Capítulo 3 El Bosque Prohibido

El amanecer comenzó a teñir el horizonte con un tenue resplandor, pero el bosque seguía envuelto en una penumbra que parecía eterna. Las ramas de los árboles formaban un techo natural tan espeso que apenas dejaba pasar la luz del sol, y una bruma pálida se aferraba al suelo como si intentara ocultar sus secretos. Este era el Bosque Prohibido, un lugar que existía tanto en las historias de miedo como en las advertencias de generaciones enteras.

Kael avanzaba con pasos seguros pero cautelosos, sus sentidos licántropos captando cada sonido, cada cambio en el viento. Lenara lo seguía de cerca, con sus ojos oscuros escaneando el entorno. Aunque no lo admitiera, había algo en aquel bosque que la inquietaba profundamente. No era solo su reputación; era la sensación palpable de que algo los observaba desde la oscuridad.

-Este lugar está maldito -dijo Lenara en voz baja, rompiendo el silencio.

Kael no se giró, pero respondió con un tono áspero.

-No está maldito. Es antiguo. Hay una diferencia.

-Si es tan antiguo, ¿por qué nadie lo cruza? -replicó Lenara, con un deje de sarcasmo para ocultar su nerviosismo.

Kael hizo una pausa, girando ligeramente la cabeza para mirarla por encima del hombro.

-Porque los que lo intentan no suelen regresar. Pero tú querías escapar, ¿no? Aquí es donde las dos especies no se atreven a seguirnos. Así que, o confías en mí, o retrocedes y vuelves a los brazos de Alden.

Lenara apretó los labios y decidió no responder. Aunque odiaba admitirlo, tenía razón. Si querían sobrevivir, este era el único camino. Pero eso no significaba que confiara en él, ni en el bosque que los rodeaba.

Avanzaron durante horas, siguiendo senderos casi imperceptibles entre la maleza. Las raíces de los árboles sobresalían del suelo, como si intentaran atraparlos, y el aire tenía un aroma extraño, una mezcla de tierra húmeda y algo más metálico. No había señales de vida animal, pero de vez en cuando Lenara sentía un par de ojos invisibles sobre ellos, un peso en el ambiente que la hacía girar la cabeza, buscando sin éxito el origen de su inquietud.

Kael, por su parte, mantenía la calma. Su instinto le decía que el bosque estaba observándolos, pero no percibía una amenaza inmediata. Sin embargo, sabía que eso podía cambiar en cualquier momento.

-Descansaremos aquí -dijo finalmente, señalando un claro rodeado de árboles altos y cubiertos de musgo. Lenara asintió, aliviada de detenerse. Sus piernas, aunque fuertes, estaban comenzando a flaquear después de horas de marcha sin pausa.

Se sentaron en silencio, ambos demasiado conscientes de la presencia del otro. Mientras Kael se mantenía vigilante, Lenara trató de no pensar en lo mucho que había cambiado su vida en tan poco tiempo. Dos días atrás, era una noble vampira, rodeada de lujo y poder, aunque siempre bajo la sombra opresiva de su familia. Ahora, estaba huyendo por su vida, acompañada de un licántropo que apenas toleraba su existencia.

-¿Por qué odias tanto a los vampiros? -preguntó de repente, rompiendo el silencio.

Kael la miró, su expresión endurecida.

-No es odio. Es justicia.

Lenara arqueó una ceja.

-Eso suena conveniente.

Kael suspiró, dejando caer los hombros ligeramente.

-Mi compañera... murió por culpa de un vampiro. Eso es todo lo que necesitas saber.

Lenara sintió una punzada de culpa, aunque no entendía por qué. Su familia tenía mucho que responder por sus acciones, pero ella nunca había lastimado a nadie directamente. Aun así, no pudo evitar preguntarse si su apellido estaba relacionado con la tragedia de Kael.

-Lo siento -dijo en voz baja, sorprendida por la sinceridad de sus palabras.

Kael la observó por un momento, como si estuviera evaluando si sus disculpas eran genuinas. Finalmente, asintió con la cabeza.

-¿Y tú? ¿Qué te hizo tu familia para entregarte así?

Lenara desvió la mirada, su mandíbula apretándose.

-Fui un peón. Siempre lo fui. Mi padre no me veía como su hija, solo como una herramienta para ganar poder. Cuando ya no fui útil, decidió que mi vida era negociable.

Kael permaneció en silencio, dejando que sus palabras resonaran en el aire. Por primera vez, vio algo más allá de la arrogancia en Lenara. Vio a alguien que había sido traicionada por los suyos, igual que él. Aunque no lo admitiera, comenzaba a comprenderla.

Mientras descansaban, el bosque parecía cambiar a su alrededor. Los árboles susurraban con voces que no podían comprender, y la niebla parecía moverse con voluntad propia. Kael y Lenara se pusieron de pie al mismo tiempo, alertados por un sonido lejano: un crujido, seguido de un susurro bajo que no era humano ni animal.

-¿Qué es eso? -preguntó Lenara, con la mano en el pomo de su daga.

-No lo sé -respondió Kael, sacando sus garras mientras sus ojos adquirían un brillo dorado.

Del bosque emergieron figuras oscuras, envueltas en sombras que parecían formadas por la misma niebla. No eran licántropos ni vampiros, pero tenían una forma humanoide, con ojos vacíos y movimientos antinaturales. Los Guardianes del Bosque.

-No pertenecen aquí -dijo una voz grave y gutural, que resonaba en sus mentes más que en el aire.

Lenara dio un paso atrás, sintiendo el peso de aquella presencia. Kael se colocó frente a ella, sus garras alzadas, pero sabía que no podía ganar una pelea contra ellos.

-Solo estamos de paso -respondió, su voz firme pero respetuosa.

-El paso tiene un precio -dijo otra voz, esta más aguda, como el crujir de las ramas.

Lenara, intentando calmar su respiración, dio un paso adelante.

-¿Qué precio?

Los Guardianes se movieron en círculo a su alrededor, sus ojos vacíos brillando como brasas. Finalmente, uno de ellos se detuvo frente a Lenara, inclinándose ligeramente hacia ella.

-Memoria. Tu verdad más oculta.

Kael la miró, claramente desconfiando de las intenciones de los Guardianes, pero Lenara sabía que no tenían otra opción. Cerró los ojos y respiró hondo, dejando que su mente se abriera.

Una serie de imágenes comenzó a desfilar ante ella: su infancia en la mansión Drakov, la constante presión de su padre para cumplir con sus expectativas, el día en que descubrió que su madre había sido asesinada por órdenes del Consejo Vampírico. Cada recuerdo se sentía como un golpe, pero finalmente, el Guardián se apartó, como si estuviera satisfecho.

-Pueden pasar -dijo la voz, y las figuras se desvanecieron en la niebla.

Cuando los Guardianes desaparecieron, el bosque pareció volverse menos opresivo. Lenara se dejó caer al suelo, agotada tanto física como emocionalmente. Kael se acercó a ella, sus ojos todavía brillando con desconfianza.

-¿Qué viste? -preguntó, su tono más suave de lo habitual.

Lenara lo miró, pero negó con la cabeza.

-No importa. Lo que importa es que seguimos con vida.

Kael quiso insistir, pero decidió no hacerlo. Sabía que cada uno de ellos llevaba sus propias cicatrices, y que algunas heridas no podían ser compartidas.

La noche cayó rápidamente, y Kael sugirió que buscaran refugio en una cueva cercana. Mientras encendían una pequeña fogata para calentarse, la tensión entre ellos comenzó a disiparse. Aunque no confiaban completamente el uno en el otro, habían comenzado a entender que estaban juntos en esto, al menos por ahora.

-Nunca pensé que diría esto, pero... gracias -dijo Lenara, rompiendo el silencio.

Kael levantó una ceja, sorprendido por sus palabras.

-¿Por qué?

Lenara esbozó una pequeña sonrisa, aunque no alcanzaba sus ojos.

-Por no dejarme atrás.

Kael la miró durante un momento, antes de asentir con la cabeza.

-Supongo que aún no estás tan mal para ser una vampira.

Ambos rieron suavemente, y por un breve instante, el peso de sus problemas pareció aliviarse. Aunque el bosque seguía lleno de peligros y su camino estaba lejos de terminar, había algo en aquella noche que los hacía sentir menos solos.

En el corazón del Bosque Prohibido, dos enemigos comenzaron a encontrar algo más profundo que el odio que los había separado: la posibilidad de un entendimiento.

            
            

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