Una noche, durante una discusión que escaló rápidamente, Andrés cruzó una línea. Su ira se desbordó y, en un impulso que Elena jamás había esperado, levantó la mano hacia ella. En ese instante, algo en Elena se quebró. Con Valeria en brazos, corrió hacia la puerta sin mirar atrás, sin dar tiempo a que las palabras o las disculpas intervinieran. Aferrada a su hija, se adentró en la lluvia, sintiendo el frío en su piel, pero un fuego en su corazón. No podía seguir viviendo así. No podía permitir que su hija creciera en un hogar donde el amor se confundiera con el miedo.
El refugio no fue fácil de encontrar, pero con el apoyo de una amiga, logró alquilar un pequeño apartamento en una ciudad desconocida. El trabajo como recepcionista en un café y el regreso a sus estudios le dieron algo a lo que aferrarse. No era mucho, pero era suyo. Cada día, con cada esfuerzo, Elena reconstruía su vida, esta vez por y para Valeria. Su promesa de protegerla y ofrecerle un futuro mejor cobraba vida con cada pequeño paso que daba.
Aún con el miedo de lo desconocido, Elena sabía que estaba haciendo lo correcto. Había dejado atrás el pasado para empezar de nuevo, esta vez, con el poder de decidir su propio destino.