Desde que tengo memoria, me han dicho que estoy comprometida con Iván Felipe Ortega, mi primo. Siempre me he sentido una joven afortunada, pues no solo es un hombre de gran fortuna, sino también increíblemente apuesto, al menos a mis ojos.
Cada vez que me encuentro con mi madrina, su madre, me cuenta con una sonrisa que Iván me envía saludos especiales en cada carta que escribe desde Inglaterra. Mi corazón se llena de una calidez suave cada vez que escucho su nombre, como si estuviera cerca, aun estando a miles de kilómetros.
Iván Felipe partió siendo apenas un niño, enviado a estudiar al extranjero, pero pronto volverá como todo un hombre. Tomará las riendas de los negocios familiares y, finalmente, estará listo para formar nuestro hogar.
Nunca he mirado a otro hombre con interés. ¿Qué sentido tendría hacerlo, si mi destino ha estado atado a él desde siempre?
Casi todas las noches abrazo el retrato que le pedí a mi madrina, el cual guardo como un tesoro. Sonrío al imaginar nuestro hermoso futuro juntos. Pronto seré María Rebeca de Ortega, y cada día me esfuerzo por ser digna del título, del apellido, y de él. Un suspiro se escapa de mi pecho, cargado de sueños y esperanza, mientras aprieto con más fuerza la imagen contra mí, sintiendo que así, de alguna manera, lo tengo más cerca.
Aunque nunca he salido de este pequeño pueblo, mi madrina se ha asegurado de que reciba la mejor educación. Fui instruida por las religiosas del convento de San Patricio, y ahora, a mis casi dieciocho años, sé todo lo que una esposa moderna debe conocer. Estoy lista para ser la compañera que Iván Felipe merece.
De pronto, unos suaves golpes en la puerta me sobresaltan.
-Rebeca, hija -dice mi madre al otro lado-, ¿puedo pasar?
Rápidamente escondo el retrato bajo la almohada y me acerco al tocador para cepillar mi cabello.
-Adelante, mamá -digo mientras comienzo a deslizar el cepillo, contando suavemente cada pasada.
-Veo que ya casi estás lista para dormir -comenta, sentándose al borde de la cama, observándome en silencio por un instante.
-¿Qué sucede, mamá? ¿Por qué tan callada?
-Es solo que me parece increíble cómo ha pasado el tiempo -responde, con una nota de melancolía en su voz-. Me alegra que Iván Felipe esté a punto de regresar, pero no puedo evitar sentir que estoy a punto de perder a mi hija y quedarme sola.
Su tono me llena de ternura. Dejo el cepillo y me acerco a ella, sentándome a su lado.
-No digas eso, mamá. No vas a perder una hija; vas a ganar un hijo -le aseguro, intentando infundirle calma-. Además, pronto volverá mi hermana también, y no estarás sola.
Aunque trato de tranquilizarla, en el fondo entiendo su temor. Desde la muerte de papá, hemos estado las dos solas. Él falleció trágicamente en una caída de caballo, dejándonos sin fortuna y con el título de condesas como nuestro único legado, algo que heredarán mis hijos. Mamá, a pesar de todo, siempre quiso lo mejor para nosotras, por eso aceptó el generoso ofrecimiento de mi madrina para hacerse cargo de mi educación a cambio de mi compromiso con Iván Felipe. Según entiendo, a mi madrina no le importa nuestra falta de riqueza, pues ellos poseen suficiente. Lo que valoran es el linaje y el título que aportará nuestra familia al matrimonio, además de la posibilidad de que pueda darles hijos fuertes y sanos.
Con mi hermana Martha Isabel, las cosas han sido diferentes. Mamá tuvo que aceptar que la tía Ruth la llevara a la capital para educarla, y aunque la vemos en vacaciones, cada vez es más claro que el pueblo le resulta pequeño y monótono. Está acostumbrada al bullicio y al refinamiento de la vida social en la gran ciudad. Lamentablemente, aún no ha recibido propuestas de matrimonio, y sé que eso la amarga profundamente. Esa frustración la descargará con mamá, haciendole la vida más difícil, estoy segura.
-Ya lo sé, hija, pero sabes a lo que me refiero -dice mi madre, apretando suavemente mis manos y regalándome una sonrisa cálida-. Mi niña ha crecido, y ahora se va a casar. ¡Tenemos tantas cosas que organizar para la boda!
La boda. Cada mujer sueña con ese momento mágico: la iglesia decorada con delicadas cintas y flores blancas, el sonido suave de la música llenando el aire. Me imagino caminando hacia el altar, con un vestido blanco que fluye como un sueño a mi alrededor, un velo largo y majestuoso arrastrándose tras de mí, y en mis manos, un ramo de rosas blancas. Al final de ese pasillo, me espera Iván Felipe, con una sonrisa que ilumina su rostro, y su mano extendida hacia mí. Mi corazón late rápido solo de pensarlo.
Pero no quiero mostrar a mamá cuánto me emocionó la noticia que nos dio mi madrina esta tarde. Saber que Iván Felipe regresará al país este mes ha hecho que mi corazón se desborde de anticipación.
-Mamá, esperemos a que Iván Felipe regrese primero. No sabemos si quiera casarse de inmediato o si tendrá otros planes en mente -trato de calmar mis propias ansias con esas palabras, aunque la emoción me quema por dentro.
-Mi amor, estoy segura de que en cuanto te vea, querrá organizar la boda enseguida. ¡Eres tan bonita! -dice mi madre con ternura, dándome la bendición antes de salir de mi habitación.
Sin embargo, esas últimas palabras quedan resonando en mi mente. ¿Le pareceré bonita? Han pasado tantos años desde la última vez que nos vimos. Entonces, yo no era más que una niña delgada y revoltosa. ¿Qué tal si en su viaje ha conocido a mujeres más impresionantes? Mujeres elegantes, con familias poderosas e inalcanzables. ¿Y si regresa y no quiere casarse conmigo?
Sacudo esos pensamientos de mi cabeza, intentando alejar el miedo. Mi madrina siempre menciona que él me envía saludos especiales en sus cartas. Eso debe significar algo.
Me detengo frente al espejo y me observo con detenimiento. Sé que no soy la mujer más bella del mundo, pero tampoco me considero desagradable. Mi piel es clara y tersa, sin imperfecciones. Mis ojos, grandes y azules, siempre brillan con vida. Aunque mi cabello rizado es un reto constante, al final siempre logro dominarlo. Y, según mi madrina, lo más importante son mis caderas. Ella dice que, a pesar de ser delgada, tengo caderas anchas, y eso siempre ha sido un símbolo de fortaleza y feminidad.
Tomo aire, tratando de convencerme de que soy suficiente, de que Iván Felipe me verá con los mismos ojos con los que yo lo veo a él en mis sueños.