Los días parecían interminables para Elena. Entre el trabajo de tiempo completo como asistente administrativa y sus estudios nocturnos, el agotamiento se apoderaba de su cuerpo. Pero, a pesar de las dificultades, no podía permitirse rendirse. Valeria, aún pequeña, era su motivación. Cada sonrisa de su hija, cada gesto de cariño, le recordaba que estaba haciendo lo correcto. La pequeña había sido su fuerza desde el principio, y ahora, al verla dormir tranquila por la noche, Elena sabía que valía la pena luchar.
Con el tiempo, comenzó a ganar el respeto de sus colegas, quienes veían en ella no solo a una mujer capaz, sino también a una madre decidida. Aunque la vida le había dado pocos recursos, Elena usaba su inteligencia y su dedicación para sobresalir. Por las noches, mientras Valeria dormía, Elena se sumergía en libros de administración, aprendiendo todo lo que podía para tener una ventaja en su futuro profesional.
La constante lucha contra el miedo y la inseguridad no era fácil. Cada desafío, cada obstáculo parecía más grande que el anterior, pero Elena no se dejaba vencer. Sabía que, poco a poco, estaba forjando la vida que había soñado. Un futuro donde su hija tendría oportunidades que ella nunca imaginó. Cada pequeña victoria, aunque parecía insignificante, era un paso más hacia la independencia que tanto deseaba.