Toda la semana he estado feliz . Me levanto ilusionada, con una sonrisa que, estoy segura, está sacando de quicio a mi hermana. Pero ¿cómo no estarlo? Hace unos días, mi tía vino de visita y me dio la noticia más esperada: al final de esta semana llegará Iván Felipe .
Por fin, la espera terminará y podremos comenzar con los preparativos de la boda. Intentó disimular mi entusiasmo, en parte por respeto al ánimo de Martha Isabel. Mi hermana no regresó al pueblo en las mejores condiciones, y estoy convencida de que, si hubiera podido elegir, no habría regresado.
La quiero, claro que sí. Es mi hermana. Pero es evidente que se siente incómodo aquí. Mamá no puede ofrecerle los lujos que los tíos le dieron en la capital, y este pueblo, tan tranquilo y sencillo, está lejos de la vida social y moderna que ella disfrutaba allá. Mamá y yo hemos tratado de darle su espacio, pero no parece que se esté adaptando.
Sin embargo, no puedo ocultar mi felicidad por completo. Disfruto los comentarios de mis amigas, quienes no dejan de felicitarme y recordarme, casi con envidia, lo afortunada que soy. Esta tarde, mientras trabajaba en mi bordado en el jardín y trataba de escapar un poco del calor, escuché el ruido de un carruaje. Mi corazón dio un vuelco al pensar que podría ser él. Pero no. Era mi tía.
Corrí a saludarla con alegría. No solo ha sido mi benefactora todos estos años, sino que pronto será mi suegra.
-Hola, tía. No esperaba verla tan pronto por aquí -le digo con entusiasmo.
Me respondió con una sonrisa incómoda, casi melancólica, y tomó mi brazo para entrar a la casa.
-Hola, Rebeca. ¿Está tu mamá? -pregunta con un tono extraño.
-No, señora. Salió al mercado. Espereme aquí, le traigo un fresco. Este calor es insoportable.
-No, tranquila. Estoy bien así. ¿Y tu hermana? ¿Ya volvió de la capital?
-Sí, llegó hace unos días, pero sale todas las tardes -me senté a su lado-. Dice que el calor la desespera, pero si hubiera sabido que usted venía, seguro la habría esperado.
La tía me miró con ternura y tristeza. Toma mi mano entre las suyas, y su expresión seria comienza a inquietarme.
-Es mejor que no estén. Rebeca, quería hablar contigo a solas -su voz es suave, pero cargada de gravedad-. Quiero que sepas que lo siento. Siempre fuiste mi favorita, lo sabes...
Nunca, ni en mis peores pesadillas, habría imaginado algo tan doloroso. Las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas mientras ella habla. Iván Felipe había olvidado nuestro compromiso. Se había enamorado. Y, para colmo, la mujer que le robó el corazón es mi propia hermana.
-Él quiere que sepas que nunca fue su intención lastimarte, pero las cosas se le salieron de las manos -continua mi tía.
-¿Mi hermana lo sabía? -interrumpo, mi voz temblando de incredulidad-. ¿Sabía que él rompería nuestro compromiso? ¿Sabías de sus sentimientos hacia ella?
Mi hermana nos había contado que se encontraron en la capital por casualidad, pero nunca imaginé que algo así pudiera suceder.
-Claro que no. Mi hijo es un caballero, él no dijo nada hasta que llegó aquí y habloó conmigo, informándome de su intención de pedir permiso a tu mamá para cortejarla. Fue entonces cuando le recordé su compromiso contigo -la tía susspira, culpándose-. Pero él asegura que no lo recordaba. Fue mi error, Rebeca. Nunca volví a mencionarlo.
Apreté los labios para contener el nudo que se formaba en mi garganta.
-No lo culpo, tía. Éramos solo unos niños cuando se arregló todo. Él tenía otras prioridades estando en el extranjero y lo olvidó. Es comprensible.
-Él quiere compensarte, y estoy dispuesta a apoyarte en lo que necesites...
-No es necesario, tía. No quiero dinero. Solo quiero una cosa -le respondí, tratando de mantener la calma mientras mi corazón se rompía en pedazos-. Por favor, permítame decir que fui yo quien rompió el compromiso.
Mi tía acepta con un movimiento lento de cabeza, conmovida por mi petición.
-Muy bien. No creo que mi hijo se oponga a eso.
-Y otra cosa... No le diga que lloré. Dígale que me sentí aliviada, porque esto me permitió confirmar mi verdadera vocación. Dígale que quiero dedicar mi vida al Señor, que esto fue una señal divina para seguirlo. Ingresaré al convento de San Lorenzo.
La tía me mira con incredulidad, intentando convencerme de lo contrario.
-Rebeca, esa es una vida muy dura. Eres joven, hermosa, educada. Estoy segura de que puedo ayudarte a encontrar un buen marido.
-No es lo que quiero, tía -respondo con firmeza, aunque mi voz aún temblaba por la emoción contenida. Cierro los ojos, intentando calmar los sollozos que aún amenazan con escaparse. Entonces, siento el calor de su abrazo.
-De verdad quería que fueras mi nuera, mi nueva hija -murmura antes de despedirse.
¿Por qué me pasa esto? ¿Acaso no he sido una buena mujer, una buena hija Señor? ¿No soy suficiente para él? Corro escaleras arriba teniendo apenas cuidado de no enredarme con mi falda y al entrar a mi habitación cierro con fuerza la puerta y caigo boca abajo en mi cama dejando que los sollozos escapen a borbotones de mí.
¡Qué vergüenza! Seré el hazmerreír de todo el pueblo. De todas las mujeres del mundo, ¿por qué tenía que fijarse precisamente en ella? Espero que él acceda a decir que he sido yo quien rompió el compromiso y que espere un tiempo prudencial antes de iniciar a cortejarla, si no no seré capaz de volver a salir de mi habitación.
Apagué la luz temprano y cuando llegpo mamá, le dije que tenía un fuerte dolor de cabeza, que no quería ser molestada, así que tras horas de oración, decidí dejar todo en manos de Dios. Si Él permitió esto, confío en que tiene algo mejor reservado para mí. Porque, al final, todo en la vida tiene un propósito, incluso este corazón roto.