Capítulo 3 La Larga Sombra de la Realidad

Capítulo 3: La Larga Sombra de la Realidad

Sophie despertó sobresaltada, como si el sueño fuera una mentira que intentaba escapar de su mente. Los recuerdos de la noche anterior aún la atormentaban, pesando en su pecho como un yugo que no podía quitarse. La cálida luz de la mañana entraba por la ventana, pero ella no sentía ningún consuelo en ella. Cada rincón de la habitación parecía haber absorbido la humillación de la noche, y aunque sus ojos se encontraban enrojecidos por las lágrimas, no podía dejar de sentirse vacía. Algo dentro de ella se había roto, y no sabía si alguna vez podría recomponerlo.

El sonido de unos pasos en el pasillo la hizo tensarse. Los hombres, los mismos que la habían observado con miradas que atravesaban su piel, pasaban sin importarles su dolor. A ella solo le quedaba el miedo. El miedo a lo que pasaría, el miedo a lo que vendría, el miedo a lo que ya había ocurrido.

La puerta se abrió, y en el umbral apareció Mario. No dijo nada en un principio. Solo la observó, como si estuviera evaluando su estado. Sophie intentó sentarse en la cama, pero sus piernas no la obedecían. La vergüenza y el miedo la mantenían clavada a la silla, sin fuerzas para moverse.

-Así que ya has tenido tu primera lección -dijo Mario con voz fría, pero no había ningún atisbo de compasión en sus palabras. Para él, todo eso era parte del proceso. Una chica nueva en el club pasaba por lo mismo, como un rito de iniciación.

Sophie no pudo responder. Estaba completamente perdida, atrapada entre la humillación de lo que había sucedido y la confusión de no entender por qué la trataban así. ¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer algo como esto? Pero, en lo más profundo de su ser, sabía que las respuestas no llegarían. Ese mundo no pedía explicaciones. No importaba lo que ella sintiera. Solo importaba la obediencia.

Mario caminó hacia ella, su presencia lo llenaba todo, su mirada era intensa, evaluadora, casi analítica. Sabía que Sophie no estaba bien, lo veía en sus ojos, en el temblor de sus manos. Pero tampoco le importaba.

-¿Te has dado cuenta de cómo funciona esto? -preguntó Mario, y su tono no era de consuelo, sino más bien de afirmación, como si le estuviera dando una clase sobre lo que esperaba de ella.

Sophie intentó hablar, pero sus labios no se movían. Las palabras se ahogaban en su garganta.

Mario, con una calma inquietante, continuó: -Aquí no importa lo que hayas sido antes. Si eres virgen, como has dicho, te pruebo primero. Es así. Para que sepas cómo va todo, para que entiendas el papel que tienes que jugar.

Sophie cerró los ojos, queriendo bloquear todo lo que él decía. La presión en su pecho era insoportable, como si se estuviera ahogando lentamente, pero sin poder evitarlo. El miedo y el odio se acumulaban dentro de ella, pero la impotencia era aún más fuerte. No podía hacer nada. Estaba atrapada.

Mario, viendo su reacción, dio un paso atrás y la observó con desdén. -No te preocupes. Si te comportas bien, las cosas irán fácil para ti. Lo único que tienes que hacer es obedecer. No es tan difícil.

Sophie lo miró, aunque las palabras que él decía la quemaban por dentro. En ese momento, una ola de emociones invadió su mente. Desesperación, tristeza, rabia, frustración. Todo se mezclaba en un torbellino que la dejaba paralizada.

Pero había algo más, algo que ni siquiera ella quería admitir. Un pedazo de sí misma que aún se negaba a rendirse. A pesar de todo, había una pequeña chispa de resistencia, un leve susurro que le decía que no todo estaba perdido. No podía dejarse quebrar completamente. No podía rendirse, aunque no sabía cómo.

Mario le señaló la puerta con un gesto firme. -Sé que esto es mucho para ti, pero así es como funciona aquí. No lo tomes como algo personal. Todos lo pasan, todas pasan por esto. Ahora, ve y cambiate. Hoy es tu debut.

El corazón de Sophie latía con fuerza al escuchar esas palabras. "Debut". Como si fuera una mercancía, como si su valor solo dependiera de su capacidad para "cumplir" con las expectativas. No era nada más que un objeto, un cuerpo que debía ser utilizado y luego olvidado.

Con un suspiro casi imperceptible, Sophie se levantó de la cama, sus piernas aún débiles, pero con un atisbo de dignidad. No sabía qué le esperaba, no sabía cómo podría soportarlo, pero al menos se sentía algo en su interior: un pequeño grito de resistencia que la mantenía en pie, aunque fuera solo un momento más.

Fue al baño, y el agua fría que caía sobre su rostro no le ofreció alivio. Al contrario, le pareció que se ahogaba un poco más en la desesperación. El maquillaje de la noche anterior había quedado borrado por sus lágrimas, y ahora se veía más vulnerable que nunca.

Finalmente, se quitó la ropa con manos temblorosas y se puso el bikini que Mario le había indicado. Era una prenda pequeña y ajustada, más apropiada para un objeto de exhibición que para una mujer que aún tenía algo de dignidad. Se miró en el espejo, y por un instante, vio a una extraña. La persona que la miraba no era ella, no era la Sophie que soñaba con ser bailarina, la Sophie que tenía aspiraciones y esperanzas. La persona que la miraba era alguien completamente diferente, alguien a quien le habían arrancado la esencia.

Sophie salió del baño y encontró a Mario esperándola. La observó con detenimiento, y Sophie intentó no mirar a sus ojos, no dejar que lo que él pensaba de ella la destruyera aún más.

-Vas a hacer lo que se espera de ti, ¿verdad? -preguntó Mario, su voz dura, casi desinteresada. No esperaba una respuesta, pero la dio de todos modos.

Sophie asintió, sin poder decir una palabra. Solo asintió porque no tenía otra opción, porque si no lo hacía, las consecuencias serían aún peores. Aunque su alma gritaba, su cuerpo se sometía. La sumisión era su única forma de supervivencia.

Mario sonrió con satisfacción, una sonrisa que no llegó a sus ojos, pero que aún así helaba la sangre de Sophie. -Así se hace. Esta será tu vida ahora, ¿entendido?

Sophie no respondió. No podía responder. Solo se quedó allí, de pie, como una marioneta más, atrapada en su propio cuerpo, observando cómo Mario se alejaba, dejándola con sus pensamientos oscuros y su creciente desesperanza.

El sonido de los hombres en el pasillo la hizo temblar. Ellos la observaban con ojos lascivos, como si ya estuvieran esperando el espectáculo. No importaba que Sophie estuviera rota por dentro; a ellos solo les importaba lo que veían, lo que podían poseer.

Sophie cerró los ojos, apretando los dientes. La lucha estaba lejos de terminar, y aunque no sabía cómo, no podía dejar que su espíritu fuera aplastado. Algo, en algún lugar profundo dentro de ella, se negaba a rendirse. Y aunque el futuro era incierto, Sophie juró que, de alguna manera, encontraría una forma de salir.

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