La noche después de la celebración, Alicia no podía dejar de pensar en Amir y en la conexión que parecía unirlos de una forma tan inesperada y profunda. Sin embargo, el día amaneció con una sensación de inquietud que no podía explicar. Mientras se preparaba para salir y explorar más de Doha, el recuerdo de la mirada intensa de Amir la acompañaba, haciéndola dudar de si realmente debía continuar su viaje en solitario o si en realidad deseaba quedarse un poco más para conocerlo mejor.
Decidió salir a desayunar al mercado nuevamente, buscando distraerse con los sabores y aromas de los alimentos locales, pero algo en su interior le decía que el rumbo de su viaje había cambiado, aunque aún no entendía por completo hacia dónde se dirigía. Al llegar al zoco, se adentró en el bullicio, absorta en sus pensamientos, sin darse cuenta de que alguien la estaba observando desde la distancia.
A mitad de la mañana, sintió una vibración en su bolso. Al sacar su teléfono, encontró un mensaje de un número desconocido.
> *"Buenos días, Alicia. Lamento interrumpir tu día, pero el príncipe Amir ha solicitado tu presencia en el palacio. Él insiste en que vengas hoy mismo, si te es posible. Se trata de un asunto importante. Firmado, Mariam."*
Alicia sintió un nudo en el estómago. La formalidad del mensaje, junto con la mención de un "asunto importante", la hizo preguntarse si algo malo había ocurrido. Sin pensarlo dos veces, respondió confirmando que estaría allí en cuanto pudiera. La idea de regresar al palacio, y sobre todo de ver a Amir de nuevo, despertaba en ella una mezcla de emoción y preocupación.
Al llegar al palacio, fue recibida nuevamente por Mariam, quien parecía más seria que la vez anterior.
-Bienvenida, señorita Alicia. Gracias por venir tan rápido -dijo Mariam, llevándola por los pasillos del palacio con una velocidad que sugería cierta urgencia-. El príncipe Amir está en una reunión con su padre, pero me pidió que te acompañara a una sala privada.
Alicia asintió, siguiendo a Mariam sin hacer preguntas. Al llegar a la sala, una estancia amplia y decorada con muebles de madera oscura y cojines bordados a mano, se sentó en uno de los sofás y trató de calmar sus pensamientos. Tras unos minutos, la puerta se abrió y Amir entró con el ceño ligeramente fruncido, como si acabara de recibir una noticia que lo había dejado pensativo.
-Alicia, gracias por venir tan rápido -dijo, con una sonrisa que parecía esforzada-. Siento haber interrumpido tus planes, pero... necesitaba verte.
Alicia lo miró con preocupación, intentando descifrar la expresión en su rostro.
-¿Ha pasado algo, Amir? Me preocupa verte así -respondió ella, y en su voz había un tono sincero que no intentaba disimular su aprecio por él.
Amir suspiró y se acercó a la ventana, mirando hacia el jardín con una expresión de conflicto.
-La verdad es que sí... Algo ha sucedido -comenzó, con un tono serio-. Ayer, después de nuestra conversación, mi padre me llamó para hablar sobre un asunto... delicado.
Alicia se quedó en silencio, esperando que continuara, mientras un presentimiento oscuro comenzaba a formarse en su mente.
-Mi familia, como ya te habrás dado cuenta, tiene ciertos compromisos sociales y políticos que nos mantienen en una posición compleja. Y una de esas... obligaciones -dijo, con evidente incomodidad- es el deber de contraer matrimonio con alguien que pertenezca a nuestra cultura y linaje.
Alicia sintió una punzada en el corazón. Sabía que las familias reales, especialmente en Oriente Medio, a menudo tenían arreglos matrimoniales, pero jamás había pensado en esa posibilidad respecto a Amir. Sin embargo, no pudo evitar sentirse afectada.
-¿Estás comprometido, Amir? -preguntó, con una mezcla de desconcierto y tristeza.
-No... al menos no aún -respondió él, volviéndose hacia ella y mirándola con una expresión grave-. Pero mi padre cree que ha llegado el momento de que empiece a considerar una unión. Es algo que no puedo eludir tan fácilmente.
-Entiendo... -murmuró Alicia, sintiendo que algo dentro de ella se desmoronaba.
Amir se acercó a ella, sentándose en el borde del sofá, lo suficientemente cerca como para que ella pudiera ver la tensión en sus ojos.
-Alicia, no sé cómo explicarlo, pero desde que te conocí, algo cambió en mí. He pasado mi vida obedeciendo cada mandato, siguiendo cada regla, aceptando que mi destino estaba definido. Pero ahora, contigo aquí, empiezo a preguntarme si realmente puedo aceptar ese destino sin más.
Alicia lo miró, sin saber qué decir. Sentía una mezcla de esperanza y temor, como si cada palabra de Amir pudiera traerla más cerca o alejarla de él para siempre.
-Amir, no quiero ser un obstáculo en tu vida, ni hacerte sentir que tienes que elegir entre tus deberes y... y nosotros, si es que eso existe -dijo, titubeando al final, con miedo a ser demasiado franca.
Amir sonrió, un gesto que no era del todo alegre, pero que reflejaba una ternura que la hizo estremecer.
-No es tan simple, Alicia. Pero quiero que sepas algo: mi vida, mis decisiones, no siempre han sido mías. Y tú eres la primera persona con quien me siento capaz de ser libre, de hablar sin temor a juicios o expectativas.
El silencio se apoderó de la sala. Alicia sentía la presión de las palabras de Amir y, al mismo tiempo, el peso de la realidad que los separaba. Se acercó un poco más a él, incapaz de evitar el impulso de estar más cerca de quien, sin darse cuenta, había comenzado a ocupar un lugar en su corazón.
-¿Qué quieres hacer, Amir? -preguntó en voz baja, mirándolo a los ojos.
Él le sostuvo la mirada, con una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
-Quiero luchar por lo que siento. Por primera vez en mi vida, quiero elegir algo porque mi corazón lo dicta, no porque las circunstancias me lo exigen -respondió, tomando su mano en un gesto que fue tan inesperado como reconfortante para Alicia.
En ese momento, la puerta se abrió abruptamente y un hombre de aspecto imponente, con el mismo porte de dignidad que Amir, apareció en el umbral. Alicia reconoció al hombre al instante: era el padre de Amir, el emir. La autoridad que emanaba era casi palpable, y su mirada severa se posó en ambos, primero en Amir y luego en ella, evaluándola con detenimiento.
-Amir, tenemos que hablar -dijo el emir, con voz firme.
Amir asintió y se volvió hacia Alicia, manteniendo su mano en un gesto que, para él, era una señal de fortaleza. Sin embargo, Alicia sintió la incomodidad y el peso de la situación, como si de repente fuera una intrusa en un lugar al que no pertenecía.
-Padre, esta es Alicia. Ella es... una invitada especial -dijo Amir, con una mezcla de orgullo y respeto.
El emir asintió brevemente, aunque su expresión se mantenía fría.
-Encantado, señorita Alicia -dijo el emir, con cortesía, aunque sus palabras carecían de calidez-. Amir, necesito hablar contigo en privado.
Amir soltó la mano de Alicia con cierta reticencia y la miró, dándole un pequeño asentimiento, como si intentara transmitirle que todo estaría bien. Alicia se quedó en la sala, sintiendo una mezcla de nervios y desazón. Apenas conocía a Amir, pero la intensidad de sus palabras y el riesgo que estaba dispuesto a correr por ella la habían dejado marcada.
Los minutos pasaron lentamente mientras ella esperaba, sin saber si debería irse o quedarse. Finalmente, Amir regresó, con el rostro más serio de lo habitual. Se sentó junto a ella, pero esta vez sus ojos parecían estar llenos de una tristeza que no había visto antes.
-Alicia... mi padre me ha dejado en claro cuál es su posición. Para él, no hay margen para decisiones personales en asuntos de esta índole -dijo, con una voz apagada.
Alicia sintió que las palabras le dolían más de lo que quería admitir.
-Amir, si esto es lo mejor para ti, yo... lo entenderé -dijo, aunque una parte de ella no podía evitar imaginarse un final diferente.
Amir negó con la cabeza y tomó sus manos nuevamente.
-No, Alicia. No voy a renunciar a lo que siento por obligación. Esto recién comienza, y quiero luchar para que tengamos una oportunidad, aunque eso signifique ir en contra de lo que se espera de mí.
La intensidad de su voz, la firmeza de su mirada, todo en él le decía que estaba dispuesto a desafiar las convenciones por ella. Y en ese instante, Alicia sintió que, sin importar las dificultades que enfrentaran, ella también estaba dispuesta a luchar.