Kilig:
«Sensación de tener mariposas en el estómago al ver o estar con alguien»
Escribiendo ...
No sé qué es peor, si lo que significa escribiendo o esos puntitos que le siguen que el pasar de los segundos los convierte en años.
Y ...
Simplemente se detiene, no más escribiendo, tampoco puntitos, ni llegada de mensajes. Como idiota deslizo la pantalla verificando la señal, cuando es más que obvio que tengo.
Y entonces nuevamente aparece.
Escribiendo ...
– Mier... – siquiera termino la palabra.
◦ Las medias te quedan mejor que los pantalones
Aparece sin más y por instinto volteo a mirar a mi alrededor, las manos me sudan en el proceso, el teléfono tiembla entre mis dedos y una ola de calor me toma mientras la respiración se me agita buscando en la soledad de la calle.
◦ Me estás viendo??
◦ Justo ahora?
Escribo las palabras como puedo mientras los nervios apenas si me dan para hacerlo, y aunque me preocupa que me vea entrar a un edificio como este que ningún salario de mozo podría pagar, hay algo más que siento entre tanta exaltación.
¿Está aquí? – La pregunta se repite en mi mente una y otra vez. ¿Cómo?, ¿desde cuándo me sigue?, o ¿es solo casualidad? La lista va creciendo mientras los desesperantes puntitos anuncian el mensaje que no llega.
◦ Te preocupa que te acose? Jajajaj
– ¿Carita morada? – Miro nuevamente el mensaje.
◦ A que juegas?
Porque es evidente que lo hace, se está divirtiendo a mi costa, pero aun así continuo buscando en la calle por si realmente lo hace.
◦ Todavía a nada
«Todavía» ¿Y exactamente qué quiere decir con eso?
◦ Pronto nos veremos
◦ Por ahora descansa
◦ Novata
Y simplemente así se muestra que sale del chat.
Miro la pantalla por tantos segundos más que siento que me he quedado congelada, petrificada, sin siquiera pensar en moverme, aun cuando estoy en plena puerta del edificio, sin entrar o alejarme del lugar.
– ¿Se encuentra bien, señora? – escucho en frete mío.
Elevo la mirada viendo al guardia del edificio que me observa con preocupación, la puerta abierta y yo como una tonta aún con el teléfono en la mano.
– Sí ... am. Yo solo –. La incoherencia se está haciendo parte de mi vocabulario –. Todo bien, gracias – consigo destrabar mi lenguaje mientras ingreso al recibidor.
Los nervios me traicionan mientras camino hacia el elevador que se encuentra en un costado que solo lleva a mi apartamento. El reflejo del pulido metal muestra a una mujer con ojos muy abiertos y desconcertados, mejillas rojas, labios hinchados, paso mis dedos por la carne y la marca de mis dientes están en ellos.
Las puertas se abren y antes de que pueda entrar el guardia tras mi espalda luciendo preocupado aguarda como si esperara que en cualquier momento me diera un patatús, no lo culpo.
– ¿Segura que no necesita nada, señora? – Me mira fijamente viéndome apretar el botón que me llevará al último piso.
– Un psicólogo – murmuro y creo que demasiado alto, porque su seño se frunce mientras las puertas se cierran y mi sonrisa apretada de vergüenza es lo último que ve.
Creo que para cuando esto termine necesitaré una vida nueva...
Me recuesto a la pared fría que me acoge, y en lugar de apartarme, disfruto del contacto que calma el calor que emana mi cuerpo en este momento.
Las dos puertas se abren permitiéndome entrar al apartamento, en donde las luces están apagadas, y la sala solo es iluminada por el reflejo que marcan los cristales de la ciudad. Es hermosa, un lugar totalmente nuevo e ... intrigante.
Saco la ropa de mi cuerpo entrando a la ducha, solo las bragas cubren una parte, mientras el vapor lleva la habitación las deslizo, con ella quedando el hilo delgado que muestra la humedad.
– Esto no puede estar pasando – susurro solo para mí viendo lo que ya sentía, la tela húmeda, impregnada en ese fluido que se adhiere tanto a mi piel sensible como a ella.
Simplemente me introduzco bajo el chorro de agua, dejando que me recorra, que me calme, (◦Todavía a nada) Como flashazos me inundan los mensajes, (◦ Las medias te quedan mejor que los pantalones)
Sus brazos envolviendo mi cintura mientras la sudadera me cubría, la respiración pesada, caliente, (◦ Pronto nos veremos) Mis manos buscan la escusa de limpiar para colarse entre mis piernas, pero en lugar de ello solo provocan más de esa humedad, (Pronto nos veremos) repito en mi cabeza.
Mis dedos se hunden en mi interior, complacientes, deslizándose hasta llegar a la base de mis nudillos. Mi mano libre se clava en la pared, mi palma se cierra mientras mi codo apoyado ofrece un mejor soporte mientras el agua cae en mi espalada y mis dedos salen y entran.
La mirada turbia, las pupilas dilatadas escondiendo ese raro tono café. Los labios mojados, el gemido se me escapa sintiendo que puedo llegar, esta vez puedo conseguirlo como hace tanto no lo hago, sus ojos, esos ojos que me miraron con burla. Novata ...
Me arrastro en un frenesí de sensaciones mientras el colapso llega, las punzadas crecen y la sensación me abruma, sí, todo eso mientras me toco y consigo correrme pensando en ese jodido sobrenombre... Novata.
– Estoy jodida –. El sonido del agua caliente cayendo oculta el resto de mis respiraciones pesadas, y agradezco por ello.
– ¿Ross? – El toque en la puerta me devuelve a la realidad con una brutalidad que me hace quedar mareada.
Otro toque más llega seguido del sonido del pómulo cuando intentan girarlo para abrir.
– ¡Ya salgo! – hablo consiguiendo que pare mientras miro el pómulo con demasiada ansiedad. Sebastian me conoce, ha sido mi pareja por demasiados años como para no saber las reacciones de mi cuerpo bajo ciertas circunstancias.
El enrojecimiento de mi rostro, la humedad que aún queda, bajo ningún concepto pienso abrir esa puerta.
– Bien, te espero – avisa, pero aun así no me relajo, observo el reflejo de su sombra tras la pequeña rendija que queda entre el suelo y la madera. Los segundos corren mientras no veo la silueta de sus zapatos moverse, y solo cuando pasa, dejo escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo.
– Por Dios Santo –. Claro, porque siendo una mujer casada que acaba de tocarse pensando en otro hombre mientras su esposo está en casa, lo primero que hago es pensar en Dios.
Depravada pero religiosa – me reprendo mentalmente.
Me tomo un momento para relajar mi cuerpo, para que las sensaciones que persisten desaparezcan. Solo entonces me coloco la ropa y me apresuro a salir, porque claramente, él está esperando.
Sebastian permanece sentado a los pies de la cama, su mano derecha sostiene su cabeza mientras la corbata cuelga de su cuello casi desanudada.
– ¿Todo bien? – La opresión en el pecho aumenta, este hombre que está frente a mí es mi esposo, la persona a la que le juré lealtad, amar y respetar, y yo hasta hacía unos segundos me tocaba en el baño dentro de nuestro propio techo matrimonial.
La sensación de culpa se me dispara, y tengo que controlarme la sensación de picor en los ojos. Mi esposo, sí, porque eso es, eleva la mirada, luce agotado, triste, nada parecido a ese hombre arrogante y superior de hace unos días.
– Fue un largo día – murmura. Una pequeña sonrisa le rompe la seriedad. Su mano palmea un lado del colchón junto a él –. Ven –. La invitación a sentarme a su lado queda marcada por la mano que no se aparta del lugar. Luce tranquilo, y aun así mi corazón late demasiado acelerado, y no lo niego, todo dentro de mí está en alerta, como si estuviera esperando algo, pero no sé qué es. Aun así, avanzo sentándome junto a él.
– ¿Si quieres algo de comer ...? – Niega evitando que continúe.
Sus ojos buscan los míos, unas pequeñas líneas los bordean, las cejas tupidas, los labios gruesos, un hombre realmente atractivo, y aun así, hace mucho que sus manos no me tientan, y aunque el pensamiento duele, es la verdad.
Lo veo, y siento ese cariño. El mismos de tantos años juntos, tantos recuerdos, el primer beso, nuestra boda, pero también las peleas, la distancia.
– La próxima semana habrá una reunión, necesito que estés a mi lado –. Y ahora está la decepción clavándose, porque por un minuto, tan solo por un momento llegué a creer que lo que fuera que diría, tendría que ver con nosotros, pero no, Con Sebastian Esttian ya no hay lugar para esas cosas.
– Sabes que ahora estoy ocupada –. Eso y que no tengo ganas de una aburrida reunión social en donde todos presumen sus falsas y felices vidas, yo siendo una de ellas, claro.
– Ross –. Su mano atrapa la mía, y ese pequeño apretón se intensifica levemente mientras lo que era una mirada calmada y cansada, se vuelve más imponente –. Te necesito ahí, es tu lugar como mi esposa, ya suficiente me estás haciendo pasar con esta tontería –. Ambos sabemos a lo que se refiere, pero en lugar de corregirlo o bajar la mirada, simplemente me mantengo en la misma posición, observándolo.
Se levanta cortando el escaso contacto entre ambos mientras deja a un lado la camisa sacándose los pantalones quedando únicamente en ropa interior, y no puedo evitar sacar la mirada mientras lo siento meterse a la cama.
– Vamos a dormir –. No es una sugerencia, siquiera una propuesta, pero aun así me levanto, solo que para algo diferente.
– Espero que descanses –. Me alejo llegando a la pared en donde el interruptor de la lámpara se encuentra. Observo la molestia que se le cruza al notar lo que significa, y aun así lo hago. Apago la luz saliendo de la habitación, dejándolo solo sin ganas de dormir esta noche a su lado. Por lo que me acerco a la sala atrapando la cobija a un costado del mueble, reclinándome en el suave material mientras cubro mis piernas.
Y aunque no es mi habitación, ni mi cama, se siente mejor que si estuviera en ella, al lado del hombre que hace mucho ya no es mi esposo, no con el que creí que me había casado. Esta vez si no consigo detenerlo, las lágrimas se me resbalan mientras me aprieto el pecho soportando el dolor, la angustia, el trato que no merezco, la infelicidad que me niego a aceptar que cargo y que cada vez me agota más.
Me siento como si estuviera en medio del mar, y una pesada piedra atada a mi pierna cobrara vida solo para llevarme con ella al fondo. Cierro los ojos mientras las lágrimas se niegan a detenerse, demasiado tiempo contenidas, y ya estoy muy cansada, solo sé eso, estoy tan cansada ...