En la universidad, Elena conoció a Andrés, un joven carismático que rápidamente se ganó su atención. Su confianza y su manera de escucharla la hicieron sentir especial, como si, por fin, alguien entendiera su lucha. Andrés, con su encanto y sus promesas de un futuro mejor, llenó el vacío que Elena llevaba dentro. Él parecía ser la respuesta a sus inquietudes, el compañero que siempre había soñado tener. La relación avanzó rápidamente, y aunque Elena era cautelosa, no podía evitar sentir que había encontrado algo más allá de la amistad.
Andrés no solo la apoyaba emocionalmente, sino que también le ayudaba con sus estudios y con la adaptación a la vida universitaria. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, algo comenzaba a cambiar en él. Las primeras muestras de cariño fueron sustituidas por críticas sutiles, pequeños gestos que, aunque no eran agresivos, dejaban entrever una necesidad de control. Elena lo ignoraba, aferrándose a la esperanza de que su amor seguiría siendo perfecto.
Pero, aunque su corazón le decía que algo no estaba bien, la joven se convenció de que debía seguir luchando por la relación. A veces, el amor no es solo lo que parece, pero Elena no estaba lista para verlo. La llegada de Valeria pondría a prueba todo lo que había creído sobre el amor.