Capítulo 10 El Río de las Sombras Perdidas

En un rincón olvidado del mundo, entre montañas que parecían rozar el cielo, corría un río negro como la obsidiana. Nadie sabía exactamente dónde comenzaba ni dónde terminaba, pero las leyendas decían que aquel que se adentrara en sus aguas perdería algo esencial: un recuerdo, un secreto, incluso una parte de su alma. Era el Río de las Sombras Perdidas, y durante siglos, nadie se había atrevido a cruzarlo.

Hasta que llegó Kael.

Kael era un viajero solitario, un joven marcado por el dolor de no recordar su pasado. Había despertado años atrás en una aldea desconocida, sin saber quién era ni de dónde venía. Desde entonces, había vagado por el mundo buscando respuestas, siguiendo pistas que siempre terminaban en un mismo lugar: el Río de las Sombras Perdidas.

Cuando Kael llegó a sus orillas, el agua parecía moverse con una vida propia, formando remolinos oscuros que susurraban palabras incomprensibles. El aire estaba cargado de una energía pesada, y la luna llena se reflejaba en la superficie como un ojo vigilante. Kael sabía que debía cruzar, aunque no tenía idea de cómo.

Cerca del río, encontró a una anciana que tejía junto a una hoguera. Su rostro estaba cubierto de arrugas profundas, y sus ojos parecían contener siglos de historias. Sin levantar la vista de su labor, le habló:

-Buscas respuestas, pero este río solo ofrece verdades a quienes están dispuestos a perder.

-No tengo nada que perder -respondió Kael-. Mi pasado ya me fue arrebatado.

La anciana dejó de tejer y lo miró con intensidad.

-Entonces, prepárate para descubrir que a veces, el pasado es un peso que preferirías no cargar.

Con esas palabras, le entregó un remo tallado con símbolos antiguos. Kael tomó una vieja barca que descansaba en la orilla y comenzó a remar.

A medida que avanzaba, el río comenzó a cambiar. Las sombras en el agua se alzaban como figuras humanas, sus rostros indistintos pero llenos de angustia. Susurros lo envolvían, y las palabras comenzaron a tomar forma:

-Kael... ¿por qué nos abandonaste?

Las palabras lo detuvieron en seco. Algo en su pecho dolió, un eco de algo perdido. Las figuras lo rodeaban, extendiendo manos espectrales hacia él.

-¿Quiénes son ustedes? -gritó, su voz temblando.

Una figura más clara emergió del agua, con un rostro que parecía familiar. Era una mujer de cabellos oscuros y ojos llenos de tristeza.

-Soy Aelira, tu hermana. Nos prometiste que volverías, pero nunca lo hiciste.

Kael sintió que el aire se le escapaba. ¿Hermana? ¿Promesas? Fragmentos de recuerdos comenzaron a surgir: una aldea en llamas, gritos desesperados, y su propia voz jurando que regresaría.

-No lo recuerdo -murmuró, con lágrimas en los ojos.

-El río te quita para devolverte -dijo la figura de Aelira-. Pero no todo lo perdido se puede recuperar sin consecuencias.

Kael comprendió que el río no solo lo estaba probando, sino que también le estaba dando una oportunidad. Si aceptaba esos recuerdos, también debía aceptar el dolor y la culpa que venían con ellos. Con un suspiro tembloroso, extendió la mano hacia la figura.

Cuando sus dedos tocaron el agua, una oleada de memorias lo invadió. Recordó su hogar, su familia, la tragedia que los había separado. Había cruzado el río para buscar respuestas, pero lo que encontró fue un peso que nunca imaginó.

Cuando despertó, estaba de regreso en la orilla, con el remo en las manos. La anciana seguía tejiendo, y esta vez lo miró con una sonrisa triste.

-El río te devolvió lo que buscabas. Ahora, la pregunta es: ¿qué harás con ello?

Kael, ahora consciente de su pasado, decidió regresar a su hogar, aunque supiera que lo que encontraría allí serían ruinas y recuerdos. Porque a veces, enfrentar lo que hemos perdido es la única forma de seguir adelante.

Y el río, silencioso como siempre, continuó su camino, esperando al próximo viajero que se atreviera a enfrentarse a las sombras de lo olvidado.

                         

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