Capítulo 2 Parte 2

-Hola, cuánto tiempo... -nos abrazamos.

-¡No puedo creer lo que ven mis ojos! -dijiste, sonriente y despreocupado.

-Él es Edgar, mi pareja. Escuché que te casaste.

-Hoy estoy solo. Encantado, Edgar, soy Liam, un amigo de la infancia -contestaste con una sonrisa, pero algo en tu "hoy estoy solo" sonó triste, vacío.

Ese abrazo, aunque dulce, también tenía un sabor amargo, y me dejó confundida. Esa noche, aunque estuve con mi pareja, mi mente estaba lejos, contigo. Me arrepentí de no haberte pedido el número, y me sentí mal por pensar que, de alguna manera, estaba siendo infiel a Edgar. Pasé la noche imaginando cómo sería estar contigo, cómo habrían sido las cosas si hubiéramos tenido otra oportunidad.

A la mañana siguiente, Edgar me encontró en la cocina, perdida en mis pensamientos.

-¿Qué pasó, reina? ¿No dormiste bien?

-Sí, solo tuve una mala noche -le respondí con un beso, sintiéndome culpable.

Ese día, después de que salimos para ir a nuestros trabajos, decidí dar un paseo y pasé por el restaurante donde nos habíamos encontrado la noche anterior. Lo que no sabía entonces es que tú eras el lugar.

-¡Que sí, tío! Estoy al doscientos por cien seguro de que es lo que quiero.

-Pero Edgar, sabes que es un gran paso, una decisión importante.

-Lo sé, pero ya llevamos cuatro años juntos. Además, ya he comprado el anillo, no hay vuelta atrás.

Mientras mi novio y su amigo hablaban sobre propuestas de matrimonio, yo estaba fuera, frente al cristal del restaurante, perdida en unos ojos color miel que me miraban tan intensamente como yo a él. Intenté moverme, pero mis pies no respondían. Y entonces, la puerta se abrió, y Liam salió con esa sonrisa y esos ojos que habían llenado mis sueños durante tanto tiempo.

-¿Qué haces ahí fuera con esa cara de cachorro perdido? Entra y tómate algo.

-No, gracias, tengo que volver al trabajo.

-Vamos... solo será un café, y podrás irte.

-Está bien.

Sabía que era una mala idea, y más adelante me arrepentiría, pero entré.

-¿Qué ha sido de ti en estos años? -preguntó, con una curiosidad que parecía sincera.

-Nada especial, lo de siempre: estudios, trabajo, casa, pareja.

-Casa... jajajá, ya veo. ¿Y tú? Aparte de estar casado, no sé mucho más.

-Lo mismo: estudios, trabajo, y ahora aquí estoy, con mi propio restaurante.

-¿El restaurante es tuyo? Me alegro mucho por ti. Yo, en cambio, sigo trabajando para otros, ocho horas al día frente a una pantalla.

-¿Y la repostería? Recuerdo que hacías unos bizcochos de chocolate increíbles. Tienes que hacerme alguno un día.

-Sí, algún día...

Hice una pausa, tratando de contener las palabras que quería decir.

-Siempre quise preguntarte... ¿por qué no volviste aquel verano? ¿Hice algo mal?

-No, nada de eso. Solo fue la adolescencia, los estudios... Ya sabes cómo es.

Me removí incómoda en la silla. No quería alargar más esa conversación.

-Bueno, me tengo que ir. Edgar estará por llegar. Gracias por el café.

-De nada.

Salí del restaurante a toda prisa, sintiendo una presión en el pecho. Apenas pude contener las náuseas que me invadieron al salir. Los recuerdos de aquel verano me atormentaban, y desde aquella noche, había tenido pesadillas recurrentes. Ese encuentro solo había reavivado un dolor que nunca se había ido del todo.

            
            

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