Es evidente que no sabe con claridad de que hablo cuando digo que aún no es mujer, pero pronto lo sabrá. Han sido míos sus primeros suspiros y he sido yo quien le ha enseñado a besar. El grado de posesividad que eso me genera no lo he tenido con otras mujeres y eso me hace pensar en la posibilidad de convertirla en mi luna.
Mis manos recorren sus formas suaves sintiendo como se estremece bajo mi toque. Me sorprende cuando sus manos inician a deambular por mi piel y ejercen presión cada vez que una sensación nueva la supera. Me gusta su toque, aunque debo confesar que no esperé que fuera tan receptiva a mi propuesta. Imaginé algo más de resistencia para este momento, pero no es así y eso solo quiere decir que ha imaginado este momento y eso ha pesado más que sus creencias tontas de religión, aunque no suficiente para las sociales, me ha quedado claro.
Aunque su naturaleza humana es delicada, tiene un espíritu que arde como el de una loba. La picardía en su mirada y la agudeza de su voz haciéndome saber cuanto disfruta este momento de intimidad, me tiene a su merced. Soy un macho, soy un alfa y la combinación de las características de esta mujer es un detonante para mi instinto protector.
Es difícil para mí controlarme y no rasgar sus prendas. Los ropajes femeninos están colmados de muchos lazos amarrados en diferentes áreas y cuando desatas uno y cae una prenda, me encuentro con la frustrante sorpresa que hay otra que desatar. Cuando por fin la ropa ha dejado de estorbar, compruebo con la vista lo que el tacto ya me había informado: en belleza, no tiene nada que envidiarle a una loba.
Parece que mi anatomía también la sorprende, pues su rostro se torna tan rojo como nunca lo había visto y desvía por un momento la mirada. Yo no tengo problema con mostrar mi cuerpo, menos cuando sé que mis proporciones son bien recibidas por las damas.
-Este momento, es lo que te convierte en mujer -digo eliminando la distancia entre los dos y apoderándome nuevamente de sus labios mientras poco a poco la guío hacia la cama en dónde se desborda la pasión, dejando como evidencia una pequeña mancha roja en la sábana.
Está cansada, sudorosa y su largo cabello castaño, esparcido sobre mi pecho de manera desordenada, pero no por eso se ve menos hermosa. Sus ojos se cierran por un momento, así que la dejo descansar, pero rato después los abre y al mirarme a su lado es como si todo lo vivido hace un momento llegara de golpe a su cabeza. Primero se sobresalta, luego se sonrosa y trata de cubrirse con la sábana.
-No puede ser, me quedé dormida -dice de pronto halando la sábana y corriendo hasta dónde está su ropa para ponérsela con afán -¿por qué me dejaste dormir? Mamá me va a matar y ni te imaginas el sermón de la insufrible de mi hermana.
-Si te molesta, no vuelvas con ellos. Quédate conmigo -le digo siendo esa lo ideal para mí.
-Claro que no. Ya te lo dije. Soy una duquesa, y el hombre que se llame mi marido tiene ciertos requisitos que cumplir.
No estoy seguro de todo lo que significa eso, pero lo averiguaré. Podría forzarla a quedarse o simplemente convertirla, pero si quiero que sea mi luna y sea una buena luna, debe querer venir conmigo y enamorarse también de mi manada.
-Entonces permíteme acompañarte hasta tu casa.
Me mira como si hubiera dicho algo descabellado.
-¡Claro que no! No puedo caminar contigo, y menos a esta hora. Socialmente sería inaceptable.
Ahí está de nuevo, esa obsesión con las normas sociales. Me resigno, pero no me rindo. La sigo una vez que sale del bosque y observo cuando se encuentra con otra mujer cuyas rojas se ven mucho más humildes y parten hasta el lugar que descubro es su hogar. Una mujer mayor abre la puerta con una mirada que no se decide entre mostrar preocupación o reproche. Debe ser su madre, así que me retiro.
Ya es de noche, pero tengo muchas dudas y solo hay una persona entre los humanos que conozco a quien me atrevería a pedirle que me las despejara, al abogado Sarmiento. Camino por las calles asfaltadas, no importándome la deficiente iluminación ni los indeseables que pueda encontrar. Subo la escalinata y hago sonar la aldaba de su despacho.
-Ya va, ya va -escucho la voz de abogado después de insistir el llamado- ¿qué es tanto afán caramba? Ni porque fuera médico y les pudiera salvar la vida -escucho que dice el hombre antes de abrir la puerta.
Río ante el comentario, pues tiene razón. La puerta se abre y la mirada extrañada del hombre se posa en mí.
-Buena noche, don Noé, espero no importunar.
-Claro que no muchacho, pasa, pasa -dice haciéndose a un lado para permitirme el ingreso- sabes que esta es también tu casa.
Sé que son ciertas las palabras del hombre, pero yo no soy su responsabilidad, nunca lo he sido. Aun así, le tengo aprecio, pues gracias a él hemos logrado coexistir sin mayores problemas con los humanos. Los territorios de mi manada son extensos y somos muy prósperos, pero debimos aprender a negociar con los humanos para cumplir con algunas normas básicas para que nos dejen en paz: impuestos.
-Lo mismo la mía don Noé, solo dígame cuando lo esperamos.
-Claro que sí yo te aviso, pero por el momento está algo complicado -el hombre se para en el marco de la puerta que conecta con la casa y me hace seña para que espere e ingresa a la casa.
Su despacho no ha cambiado mucho en años. Un gran escritorio de madera, dos sillas interlocutoras, un perchero y obviamente, una biblioteca de pared a pared abarrotada de libros que ya no caben. Escucho cuando le pide a la señora Clara, el ama de llaves unas onces para nosotros y luego vuelve.
-Ahora sí, a que debo el honor de esta visita. Sé que no es por negocios, pues ya hemos quedado al día con lo que teníamos que hacer por este mes.
-Pues que come que adivina don Noé. Estoy interesado en una señorita humana, pero desconozco sus protocolos.
Sentado en la silla principal me mira de manera grave mientras con una de sus manos masajéa su barba. Un gesto que ahora sé solo hace cuando algo requiere de su atención especial.
- Doy por hecho que esa señorita no conoce tu verdadera naturaleza.
-Aún no don Noé. Quiero primero que vea que puedo cumplir con sus normas y luego que conozca mi hogar.
-Estás hablando de normas, así que no estás pretendiendo a una mujer de cuna humilde. La vas a tener algo difícil -dice don Noé para posteriormente darme una de las tantas clases sobre convivencia que siempre había querido profundizar.