ella no le importa dónde ni cuándo, siempre busca lo mismo, y yo... bueno, yo soy todo lo contrario. Prefiero el orden, la privacidad. Las cosas tienen su lugar y momento.

"Clarissa, ya basta", mi tono esta vez es más cortante, y espero que lo entienda, que por fin escuche.

Ella se detiene, mirándome con una mezcla de sorpresa y molestia.

"¿De verdad vas a rechazarme otra vez?", pregunta, con la voz teñida de incredulidad.

Miro hacia los documentos en mi escritorio, tratando de retomar el control de la situación.

"No es rechazo, es respeto. Estoy en el trabajo. Aquí no."

Clarissa se queda quieta por un momento, evaluando mi expresión. Finalmente, su rostro cambia, esa sonrisa juguetona desvaneciéndose.

"Está bien." Su tono es frío ahora, su postura tensa. Me mira por un segundo más, antes de girarse y dirigirse hacia la puerta, quitando el seguro de un solo movimiento brusco. "Pero no te sorprendas si te cansas de estar siempre solo con tu trabajo, Derek."

Y sin más, sale de mi oficina, dejando la puerta entreabierta. Exhalo, sintiendo el peso de la situación. Esto no puede seguir así por mucho más tiempo.

"Prefería mil veces estar solo con mi trabajo", susurré para mí mismo cuando me encontré solo en mi oficina.

No siempre había sido así. Clarissa y yo nos conocimos por casualidad, cuando trabajamos juntos en un caso hace un par de años. Ella era apasionada, determinada, y al principio eso me pareció... intrigante.

No me conquistó desde el primer momento, ni mucho menos. De hecho, lo nuestro no fue amor a primera vista. Fue más bien su insistencia lo que me hizo considerar la posibilidad de tener algo con ella.

Recuerdo que al principio no estaba convencido. Clarissa era todo lo contrario a mí. Donde yo buscaba estructura y calma, ella parecía disfrutar de la intensidad y el caos. Me rodeaba como una tormenta, y aunque me resistí al principio, su insistencia eventualmente me hizo pensar: ¿por qué no darle una oportunidad?

Y lo hice. Acepté su propuesta para cenar, pensando que tal vez había algo en esa pasión que podría equilibrar mi vida. Pero conforme los meses pasaron, me di cuenta de que, en lugar de un equilibrio, lo que encontré fue una constante tensión.

Clarissa no entendía ni respetaba los límites que para mí eran fundamentales. Su espontaneidad, que inicialmente creí refrescante, empezó a ser un problema. Especialmente cuando intentaba mezclar mi vida personal con la laboral, algo que siempre había intentado mantener separado.

Cada vez que entraba en mi oficina sin previo aviso, como acababa de hacer, me recordaba que había cruzado una línea que para mí era sagrada. Y lo hacía una y otra vez. No se trataba solo del espacio físico; era mi propio espacio mental, mi refugio, que ella invadía sin ningún respeto.

A pesar de mis esfuerzos por explicarle cómo me sentía, parecía que no le importaba. Ella quería lo que quería, cuando lo quería, sin importar el contexto. Mientras que yo prefería el control, la previsibilidad, ella parecía disfrutar el desafío de romper mis reglas no escritas.

Y ahora, sentado aquí en la soledad de mi oficina, era difícil ignorar el creciente sentimiento de arrepentimiento que se apoderaba de mí. Había aceptado una relación que desde el principio no encajaba en mi vida, todo porque pensé que podía darle una oportunidad. Una oportunidad que, cada día que pasaba, parecía haber sido un error.

El problema era que, aunque Clarissa y yo llevábamos un tiempo juntos, no podía evitar pensar en lo mucho que me consumía. En lugar de apoyarnos mutuamente, parecía que estábamos en constante desacuerdo sobre cómo debíamos manejar incluso los aspectos más básicos de nuestras vidas. Y eso me agotaba más de lo que quería admitir.

Exhalé lentamente, mirando de nuevo los documentos frente a mí. El trabajo siempre había sido mi refugio. La estructura que me daba, la tranquilidad de saber que en ese espacio todo tenía un orden y un propósito, era lo que siempre me había permitido mantenerme firme. Y ahora, incluso eso estaba siendo invadido.

Prefería estar solo con mi trabajo. Y tal vez, era momento de aceptar lo que llevaba tiempo rondando en mi cabeza: Clarissa y yo no éramos compatibles, y cuanto más trataba de convencerme de lo contrario, más evidente se volvía.

⋅───⊱𓇬⊰───⋅

Bajé de mi auto exhalando profundamente, deseando por fin poder hundirme en mi cama. Estaba agotado. Dentro de dos días tendría un juicio y, además, dos casos que debía finiquitar. Apenas contaba con ese tiempo para encontrar una solución viable para mis clientes, y la presión estaba empezando a pesar más de lo normal.

Subí las escaleras de mi edificio lentamente, mirando hacia abajo, como si los pasos que daba fueran más importantes que cualquier otra cosa. El cansancio me golpeaba con fuerza hoy. Había estado en esta situación muchas veces antes, trabajando al límite, pero por alguna razón esta noche parecía especialmente agotadora.

Cuando llegué a los últimos escalones, un par de pies pequeños apareció en mi campo de visión. Pantuflas. De alguna caricatura. Fruncí el ceño, levantando lentamente la mirada hasta encontrarme con Elianne, recostada sobre sus rodillas, la cabeza inclinada hacia abajo. Parecía tan fuera de lugar ahí, en medio del frío, a estas horas de la noche.

Por un segundo, quise simplemente seguir mi camino, pasar de largo y dejarla ahí. No era asunto mío. Pero entonces, el aire frío que se colaba en el pasillo me hizo dudar. Se veía frágil, como si la noche la estuviera envolviendo de una manera que no debía.

Suspiré internamente, sintiendo la batalla entre mi cansancio y la lástima que me provocaba verla ahí. No podía dejarla allí, no sin al menos saber si estaba bien.

Me detuve a su lado, manteniendo mi distancia, pero lo suficientemente cerca como para que notara mi presencia.

"Elianne", dije, mi voz baja pero firme.

Ella levantó la cabeza lentamente, sus ojos algo vidriosos. Parecía sorprendida de verme, como si no hubiera esperado que alguien apareciera a estas horas.

"¿Qué haces aquí?", pregunté, intentando mantener la voz neutral. No quería parecer entrometido, pero tampoco podía ignorar la situación.

Elianne levantó la cabeza, parpadeando como si no hubiera estado completamente consciente de mi presencia hasta que hablé. Me miró con esos ojos grandes y claros.

"Te estaba esperando", dijo en voz baja, como si fuera lo más natural del mundo.

Me quedé desconcertado por un momento, frunciendo ligeramente el ceño. ¿Esperándome? A estas horas de la noche, con el frío mordiendo el aire. Algo no cuadraba.

"¿Esperándome?", pregunté, no ocultando la sorpresa. "¿Por qué?"

Elianne sonrió tímidamente y, con una pequeña vacilación, sacó una caja que hasta ahora había estado oculta entre sus brazos. Era una caja sencilla, de colores claros que, al abrirla, el dulce y cálido aroma a magdalenas recién horneadas envolvió el aire.

"Quería darte esto", respondió, levantando la caja ligeramente hacia mí. "Es un obsequio, por lo que hiciste esta mañana. Fue una manera de agradecerte... por ayudarme."

Mis pensamientos volvieron brevemente a los eventos de la mañana. No esperaba ningún tipo de agradecimiento, y mucho menos algo tan... personal.

"No era necesario", dije, tratando de mantener mi tono neutral. "No tienes que agradecerme por eso."

Ella se encogió de hombros, sonriendo aún más ampliamente.

"Lo sé. Pero quería hacerlo de todos modos."

Me quedé en silencio por un momento, mirando la caja que sostenía con tanto cuidado. Era un gesto simple, pero genuino, algo que no esperaba encontrar después de un día tan largo y complicado. Al final, terminé aceptando la caja con un pequeño asentimiento.

"Gracias", dije, sorprendiéndome a mí mismo por lo sincero que sonaba.

Elianne parecía aliviada por mi aceptación, y una leve sonrisa iluminó su rostro, esa sonrisa cálida que hasta ahora me daba cuenta, era agradable.

"¿Cómo sigue tu tobillo?", pregunté.

Elianne bajó la mirada hacia su pie como si acabara de recordar el incidente, luego levantó la pierna ligeramente y movió el tobillo en pequeños círculos.

"Mejor, gracias por preguntar", sonrió de nuevo, aunque esta vez con un toque de timidez. "Sigo siendo algo torpe, pero no es nada grave."

"Me alegra oír eso", respondí, aunque una parte de mí seguía sorprendiéndose por la situación en la que me encontraba. Ahí estaba ella, sentada en las escaleras, en pantuflas y pijama a juego, en plena noche, entregándome magdalenas. Todo esto después de un día agotador que, hasta ahora, solo me hacía pensar en dormir.

Elianne se puso de pie y se balanceó ligeramente sobre sus talones, mirándome como si no supiera si debía quedarse o marcharse.

"Bueno, creo que debería dejarte descansar", dijo finalmente, como si hubiera leído mis pensamientos.

Asentí lentamente, aunque no quería parecer tan frío.

"Gracias por las magdalenas... y por la consideración", guardé un breve silencio, pero añadí: "Cuídate, Elianne."

Ella me dedicó una última sonrisa antes de girarse lentamente hacia su propio departamento. A mitad de camino, se detuvo y me miró.

"Espero que te gusten. Las hice especialmente para ti."

Sus palabras resonaron en el aire, y sin esperar una respuesta, se dirigió hacia su puerta, dejándome parado ahí, en medio del pasillo, sosteniendo una caja de magdalenas que de repente se sentían con más peso del que deberían.

Me quedé en la entrada un momento más, observando cómo Elianne desaparecía tras su puerta. Lo mejor era dejar de pensar en tantas cosas e irme a dormir de una vez, así no pensaría cosas que no son.

            
            

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