Alicia despertó con la suave claridad de la mañana colándose por las cortinas de su habitación en el hotel. Le costó unos segundos recordar dónde estaba, hasta que la vista del horizonte de Doha, que se asomaba en parte desde la ventana, le hizo volver a la realidad. Qatar. Estaba finalmente en el otro lado del mundo. Aquella primera noche había dormido poco, entre los nervios de la llegada y la emoción de explorar.
Respiró profundamente y se estiró antes de salir de la cama. Con un brillo en los ojos y una sonrisa contenida, se preparó para comenzar su primer día completo en este nuevo país.
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Después de un rápido desayuno en la terraza del hotel, decidió que su primera parada sería el zoco Waqif, el mercado tradicional en el corazón de Doha. Había leído que ese lugar era el alma de la ciudad, un sitio donde se entremezclaban los colores, los olores y las voces de los habitantes locales y visitantes. Vestida con una blusa ligera y pantalones frescos, se encaminó hacia el mercado, dejándose envolver por el bullicio de la ciudad.
Al llegar al zoco, fue recibida por una explosión de aromas y colores: especias que llenaban el aire, telas de colores vibrantes, y el sonido de conversaciones en idiomas que apenas entendía. La mezcla de olores, entre incienso y especias exóticas, la hizo cerrar los ojos por un instante, disfrutando de esa sensación tan lejana de todo lo que conocía.
Mientras caminaba entre los puestos, un hombre de barba corta y ojos profundos la observaba discretamente desde la distancia. Vestía una *thawb* impecable, la túnica blanca tradicional qatarí, y su porte era elegante y seguro. A cada paso que daba, la gente a su alrededor parecía mirarlo con respeto y reverencia. Sin embargo, él mantenía una expresión tranquila y reservada.
Sin quererlo, Alicia tropezó con uno de los puestos mientras intentaba mirar hacia otro lado. El dueño del puesto, un anciano de rostro arrugado y amable, la ayudó a recuperar el equilibrio.
-¡Oh, lo siento mucho! -dijo Alicia, tratando de mantener la calma mientras su cara se encendía de vergüenza.
-No se preocupe, señorita. Aquí estamos acostumbrados a los tropiezos y sorpresas del zoco -respondió el hombre, con una sonrisa bondadosa.
Fue entonces cuando escuchó una voz detrás de ella.
-¿Está bien? -preguntó en un tono suave y tranquilo, pero con un acento apenas perceptible que le recordó al inglés de las películas.
Alicia se volteó y sus ojos se encontraron con los de un hombre alto y elegante, el mismo que la había estado observando. La sorpresa la dejó sin palabras durante un par de segundos.
-Sí... sí, gracias, estoy bien. Sólo fue un pequeño tropiezo -respondió finalmente, sintiendo que su rostro aún estaba rojo.
-Es fácil perderse en este lugar, ¿verdad? -comentó él, con una sonrisa discreta que destilaba una mezcla de simpatía y curiosidad.
-Definitivamente... -respondió Alicia, intentando ocultar su nerviosismo-. Me llamo Alicia, por cierto.
-Un placer, Alicia. Mi nombre es Amir.
"Amir", pensó ella, mientras repetía el nombre en su mente. Había algo en su mirada, en la forma en que la observaba con una intensidad que parecía atravesarla, como si estuviera viendo algo más allá de la superficie.
-¿Es tu primera vez en el zoco? -preguntó Amir, rompiendo el silencio que comenzaba a alargarse.
-Sí, es mi primera vez aquí... en Doha, en general -contestó, tratando de mantener una conversación normal, aunque se sentía intimidada por su presencia-. He viajado desde muy lejos y quería conocer un lugar como este, que pareciera auténtico.
-Has elegido bien -dijo él, señalando con un leve gesto los puestos que los rodeaban-. El zoco tiene una historia antigua. Si buscas autenticidad, la encontrarás aquí. Pero, ¿qué te trajo a Qatar, si no es indiscreción?
Alicia sintió que su curiosidad genuina la animaba a contar más de lo que normalmente diría a un desconocido. Había algo en su forma de preguntar, en el tono respetuoso y cálido, que la hacía sentir cómoda.
-Supongo que una mezcla de curiosidad y de ganas de conocer el mundo -respondió ella, sonriendo-. Siempre he sentido esta atracción por el Medio Oriente, por la cultura, la historia... todo. ¿Sabes? A veces, cuando tienes una corazonada sobre algo, es mejor no ignorarla.
Amir asintió, aparentemente impresionado por su respuesta.
-Una buena razón para estar aquí -respondió-. La curiosidad es la mejor brújula para explorar el mundo. Si me permites, puedo enseñarte algunos de mis rincones favoritos del zoco. Son lugares que los turistas suelen pasar por alto.
Alicia dudó por un instante. Apenas lo conocía, pero había algo en Amir que la hacía confiar en él. Además, estaba en un lugar público, rodeada de gente. Decidió aceptar su oferta.
-Claro, me encantaría -respondió finalmente, mientras una sonrisa iluminaba su rostro.
Juntos, comenzaron a caminar por los estrechos pasadizos del mercado. Amir le mostró un pequeño puesto de perfumes artesanales, donde un anciano mezclaba aceites esenciales y hierbas aromáticas. El aroma de cada esencia era único, y Alicia se sorprendió al notar cómo cada uno evocaba diferentes recuerdos y emociones.
-¿Quieres probar? -le preguntó Amir, sosteniendo un frasco pequeño con una fragancia floral y especiada.
-Por supuesto -respondió ella, permitiendo que él colocara una gota en su muñeca.
El aroma era embriagador, intenso y suave al mismo tiempo. Sin darse cuenta, cerró los ojos para disfrutarlo mejor, y al abrirlos, encontró a Amir observándola con una leve sonrisa.
-Es increíble... No sabía que una esencia pudiera ser tan... evocadora -comentó ella, todavía sorprendida.
-Eso es lo que la gente a menudo no entiende de este lugar -dijo Amir-. Aquí, cada objeto, cada fragancia, cada detalle cuenta una historia. No es simplemente un mercado; es un reflejo de nuestra identidad.
A medida que caminaban, conversaban sobre sus vidas, sus sueños, y sus mundos tan distintos. Alicia sentía como si Amir fuera una especie de guía, no solo por el zoco, sino por una cultura que ella apenas comenzaba a descubrir. Amir era paciente, y cada vez que Alicia le hacía una pregunta sobre alguna costumbre o algún objeto que veía, él respondía con la paciencia y detalle de quien quiere transmitir lo mejor de su cultura.
Finalmente, llegaron a un rincón donde un grupo de músicos tocaba instrumentos tradicionales. Las notas melancólicas de un *oud* llenaban el aire, y Alicia sintió cómo la música resonaba en su interior, como si hubiera estado esperando escuchar algo así toda su vida.
-Es hermoso -susurró, sin apartar la vista de los músicos.
Amir la observaba en silencio, como si también él estuviera capturando cada reacción, cada emoción reflejada en su rostro.
-¿Quieres tomar algo? -preguntó finalmente, señalando una pequeña cafetería al final del pasillo-. Sirven un té de menta espectacular. Es una de mis bebidas favoritas cuando quiero relajarme.
-Claro, suena perfecto -aceptó ella.
Ambos se dirigieron hacia la cafetería, donde se sentaron en una mesa que daba a una pequeña fuente. El murmullo del agua, combinado con el sonido de la música a lo lejos, creaba una atmósfera mágica, casi irreal.
Durante la conversación, Alicia se dio cuenta de que, a pesar de la elegancia de Amir, había algo en él que parecía inalcanzable, como si llevara una carga invisible. Quería preguntarle más sobre él, pero decidió contenerse; después de todo, apenas lo conocía.
Sin embargo, una pregunta inevitable flotaba en su mente: ¿quién era realmente Amir?