Capítulo 3 3. ¿CÓMO QUE ESTOY COMPROMETIDO

Hoy he llegado a la capital, donde permanecerá unos días mientras me presento ante mi comandante y recojo la documentación necesaria para regresar a mi hogar. Han pasado muchos años desde la última vez que puse pie en mi tierra natal. Aunque Inglaterra tiene paisajes bellísimos, ningún lugar se compara con la hermosura de mi patria. Fui recibido por un sol radiante y el alegre gorjeo de las aves, como si cantaran para celebrar mi regreso.

He enviado un recado a un antiguo conocido para encontrarnos frente a la plaza principal de la ciudad. Hoy tengo el día libre, y, sin mucho que hacer, espero con paciencia en una de las pocas fuentes de refresco que comienzan a hacerse populares en este lugar. A mi alrededor, familias pasean de la mano, y grupos de jovencitas ríen con curiosidad mientras me observan, quizás atraídas por mi nuevo uniforme de oficial. Confiado, les devuelvo una inclinación de cabeza y una sonrisa.

Mi amigo se está demorando, por lo que sin afán paseo la vista por uno de los locales contiguos y descubro a dos alegres señoritas departiendo entre risas y comentarios ocultos tras un abanico. Aunque las dos son a toda vista señoritas honorables y de familias distinguidas, una de ellas resalta a mis ojos por su belleza y delicadeza. Me sorprende ver que no lleva anillo en su dedo.

A lo largo de los años, he conocido a muchas mujeres buenas e incluso algunos compañeros de regimiento me han presentado hermanas con la esperanza de que alguna capture mi interés para un posible enlace matrimonial, pero ese es un tema que solo hasta hoy me atrevo a pensar. Al igual que todo hombre, sueño con un hogar lleno de hijos y una mujer amorosa a mi lado, pero indudablemente las mujeres más virtuosas son las de mi patria. Además habría sido imprudente de mi parte cortejar por carta a una dama y formalizar un compromiso antes de volver a mi patria, pues el viaje por mar es tan largo que se considera incluso más peligroso que estar en combate.

La joven se agacha y frota rápidamente su tobillo para luego volver a cubrirlo con su falda. Debo admitir que tiene un tobillo pequeño y delicado, como indudablemente debe ser el resto de ella. Sonrío a la par que mi corazón se acelera al sentirme por primera vez como un fisgón, pues sin querer he presenciado un momento de su intimidad.

He decidido que quiero saber de ella, conoce su nombre y ¿por qué no? entablar una amistad que pueda quizás desembocar en algo más grande. Me levanto y estiro mi uniforme para llegar hasta ellas y presentarme.

-Señoritas, ¿me permiten acompañarlas? -pregunto ahora detallando con mayor precisión sus hermosas facciones.

Ambas me miran con sorpresa.

-No sería correcto sentarnos con un desconocido -responde sonriente y altiva sosteniéndome la mirada, la joven más bella que he visto.

-Tiene usted razón, señorita -respondo, cautivado-. Soy el capitán Iván Felipe Ortega, asignado por su majestad para la protección de nuestro amado territorio. Tengo un tiempo libre antes de incorporarme al servicio y no conozco a mucha gente por aquí. Sería un honor si me permiten acompañarlas.

Su seño se frunce por un momento y tras intercambiar miradas con su compañera, llega mi respuesta.

-Por favor, siéntese. No creo que haya problema. Al fin de cuentas, somos primos -responde dejándome perplejo- le presento a mi prima, la señorita Salomé Juliana Costello.

-Es un placer conocerla, señorita Salomé -saludo cortésmente antes de volver a mirarla.

-Y yo soy Martha Isabel Gaona, la hija menor de su tía Leticia. Han pasado muchos años sin vernos, primo.

Me quedo atónito. Es imposible reconocer en esta joven elegante a la niña delgada y llorona de antaño. Mi madre solía obligarme a jugar con ella y su hermana durante sus visitas a la hacienda; apenas si recordaba su existencia.

-Disculpa, prima, es una verdadera sorpresa encontrarte aquí -respondo maravillado por semejante coincidencia.

Mi amigo Alberto finalmente llega, y, para mi sorpresa, las damas lo conocen bien. Pasamos la tarde los cuatro en amena conversación. Aunque no tuve oportunidad de verla de nueva durante mi breve estancia en la capital, me aseguraré de buscarla en el pueblo en unos días. Afortunadamente, mi comandante me ha dejado elegir mi lugar de asignación, por lo cual he pedido unirme al regimiento de mi pueblo.

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Al llegar al pueblo, me sentí lleno de alegría. Este lugar, pequeño y pintoresco, me ofrece una paz que en ninguna otra parte encuentro, y aunque trabajar aquí es más arduo, también es más gratificante al saber que protejo a mi propia gente. Al cruzar el umbral de la hacienda, una ola de recuerdos me envolvió, despertando una nostalgia que se disipó en el instante en que vi a mi madre y, por fin, pude abrazarla.

Nuestra conversación inicial es animada y colmada de anécdotas. Ella me relata cómo, con esfuerzo y mano firme, ha mantenido la prosperidad de la hacienda, mientras que yo, debido a mis juramentos, solo puedo compartir generalidades de mi trabajo. Aun así, veo en sus ojos el brillo de la felicidad por tenerme de regreso. Aprovecho la ocasión para contarle de mi encuentro en la capital con la señorita Martha y de mis serias intenciones de conocerla mejor. Fue entonces cuando me reveló algo inesperado.

-¿Cómo que estoy comprometido? -pregunto, atónito.

-Sí, hijo, con Rebeca, la hermana mayor de Martha -responde mi madre con expresión turbada-. Di mi palabra hace años. Rebeca está muy emocionada por tu llegada y espera que pronto fijemos la fecha de la boda.

-No me importa ese compromiso absurdo, madre. ¿Cómo pudiste hacer algo así sin consultarme? -espeto, incapaz de contener mi indignación.

-Pero, hijo, te hablé de este acuerdo hace mucho tiempo. Además, Rebeca es una joven encantadora, tan dulce y bondadosa. Date la oportunidad de conocerla, y verás que no te arrepentirás.

-No pongo en duda sus virtudes, madre; puede ser la mujer más digna del mundo. Pero soy un hombre y merezco ser tratado como tal. Exijo que rompas ese compromiso.

-Y ¿qué le diré? -murmura entre sollozos.

Sus últimas palabras me siguieron mientras me retiro enfurecido a mi habitación, dejando tras de mí el eco de su llanto.

            
            

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