Liam: La vi sentada con Cris, y de inmediato me vino a la cabeza lo cercanas que siempre fueron. No sabía que seguían siendo amigas, pero me alegraba mucho ver a Anna. Cuando revisé las cámaras y la vi sacar la mano de debajo de la mesa para mostrar el anillo... en ese momento, mi mundo se detuvo.
Desde mi divorcio, me prometí a mí mismo que la buscaría. Después de un año, finalmente supe que vivía por aquí, y por eso decidí abrir "Entre Sueños", con la esperanza de que algún día nos reencontraríamos. No imaginaba que sería al día siguiente de la apertura. Seguía siendo la misma: esa sonrisa que nunca se borraba de su rostro, los hoyuelos que me volvieron loco. Después de catorce años, por fin la veía de nuevo y la pude abrazar.
Pero entonces me presentó a su "novio", y ahora veo que lleva un anillo... ¿Dónde estabas, Liam, todo este tiempo? Ahora es demasiado tarde. Solo puedo felicitarla.
"–¡Felicidades!– le dije con una gran sonrisa, aunque por dentro sentía una punzada que me hacía desear sus labios otra vez. Ella sonrió tímidamente, bajando la mirada, y sentí que algo se rompía en mi interior. –Veo que ya habéis pedido– comenté, intentando aparentar naturalidad. Me senté y pedí al camarero que me sirviera lo mismo.
–¡Reina!– La voz de Edgar me sobresaltó. –¿Qué haces aquí?– Pregunté, esforzándome por ocultar la tensión que se apoderaba de mí. –Vine a comer con mi prometida– respondió con una sonrisa que me produjo un ligero escalofrío. –¿Pero cómo supiste que estaba aquí?– pregunté, sintiendo que algo no encajaba. –Pasaba en el coche y te vi– respondió con esa naturalidad que, sin embargo, me hacía dudar.
Quería aprovechar la reunión para contarle algo importante a Cris, pero Edgar se encargó de monopolizar la conversación. –¿Estás segura de este gran paso?– alcanzó a decirme ella antes de que Edgar desviara el tema otra vez. Esa noche, mientras cenábamos, me propuso fijar una fecha para empezar los preparativos. Asentí, aunque el nudo en el estómago me advertía de algo. Esa noche, la misma pesadilla regresó, aún más real, y me desperté con la respiración agitada. Miré el reloj: las cinco de la madrugada. Edgar no estaba a mi lado.
–Buenos días, dormilona– me saludó cuando me vio levantada, como si nada fuera extraño. –Pero si son las cinco– respondí, incapaz de disimular la sorpresa. –Justo iba a despertarte para ir a correr juntos, tienes que bajar un poco de peso para la boda– dijo, sin una pizca de duda. Algo me empujó a asentir, aunque una parte de mí gritaba que me detuviera.
Esa mañana, mientras corríamos, Edgar se volvió hacia mí. –A partir de hoy, vamos a seguir una dieta para vernos bien– dijo con una calma que me inquietó. –Anna, ¿de verdad quieres hacer esto?– preguntó Cris cuando la vi después, su voz cargada de preocupación. –No lo sé... Estoy hecha un lío. Anoche volví a tener pesadillas– le confesé, incapaz de esconder mi tormento. –Esto te pasa desde que empezaste a vivir con ese idiota– dijo Cris con su tono directo, incapaz de contenerse. –No lo llames así– susurré, pero ella insistió: –¿Le has contado a Edgar lo que te pasó?– Su pregunta quedó suspendida en el aire, y un frío recorrió mi espalda. Sabía que había algo en Edgar que no estaba bien... pero temía descubrir qué era."
Nunca podré olvidar aquel verano. Al recordarlo, siento dos emociones que parecen opuestas: una felicidad cálida y, al mismo tiempo, un escalofrío que no puedo ignorar.
-¡Adiós! -me dijo Liam con esa sonrisa que me tenía completamente cautivada-. No sueñes con los angelitos, mejor sueña conmigo. -¡Jajaja, estás loco! -le respondí, riendo mientras lo veía alejarse hasta que desapareció al final de la calle.
Entonces, cuando estaba a punto de entrar a casa, una voz familiar me sorprendió.
-Hola. -¡Aitor! ¡Hola! -Me giré y vi a nuestro vecino de toda la vida. Aunque nunca tuve mucha relación con él, solía pasar tiempo con su hermana mayor-. Vi que estabas con Liam -dijo, estudiándome con una mirada que no supe interpretar-. Se te ve... contenta.
-Sí... -le respondí, sin saber qué más decir.
Aitor continuó hablando con un tono que me ponía incómoda.
-Mi hermana te estaba buscando. Me pidió que te acompañara a casa.
Por alguna razón, una alarma sorda se encendió en mi mente. Algo en sus ojos me hacía querer retroceder, pero no quería parecer maleducada.
-Claro, vamos -dije, intentando sonar casual, aunque algo en su mirada me hacía sentir vulnerable, como si me desnudara.
Caminamos en silencio, y cada paso me hacía desear que el trayecto se acabara pronto. Sentía cómo se acercaba más de lo necesario, invadiendo mi espacio. Mi corazón empezó a latir más rápido.
-Hace mucho que no venías al pueblo, ¿verdad? -preguntó, su voz apenas un susurro. -Sí, mis padres no consiguieron hacer coincidir las vacaciones -respondí, intentando mantener la calma.
Aitor asintió, pero algo en su expresión no cambiaba. Su mirada era tan intensa que tuve que apartar la vista.
-¿Qué quería tu hermana conmigo? -pregunté, buscando algo para distraerme de la inquietud que crecía en mi interior. -No lo sé -respondió, sin dejar de mirarme-. Supongo que... quería verte.