Capítulo 4 4

Gaman:

«Resistencia y capacidad de seguir intentando algo a pesar de las adversidades, o de seguir luchando a pesar de que parece que todo está perdido»

¡Sale del cascarón, no eres una muñeca en una caja de plástico! – Las últimas palabras de mi pequeña hermana.

Quiero ver a mi niña de vuelta, eres más que un recipiente para depositar hijos –. El mensaje de mi padre.

¡Eres su esposa!, claro que tiene derecho a opinar –. Las repetidas palabras de mi madre.

Sus voces continúan en mi cabeza mientras yo permanezco de cara a la gran ciudad con un impecable vidrio que me separa que muestra mi reflejo mientras la noche cae en Montevideo y aún no tengo señales del hombre que es mi esposo.

Desde la tarde de ayer su comportamiento ha sido todavía más distante y evasivo, ciertamente para esta altura no creía algo así posible. Su actitud ante la petición de mi padre deja en clara su postura, o más bien la impone con un silencio brutal y una ausencia desmedida, aun estando presente, simplemente me ignora.

No es que sea ajena a esta clase de comportamientos por su parte, es su forma de lidiar cuando algo no le gusta, simplemente finge que no existo y entonces yo cedo, por amor, por cansancio, o por debilidad.

Me aparto de la ventana volviendo a la mesa, en donde la cena ya para este momento está más que fría, creí que, si preparaba algo delicioso, prendía algunas velas y enviaba un mensaje luego de que ignorara mis llamadas pidiéndole que cenáramos, las cosas mejorarían, o al menos haríamos algo para mejorar la situación. Pero su desplante es respuesta suficiente para saber que no aceptará otra cosa que no sea lo que quiere y espera.

Que ceda, que agache la cabeza y simplemente asienta, a él, a lo que quiere, a lo que decide, después de todo, soy suya, su mujer...

Dejo caer el vestido, se desliza con suavidad por mi cintura hasta quedar en la alfombra, el camisón perfectamente doblado a los pies de la cama aguarda.

Elevo las sábanas casi como si me escondiera entre ellas, apoyando la cabeza en la almohada, simplemente espero, en el silencio de esta nueva casa vacía.

Las horas pasan y mis ojos no se cierran, permanezco quieta, esperando, una habilidad que aceptemos, he adquirido en estos años de mi matrimonio, porque siendo sincera conmigo misma, es lo único que he hecho, esperar, siempre esperar por él, porque las cosas pasen, por quedar embarazada, por hacerlo feliz, por complacerlo, siempre esperando, siempre sola y en silencio.

Las pisadas indican la proximidad, y solo entonces mientras la puerta se abre lentamente cierro los ojos, y sí, finjo por un momento que estoy dormida.

– Espero que ya hayas tomado la decisión correcta – habla dejando en claro que sabe que no duermo.

Y aunque me tomo mi tiempo, él no se aparta, continúa a los pies de la cama decidido a conseguir lo que quiere –. Lo he hecho – acepto.

No es necesario verle a la cara para saber que una sonrisa se dibuja partiendo de sus comisuras que se elevan con satisfacción.

– Sabía que entrarías en razón –. Se deleita mientras su mano acaricia mi pierna dejando leves apretones a su paso –. Tu lugar es ...

– Acepté la oferta de mi padre – hablo mientras sus caricias se detienen de forma abrupta.

– ¿A qué estás jugando? – Su voz se engrosa por la ira que comienza a calentar su sangre aun procesando mis palabras y la sorpresa que eso le produce, y no doy pie a que termine de entenderlo.

– El momento para hablar de ello era en la cena en la que me dejaste plantada – aclaro sin moverme ni una milésima con la sábana cubriendo mi cuerpo y mi cabeza en la almohada –. Así que ahora apaga la luz mientras decides dormir a mi lado o irte a otra habitación, porque mañana es mi primer día de trabajo y tengo sueño –. Las manos bajo la tela me tiemblan y solo rezo para que no note los rastros de debilidad en mi voz, el nerviosismo, y el miedo ante mis propias palabras y lo que ello significa, tan solo por una razón, acabo de tomar esta decisión en este mismo instante, y no sé qué carajo estoy haciendo, solo sé que muchas cosas van a cambiar a partir de ahora.

Simplemente aguardo con la mirada apagada tras el resguardo de mis parpados que deben esconder mis pupilas demasiado dilatadas. La ansiedad me recorre por el cuerpo como bombeos de adrenalina que palpitan en mi corazón desbocado y agradezco que solo yo pueda escucharlo.

Los pasos de Sebastian rompen el silencio con la fuerza que ejerce alejándose, poniendo distancia dejando rastros de rabia e ira por donde pasa mientras la puerta de la recamara es azotada, y siquiera me molesto en comprobar si tan solo se va a otro cuarto o se marcha de la casa. Mantengo mis ojos cerrados sintiendo la pequeña punzada de satisfacción que se me clava en el cuerpo y me dejo ir en un sueño tranquilo.

Muchas cosas van a cambiar, y por primera vez en un largo tiempo, creo que no me preocupa, sino que me complace.

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Levemente abro los ojos sintiendo la luz del sol que se cuela en la habitación. El lado de mi cama se siente vacío, me giro contemplando que se encuentra perfectamente hecho, así que Sebastian nunca durmió aquí.

Me levanto entrando al baño y dejo que el agua caliente haga lo suyo relajando mi cuerpo, busco un poco de ropa cómoda y salgo de la habitación. Para mi sorpresa, mi pequeña hermana no es la única en la mesa.

– Buenos días – digo y solo una persona se toma el tiempo de responder, porque él permanece en silencio.

Ange me observa desde su puesto en frente mío pidiendo que le deje saber qué está pasando, pero no es el momento. A pesar del enfado notorio del hombre junto a mí, sirvo café y tomo tres tostadas que paso a comer con la mayor tranquilidad como si su respiración pesada y molesta no llegara hasta mí.

– Espero que dormir te hiciera reconsiderar las cosas – murmura con los dientes apretados, conteniendo el enojo y el desagrado.

Aparto la taza de café de mis labios y con cuidado la coloco encima de la mesa. Ange solo permanece callada observando cada parte de la escena que se desata ante sus ojos como si pudiera presentir que no deseará perderse ni un minuto de todo esto.

– Mi decisión no ha cambiado – aclaro –. Si a eso te refieres –. Solo entonces lo miro, como hacía mucho no lo hacía, con determinación, porque sí, tomé esta decisión, y no pienso echarme atrás.

– ¡Lo has hecho! – Ange chilla y la emoción de mi hermana no le hace nada de gracia a mi esposo que solo parece estar a nada de escupir fuego –. ¡Aceptaste! – reafirma volteando la mirada hacia donde está su cuñado que no parece caber en su asiento por lo enardecido.

– Esta conversación no te concierne –. Su ira se traslada hacia Ange y para nada me agrada su tono.

– Ange, déjanos solos – le pido antes de que la discusión comience. Sebastian y Ange nunca se han llevado bien, mi hermana es explosiva, divertida, una joven con ganas de comerse el mundo, con ansias de vivir y sueños de libertad desmedidas, todo lo opuesto a él, creo que eso siempre ha hecho las cosas más difíciles, la diferencia entre ambos.

Pese a que no quiere hacerlo, Ange cede levantándose de la mesa permitiendo que quedemos a sola, pero antes de marcharse del todo pasa por mi lado –. No te dejes – murmura para que solo yo la escuche.

– ¿Por qué quieres llevarme la contraria? – Su mirada se posa sobre la mía, enojo, molestia, son sentimientos que se traslucen. Su rostro dibuja los años, pero aún es ese hombre atractivo y masculino que hizo girar mi mundo por él. Todavía conserva rastros del hombre con quien me casé, del hombre que tenía tiempo para besarme, para sorprenderme con sitas, o simplemente para mirarme.

– Por muy extraño que te parezca, Sebastian, esto no se trata de ti –. Desde hace muchos años todo ha sido así, y yo también tengo culpa, dejé todo de lado por mi matrimonio, mi vida, mi carrera, todo.

– 6 – digo.

– ¿Qué significa eso? – cuestiona, esta vez mirándome, dándome su atención.

– Perdí 6 embarazos – le recuerdo –. Tomaste mi mano la primera vez, la segunda estuviste aquí, pero la tercera vez, seamos honestos, no te quedaste.

– Ros...

– Es mi momento de hablar – le detengo, y aunque le toma por sorpresa, lo permite.

– Me quedé sola mientras tu viajabas y lidiabas con el dolor hundido en tu trabajo, yo lloraba todas las noches sola ... – Fueron muchas de esas noches, demasiado largas.

– Discúlpame si intentaba sacar la empresa adelante y simplemente no me echaba en un rincón – su tono agrio, las palabras duras, a la defensiva –. No iba a resolver nada.

Una parte de mí creo que siempre le ha guardado rencor por eso, por la ausencia, por el desinterés ante lo que a mí me hacía estar en el suelo, por no ayudarme a levantarme cuando no podía hacerlo por mi cuenta. Cuando en las madrugadas silenciaba el llanto contra la almohada para no despertarlo, cuando la ducha sofocaba mis gritos. Noches largas de ansiedad, de ver cómo nos alejábamos mientras las paredes se me venían encima, de sentir que no recordaba cómo se respiraba, de solo ser una casa vacía y yo contra la vida, porque él no estaba, y yo me quedé atrás.

– Necesito recuperar mi vida –. Siento como los ojos se me van llenando de lágrimas, pero no bajan, permanecen dentro opacándome la mirada –. Necesito sentir que soy más que la mujer de, quiero ser por mí nuevamente.

– Suenas a tu padre ya –. Se levanta de la mesa dejando la servilleta a un lado.

– Quiere lo mejor para mí –. Le guste eso o no.

– No puede opinar por ahí de nuestra vida –. Sus fosas nasales se abren paso al enojo que no cede.

– Pero yo sí puedo – rebato.

            
            

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