Capítulo 5 V

Pero Jonathan era casado y tenía tres hijos. Eso no lo sabía Blanca y tampoco se preocupó en saberlo. Estaba tan obnubilada, encantada, en los brazos de Jonathan que se encegueció por completo en la pasión, pensando obstinadamente que había encontrado al amor de su vida, que era feliz con ese hombre y que a su lado haría realidad sus sueños de un hogar y una familia grande y hermosa. Jamás le preguntó nada, simplemente ella se dejó llevar por la emoción de sentirse enamorada. Descubrir la verdad, entonces, fue dramática. Por esos días Blanca trabajaba en limpieza de oficinas.

No ganaba mucho, sin embargo le permitía cubrir sus gastos. Y lo que son las cosas, esa mañana la empresa en la que prestaba servicio, le destinó a edificio donde laboraba justamente Jonathan. La ironía de la vida, muchas veces, es incomprensible, es como una cachetada insolente en una mañana lúgubre, friolenta y oscura. Eso fue lo que sintió Blanca, cuando, después de ponerse su overol, su gorrita, los guantes y las botas, se dispuso a iniciar sus labores, y vio a Jonathan, besándose muy acaramelado con su mujer. Ellos, el deportista y su esposa, trabajaban juntos, se conocieron en esas mismas oficinas, germinaron su amor por largo tiempo y engendraron tres hijos y eran felices, sin embargo a Jonathan le gustaban los flirteos, era mujeriego, le encantaban las aventuras, adoraba tener otras chicas en sus brazos y traicionaba a su cónyuge con desparpajo. Por eso se aficionó a Blanca y esa mañana tan horrible, apagada, sombría y vacía ella lo descubrió todo.

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Blanca no hizo ningún escándalo. Simplemente corrió a la calle, subió a su taxi y se fue a su casa a llorar como una adolescente luego de sufrir su primera decepción. No volvió más al trabajo y no devolvió tampoco el overol, los guantes ni las botas. Simplemente se hundió en las arenas movedizas de la decepción, las mismas que había pisado cuando conoció a Jonathan sin saber quién era, sin cerciorarse de sus intenciones, dejándose llevar por sus emociones, queriendo encontrar el camino de la felicidad, intentar reivindicar su propia existencia y querer emular a Madeleine. Todo eso le pasó factura y ahora lloraba sin consuelo, enterrada en sus almohadas sintiéndose más desdichada que nunca, ansiando que, en efecto, esas arenas movedizas la engullan de un solo bocado.

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Recuperarse de esa decepción le fue muy difícil a Blanca. Ya eran muchos los fracasos sentimentales que almacenaba en su castigado corazoncito, además. -Es raro que te vaya mal en el amor porque eres muy hermosa-, le dijo Elisa, una amiga del colegio con la que se reencontró después de mucho tiempo. Coincidieron en el mercado y decidieron tomar un jugo de naranjas. Elisa estaba de novia de un militar y aunque no habían pensado aún en boda, estaban muy enamorados. -A mí en cambio me va muy mal en el amor, solo sé de decepciones y engaños-, sorbió su jugo Blanca, resignada y dolida, desconsolada. Elisa conocía bien a Blanca. Ella era una chica gentil, noble, sencilla, muy emotiva y divertida. Le extrañaba toda esa racha de desventuras. Elisa recordó que Blanca era la más linda de todo el colegio, que los chicos se peleaban por invitarla a salir, que era el amor platónico de los compañeros y que el menos soñaba en cortejarla y ser su novio cuando acabaran las clases, sin embargo Blanca estaba sola, había sufrido decepciones muy intensas y sus ojitos, otrora pintados de alegría, entusiasmo, coquetería y sensualidad, ahora solo daban fulgores de desengaño y tristeza, sintiéndose miserable, sin encontrar a alguien con quién compartir su vida.

                         

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