Antiquifobia:
«Miedo a cometer errores o a fracasar»
¿A quién se le puede ocurrir poner una cocina en una segunda planta? No lo sé, pero ciertamente quiero matar a ese idiota.
Mis piernas están latiendo, doliendo, quemando, estoy agitada, sudada y cansada. En mi mente me recuerdo sonreír una y mil veces cuando solo deseo mandar al carajo a más de un cliente que me está haciendo la noche mierda.
Por Dios, no me acordaba de qué tan malo era trabajar en estos lugares. Tenemos 97 comensales y apenas somos dos mozas que nos damos de golpes mientras intentamos lidiar con toda esta gente.
Me encuentro cansada, aturdida y justo ahora puedo decir que como buena niña rica solo quiero llamar a mi padre para que me saque de aquí.
Sonrío lo mejor que puedo mientras el idiota con dentadura amarilla mira mi pecho cuando me inclino a colocarle su Provolone. Unas ganas enérgicas de encestarle el plato en la cabeza me brota y me cuesta contenerme mientras procuro seguir el ritmo de la gente, que aun viéndome con las manos llenas de platos, pretenden que vaya a sus mesas a atenderlos como si no tuviera un pedido de siete tragos esperándome en la barra para ser llevados.
¡No grites, no grites, no grites! – me repito de manera frenética mientras veo a músicos y trabajadores pasarnos por delante a la mar de relajados mientras a mí me están sudando hasta las nalgas, esto último es literal.
– ¡Chita! –. La mano de la señora aprisiona mi brazo –. Te pedí un agua y no me la has traído –. Observo su mano aún sobre la mía mientras mis oídos escuchan sus palabras y procuro contenerme de decirle a esta mujer que me suelte antes de que le enceste una patata en la cara.
Respira, respira – ya es mi mantra.
– Por supuesto, mil disculpas – en cambio es lo que respondo marchándome hacia la barra solo cuando ella decide que ya invadió mi espacio personal lo suficiente.
– ¿Cuántos asesinatos has planeado? – La chica dentro de la barra me observa con atención a medida que una media sonrisa le descompone la seriedad del rostro que provoca el trabajo incesante.
– No hay suficientes ataúdes –. La risa le brota de los labios y me limito a negar mientras le acompaño.
– Ya agarrarás el ritmo – me alienta, pero justo ahora dudo que ese día llegue.
Tomo el pedido y me apresuro a llevarlo a la mesa, procuro no tirar la bandeja en el camino mientras los músicos continúan metidos en el medio ya con los equipos montados en el escenario. Por lo que me dijo Camila, una vez que empiezan a tocar la cosa es más calmada, solo espero que sea cierto.
Una chica con lentes me saluda, y es la única que se toma el trabajo de darme paso viendo la bandeja cargada –. Primer día – murmura al pasar por mi lado y asiento –. Bienvenida – susurra por lo que puedo apostar que es trabajadora del local.
Una de las pocas cosas buenas de esta noche es que todos parecen amables y en lo que pueden me dan algo de aliento, es eso os solo les preocupa que colapse en cualquier momento. Algo muy probable, no me he visto en un espejo, pero varios flecos ya se me han escapado del cabello, la liga no está ajustada, así que mi aspecto más que el de una moza, es el de una loca. Ya lo he asumido.
Tantos clientes y tan poco espacio no es una buena señal para pasar entre las mesas, intento no tirar nada mientras me cuelo por el justo espacio que queda entre mesa y mesa y ....
– No, por favor, esto no – suplico mirando al cielo, o más bien al techo sintiendo la brisa que entra por mi trasero mientras no puedo avanzar gracias a la tela de mis medias enganchadas en alguna astilla de la silla de madera.
Con cuidado alejo una mano de la bandeja llevándola hacia atrás, en donde el tacto de mis dedos encuentra el intimidante agujero.
Un hoyo en la tela y media nalga al aire es lo que palpo, ¿ya puedo llorar ahora?
Respiro agradeciendo que la mesa que tengo delante es la de la orden, sin hacer mucho escándalo de mi desgracia coloco los tragos a quienes pertenecen y con una alegre y muy fingida sonrisa, procuro cubrir mi desgracia con la jodida bandeja.
Emprendo la retirada en marcha atrás mientras lo ancho del material de la bandeja y lo estrecho del espacio no permite siquiera moverme bien, me pican los ojos y ya me lo veo venir, creo que voy a llorar ...
– Usa esto novata – murmuran cerca, demasiado cerca, lo suficientemente cerca para que saquen la bandeja del juego y una sudadera negra aparezca abrazándome la cintura. El olor a colonia mezclado con menta me invade dada la cercanía.
– ¿Qué... ha...ces? – Dadas las circunstancias el tartamudeo es lo de menos, el ridículo ya está hecho, aceptémoslo.
El extraño hace un sonido parecido al de una exhalación unida a una risa cuando aún lo siento tras mi espalada, y como si todo esto no fuera lo suficientemente raro e incómodo, su brazo aparece en el juego envolviéndome la cintura mientras me saca de en medio llevándome contra la escalera.
Me gustaría sacármelo de encima, pero haciendo las cuentas no creo que sea el momento para berrinches, mi nalga está expuesta, tengo las medias rotas, lo único que mantiene mi trasero fuera de la vista de todos es la tela alrededor de mi cintura que es sujetada por sus manos, así que aquí estamos, él tocándome y yo dejándome.
Esta noche promete desastres y aún me queda media jornada por delante, no sé si pueda sobrevivir a ello.
Avergonzada, sudada, y medio derrotada miro a mi alrededor a ver quiénes son los testigos de mis calamidades, pero sorprendentemente la gente está demasiado ocupada viendo que la banda ya comienza a tocar.
– Nadie nos está viendo – murmura tras mío mientras coloca ambas mangas de la sudadera entre mis manos –. Creo que de esto te puedes encargar.
Por primera vez me atrevo a voltear el rostro lo suficiente para ver a quién le debo mi dignidad, y la mirada profunda debajo de la capucha me toma desprevenida.
Pestañas tupidas, unos intensos ojos cafés demasiados claros como para incluso definirlos de tal modo, barba tupida, labios pronunciados y demasiado carnosos, suaves, luciendo húmedos y ...
– Al no ser que quieras que lo anude yo mientras me siques mirando –. Una sonrisa irrumpe con algo más, una jodida mirada turbia que me hace respirar mientras me alejo lo suficiente tomando entre mis dejos con la mayor torpedad posible la tela que recordemos, mantiene mi trasero en resguardo.
– Yo puedo –. Uyyy, si sigo aumentando mis vergüenzas no regresaré a este lugar en mi jodida vida.
– Ya veo –. Desliza la mirada hacia el embrollo que hago pero que cumple objetivo, mantener la sudadera en su sitio.
– Ros, las mesas –. Camila pasa por mi lado con una bandeja y una orden de fritas a manos llenas.
– Yo.. – Señalo hacia ella, lo miro a él –. Creo que voy a trabajar –. Otra sonrisa se le aparece y esta también a mi costa.
¡Ya es suficiente vida, trágame de una vez!
– Si lo prefieres –. Sonríe de medio lado ampliamente y creo que se está quedando conmigo, sí, definitivamente se está burlando de mi estúpido nerviosismo.
– Así es – remato por si queda duda y no es que fuera necesario, y antes de que siga dando más pena, me giro procurando buscar distancia entre el encapuchado y yo con urgencia.
– Y, novata – habla cuando apenas me he alejado un paso –. Quiero mi sudadera de vuelta – recalca.
Ni que fuera a quedarme la jodida cosa.
Me volteo para decirle, pero solo encuentro nada, el chico simplemente desaparece escalera arriba sin darme tiempo siquiera de responden.
No sé quién sea, pero acaba de salvarme y burlarse de mí al mismo tiempo, y ahora mismo no sé si agradecerle o enfadarme por ello, lo que sí queda claro es una cosa, esos ojos de color tan raro y esas pupilas demasiado dilatadas son cosa de otro mundo, no voy a negarlo.
Respiro lo mejor que puedo viendo más de tres manos levantadas llamándome, ¿que no se dan cuenta que solo soy una?
¿Puedo llorar, necesito llorar...?