Coloco el perfume detrás de mi cuello, un poco de crema en mis piernas, huele a almendra. Anudo la bata en mi cintura, debajo de ella el vestido de ceda que se ajusta lo suficiente a mi cuerpo.
– ¿Estás lista? – Sebastian entra en la recamara, su pecho descubierto, tan solo llevando el pantalón del piyama.
– Ya casi – aviso.
A través del espejo del tocador le veo levantar la tela y acomodarse en la cama.
– Tu padre está preocupado por los nuevos lugares que vamos a adquirir – menciona. Desde que nos casamos él se encarga de mi lugar en la empresa como mi esposo –. Deberías hablarle –. Como accionista de la empresa tengo un lugar en la mesa, pero no lo ocupo demasiado, digamos que Sebastian me hace la vida más fácil ocupándose de ello, como él mismos dice.
– Creo que lo que le preocupa es el tema de los bailes –. Mi padre no es de los que pierde tiempo, así que la larga llamada que tuve con él en la tarde básicamente se trataba de eso –. Nuestra empresa ha invertidos en muchos sectores, pero esto es algo nuevo.
Omito el detalle de la conversación con mi padre, ambos hombres terminan dejándome en medio esperando que resuelva sus faltas de comunicaciones.
– Yo sé lo que hago Rossa –. La advertencia en su tono deja en claro lo que espera de mí –. Si tú siendo mi esposa, no me apoyas, no puedo hacer mi trabajo.
Lo que le molesta es que sus decisiones siempre sean cuestionadas. Como sea, al final del día, las acciones que maneja son mías, no suyas, y a más de uno de los inversionistas no le gustó que dejara a mi esposo a cargo de ellas.
– Mi padre solo quiere lo mejor – intento mediar el asunto, pero simplemente ellos dos creo que nunca van a entenderse –. Esto de los bailes es nuevo para él, Sebastian.
– Hago todo lo que puedo por demostrar que quiero lo mejor para la empresa, pero él no ayuda –. Su paciencia se va agotando mientras las expresiones de su rostro se endurecen demostrándolo –. Necesito que me ayudes –. Extiende la table en donde se encuentra toda la información del nuevo lugar –. Eres mi esposa amor, ayúdame con esto –. Su mano se eleva llegando hasta mi rostro, en donde se toma el tiempo de acariciar mi piel.
Mi función dentro de la empresa no era solo la de accionista, también hacía trabajo de campo, me dedicaba a encontrar nuevos lugares para comprar. Los socios siempre han confiado en mi opinión, y ello es por todo el dinero que dejé como ganancia gracias a las adquisiciones que traía.
– Veré qué puedo hacer – sedo, porque es cierto que soy su esposa, y de eso se trata el matrimonio, ¿no? De apoyarnos –. Lo revisare mañana – accedo. Solo eso es necesario para que su humor cambie.
A pesar de sus 39 años, Sebastian no tiene nada que envidiarle a un veinteañero, su cuerpo bien trabajado por las horas de gimnasio, sus brazos firmes y su abdomen marcado. El hombre que haría fantasear a cualquier mujer, y cuando lo conocí, me volví una de ellas, solo que fui la afortunada de convertirme en su esposa.
– Te necesito amor – murmura cerca de mi oído –. Quiero ahora –. Su mano se desplaza al nudo de mi bata, que deshace en cuestión de segundos. Me acomoda a su altura en la cama, hundiendo sus dedos en mi cintura, hurgando a medida que baja por mi piel, deshaciéndose de la braga que le estorba.
– Creí que no me habías extrañado –. Sé que no es el momento, no ahora cuando estamos a punto de hacerlo, pero, aunque no sea el tipo de mujer que le guste el drama, hay cosas que no me hacen sentir bien, como la falta de atención en mi matrimonio, o la falta de deseo de mi esposo.
– Estaba ocupado –. Procura disimular que le molesta mi comentario –. Eres mi esposa, pero tengo que trabajar, ya no eres una niña –. Su frase más frecuente cuando digo que algo no me gusta –. Sabes que la empresa demanda tiempo.
– Claro que lo sé, antes de casarme contigo yo trabajaba – le recuerdo –. No siempre fui la ama de casa que espera que su esposo llegue.
Luego del matrimonio, Sebastian quería que tuviéramos hijos, y admito que yo también, sugirió que debía darme un descanso el primer año cuando lo intentamos y no conseguíamos tener, y acepté. Pero luego vinieron los intentos fallidos de inseminación, los tratamientos, los análisis.
Por años mi trabajo se redujo a embarazarme, y, aun así, no pasó.
– Lo dices como si te arrepintieras –. Sus labios se despegan de mi cuerpo con brusquedad.
– No es eso – rebato.
– Los médicos eran claros con lo de que reposaras – me recuerda.
– Solo digo que entiendo que estás ocupado – intento explicar, pero siempre termina siendo así, todo se desvía, y nunca puedo decir lo que en verdad siento –. Solo que no te he visto en casi cuatro meses y lo único que has hecho en todo el día es trabajar.
Cenar sola en una casa nueva, en un país nuevo, definitivamente no era el plan.
Su mirada se suaviza por un momento, mientras sus dedos reinician el contacto en mi cintura –. Quería pasar tiempo contigo, pero soy un hombre ocupado, lo sabes.
– Lo sé – repito como tantas otras veces sabiendo que la conversación simplemente ha llegado a su fin mientras sus pantalones descienden y se apresura a clocarse encima de mí.
Un beso cargado de prisa llega a mis labios mientras sus dedos hurgan en mi intimidad, se apresura a llenar de saliva sus dedos mientras empapa mi entrada con ella. Se hunde dentro de mí buscando el placer mientras sus caderas se aprietan, toma mi pierna permitiéndose al elevarse llegar más lejos.
– Amor – llama mientras embiste mi intimidad.
Alzo la mirada viendo al hombre junto a mí, pidiendo mi atención, reclamando mi cuerpo, así que se lo entrego, recorro su pecho dejando leves besos en su cuello. Su penetración cada ves más exigente, recorro su espalda dejando que me tome mientras busco mi propio placer en su contacto.
– Mírame – demanda y hago lo que pide –. ¿Estás lista? – pregunta como si ya me hubiera escuchado explotar en gemidos que serían los restos de mi orgasmo, pero como lo evidente de la ausencia de ello no parece indicárselo, simplemente asiento.
– Hazlo – pido aceptando que nuestro rencuentro se reduce a esto, minutos de penetración que terminan con su eyaculación en mi interior, mientras yo solo quedo con las ganas y sus residuos.
– Te amo Rossa – gime en mi oído derramándose mientras yo lo acuno en mi cuerpo, con la mirada perdida en el techo sintiendo todo lo que me falta, eso que mi cuerpo grita que quiere, pero mi mente me reprende como la mal agradecida que soy que no valora al hombre que tengo a mi lado.
Sebastian nunca me ha tratado mal, jamás me ha golpeado, es un hombre fiel, responsable, cariñoso en medida, obvio que no es perfecto. Sí, las noches alocadas de sexo ya no son lo mismo, pero tenernos es lo más importante, se supone que es así.
¿Entonces por qué tengo tantas ganas de llorar justo ahora?
– Mañana será un día largo, cariño –. Se hace a un lado buscando limpiarse antes de acomodarse nuevamente junto a mí –. Debes estar cansada del viaje.
Me limito a asentir mientras me acomodo dándole la espalda, donde él no puede ver las pequeñas lágrimas que se me escurren.
– Descansa – consigo decir sintiendo sus labios dejar un beso en mi cien mientras sus brazos me envuelven. Tan solo me quedo quieta, sin moverme, esperado que lentamente su respiración se vuelva tranquila, solo así sé que ya se ha dormido.
Con cuidado procuro sacarme de encima su brazo, me quedo inmóvil al sentir que murmura, espero unos segundos y al ver que no habla, tan solo me salgo de su lado tan rápido como puedo sin hacer ruido. La lacena de la cocina contiene lo que tanto busco, la botella de vino que abro llenando a tope la copa.
– Supongo que necesitaré más – me digo no solo tomando la copa, sino que llevándome también la botella a un rincón de la sala –. Veamos qué hay aquí –. Cuando pasas tanto tiempo sola siendo ama de casa te acostumbras a tener charla contigo misma, supongo que es una forma de lidiar con el silencio.
Me doy un trago largo y prendo la tablet, toda la información del nuevo lugar está en ella, no solo estados de cuenta, ingresos, registro del personal, también imágenes de los espectáculos y servicios que ofrecen.
– Ingresos inestables – hablo para la app de mi teléfono que guarda todas mis observaciones. A eso me dedicaba antes, y aunque ya hace mucho, siento que no pierdo el toque –. La estructura no parece tener problemas –. Presiono para una nueva anotación –. Aunque se requiere remodelación en ciertas áreas.
Bebo otro trago largo antes de continuar –. Parece tener clientela estable, por lo que es favorable –. Reviso los videos, detallo las imágenes buscando lo que necesito, y encuentro lo que no también.
En varias imágenes se ve lo mismo, un par de brazos preparando los cocteles, se ven bien, apetitosos a la vista, el Bartender muestra su agilidad, aunque lo único que se ve en cada video son sus brazos elaborando cada coctel. La cucharilla espiral entre sus dedos se mueve veloz, la coctelera enfriando la bebida.
– El servicio parece ser prometedor –. Paso otro trago que se resbala por mi garganta –. Aunque hay que revisar la carta –. Continúo viendo sus manos colocar con cuidado la guinda de cascara de naranja.
Sus manos muestran el coctel terminado, creo que muy tropical, pero algo más resalta, sus tatuajes, sus brazos llenos de ellos al parecer, una pequeña estrella en su codo, una coctelera desbordando líquido –. Muy original – me burlo rellenando la copa mientras la intriga por sus tatuajes crece.
Busco algunos videos que me den un mejor ángulo –. ¿Qué tanto debe gustarte los tatuajes para soportar tanto dolor? – Dejo salir mi humilde opinión, yo solo tengo uno en mi espalda, fruto de mi adolescencia y aún recuerdo cuánto dolió.
Pero a ese chico de seguro no le importa, observo los trazos oscuros, la silueta del lobo en su antebrazo, me entretiene detallar cada aspecto mientras tamborileo mis dedos cerca de mis muslos.
– Se te dan bien las personas –. Las imágenes de las chicas sonriéndole hablan por sí sola. Tiene a todas hechizadas mientras él hace lo que sabe hacer, preparar las bebidas que les harán olvidar por una noche que mañana tendrán una resaca horrible.
Tengo 30 años, claro que cuando bebo en lo primero que pienso es que me dolerá la cabeza en la mañana. Pero ellas no, y él parece disfrutarlo. De nuevo la sonrisa se muestra en el video, sus labios carnosos conformándola, sus brazos moviéndose mientras da los toques al trago, y sin darme cuenta mis manos ya están sobre mi piel, rozando con cuidado mis bragas.
– Creo que los tragos están bien – agrego en la nota de voz –. Se ven ... apetecibles – describo sintiendo el cosquilleo al paso de mis dedos, mientras uno se adentra en el interior de la tela tocando, sintiendo la humedad que brota.
Mis labios se abren mientras en la imagen destaca el sutil gesto de sus dientes atrapando su propio labio, y simplemente me permito introducirme un dedo, y aunque mi mente me grita que esto no era parte de la revisión, el deseo me lleva a ir a por el segundo, que explora mi intimidad incitando deseo.
– ¡Mierda! – La notificación en la pantalla simplemente me hace apartar la mano de mi intimidad.
◦ Junta con Alnor 8 en punto.
– Puta notificación – maldigo.
Por un instante tomo conciencia de lo que estaba haciendo hacía apenas unos segundos –. Me estaba tocando – susurro solo para mí –. ¿Qué mierda estás haciendo, Rossa? – me reprendo sin poder creer que estuviera haciendo cosas como estas, y no por tocarme, sino lo inapropiado de hacerlo mientras veía la foto de ese chico que apenas si tendrá unos 27 años con suerte.
Dejo a un lado la copa de vino y de inmediato apago la pantalla de la tablet. Seamos honestos, no estoy joven para estarme masturbando en medio de la sala cuando mi esposo me espera en la habitación.
Respiro procurando sacar de mi mente todo, tan solo me cuelo en la cama con cuidado de no despertarlo, y sin pensarlo me acerco más a él por instinto, aunque una parte me grita que culpabilidad. Me acurruco en su espalda, esperando que sentir su aroma me permita sacar sus brazos tatuados de mi mente, porque eso es muy jodido.
Es un muchacho y tú una mujer casada, déjate de fantasías locas – me recuerdo cerrando los ojos procurando dormirme de una vez.
Pero la humedad entre mis piernas late, las ganas, la sensación sigue ahí, y no consigo que se apague...