Capítulo 2 2. TEDIO Y VIDA SIN SENTIDO

Amo la capital. Es un lugar tan entretenido: la cultura, las fiestas, la moda... Desde que comprendí el futuro monótono que me aguardaba, decidí aferrarme a todo eso. Si tenía la oportunidad de cambiar mi destino, sería aquí, en la capital, el lugar donde residen las mejores clases sociales del país.

Soy la condesa Martha Isabel Gaona, y lo que tengo para ofrecer es mi título de nobleza, mi belleza, mi habilidad para entretener y, por supuesto, aquello que todas las mujeres tenemos: la capacidad de traer hijos al mundo. Sin embargo, las mujeres necesitamos más que eso para garantizar un futuro decente. En esta sociedad moderna, no solo es importantes procrear; sino pertenecer a una familia influyente que te pueda proveer de una dote para asegurar la consecución de un marido decente... o siquiera, un marido.

Desgraciadamente, ese no es mi caso, y he tenido que enfrentarme a esa cruda realidad muchas veces. He sido blanco de innumerables galanteos acompañados de miradas cálidas que, tras conocer mi situación, se tornan en lástima o indiferencia. Lo que más me enfurece es descubrir después que se han comprometido con mujeres menos agraciadas y entretenidas que yo.

Sonrío y continúo en mi batalla, pues no puedo hacer mucho más para alcanzar mi objetivo. No tengo la vida resuelta como mi hermana. Cada vez que la veo, la sangre me hierve al pensar que, solo por azar del destino, ella tiene asegurado su futuro.

-¿Vamos por un refresco a la plaza? -dice mi prima Salomé, abanicándose el rostro.

-Claro que sí. He oído que esta mañana llegó un barco del extranjero; quizá haya algo interesante -respondo, sonriendo.

Caminamos muy juntas, aprovechando el recorrido para cotillear e intercambiar miradas coquetas con algunos caballeros que, tras regalarnos una sonrisa y tocar la punta de sus sombreros, continúan su camino. A estas alturas sé que ninguno de ellos pedirá mi mano, pero eso no significa que no les guste. Aún queda flotando la posibilidad de pedir algún favor en el futuro, cortesía de algún sentimiento o bello recuerdo que puedan conservar de mí.

Nos acomodamos en un hermoso local ubicado frente a la plaza principal desde dónde podemos observar no solo a las personas pasar, sino maravillarnos con tal cual vehículo que transita ahora por la calle.

-Algún día desaparecerán la mayoría de los carruajes de la capital y serán solo para las clases bajas y las personas de los pueblos-le comento a mi prima después de darle una probada a mi refresco.

-No mires, prima, pero un caballero muy apuesto no te quita los ojos de encima desde hace un rato -susurra Salomé, ocultando su rostro tras el abanico.

-¿Dónde está? -pregunto, intrigada de que mi prima no lo conozca.

-Viste uniforme de oficial y está sentado en una de las mesas a tu derecha.

Río y, con disimulo, me agacho para frotarme el tobillo como si me picara, dejando que por unos segundos se exponga la piel de esa zona.

-Eres terrible, Martha -dice mi prima, tratando de contener la risa-. ¿Te imaginas la cara que pondría mi tía si se enterara de semejante acto indecoroso?

-Peor sería el sermón de la mojigata de mi hermana, pero no importa, ya le confesaré ese pecado al padre en la próxima misa. No creo que me cueste más de veinte Aves María.

-¡Ay, viene! ¡Ay, viene! Ponte derecha -exclama emocionada Salomé.

-Señoritas, ¿me permiten acompañarlas? -pregunta el hombre, con calzado lustroso e impecable uniforme, al detenerse frente a nosotras.

Es bien parecido y, a juzgar por su forma de hablar, no solo es rico, sino muy bien instruido, debe pertenecer a una buena familia. Aun así, algo me inquieta. Tengo la sensación de haberlo visto antes.

-No sería correcto sentarnos con un desconocido -digo, sonriendo y sosteniéndole la mirada.

-Tiene usted razón, señorita -responde, con una mirada orgullosa-. Soy el capitán Iván Felipe Ortega, asignado por su majestad para la protección de la capital. Tengo un tiempo libre antes de incorporarme al servicio y no conozco a mucha gente por aquí. Sería un honor si me permiten acompañarlas -añade, mirando ahora a mi prima.

-Por favor, siéntese. No creo que haya problema. Al fin de cuentas, somos primos -respondo de inmediato.

Frente a mí está el futuro esposo de mi hermana. El hombre con el que sueñan todas las mujeres de ese mugriento y casi invisible pueblo. Me mira sin comprender mis palabras, así que me presento.

-Te presento a mi prima, la señorita Salomé Juliana Costello -mi prima saluda con una leve reverencia.

-Es un placer conocerla, señorita Salomé -responde cortésmente antes de volver a mirarme.

-Y yo soy Martha Isabel Gaona, la hija menor de su tía Leticia. Han pasado muchos años sin vernos, primo -trato de contener mi sonrisa al notar la fascinación en su rostro. No se comporta como un hombre comprometido, eso es evidente.

-Disculpa, prima, es una verdadera sorpresa encontrarte aquí.

Pasamos toda la tarde conversando, y debo admitir que mi primo es un hombre apuesto, refinado, interesante y, además, terriblemente acaudalado. Exactamente lo que he estado buscando. No estoy segura de lo que pasa por su mente, pero antes de que caiga la noche, nos acompaña hasta la casa de mi tía.

-Ha sido un honor escoltarlas hasta su casa -dice, besando mi mano y mirándome directamente a los ojos durante unos segundos.

Mi corazón se acelera, y no puedo evitar regalarme una sonrisa ante tan bello gesto.

-Las afortunadas hemos sido nosotras; gracias a ti, hoy estamos en boca de toda la sociedad -le devuelvo una sonrisa brillante antes de que se retire.

-¿Estás coqueteando con el prometido de tu hermana? -pregunta mi prima una vez que estamos a solas.

-No es así, solo estoy siendo muy sociable con mi futuro cuñado -respondo con indiferencia-. No le veo nada de malo a pasar tiempo con mi propia familia, ¿verdad?

Salomé suelta una carcajada.

-Ay, prima, como si no te conociera. Recuerda que estás hablando conmigo, no tienes que ocultarme nada. No te voy a criticar. Tampoco estoy casada, así que entiendo tu posición.

Sé que no me juzga, pero no estamos en la misma situación. Mi prima tiene una gran dote, es el amor de la vida de mi tío y ha podido darse el lujo de rechazar a unos cuantos caballeros. Además, tiene un hermano, así que, si decidiera convertirse en solterona, siempre habría quien velara por ella. Si yo tuviera esa dote, ya tendría una sortija en mi mano.

-Lo sé, prima, lo sé. Pero créeme, solo lo trato con el cariño debido.

            
            

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