Capítulo 8 8

Entelequia:

«Cosa, persona, o situación perfecta que solo existe en la imaginación»

Pestañeo con lentitud, una y otra vez, la vista no cambia, el techo blanco tan solo decorado por la lámpara con pequeños cristales que cuelgan de ella.

¿Mis Intenciones? – No moverme

¿El problema? – Tengo que hacerlo, pero me duele todo.

Todavía conservo los latidos de mis piernas, me duelen los brazos por el peso y la espalda me cruje de solo intentarlo. Esto es un infierno ciertamente.

Dilatar lo inevitable no va a hacer que no ocurra, así que soportando tanto como puedo el dolor, me levanto de la cama consiguiendo entrar al cuarto de baño en donde una ducha caliente me espera.

Salgo hacia el comedor en donde la mesa ya se encuentra puesta, y nadie está sentado, solo Ilda es la única alma viviente además de mí en esta casa al parecer.

– Su hermana salió desde muy temprano, señora – avisa mientras tomo asiento en la mesa sintiendo que las piernas no aguantan mi propio peso.

– ¿Mi esposo? – Me llevo el primer sorbo de café a los labios y sin duda alguna el calorcito y el aroma me devuelven a la vida.

– Se fue muy temprano –. Algo de pena le brilla en la mirada, pero ignoro el hecho. Ella lleva los suficientes años trabajando con nosotros como para que sepa que esta es la manera de Sebastian de hacer que haga lo que él quiere. El mismo patrón siempre, la cama vacía, su ausencia, el silencio, la frialdad... ya a eso también me he acostumbrado.

– Gracias –. Ilda se aleja dejándome sola con mi cansancio y mis pensamientos a cuesta, el reloj marcando las 3:00 pm, sin duda dormí de más.

Tomo la tablet a mi lado y comienzo a hacer mi verdadero trabajo, el informe de mis observaciones. Sin duda alguna la primera de ella es hacer algo con esa infernal escalera, me da lo mismo si hay que colocar un ascensor solo para los platos, pero es una tortura tener que subir toda la noche hasta la cocina.

Las horas me pasan volando y para cuando vuelvo a ver el reloj ya casi tengo que pelearme con el pantalón para que me suba de una vez si quiero llegar a tiempo, porque queda claro que eso de las medias no es una buena idea, no pretendo pasar por lo mismo.

Salgo tan rápido como puedo y aunque me tienta el parqueo, no me detengo y continuo hacia la planta baja dispuesta a tomar de nuevo el bondi.

El señor con la guitarra en mano apenas si me deja espacio, pero esto es parte de Montevideo por lo visto, los artistas en las calles, en el bondi, en las esquinas. Así que hago lo mejor para sostenerme y no tirarlo en un frenazo, cosa que me exige equilibrio y tres padres nuestros.

Finalmente me bajo y no me toma nada llegar el bar, siendo Camila la primera que me nota –. Me alegro de que regresaras –. Deja de bajar las sillas viniendo a por mí –. Por un momento pensé que me dejarías sola hoy.

– ¿Tan mal me veía? – indago y su expresión indica que no quiero saber la respuesta –. Déjalo así – pido.

– La buena noticia es que hoy es Domingo –. Me palmea la espalda con un empujoncito que me hace avanzar –. Todos nos vamos temprano a casa.

– Amén – gritan desde la cocina y la risa se me escapa. No lo niego parecen buena gente, pero mi mano aferra la tela de la sudadera llevándome a un pensamiento diferente.

– Tengo que devolverle esto a... – Me quedo en blanco dándome cuenta de que siquiera me sé su nombre. Claro que no es mi culpa, nunca se presentó, no solo tiene que aprender a respetar los espacios personales, sino que un poco de modales no le vendría nada mal.

– ¿Alex? – Prueba con una pequeña sonrisa completando la frase.

– Supongo, no sé su nombre –. Evito el tirón que me provoca el ver cómo me estudia.

– Tendrás que esperarte hasta el martes –. Se da la vuelta mientras toma la siguiente silla y la baja de la mesa –. Hoy solo abrimos nosotros.

No viene, digamos que dado su falta de educación y buen carácter eso debería alegrarme. ¿No?

Tan solo me limito a dejar las cosas a un lado y comienzo a hacer lo mío ya habiendo saludado a Gail, la Bartender y Rud, la cajera.

– Al parecer hoy solo somos chicas – observo.

– Uyy que delicia –. Randy cambia la voz por una más afeminada haciendo burla de mi error, porque claro, tenemos cocinero.

– ¡Lo siento! – me disculpo lo suficientemente alto para que escuche y en respuesta toca la campanita.

Ciertamente anoche sentí ganas de lanzar a la calle la miserable campanita.

Los comensales entran y con los primeros que pasan ocupando asiento el resto va apareciendo, y verdaderamente Camila no mentía, aquí todos caen de golpe y juntos como si dijeran: (hoy estamos aburridos, hagámosle la noche un infierno a las mozas)

Todos quieren hacer sus pedidos, todos piden sus tragos esperando ser atendidos primero, dan ganas de decirles que somos dos mozas no dos pulpos, pero no creo que eso les importe.

A pesar de la noche fría las gotas de sudor me recorren el cuerpo mientras en mi mano izquierda hay un gramajo, unas fritas, y una pizzeta con panceta, la derecha carga un enorme plato cuadrado que pesa más que mis lamentos con la picada caliente.

Solo rezo para llegar a la mesa y no tirar todo en el proceso, solo el inicio del espectáculo me permite llegar a la barra, y todo el amor más puro me brota viendo a Gail ofreciéndome una limonada de maracuyá recién hecha solo para mí.

– ¿Te han dicho que eres lo mejor de este mundo? – La rubia hace a un lado la cabellera mostrando la superioridad que carga.

– Solo por mis niñas preciosas –. Me deja un giño con la fingida voz gruesa que en burla acompaña sus palabras como un hombre rudo metido en ese cuerpecito delgado y elegante de modelo de revista.

Me roba la primera sonrisa real de toda la noche, y me ciento de maravilla, pero el gusto me dura poco cuando la 35 comienza a mover la botella de litro de cerveza pidiendo otra.

– Aquí vamos –. Abridor en mano, botella lista y la sonrisa más falsa del mundo bien puesta, que no se diga que no le hecho ganas.

Finalmente, un salón totalmente vacío, las sillas sobre las mesas y la caja de propina ya colocada sobre la barra declaran que la noche se ha terminado oficialmente, creo que voy a amar el sonido de la reja del portón cerrándose muy pronto.

– ¿Quiénes son mis niñas consentidas? – Los pasos por la escalera anuncian primero de quién se trata y el olor de lo que sea que trae es un paraíso.

– Randy, eres mi chico preferido –. Camila toma una pila de billes ya separados y lo coloca en su bolsillo trasero dándole una nalgada para terminar. El gesto no digo que me alarme, pero es evidente que la confianza entre todos ellos es mayor a la de unos simples compañeros, esta gente tiene algo diferente, y es agradable.

– Torta helada con chispas de chocolate –. Coloca el plato sobre la mesa y las cuatro oficialmente suspiramos en unísono.

– Necesito – se me escapa viendo los pedacitos de fruto entre la crema.

Se saca las cucharas del delantal y no hay tiempo para dividir porciones, simplemente comemos. Con apuro introduzco el manjar en mi boca y se deshace llevándome a un punto de éxtasi que ahora mismo es insuperable, pero se me pasa viendo tres miradas fijas sobre mí.

– ¿Qué? – Mi boca aún llena de helado.

– ¿Qué hay de ti? – Randy eleva sus cejas pobladas marcando la curiosidad.

– ¿De qué? – Finjo demencia metiéndome otro bocado a la boca.

– ¿Tienes novio, amigo con derecho, hijos, perros? – hace la lista.

Hora de dar respuestas, era algo inevitable, era un hecho, así que me apego al dialogo ya precisamente estudiado.

– Sí, soy casada, no tengo hijos, tengo una sola hermana –. Trago lo que queda del bocado con naturalidad, no soy muy específica, pero tengo el cuidado de verme evasiva –. Y no pienso presentártela – le advierto viéndole la sonrisa pícara.

Las risas se hacen de inmediato y la cara de desilusión se le marca –. Soy un buen chico – anuncia por si no lo he notado.

No digo que no lo sea, pero en solo dos noches con él ya lo he visto hablarse con más de tres al teléfono.

– Buen chico, sí, ¿buen novio?, lo dudo –. Le señalo con la cuchara untada en chocolate. El escándalo inunda el salón, mientras todas se burlan.

– Ya te tienen calado –. Camila le frota la espala dándole consuelo.

– La mala fama me precede –. Finge inocencia mientras se lleva a la bacha el plato ya vacío y las demás se apresuran a apagar las luces que quedan estando listas para irnos –. Pero puedo cambia –. Me señala con ambos pulgares arriba y juro que su cara de bueno casi me convence.

– No te cambias los calzones y vas a cambiar tú –. Gail es implacable, y aunque se hace el dolido, la mirada traviesa concuerda con ella.

El portón queda cerrado totalmente con todos fuera –. Entonces nos vemos el marte –. Me despido viendo que mi bondi pasa en 5 –. Descansen – les digo mientras me alejo, porque esta es una de las cosas que tengo que resolver.

¿Cómo explicaría dónde vivo?, si alguno se ofreciera a acompañarme y viera el edificio, ciertamente nada concordaría y sería demasiado sospechoso.

Me apresuro a llegar a la parada y consigo esta vez sentarme, aunque el gusto me dura poco ya que vivir a tan pocas calles tiene eso.

Saco la tarjeta que me permite el ingreso, pero en el bolso el móvil me vibra, me detengo un momento observándolo, porque, ¿quién me escribiría a esta hora? Sebastian no, sin duda alguna.

◦ No te adueñes de mi sudadera...

Veo escrito en el mensaje proveniente de un número para nada identificado, pero con solo leerlo ya sé de quién se trata.

¿Cómo consiguió mi número? – Observo el mensaje mientras el corazón se me acelera desbocado viendo la notificación encima de: Escribiendo...

– Por todos los cielos – murmuro sin atreverme a entrar al edificio.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022